martes, 6 de octubre de 2009

LIBROS - Una felicidad con menos pena, de Griselda Gambaro: La caridad como muralla.

En uno de sus monólogos Tato Bores dijo una vez que “El rico no quiere más dinero: el rico lo único que quiere es más dinero”. El chiste parece oportuno para hallar una lectura posible en la reedición de la novela Una felicidad con menos pena, de Griselda Gambaro, que se permite ver en la caridad del que da lo que no le sirve, lo inmoral de quien entrega un poco porque teme perder todo. Pero también una evaluación franca de los efectos de la miseria: “Cuando lo más esencial falta, la gente se vuelve mala”, escribe Gambaro y revela que la monstruosidad no está en el pobre sino en el responsable de sus privaciones.
Eustaquio (o Eduardo, o Heriberto) es un hombre de fortuna que decide amparar en su mansión a quienes lo necesiten, con la salvedad que todas las habitaciones están clausuradas y una multitud cada vez más grande debe ir apiñándose en la cocina. El narrador es el primero en llegar con su perro, y ante la incómoda perspectiva es el único que se instala en el patiecito, reconstruyendo ahí su rancho de chapa: la exaltación de la vida sobre los márgenes, donde la felicidad quizá se da con menos pena. En el tono irreal de la relación entre benefactor y socorridos, Gambaro encuentra el mejor camino para hablar de lo real.
Como en el juego de Sevilla, Eustaquio guarda su lugar con temor, y es que los pobres son insaciables: se les da un techo y ellos además pretenden estar cómodos. La lucha del rico por mantener su privilegio en un mar de muertos de hambre que se apilan unos sobre otros, se convierte aquí, no sin revelar un perfil oscuramente cómico, en una versión extrema del juego de la silla. El asiento que Eustaquio protege durante el relato es el recipiente del poder, un trono que debe cuidarse y desde dónde todavía se puede gobernar; el argumento de quienes creen que el rico gobernará mejor que el pobre, sólo porque desde su abundancia será justo y no necesitará robar. ¡Que actuales son las miradas que ofrecen Tato y Griselda!
Hay algo en esta novela cercano a la prosa de Olga Orozco, de Virgilio Piñera, de Pizarnik y hasta de Gombrowicz, una proximidad que se sostiene y justifica en la contemporaneidad -Una felicidad con menos pena fue escrita en 1967. Y se destaca la capacidad de Gambaro para construir su relato con una eficiencia dramática que revela, entre el texto, a la consumada autora de teatro.


Artículo publicado originalente en el suplemento Cultura del diario Perfil.

ENTREVISTA - Geraldine Chaplin: El encanto del apellido.


La mujer es una privilegiada en más de un sentido y lo sabe. Geraldine Chaplin tiene una carrera notable como actriz, en los que trabajó junto a muchas de las más grandes leyendas de la pantalla, de Marlon Brando a Paul Newman y de Charlton Heston a Jean- Paul Belmondo; de Sofía Loren a Raquel Welch; de Robert Altman a Carlos Saura. Y además lleva con orgullo y altura el apellido más famoso de la historia del cine. De paso por la Argentina para rodar en San Luis la comedia ¡Hostias!, junto a la italiana María Grazia Cucinotta y el español Antonio Chamizo, bajo la dirección del director argentino Diego Musiak, Geraldine Chaplin se permitió hacer un balance de sus casi 50 años en el cine, hablar de los tiempos modernos y reconocer algunos miedos que permiten distinguir, bajo la luz, la ineludible forma humana.

En su novela Harmada, el brasilero João Gilberto Nöll dice que “el trabajo remueve la decadencia que acecha, sin el trabajo somos reptiles que se arrastran”. ¿Siente que el trabajo le remueve esa decadencia, que la saca del reptar? ¿ Todavía siente pasión por su oficio?

No sé si lo he sentido nunca… (risas) No sé, no siento distinto ahora, en el momento de trabajar, que antes. Quizá me gustaba más, puedes tener razón. Antes me importaba el resultado del trabajo. Ahora, es verdad, lo único que me interesa es el trabajo y que el resultado me da absolutamente igual. Si tengo que ir a ver la película que he hecho, voy (si puedo), pero no hago ningún esfuerzo para eso: me interesa la siguiente. Quizá eso también pasa un poco con la vida misma. Tengo 65 años, faltan menos años por delante que por atrás: ya no miro, mi pasado me da absolutamente igual.

Se ocupa de su trabajo, que es su responsabilidad, y no de lo qué los demás hagan después...

No, porque el trabajo siempre es en equipo. Pero me gusta el momento de rodaje más que la obra de arte o la mierda que puede existir después, que puede ser el resultado de este trabajo. Me gusta el proceso más que el resultado… quizá tiene razón en lo que dice, porque él habla del trabajo y no del resultado del trabajo.

Edgardo Cozarinsky cuenta que le tocó conocer a una primera actriz del Teatro Nacional de Estonia, que había trabajado en él durante la Segunda Guerra. En esa época, aquel país fue anexado sucesivas veces por rusos y alemanes, pero el teatro nunca dejó de funcionar. Cuando le preguntaron cómo eran aquellas temporadas, la mujer respondió "Un año Schiller, al otro Gorkí…”

¡Que gracioso! ¡Qué gran historia!

No cree que el cine, tironeado por manos mezquinas, se ha convertido en eso: un poco de romance, un poco de acción y después siempre dar vueltas sobre lo mismo.

Bueno, las historias son pocas. Hay la historia de un hombre y una mujer, hay la historia de un hombre solo, hay la historia de un trío y hay... la guerra. Y no hay más historias (risas). ¿Quién decía esto? No, el lenguaje ha cambiado muchísimo. El lenguaje en el cine ha cambiado mucho.

¿Le ha costado acostumbrarse a esos cambios?

Bueno, a mí me ha tocado avanzar con el tiempo también…

Pero no todo el mundo consigue eso: hay gente que queda atada a una estética.

Pero yo me he adaptado a los cambios que considero buenos. Esta industria del cine de ahora, que está pensada sólo para ver cuántos culos se consigue poner en las butacas en un primer fin de semana, no me interesa mucho. Me parece que hay un denominador común cada día más bajo y creo que esto es porque hay pocos productores que tienen cojones, como decimos… Talento no falta; actores no faltan; directores no faltan. Faltan productores que tengan otra meta que simplemente ganar mucho dinero.

¿Cree que morir es soñar como cantaba Hamlet, o que la vida es sueño, como ha dicho Calderón?

No lo sé, pero yo no quiero... es decir, quiero morir, pero no quiero enterarme. Quiero que me pongan anestesia para morir: una buena anestesia y luego me muero.

¿Siente que todavía tiene cosas pendientes?

¡No, que va!: tengo miedo. Miedo al desconocido, miedo a… ¡No quiero que me duela!, es tan sencillo como esto. Antes, durante mucho tiempo, empecé a ver la muerte detrás de cada esquina, asomándose, hace... no sé, antes de la menopausia, cuando tendría 40 años o algo así. Empecé a ver a la muerte en las esquinas, y estaba guiñándome un ojo.

¿Hubo algo que desencadenó ese encuentro?

No, no creo. Conscientemente no. Pero la muerte ahora me causa absoluto pánico; sobre todo la muerte de mi pareja o de mis hijos, de las personas que quiero...

Siempre es más dolorosa la muerte del otro...

Sí… ¡Pero la mía también! Me da mucho miedo morir.


Entrevista publicada originalmente en la revista Ñ.

LIBROS - La sombra del animal, de Vanesa Guerra: Juego de universos encastrados.


Un espejo que cae y se rompe puede ser útil para hablar de un hombre que va perdiendo, de a pedazos, la noción del mundo, de sí mismo, de su propia imagen. Es la oscuridad del alma, pero también la de la noche que se desploma y estalla en estrellas que se multiplican en el hueco de la ventana, última certeza de una realidad en fuga. Ahí está la muerte; siempre ella: como rata, como soga, como mujer que busca y persiste y encuentra. Siempre. Los once textos que conforman el segundo volumen de cuentos de Vanesa Guerra, La sombra del animal, tienen sobre todo obsesiones. Marcas profundas que van más allá de la poética y los artificios lingüísticos, abundantes en ingenio y cantidad –demasiado es mejor que escaso-, con los que la autora ha modelado un estilo en el que destaca la versatilidad para transfigurarse a través de los relatos.
En ellos, el vínculo entre los individuos nunca es completo: una constante de tiempos y espacios que se entreveran va limitando las celdas estancas que separan a los personajes; “Yo no iba para un lado y vos para otro. Los cruces no siempre son tan precisos”, ilustra el cuento Plano de una ciudad postergada. La soledad es la peste, una epidemia urbana que une suicidas exitosos con los otros, los que fracasan en todo.
En La sombra del animal el pasado regresa descoyuntado y ya no es el que habita la memoria. Ahí está lo siniestro: el presente es la prueba de que nada es como era, ni uno mismo, y eso aterra. Pero hay más. Aquellas soledades y espejos que, como enfrentados, se repiten de un cuento a otro; la ciudad, el insomnio. Conversaciones que son apenas la combinación de dos monólogos… Obsesiones que circulan por los tiempos y espacios de Vanesa Guerra. Y algunas astillas de realidad clavadas con gracia y levedad fingida aquí o allá, para inducir al lector a creer que cada historia revela un mundo posible.


Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de el diario Perfil.