Un animal atropellado por un auto en la ruta es la imagen poética que da comienzo a Calendario de siembra, el cuarto libro del poeta Jonás Gómez. Un animal que al pasar bajo las ruedas y ser arrastrado contra el asfalto deja de ser un individuo para pasar a formar parte de una construcción mayor que lo trasciende. Una nena rubia cubierta con una máscara de mapache que viaja en el auto es la única testigo del atropello, la única en ver al animal que no sólo es uno y a la vez es todos los animales atropellados en la ruta, sino que al cabo de los versos acabará convertido en un tótem, en una de esas bestias míticas que, como un collage, están formadas por partes de distintas criaturas. Un animal al costado del camino de los hombres, incapaz de impedir que la humanidad le pase por encima. Con la elocuente potencia que sólo son capaces de producir las palabras cuando se las acomoda de la manera indicada, Gómez consigue introducirnos en su mundo poético y convencernos de que hay otra realidad, escondida entre los pliegues de la nuestra, a la que sólo es posible acceder a través de los versos de su libro.
Una de las principales características de Calendario de siembra –publicado a través de la editorial artesanal Barba de abejas que trabaja con tiradas chicas en las que la totalidad de los ejemplares están hechos a mano– es la aparición de una fauna profusa, que yendo detrás de aquel animal atropellado va colándose por los resquicios de esa imagen rígida que los hombres se han hecho del mundo luego de milenios de eso que llamamos progreso. Sus poemas contagian la idea algo paranoica de que estamos siendo observados, vigilados por ese gran otro al que hemos ido desplazando, al que cada vez más vamos dejando afuera del mundo. "Me llaman mucho la atención los animales, las distintas identidades a partir del cuerpo y del sonido, los roles que ocupan en la naturaleza y en la cadena alimentaria", dice Gómez como aceptando una lectura posible. "Pensemos en las escamas, las plumas, el cuero, los cuernos, pelos y picos que hay distribuidos en el afuera. Me llama mucho la atención la interacción entre animales y humanos que, a grandes rasgos, pueden ser mascota, alimento o parte de un escenario salvaje que genera un movimiento interno profundo en quien observa." La cuestión, entonces, es saber si realmente es posible construir una mirada poética del vínculo con lo animal. "Hay mucha intensidad y mucha belleza en los encuentros entre humanos y animales, y eso suele aparecer en lo que escribo", reflexiona el autor, "pero no sé si forma parte de una agenda poética. En todo caso voy a lo que me llama la atención y construyo desde ahí, más desde la intuición que desde lo conceptual".
Tal vez en ese vínculo desigual entre hombre y animales pueda verse también una mirada que añora una vida agreste, librada antes a los elementos naturales que a los de la cultura. Como si la esencia de la vida estuviera necesariamente contrapuesta a un progreso que le pasa por encima a todo sin mirar el tendal que su avance va dejando. "Quizás esto tenga alguna relación con la aparición de los animales, con una idea de la naturaleza como el estado puro de la vida", admite Gómez. "Me interesa lo primitivo, me interesa encontrar las constantes de estilos de vida más crudos en el presente, que está tan atravesado por lo industrial y lo tecnológico. Hay mucha fuerza en el 'hágalo usted mismo' de construir un refugio, herramientas y algo para salir a buscar comida. Nunca fui a cazar, no es algo que haya experimentado, pero mi imaginario vuelve a esos personajes que tienen cercanía con lo primitivo", concluye.
Ese juego con las figuras animales, que se extiende a lo largo de la cuatro secciones en las que se divide Calendario de siembra, también genera cierto tono de fábula que incluso puede llegar a evocar el espíritu de determinados relatos de la literatura infantil, que de algún modo le dan a su libro un perfil de evocación de la infancia. "Es cierto que hay una veta del período de la infancia en el libro, pero no fue algo buscado", sostiene Gómez. "Cuando elegí los poemarios (las series son de distintas épocas) quería que hubiera unidad en el recorrido. Podría haber incluido alguna serie que chocara con el resto de los poemas, pero preferí armar un cuerpo de lectura que funcionara de forma orgánica." "No sé si el mito de la propia infancia es importante, o más importante que otras etapas para la creación de una voz poética", afirma el poeta. "Creo que todo puede confluir en esa voz. La infancia es una parte de ese todo, pero no sé si se impone sobre el resto de las partes."
Algunos de los textos de Calendario de siembra parecen algo así como haikus extendidos: poemas que concentran su sentido en breves construcciones de dos o tres versos que se van encadenando hasta formar un texto mayor. Ciertos escenarios como arrozales o la observación de detalles en apariencia triviales como el orden de algunos adornos sobre un mueble ayudan a que esa idea gane fuerza. Sin embargo el autor relativiza esa posibilidad: "Leí poca literatura japonesa (haiku o no haiku) y si eso aparece en el libro, creo que se trata de algo más casual que buscado." Para Gómez, ese efecto es consecuencia de otro tipo de búsqueda. "Cuando empecé a escribir Calendario de siembra, puntualmente la serie que le da nombre al libro, estaba buscando llegar a un tono que fuera entre seco y lírico. No quería trabajar con versos cortos, de pocas palabras, pero quería que el sonido fuera un poco áspero. En general busco el contrapunto entre ese sonido áspero y lo musical, versos más largos que generen alguna clase de musicalidad armónica o bella", relata.
La división del libro en cuatro secciones genera que además de poder leer cada poema de manera unitaria, también sea posible percibirlos como la parte de un relato más amplio. Incluso en algunas de estas secciones, sobre todo en la primera ("Máscara de mapache") y en la última ("Calendario de siembra"), hasta hay algo casi de prosa, de narración que se ha acomodado en el clásico formato poético de versos y estrofas. "Es muy común encontrar una historia en el poema. Aunque aparezca enfocada de otro modo, con partes faltantes, y sugerencia en vez de desarrollo, la historia está presente", admite el escritor y agrega que "el límite entre la poesía y la prosa es más difuso de lo que se suele pensar". "A la poesía se la asocia, en general, con la condensación del lenguaje y la belleza", dice, "pero está muy presente el elemento narrativo". Ante esa dificultad para establecer los territorios de la poesía y de la prosa, que también puede ser vista como una saludable elasticidad de los géneros, Gómez aporta su experiencia como autor que los ha abordado a ambos. "Aunque tengo escrito un libro de cuentos y algunos proyectos de novela en marcha, lo cierto es que todavía no edité nada en narrativa. Pero creo que hay que leer y escribir poesía y narrativa, creo que la poesía puede enriquecer el sonido de la narrativa y que la narrativa puede aportar desde el desarrollo y el planteo de una historia, que es algo que, como lectores, incluso con todos los experimentos literarios pasados y futuros, seguimos y seguiremos buscando."
Para tenerlo
Calendario de siembra de Jonás Gómez se consigue en las librerías Alamut (Borges 1985) y Clásica y moderna (Av. Callao 892).
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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