Amor, pérdida, felicidad: esos son los ejes que traza Gabriel Rolón en su nuevo libro, El precio de la pasión (Mitos e historias al filo de la vida), donde vuelve a hacer gala de su capacidad para entretejer textos de los orígenes más diversos, en busca de intentar una serie de recorridos por el más intrigante de los laberintos: el de las pasiones humanas. Todas las fuentes son válidas para alcanzar la meta: tratados filosóficos; mitos y leyendas; poesías y letras de tango o de canciones populares; novelas, cuentos y películas; y los casos clínicos que ya son un clásico y que el autor narra casi como si se tratara de historias de intriga. A partir de estos cruces el autor construye diálogos en los que Horacio Ferrer le contesta a Friedrich Nietzsche o en los que Sigmund Freud se entiende con Discepolín.
Pero no solo de amores, pérdidas y felicidades se habla en El precio de la pasión. Alcanza con avanzar algunas páginas para que los senderos se bifurquen y aparezcan la soledad, la esperanza, el placer, la melancolía, la diversión, el goce. Los caminos de la pasión son insondables y Rolón invita recorrerlos a partir de tres capítulos que remiten emocionalmente a la composición musical. Psicoanalista, escritor y músico, Rolón confirma su don de atrapar utilizando solo palabras. O, para ser más justos, las palabras necesarias para expresar con precisión una cantidad de ideas capaces de conjurar el entramado pasional y de activar en el lector los mecanismos de la duda y el pensamiento.
“A mí me parece que toda comunicación es música. Las palabras son música”, afirma Rolón. “Cuando vos sentís que un orador te aburre es porque su música es mala. A lo mejor sus notas están bien, pero la música… el ritmo no se acelera, no tiene pausas, no tiene silencios”, continúa. “Yo tengo un pensamiento muy musical, estudió música desde muy chico y soy un apasionado de la música, entonces siempre intento armar mis libros y hasta mis conferencias con matices musicales”, concluye el autor.
-¿Pero por qué eligió en particular la figura de los nocturnos para organizar El precio de la pasión?
-La idea del nocturno tiene que ver con que, a pesar de que el libro ha sido trabajado durante mucho tiempo, con mucha investigación y una enorme intertextualidad, quería genera la sensación de que podría haber sido escrito en tres o cuatro noches desveladas. En tres o cuatro nocturnos, con todo lo que tiene el nocturno, que es un poco romántico, un poco pasional e incluso a veces un poco lúgubre. Me gustó la idea de pensarlo de esta manera (aunque por supuesto el libro se escribió de día, de tarde, de noche y a lo largo de un año), esta cosa de que podría haber sido el arrebato asociativo de alguien que quiere pensar mucho sobre un tema como la pasión a lo largo de tres o cuatro noches.
-La pretensión contenida en la idea del amor o la felicidad eterna va en contra de la certeza de la finitud humana. ¿Cuál es la diferencia entre ese anhelo de eternidad cuando se lo aplica a estas emociones que cuando forma parte de los discursos de la religión?
-La idea de eternidad religiosa tienen una relación de exclusión con la idea de eternidad que está en mi libro, porque en el libro se despliega claramente que la eternidad no tiene que ver con que algo dure para siempre, sino con la confluencia en un mismo instante del pasado, el presente y el futuro. Es decir que todo lo que fuiste, lo que sos y lo que te gustaría ser está presente en ese instante. A eso en el libro se le llama el "Momento de eternidad". Es decir, la eternidad que se consigue cuando haces el amor con alguien, cuando terminas de dar un concierto o la que se consigue en muchos momentos cuando uno siente que no hay otro lugar en el mundo en el que uno quiera estar más que en este. El libro habla de la necesidad de encontrar esos puntos de eternidad para no diluirnos en la amenaza de este tiempo dónde lo único que nos espera es la certeza la muerte. Diferenciándose de la idea de eternidad religiosa que anhela la permanencia del alma para siempre en algún lugar mejor, el libro lo que transmite es que no hay otro lugar más que éste, no hay otra eternidad más que estar haciendo lo que uno desea hacer o jugándosela por lo que uno desea, viviendo la vida que uno quiere vivir.
-Los casos clínicos del libro permiten imaginar a la estructura psíquica de las personas como laberintos siempre distintos y que el trabajo del psicoanalista consiste en hallar la solución a los enigmas que estos plantean.
-El paciente es al mismo tiempo el prisionero del laberinto, el Minotauro y el hilo de Ariadna. Todo es él. Los analistas lo acompañamos como Virgilio a Dante por su infierno personal. Lo acompañamos, pero el recorrido es de él y quién tiene el hilo que le va a permitir salir del laberinto es el propio paciente. Por eso lo escuchamos y tratamos de percibir aquello que él sabe pero no percibe. El paciente aprende a poner palabras a algo que ya está dentro de él pero que no puede ver. El analista lo único que tiene que tener es el oído y la sensibilidad para captar cuando aparece la punta de ese hilo de Ariadna que vive en el paciente, por qué es eso lo que lo puede quitar de este laberinto sintomático en el que parece que no tuviera ninguna salida. El psicoanálisis es una lucha permanente por la libertad del paciente.
-No parece casual que siendo psicoanalista la mitad literaria de su bibliografía esté dedicada al policial. ¿Cree que el género detectivesco es un género psicoanalítico?
-Totalmente psicoanalítico. O si querés invirtamos y digamos que el psicoanálisis es un thriller, un género detectivesco. Sólo que en vez de buscar un culpable buscamos un trauma; en vez de un asesinato, una escena infantil; en vez de huellas digitales buscamos palabras, un lapsus, un fallido. Esas son nuestras huellas digitales, las que nos marcan quién es y quién fue el que produjo este daño. Yo divido mis obras en ficción, las novelas, que son los thrillers, y los libros que tienen más que ver con casos clínicos. Si lees los libros de casos clínicos te vas a dar cuenta que casi son como pequeños cuentos detectivescos. Y si bien están basados en hechos reales, lo que se ve es el camino que recorre el analista en la investigación. Cuando los escribo pienso mis casos de una manera detectivesca, pero también los pienso así cuando trabajo: sé que estoy a la pesca de alguna señal, alguna pista que me permita descubrir quién le hizo a este paciente lo que está sufriendo, que a veces es el mismo.
-En el libro define a la esperanza como “el deseo de algo que no se tiene, cuya satisfacción no depende de nosotros e ignoramos si será o no satisfecho”. ¿Diría que la esperanza es un sentimiento perverso?
-Yo lo definiría como un sentimiento dañino. No sé si perverso es la palabra, porque la perversión para los analistas tiene algunas connotaciones y una estructura particulares Pero sí la pienso como una trampa que la vida le hace al sujeto para que no ponga en juego su deseo. La esperanza te sostiene a dentro de la caverna y no te permite luchar para salir de ese mundo de sombras. La esperanza es una ilusión muy dañina y es enemiga del deseo, porque la esperanza te detiene y el deseo te moviliza y siempre está del lado de la vida. Entonces por carácter transitivo a mí la esperanza me queda del lado de la muerte. La muerte de apropiarse del propio destino, o la muerte de poner en juego los anhelos y de jugársela por lo que uno quiere. Pero también la muerte de la posibilidad de duelar los deseos que no se pueden cumplir. La esperanza te sostiene en un mundo en el cual el duelo no tiene lugar, porque si uno no pierde la esperanza, si uno no admite que esto no va a volver, ¿entonces por qué lo va a duelar? Quedar esperanzado es uno de los peores castigos que le pueden pasar al sujeto humano, porque te sumerge en la melancolía, que es una psicosis gravísima.
-Quisiera reivindicar a la figura de Thok, la giganta que en el mito escandinavo no quiso llorar la muerte de Balder, el hijo más amado de Odín, aún sabiendo que sus lágrimas podían devolverle la vida. Thok se niega argumentando que los muertos pertenecen a la muerte y que deben quedarse allí. Es decir que hay en ella una idea de duelo. Sin embargo el libro juzga que su actitud solo puede ser una muestra de maldad o de estupidez. ¿No será que la giganta es la única sana, la que no está presa de esa mirada melancolizada por la muerte?
-No creo que se trate de una mirada melancolizada, porque en la historia de Balder todavía se podía hacer algo y todos lo intentan. Melancólico hubiera sido que todos se quedaran esperando a que Balder volviera, pero en cambio hicieron todo lo que podían para intentar ese regreso. Pelearon hasta que pudieron, movilizaron su deseo y por eso no hay melancolía. A mí la idea que más me gusta de esa historia es que ni siquiera los dioses lo pueden todo. En ese sentido los dioses paganos tienen algo tan humano que a mí me conmueve. Me conmueve la figura de ese Odín llorando por su hijo y sufriendo por algo que no puede remediar, porque él también está sujeto a las leyes.
-Usted afirma que “en esta época de consumo suele asociarse la felicidad a la cantidad de cosas materiales o no que pueden conseguirse”. ¿Ese corrimiento de la idea de felicidad hacia la avaricia o la mera acumulación esté asociado al concepto de diversión, que también es una de las obsesiones de la era del consumo?
-Claro, porque diversión quiere decir “dar la espalda a lo real”. A mí no me gusta divertirme porque no quiero dar la espalda. Quiero encontrar la manera de pasarla bien y de sentirme vivo con la realidad que tengo en lugar de gozar de los beneficios de la ignorancia. Porque esa es la idea de diversión. Creo además que el mundo está armado para que nosotros como engranajes lo dejemos funcionar como quiera y me parece que hay una cierta necesidad de rebelión que debe dar el pensamiento hacia estas cosas. Me parece que medir la felicidad por la cantidad de cosas materiales que uno pueda tener es haberse dejado convencer por el mundo de valores que son de cartón pintado. Retomando la idea, el mundo nos empuja adentro de la caverna y nosotros creemos que está buenísimo estar en la caverna. Me parece que si algo tiene que hacer el pensamiento (y un ensayo básicamente es el intento de pensar sobre algo) es cuestionarlo todo. El libro toma las pasiones desde muchos lugares, no siempre para bien. A partir de un ideal, el libro juega con esto en un intento de generar preguntas. No es un libro que quiera dar respuestas ni definiciones: es un libro que quiere perturbar desde el lugar de las preguntas. Como sujetos tenemos la posibilidad y hasta te diría el compromiso con nosotros mismos de encontrar esas definiciones sobre la pasión, sobre el amor, sobre la felicidad, sobre la soledad. Porque la vida es tan breve y hay tan poco tiempo, que quedarse mirando para otro lado sería una verdadera tragedia.
Entrevista publicada originalmente en la Revista Quid.
martes, 31 de diciembre de 2019
CINE - Algunas películas que hicieron que 2019 fuera un poco mejor
...o, al menos, un poco menos peor.
La siguiente lista fue confeccionada con el fin de participar de La Internacional Cinéfila, iniciativa que desde 2012 lleva adelante el sitio Con Los Ojos Abiertos, que sostiene el crítico y programador argentino Roger Koza. Este año participaron de su convocatoria casi 170 cineastas, críticos y programadores de 30 países distintos.
Quienes quieran conocer el listado completo pueden hacerlo ACÁ.
Mis cinco películas del año 2019
La siguiente lista no fue confeccionada siguiendo un orden de importancia, sino uno meramente alfabético:
Border (Ali Abbasi, Suecia)
A partir de algunos elementos de la mitología y el folklore nórdicos, Alí Abbasi le da forma a una fábula fantástica en todos los sentidos de la palabra. En ella caben una historia de amor, un relato sobre lo ajeno y una metáfora sobre la identidad, entre otras cosas, todo montado con precisión dentro de una estructura levantada con las herramientas del cine de género.
O que arde (Oliver Laxe, España)
En la secuencia inicial de su tercer trabajo Oliver Laxe realiza una construcción cinematográfica tan poderosa que si la película terminara ahí mismo, solo con eso alcanzaría para justificar su inclusión en cualquier lista. Y así como sus obras anteriores lo señalaban como un director a tener en cuenta, O que arde lo confirma de modo rotundo como un autor contemporáneo.
Amor verdadero (Claire Burger, Francia)
En tiempos donde lo masculino atraviesa un período de reconfiguración tan profundo que todos los moldes se volvieron obsoletos, una mujer, la francesa Claire Burger, se permite retratar con una ternura enorme la torpeza con la que algunos hombres trastabillan con la circunstancia de su propia sensibilidad. Un retrato de muchos amores.
Así habló el cambista (Federico Veiroj, Uruguay/Argentina)
Hay cosas que al uruguayo Federico Veiroj no le salen. Por ejemplo: filmar películas malas. Aunque hay razones para pensar que Así habló el cambista es la menos personal de ellas, aun así mantiene con su protagonista el mismo vínculo estrecho que suele unirlo a los de sus trabajos falazmente autobiográficos. Y lo acompaña hasta el final sin reprocharle sus miserias.
La mula (Clint Eastwood, Estados Unidos)
En esta lista intenté no recaer en nombres consagrados o blockbusters, aunque títulos como The Irishman, Ad Astra o Joker podrían haber formado parte de ella. Pero el viejo Clint es una debilidad y La mula uno de esos trabajos en los que se disfruta de su talento siempre austero como actor y director, pero sin tener que ponerse a discutir incómodos subtextos.
Ópera prima y película más significativa de mi país
Las facultades (Eloisa Solaas, Argentina)
A partir del modelo del documental de observación, Eloisa Solaas consigue orquestar un relato que da cuenta no solo de las diferentes relaciones que los individuos construyen con el conocimiento y con las instituciones educativas, sino que al mismo tiempo va trazando un meticuloso retrato del mundo y un mapa completo de la condición humana.
Texto publicado originalmente en el sitio http://www.conlosojosabiertos.com
La siguiente lista fue confeccionada con el fin de participar de La Internacional Cinéfila, iniciativa que desde 2012 lleva adelante el sitio Con Los Ojos Abiertos, que sostiene el crítico y programador argentino Roger Koza. Este año participaron de su convocatoria casi 170 cineastas, críticos y programadores de 30 países distintos.
Quienes quieran conocer el listado completo pueden hacerlo ACÁ.
Mis cinco películas del año 2019
La siguiente lista no fue confeccionada siguiendo un orden de importancia, sino uno meramente alfabético:
Border (Ali Abbasi, Suecia)
A partir de algunos elementos de la mitología y el folklore nórdicos, Alí Abbasi le da forma a una fábula fantástica en todos los sentidos de la palabra. En ella caben una historia de amor, un relato sobre lo ajeno y una metáfora sobre la identidad, entre otras cosas, todo montado con precisión dentro de una estructura levantada con las herramientas del cine de género.
O que arde (Oliver Laxe, España)
En la secuencia inicial de su tercer trabajo Oliver Laxe realiza una construcción cinematográfica tan poderosa que si la película terminara ahí mismo, solo con eso alcanzaría para justificar su inclusión en cualquier lista. Y así como sus obras anteriores lo señalaban como un director a tener en cuenta, O que arde lo confirma de modo rotundo como un autor contemporáneo.
Amor verdadero (Claire Burger, Francia)
En tiempos donde lo masculino atraviesa un período de reconfiguración tan profundo que todos los moldes se volvieron obsoletos, una mujer, la francesa Claire Burger, se permite retratar con una ternura enorme la torpeza con la que algunos hombres trastabillan con la circunstancia de su propia sensibilidad. Un retrato de muchos amores.
Así habló el cambista (Federico Veiroj, Uruguay/Argentina)
Hay cosas que al uruguayo Federico Veiroj no le salen. Por ejemplo: filmar películas malas. Aunque hay razones para pensar que Así habló el cambista es la menos personal de ellas, aun así mantiene con su protagonista el mismo vínculo estrecho que suele unirlo a los de sus trabajos falazmente autobiográficos. Y lo acompaña hasta el final sin reprocharle sus miserias.
La mula (Clint Eastwood, Estados Unidos)
En esta lista intenté no recaer en nombres consagrados o blockbusters, aunque títulos como The Irishman, Ad Astra o Joker podrían haber formado parte de ella. Pero el viejo Clint es una debilidad y La mula uno de esos trabajos en los que se disfruta de su talento siempre austero como actor y director, pero sin tener que ponerse a discutir incómodos subtextos.
Ópera prima y película más significativa de mi país
Las facultades (Eloisa Solaas, Argentina)
A partir del modelo del documental de observación, Eloisa Solaas consigue orquestar un relato que da cuenta no solo de las diferentes relaciones que los individuos construyen con el conocimiento y con las instituciones educativas, sino que al mismo tiempo va trazando un meticuloso retrato del mundo y un mapa completo de la condición humana.
Texto publicado originalmente en el sitio http://www.conlosojosabiertos.com
domingo, 29 de diciembre de 2019
LIBROS - "Agencia General del Suicidio", de Jacques Rigaut: Políticas de la propia muerte
Puede decirse que el suicidio es tan antiguo como la humanidad. Incluso más: que tiene la edad de los dioses. Al menos a esa conclusión permite arribar el Diccionario de suicidas, un extraño libro en el que su autor, Armando Ragucci, compila en orden alfabético los nombres de suicidas de todos los tiempos, combinando historias famosas con otras ignotas. Entre ellas se encuentra por ejemplo la del rey Egeo, padre de Teseo, quien se arrojó al mar que ahora lleva su nombre al creer que su hijo había muerto combatiendo al Minotauro. O la de Hércules, semidios invencible que se lanzó al corazón de una hoguera luego de ponerse una túnica envenenada que le había regalado la celosa Deyanira. Los mayas tenían incluso una diosa que regía el suicido, Ixtab, quien estaba convenientemente unida en matrimonio a Ah Puch, dios de la muerte y el inframundo. Hablemos de parejas perfectas…
A lo largo de la historia el suicidio ha sido considerado de modos diversos. Fue idealizado, llevado al bronce por el espíritu romántico, condenado por algunas culturas y religiones, como el cristianismo, o reverenciado como ritual en el Japón imperial. Y finalmente, con la canonización del psicoanálisis, reducido al rol de colofón de distintos desórdenes psiquiátricos.
El del suicidio con el arte también es un vínculo de larga data, llegando a engendrar algunos libros que abordan directamente la cuestión, como El suicidio considerado como una de las bellas artes, del catalán Antonio Priante. En consecuencia la lista de artistas suicidas es extensa e incluye varios casos muy notables, como los del pintor holandés Vincent Van Gogh, los escritores estadounidenses Ernest Hemingway y Truman Capote, la diva del cine Marilyn Monroe, la poeta y cantante chilena Violeta Parra o el panteón de diosecitos del rock and roll, entre los que se destacan Nick Drake, Janis Joplin y Kurt Cobain, entre muchísimos otros.
Pero dentro del universo de artistas suicidas hay uno que convirtió al acto de quitarse la vida en la mayor de sus obras. Se trata del escritor francés Jacques Rigaut, quien formó parte de ala más radical del surrealismo durante las primeras décadas del siglo XX y de quien la editorial Interzona acaba de publicar Agencia general del suicidio, uno de sus trabajos emblemáticos. Como lo confirman los textos que integran este pequeño pero potente volumen, Rigaut dedicó buena parte de su vida pública a anunciar y perfeccionar su suicidio, que proyectaba cumplir al alcanzar la edad de 30 años. Consecuente, Rigaut concretó el plan de su propia muerte el 5 de noviembre de 1929, en París, menos de un mes antes de cumplir los 31.
A lo largo de los diferentes textos que le dan forma a Agencia general del suicidio –que cuenta con traducción y un excelente prólogo a cargo del escritor argentino Edgardo Scott–, Rigaut va descargando como una ametralladora una serie de ideas tendientes a defender la decisión ética de quitarse la vida. Un acto que planteado en los términos en los que los propone el francés adquiere una dimensión incluso política. "Pensar es un trabajo de pobres […] todo esfuerzo asalariado me lleva a pensar, es decir, a decidir asesinarme […] Pensar es considerar la muerte y tomar una decisión", escribe en "Novela de un muchacho pobre". Algunas páginas más adelante afirma que "el suicidio es una vocación". Y entre la colección de aforismos que cierran el libro hay algunos que le echan más leña al fuego del suicidio como destino, como "Mi libro de cabecera es un revólver" o el inmejorable "Trate, si puede, de detener a un hombre que viaja con un suicidio en el ojal".
Esta última frase parece dialogar directamente con las biografías del trío de suicidas más famosos de la literatura argentina, el que integraron Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. Los tres eran amigos –incluso se dice que amantes en algún caso— y se suicidaron uno detrás del otro entre 1937 y 1938. Las causas visibles en todos los casos fueron enfermedades o dolencias físicas insoportables. Lo curioso es que sus muertes se convirtieron casi en un mandato familiar. En el caso del uruguayo, su hija Eglé se suicidó un año después que él y su hijo Darío lo haría en 1951. Los hijos de Lugones también tuvieron finales trágicos: Leopoldo (h) también se quitó la vida en 1971, en tanto que su hermana Piri es una de los 30 mil desaparecidos que dejó la última dictadura.
Pero esa es otra historia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
A lo largo de la historia el suicidio ha sido considerado de modos diversos. Fue idealizado, llevado al bronce por el espíritu romántico, condenado por algunas culturas y religiones, como el cristianismo, o reverenciado como ritual en el Japón imperial. Y finalmente, con la canonización del psicoanálisis, reducido al rol de colofón de distintos desórdenes psiquiátricos.
El del suicidio con el arte también es un vínculo de larga data, llegando a engendrar algunos libros que abordan directamente la cuestión, como El suicidio considerado como una de las bellas artes, del catalán Antonio Priante. En consecuencia la lista de artistas suicidas es extensa e incluye varios casos muy notables, como los del pintor holandés Vincent Van Gogh, los escritores estadounidenses Ernest Hemingway y Truman Capote, la diva del cine Marilyn Monroe, la poeta y cantante chilena Violeta Parra o el panteón de diosecitos del rock and roll, entre los que se destacan Nick Drake, Janis Joplin y Kurt Cobain, entre muchísimos otros.
Pero dentro del universo de artistas suicidas hay uno que convirtió al acto de quitarse la vida en la mayor de sus obras. Se trata del escritor francés Jacques Rigaut, quien formó parte de ala más radical del surrealismo durante las primeras décadas del siglo XX y de quien la editorial Interzona acaba de publicar Agencia general del suicidio, uno de sus trabajos emblemáticos. Como lo confirman los textos que integran este pequeño pero potente volumen, Rigaut dedicó buena parte de su vida pública a anunciar y perfeccionar su suicidio, que proyectaba cumplir al alcanzar la edad de 30 años. Consecuente, Rigaut concretó el plan de su propia muerte el 5 de noviembre de 1929, en París, menos de un mes antes de cumplir los 31.
A lo largo de los diferentes textos que le dan forma a Agencia general del suicidio –que cuenta con traducción y un excelente prólogo a cargo del escritor argentino Edgardo Scott–, Rigaut va descargando como una ametralladora una serie de ideas tendientes a defender la decisión ética de quitarse la vida. Un acto que planteado en los términos en los que los propone el francés adquiere una dimensión incluso política. "Pensar es un trabajo de pobres […] todo esfuerzo asalariado me lleva a pensar, es decir, a decidir asesinarme […] Pensar es considerar la muerte y tomar una decisión", escribe en "Novela de un muchacho pobre". Algunas páginas más adelante afirma que "el suicidio es una vocación". Y entre la colección de aforismos que cierran el libro hay algunos que le echan más leña al fuego del suicidio como destino, como "Mi libro de cabecera es un revólver" o el inmejorable "Trate, si puede, de detener a un hombre que viaja con un suicidio en el ojal".
Esta última frase parece dialogar directamente con las biografías del trío de suicidas más famosos de la literatura argentina, el que integraron Horacio Quiroga, Leopoldo Lugones y Alfonsina Storni. Los tres eran amigos –incluso se dice que amantes en algún caso— y se suicidaron uno detrás del otro entre 1937 y 1938. Las causas visibles en todos los casos fueron enfermedades o dolencias físicas insoportables. Lo curioso es que sus muertes se convirtieron casi en un mandato familiar. En el caso del uruguayo, su hija Eglé se suicidó un año después que él y su hijo Darío lo haría en 1951. Los hijos de Lugones también tuvieron finales trágicos: Leopoldo (h) también se quitó la vida en 1971, en tanto que su hermana Piri es una de los 30 mil desaparecidos que dejó la última dictadura.
Pero esa es otra historia.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 26 de diciembre de 2019
CINE - 4° Festival Internacional de Cine de Macao, Nota 3: Entrevista al cineasta rumano Christian Mungiu
Como ocurrió acá con el Nuevo Cine Argentino a finales de la década de 1990, durante los primeros años del siglo XXI se dio en Rumania un movimiento de características similares. Tanto la Nueva Ola Rumana como su equivalente local surgieron casi como revoluciones juveniles que se atrevieron a cuestionar todo respecto al modo en que el cine era producido, pensado y consumido en sus propios países. Ambos giros fueron lo suficientemente copernicanos como para que no solo fueran notados puertas adentro, sino que también tomaron nota de ellos los grandes festivales del mundo, que comenzaron a apadrinar a las nuevas generaciones de directores argentinos y rumanos. En especial el Festival de Cannes en el caso de estos últimos. La lista de premios y nominaciones de la primera década del siglo impresiona.
En 2002 Cristian Mungiu es nominado por Occidente a la Cámara de Oro, premio con el que ese festival reconoce a la mejor ópera prima. En 2005 Cristi Puiu gana ahí el premio Un Certain Regard con La noche del señor Lazarescu. En 2006 Cătălin Mitulescu es nominado en la misma sección por Cómo celebré el fin del mundo y la protagonista, Dorotheea Petre, se lleva el premio a Mejor Actriz, mientras que Corneliu Porumboiu obtiene la Cámara Dorada por Bucarest 12:08. El mismo director se lleva en 2009 el Premio del Jurado en Un Certain Regard por Policía, adjetivo. Un año más tarde Radu Muntean y Puiu son nominados en la misma sección por Aquel martes después de Navidad y Aurora, mientras que Radu Jude gana el Premio C.I.C.A.E. en la Berlinale, por su ópera prima La chica más feliz del mundo.
Pero el mayor impacto en lo que a lauros se refiere lo consiguió Mungiu en 2008, al ganar la codiciada Palma de Oro con su segundo trabajo, la comentada 4 meses, 3 semanas y 2 días. El impulso le alcanzó para ser nominado además a los Globos de Oro en la categoría de films extranjeros. El film sigue casi en tiempo real a una chica que acompaña a una amiga a realizarse un aborto clandestino en una época (la dictadura de Nicolás Causescu) en que dicha práctica era ilegal en Rumania. La película impactó por la forma aséptica con que Mungiu registra el derrotero, incluida la escena en que la joven debe deshacerse del feto. La carrera del director siguió en 2012 con Más allá de las colinas, cuyo guión fue premiado en Cannes, y en 2016 con Graduación, con la que Mungiu obtuvo el premio al Mejor Director.
Durante el reciente 4° International Film Festival & Awards de la ciudad china de Macao, Página/12 pudo acceder a una charla con Mungiu, quien se desempeñó ahí como presidente del jurado de la sección de Nuevo Cine Chino. De mantener el ritmo de estrenar un film cada cuatro años, el rumano debería tener lista una nueva obra para 2020, aunque eso parece improbable. Hoy la agenda de Mungiu está más ocupada produciendo que dirigiendo, aunque no se trata de una decisión del todo voluntaria. “Nunca quise ser productor y no creo que lo sea, es solo que ahora puedo ayudar a otras personas porque estoy más establecido”, confiesa el director. “Siempre produje mis películas y a partir de eso me di cuenta que podía ayudar a otros a expresarse, sobre todo a cineastas más jóvenes que necesitan apoyo”, continua. “Pero es menos una cuestión financiera que discutir con cineastas que necesitan no tanto una guía, sino una mirada externa”, dice. “Y de todo lo que leo y veo para dar una devolución, algunas de estas personas quieren continuar el vínculo a través de la producción. Es cierto: todo esto me ocupa más tiempo que antes y encontrar el equilibrio entre todo lo que hago es lo más difícil en este momento”, concluye Mungiu.
-¿Cómo imagina entonces su futuro en el rol de director?
-Quiero seguir haciendo películas personales, que hablen de la forma en que la sociedad te afecta como individuo, pero sin convertirme en una especie de cineasta social. Las películas siempre tienen un lado personal, pero de fondo también hay un nivel social. Por eso cuando filmo espero no estar hablando solamente sobre Rumania. Creo que ni siquiera en 4 meses, 3 semanas, 2 días hablé solo de Rumania, porque si bien todo lo que ocurre puede verse en un contexto totalitario, en realidad se trata de la agresión, del afecto y de lo que la gente haría bajo esas circunstancias. Por eso busco historias que sean relevantes tanto para mí como para la sociedad en la que vivo y a la que puedo observar, pero que también puedan interpelar a otros.
-¿Se mantiene activo dentro del escenario político de su país?
-Estoy involucrado sobre todo con la comunidad de cineastas, tratando de que las cosas funcionen bien a nivel legislación. Porque el presupuesto del cine rumano es tan chico que necesitás asegurarte de que se lo reparte bien. Nunca podés ser demasiado generoso, porque hablamos de montos chicos. La cosa es siempre toma a toma.
-Usted ganó la Palma de Oro y otros premios en Cannes que instalaron su nombre a nivel global. ¿Nunca lo tentaron para dirigir en otro país?
-Creo que es importante que un cineasta hable de las cosas que conoce bien, de aquello que puede observar, y yo nunca viví en otro país. Pero incluso si lo hiciera, lleva mucho tiempo convertirse en una persona que forma parte de otro lugar y no me interesa hacer películas turísticas de un territorio al que no entiendo bien. Y aunque leo muchos guiones que me llegan de Estados Unidos, siento que miramos en direcciones muy distintas en término de lo que debe convertirse en un guión. Entonces me cuesta imaginar que alguna vez me llegará el indicado. Por supuesto que respeto a un montón de actores estadounidenses y me gustaría trabajar con muchos de ellos si encontráramos la cosa correcta, pero por el momento me importa más seguir haciendo películas sobre cosas que conozco bien.
-Entonces hablemos de su cine. En sus películas los personajes siempre están atravesados por cuestionamientos éticos. Para usted, como cineasta, ¿cuáles son las decisiones más difíciles de tomar?
-En primer lugar creo que lo más importante para un cineasta es respetar su propia ética profesional hacia el cine y no tanto hacer un cine en el que se hable de temas éticos o morales.
-¿En dónde radica la diferencia entre ambas posibilidades?
-En fijarte ciertos valores sobre el cine, acerca de lo que es ético hacer o no con él. Los valores que fijo para mí mismo son muy estrictos, porque entiendo cuán manipulador puede ser el cine y uno de mis ideales es ser lo menos manipulador posible. Esto moldea la forma en que trabajo. Por eso no uso trucos de montaje ni música, porque son formas demasiado obvias de mostrar lo que quiero. Cuando uno corta algo está tomando la decisión de darle más importancia que a otra cosa, en lugar de dejarle al espectador la libertad de que decida. Y usar música es una forma de decirle: “así es cómo creo que deberías sentirte en esta parte”. La vida no funciona así. Esa es la ética básica de cómo pienso el cine. Si sos fiel a vos mismo y hacés películas inspiradas por la realidad, como las que trato de hacer, te das cuenta de que la vida es de cierta manera y no podés tomar un atajo solo porque es más fácil para vos o para la narrativa. La prueba definitiva para mi generación, la de la Nueva Ola Rumana, es la del verosímil, la de preguntarse si esto o aquello realmente podría ocurrir en la vida real.
-Pero el cine no es la vida real.
-No, pero pienso que a través de él se puede intentar reflejarla. Por eso cuando en el guión hay algo que está ahí solo porque es conveniente, entonces lo elimino. Requiere de cierto oficio hacer este tipo de películas, porque te mantenés alejado de los grandes temas. Creo que hay cosas que son demasiado grandes para el cine y esto también forma parte de mi ética. No quiero ser gráfico, no quiero explotar el tema del día: quiero hablar sobre algo que es importante para mí y con lo que te puedas identificar, porque también podría pasarte a vos. Lo que busco es que una película se pueda ver pero que al mismo tiempo se abstenga de ser espectacular, que intente ser lo más minimalista posible. Que esté filmada con tomas largas, sin música ni edición. Y ese es uno de los motivos por los que no trabajo tan seguido. Porque necesito tiempo para acumular experiencia y entender cuál de todas las cosas que ocurren a mí alrededor es lo suficientemente relevante como para pasarme tres o cuatro años tratando de ponerlas en una historia.
-4 meses, 3 semanas y 2 días es su trabajo más importante porque es el que le otorgó una notoriedad mundial. ¿Qué es lo que hizo que la película se volviera tan unánimemente universal?
-En cada uno de mis trabajos espero estar hablando acerca de la naturaleza humana. Ese es el único tema de mis películas: la naturaleza humana bajo distintas circunstancias. Si observás de cerca a la gente y retratás cómo reaccionan, es posible que los espectadores de partes muy distantes del mundo puedan sentir empatía, porque a fin de cuentas no somos tan distintos en las elecciones personales que tomamos. Siempre tenemos una opción y me gusta dejar en claro que debemos ser conscientes de que la libertad conlleva cierta responsabilidad. Somos libre de decidir, pero siempre teniendo en mente que somos responsables de esas decisiones.
-Justamente, hablando de decisiones, aún hoy cuando se discute acerca de la película se sigue volviendo a la escena del feto. Desde una perspectiva actual, doce años después del estreno…
-Gracias por recordarme que fue hace tanto tiempo (risas).
-Usted todavía no había cumplido 40 años.
-Y ahora tengo 52.
-¿Y cómo evalúa aquella decisión cuando la analiza a sus 52 años?
-Aprendí a vivir con ella. Creo que una película nunca está terminada, sino que se termina porque tenés una fecha límite y eso hace que cada una se convierta en una suerte de cápsula del tiempo que muestra cómo pensabas en ese momento. Yo sigo sintiéndome cómodo con la película y con las decisiones que tomé, porque siento que logré captar el momento de gracia de un montón de cosas. Por eso creo que es lo suficientemente buena y se la puede seguir viendo hoy en día: porque la mayoría de las decisiones estuvieron bien. Evité todo que aquello que era un poco complicado, traté de elegir las opciones más simples y lo cuestioné todo. Esa fue la película en la que comencé a cuestionarme todas las decisiones que tomo como cineasta.
-¿Pero, insisto, cómo se siente hoy al ver esa toma en particular?
-Entiendo que es parte de cómo estaba diseñada la película y que no había forma de evitar esa toma. Claro que ahora tengo bastante más oficio y pienso que podría haberla filmado distinto, de forma que estuviera menos tiempo en pantalla. Pero sigo pensando que la película requería que lo mostrara. Necesitaba mostrarlo porque… porque la gente no se imagina algunas cosas. Creo que las cosas son distintas cuando las pensás que cuando estás en la situación, pero recién ahí entendés que son distintas de lo que imaginabas. Es un tipo de decisión que aún sostengo y me alegra que la película haya alimentado tantas polémicas. No sólo por esa toma, sino porque generó un montón de escenas que hoy en día constituyen el objeto de análisis de estudiantes de cine y porque permite cuestionar la forma en la que tradicionalmente hacemos las cosas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
En 2002 Cristian Mungiu es nominado por Occidente a la Cámara de Oro, premio con el que ese festival reconoce a la mejor ópera prima. En 2005 Cristi Puiu gana ahí el premio Un Certain Regard con La noche del señor Lazarescu. En 2006 Cătălin Mitulescu es nominado en la misma sección por Cómo celebré el fin del mundo y la protagonista, Dorotheea Petre, se lleva el premio a Mejor Actriz, mientras que Corneliu Porumboiu obtiene la Cámara Dorada por Bucarest 12:08. El mismo director se lleva en 2009 el Premio del Jurado en Un Certain Regard por Policía, adjetivo. Un año más tarde Radu Muntean y Puiu son nominados en la misma sección por Aquel martes después de Navidad y Aurora, mientras que Radu Jude gana el Premio C.I.C.A.E. en la Berlinale, por su ópera prima La chica más feliz del mundo.
Pero el mayor impacto en lo que a lauros se refiere lo consiguió Mungiu en 2008, al ganar la codiciada Palma de Oro con su segundo trabajo, la comentada 4 meses, 3 semanas y 2 días. El impulso le alcanzó para ser nominado además a los Globos de Oro en la categoría de films extranjeros. El film sigue casi en tiempo real a una chica que acompaña a una amiga a realizarse un aborto clandestino en una época (la dictadura de Nicolás Causescu) en que dicha práctica era ilegal en Rumania. La película impactó por la forma aséptica con que Mungiu registra el derrotero, incluida la escena en que la joven debe deshacerse del feto. La carrera del director siguió en 2012 con Más allá de las colinas, cuyo guión fue premiado en Cannes, y en 2016 con Graduación, con la que Mungiu obtuvo el premio al Mejor Director.
Durante el reciente 4° International Film Festival & Awards de la ciudad china de Macao, Página/12 pudo acceder a una charla con Mungiu, quien se desempeñó ahí como presidente del jurado de la sección de Nuevo Cine Chino. De mantener el ritmo de estrenar un film cada cuatro años, el rumano debería tener lista una nueva obra para 2020, aunque eso parece improbable. Hoy la agenda de Mungiu está más ocupada produciendo que dirigiendo, aunque no se trata de una decisión del todo voluntaria. “Nunca quise ser productor y no creo que lo sea, es solo que ahora puedo ayudar a otras personas porque estoy más establecido”, confiesa el director. “Siempre produje mis películas y a partir de eso me di cuenta que podía ayudar a otros a expresarse, sobre todo a cineastas más jóvenes que necesitan apoyo”, continua. “Pero es menos una cuestión financiera que discutir con cineastas que necesitan no tanto una guía, sino una mirada externa”, dice. “Y de todo lo que leo y veo para dar una devolución, algunas de estas personas quieren continuar el vínculo a través de la producción. Es cierto: todo esto me ocupa más tiempo que antes y encontrar el equilibrio entre todo lo que hago es lo más difícil en este momento”, concluye Mungiu.
-¿Cómo imagina entonces su futuro en el rol de director?
-Quiero seguir haciendo películas personales, que hablen de la forma en que la sociedad te afecta como individuo, pero sin convertirme en una especie de cineasta social. Las películas siempre tienen un lado personal, pero de fondo también hay un nivel social. Por eso cuando filmo espero no estar hablando solamente sobre Rumania. Creo que ni siquiera en 4 meses, 3 semanas, 2 días hablé solo de Rumania, porque si bien todo lo que ocurre puede verse en un contexto totalitario, en realidad se trata de la agresión, del afecto y de lo que la gente haría bajo esas circunstancias. Por eso busco historias que sean relevantes tanto para mí como para la sociedad en la que vivo y a la que puedo observar, pero que también puedan interpelar a otros.
-¿Se mantiene activo dentro del escenario político de su país?
-Estoy involucrado sobre todo con la comunidad de cineastas, tratando de que las cosas funcionen bien a nivel legislación. Porque el presupuesto del cine rumano es tan chico que necesitás asegurarte de que se lo reparte bien. Nunca podés ser demasiado generoso, porque hablamos de montos chicos. La cosa es siempre toma a toma.
-Usted ganó la Palma de Oro y otros premios en Cannes que instalaron su nombre a nivel global. ¿Nunca lo tentaron para dirigir en otro país?
-Creo que es importante que un cineasta hable de las cosas que conoce bien, de aquello que puede observar, y yo nunca viví en otro país. Pero incluso si lo hiciera, lleva mucho tiempo convertirse en una persona que forma parte de otro lugar y no me interesa hacer películas turísticas de un territorio al que no entiendo bien. Y aunque leo muchos guiones que me llegan de Estados Unidos, siento que miramos en direcciones muy distintas en término de lo que debe convertirse en un guión. Entonces me cuesta imaginar que alguna vez me llegará el indicado. Por supuesto que respeto a un montón de actores estadounidenses y me gustaría trabajar con muchos de ellos si encontráramos la cosa correcta, pero por el momento me importa más seguir haciendo películas sobre cosas que conozco bien.
-Entonces hablemos de su cine. En sus películas los personajes siempre están atravesados por cuestionamientos éticos. Para usted, como cineasta, ¿cuáles son las decisiones más difíciles de tomar?
-En primer lugar creo que lo más importante para un cineasta es respetar su propia ética profesional hacia el cine y no tanto hacer un cine en el que se hable de temas éticos o morales.
-¿En dónde radica la diferencia entre ambas posibilidades?
-En fijarte ciertos valores sobre el cine, acerca de lo que es ético hacer o no con él. Los valores que fijo para mí mismo son muy estrictos, porque entiendo cuán manipulador puede ser el cine y uno de mis ideales es ser lo menos manipulador posible. Esto moldea la forma en que trabajo. Por eso no uso trucos de montaje ni música, porque son formas demasiado obvias de mostrar lo que quiero. Cuando uno corta algo está tomando la decisión de darle más importancia que a otra cosa, en lugar de dejarle al espectador la libertad de que decida. Y usar música es una forma de decirle: “así es cómo creo que deberías sentirte en esta parte”. La vida no funciona así. Esa es la ética básica de cómo pienso el cine. Si sos fiel a vos mismo y hacés películas inspiradas por la realidad, como las que trato de hacer, te das cuenta de que la vida es de cierta manera y no podés tomar un atajo solo porque es más fácil para vos o para la narrativa. La prueba definitiva para mi generación, la de la Nueva Ola Rumana, es la del verosímil, la de preguntarse si esto o aquello realmente podría ocurrir en la vida real.
-Pero el cine no es la vida real.
-No, pero pienso que a través de él se puede intentar reflejarla. Por eso cuando en el guión hay algo que está ahí solo porque es conveniente, entonces lo elimino. Requiere de cierto oficio hacer este tipo de películas, porque te mantenés alejado de los grandes temas. Creo que hay cosas que son demasiado grandes para el cine y esto también forma parte de mi ética. No quiero ser gráfico, no quiero explotar el tema del día: quiero hablar sobre algo que es importante para mí y con lo que te puedas identificar, porque también podría pasarte a vos. Lo que busco es que una película se pueda ver pero que al mismo tiempo se abstenga de ser espectacular, que intente ser lo más minimalista posible. Que esté filmada con tomas largas, sin música ni edición. Y ese es uno de los motivos por los que no trabajo tan seguido. Porque necesito tiempo para acumular experiencia y entender cuál de todas las cosas que ocurren a mí alrededor es lo suficientemente relevante como para pasarme tres o cuatro años tratando de ponerlas en una historia.
-4 meses, 3 semanas y 2 días es su trabajo más importante porque es el que le otorgó una notoriedad mundial. ¿Qué es lo que hizo que la película se volviera tan unánimemente universal?
-En cada uno de mis trabajos espero estar hablando acerca de la naturaleza humana. Ese es el único tema de mis películas: la naturaleza humana bajo distintas circunstancias. Si observás de cerca a la gente y retratás cómo reaccionan, es posible que los espectadores de partes muy distantes del mundo puedan sentir empatía, porque a fin de cuentas no somos tan distintos en las elecciones personales que tomamos. Siempre tenemos una opción y me gusta dejar en claro que debemos ser conscientes de que la libertad conlleva cierta responsabilidad. Somos libre de decidir, pero siempre teniendo en mente que somos responsables de esas decisiones.
-Justamente, hablando de decisiones, aún hoy cuando se discute acerca de la película se sigue volviendo a la escena del feto. Desde una perspectiva actual, doce años después del estreno…
-Gracias por recordarme que fue hace tanto tiempo (risas).
-Usted todavía no había cumplido 40 años.
-Y ahora tengo 52.
-¿Y cómo evalúa aquella decisión cuando la analiza a sus 52 años?
-Aprendí a vivir con ella. Creo que una película nunca está terminada, sino que se termina porque tenés una fecha límite y eso hace que cada una se convierta en una suerte de cápsula del tiempo que muestra cómo pensabas en ese momento. Yo sigo sintiéndome cómodo con la película y con las decisiones que tomé, porque siento que logré captar el momento de gracia de un montón de cosas. Por eso creo que es lo suficientemente buena y se la puede seguir viendo hoy en día: porque la mayoría de las decisiones estuvieron bien. Evité todo que aquello que era un poco complicado, traté de elegir las opciones más simples y lo cuestioné todo. Esa fue la película en la que comencé a cuestionarme todas las decisiones que tomo como cineasta.
-¿Pero, insisto, cómo se siente hoy al ver esa toma en particular?
-Entiendo que es parte de cómo estaba diseñada la película y que no había forma de evitar esa toma. Claro que ahora tengo bastante más oficio y pienso que podría haberla filmado distinto, de forma que estuviera menos tiempo en pantalla. Pero sigo pensando que la película requería que lo mostrara. Necesitaba mostrarlo porque… porque la gente no se imagina algunas cosas. Creo que las cosas son distintas cuando las pensás que cuando estás en la situación, pero recién ahí entendés que son distintas de lo que imaginabas. Es un tipo de decisión que aún sostengo y me alegra que la película haya alimentado tantas polémicas. No sólo por esa toma, sino porque generó un montón de escenas que hoy en día constituyen el objeto de análisis de estudiantes de cine y porque permite cuestionar la forma en la que tradicionalmente hacemos las cosas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
CINE - "Nosotros tres" (Qui m'aime me suive), de José Alcala: Comedia Over the Top
¿Cuál es, si la hay, la forma correcta del amor? ¿Existe un modelo, un patrón o un molde cuyo diseño pueda estandarizar la experiencia suprema de la condición humana? Afirmar que la comedia francesa Nosotros tres aspira a responder algunas de estas preguntas tal vez sea una exageración, aunque tampoco se le puede negar la voluntad de avanzar por ese camino. De un modo muy simple, la película da algunos pasos en esa dirección y aunque nunca consiga más que escarbar apenas sobre la superficie del asunto, al menos intenta esbozar algunas ideas al respecto. Pero como ya se sabe, aquel adagio que afirma que “lo que vale es la intención” carece de valor a la hora de analizar una película.
Dirigida y escrita por José Alcala, Nosotros tres se apoya sobre una trama de vínculos amorosos que incluye instituciones como el matrimonio, la paternidad, la amistad y las relaciones entre abuelos y nietos o entre amantes. Es cierto que muchas películas abordan estos ejes, solo que en este caso aparecen todos juntos, comprimidos en 90 minutos. Gilbert (Daniel Auteuil) y Simone (Catherine Frot) llevan casados una eternidad, pero su vínculo se ha enfriado hace rato. Ambos están frustrados por la carga de lo cotidiano. Él, que ha sido un joven liberal, se ha vuelto un viejo hosco y conservador. Y ella se ha dejado someter por ese hombre al que amó por su atrevimiento, pero al que ahora no respeta, aunque le teme. Por eso no es extraño que Simone se haya convertido en amante de Etienne (Bernard Le Coq), el mejor amigo de ambos, que a sus casi 70 vive una segunda juventud en la casa de enfrente.
Alcala le imprime al relato una impronta caricaturesca algo anticuada, pero al menos el trío protagónico, integrado por actores de probadas dotes dramáticas, coincide en abordar a sus personajes bien lejos del naturalismo, evitando que la película se vuelva un cocoliche expresionista. Es decir, todos sobreactúan por igual. En el caso de Auteuil, que es el rostro más conocido de los tres para los espectadores argentinos, se trata además de una constante que abarca algunos de sus últimos trabajos. Incluso se podría arriesgar que en sus exageradas composiciones recientes se esconde la aspiración de convertirse en el Al Pacino francés, siempre over the top, dispuesto a llevar la aguja del vúmetro dramático hasta la zona roja del espectro.
Pero para ser justos, debe decirse que Auteuil también es responsable de lo mejor de Nosotros tres. Es que cuando Simone lo deja para irse con Etienne, el abandonado Gilbert debe hacerse cargo por unos días de un nieto adolescente, al que no conoce porque lleva años peleado con su hija. Si dicha subtrama se convierte en lo más logrado de la película casi sin esfuerzo es justamente por la ternura que Auteuil y el joven Solam Dejean- Lecréole consiguen imprimirle a la construcción del vínculo. Cuando están juntos en pantalla la película brilla un poco más y hasta consigue que el espectador se preocupe un poco por el destino del abuelo y el nieto. Algo es algo...
Artículo publicado originalmente en la sección espectáculos de Página/12.
Dirigida y escrita por José Alcala, Nosotros tres se apoya sobre una trama de vínculos amorosos que incluye instituciones como el matrimonio, la paternidad, la amistad y las relaciones entre abuelos y nietos o entre amantes. Es cierto que muchas películas abordan estos ejes, solo que en este caso aparecen todos juntos, comprimidos en 90 minutos. Gilbert (Daniel Auteuil) y Simone (Catherine Frot) llevan casados una eternidad, pero su vínculo se ha enfriado hace rato. Ambos están frustrados por la carga de lo cotidiano. Él, que ha sido un joven liberal, se ha vuelto un viejo hosco y conservador. Y ella se ha dejado someter por ese hombre al que amó por su atrevimiento, pero al que ahora no respeta, aunque le teme. Por eso no es extraño que Simone se haya convertido en amante de Etienne (Bernard Le Coq), el mejor amigo de ambos, que a sus casi 70 vive una segunda juventud en la casa de enfrente.
Alcala le imprime al relato una impronta caricaturesca algo anticuada, pero al menos el trío protagónico, integrado por actores de probadas dotes dramáticas, coincide en abordar a sus personajes bien lejos del naturalismo, evitando que la película se vuelva un cocoliche expresionista. Es decir, todos sobreactúan por igual. En el caso de Auteuil, que es el rostro más conocido de los tres para los espectadores argentinos, se trata además de una constante que abarca algunos de sus últimos trabajos. Incluso se podría arriesgar que en sus exageradas composiciones recientes se esconde la aspiración de convertirse en el Al Pacino francés, siempre over the top, dispuesto a llevar la aguja del vúmetro dramático hasta la zona roja del espectro.
Pero para ser justos, debe decirse que Auteuil también es responsable de lo mejor de Nosotros tres. Es que cuando Simone lo deja para irse con Etienne, el abandonado Gilbert debe hacerse cargo por unos días de un nieto adolescente, al que no conoce porque lleva años peleado con su hija. Si dicha subtrama se convierte en lo más logrado de la película casi sin esfuerzo es justamente por la ternura que Auteuil y el joven Solam Dejean- Lecréole consiguen imprimirle a la construcción del vínculo. Cuando están juntos en pantalla la película brilla un poco más y hasta consigue que el espectador se preocupe un poco por el destino del abuelo y el nieto. Algo es algo...
Artículo publicado originalmente en la sección espectáculos de Página/12.
domingo, 22 de diciembre de 2019
CINE - Entrevista a Eduardo Álvarez Tuñón, autor de "El tropiezo del tiempo": Cuentos contados
Por una cuestión práctica, tal vez por comodidad, la humanidad se empecina desde siempre en separar las cosas, en buscar marcas que distingan a una de otra e inventar etiquetas que las definan. En virtud de eso, por ejemplo, no es lo mismo la era mesozoica que la paleozoica ni una sinfonía que un concierto, como tampoco son lo mismo en matemática un axioma y un teorema. En la literatura argentina reciente, por ejemplo, existe el estilo Aira, que tiene su centro en César pero en torno a quien giran un montón de satélites que miran para otro lado para no ver su condición satelital. Existieron el realismo delirante, que se murió con Alberto Laiseca, o las metanovelas de Ricardo Piglia, que en la superficie narraban una historia pero que en el fondo discutían el canon de la propia literatura argentina. Están los que escriben crónicas, los que construyen versiones encubiertas de sí mismos o los que ahora descubrieron el realismo sucio, que ya fue inventado unas diez o doce veces antes. Y también está Eduardo Álvarez Tuñón, un problema para rotuladores seriales.
Poeta, novelista, cuentista y ex juez de la Nación, Álvarez Tuñón tiene por lo menos una docena de libros publicados. Pese a ello, su nombre no se encuentra dentro de la lista que suelen publicar los suplementos de cultura de los diarios ni su estampa es de las que se repiten cada dos o tres años en las tapas de las revistas literarias. Se trata en cambio de un escritor sobre los márgenes, aunque las causas para ello son poco claras. No es que el autor se propusiera de forma deliberada ascender al Olimpo de los herméticos ni al de los iluminados, ni que se haya empecinado en convertirse en uno de los malditos. No. El motivo parece más simple: se puede decir que Álvarez Tuñón es un clásico.
Eso es lo que permiten concluir los siete cuentos que integran su último trabajo, El tropiezo del tiempo, publicado en conjunto por las editoriales Libros del Zorzal y Edhasa. Son ellos los que dan cuenta de un narrador que elige mantenerse fiel a las reglas de una literatura que le da más importancia a los hechos concretos que a las percepciones subjetivas, abordados por un narrador más preocupado por los personajes que por sí mismo y que, en consecuencia, pone al relato por encima del autor. Álvarez Tuñón no parece escribir para alimentar un ego voraz, sino que busca contagiar al lector esa pasión que lo ha obligado a contar estas historias.
Sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, escritor que integró la generación de Jorge Luis Borges, Álvarez Tuñón es generoso en historias. Entre ellas está la de un violinista que al desafinar de forma deliberada cambia el destino de una guerra; la de un joven aspirante a escritor que solo consigue trabajo cuidando a un viejo que le hará descubrir los secretos de la noche barcelonesa; la de dos inmigrantes que se casan para poder desembarcar en Buenos Aires a principios del siglo XX, pero que recién se conocerán varios años después; o la de tres adolescentes que avanzan junto al ejército republicano rumbo a Madrid, pero que nunca se enteran que van hacia el final de su inocencia y más allá.
“Es cierto, he crecido en un ambiente literario y quizás esa circunstancia ha sido esencial”, dice el autor, intentando hallar el origen de su amor por la escritura y, quizás, también el de su estilo elegante. “Me crié con mi tía abuela, María Consuelo González Tuñón, hermana mayor de Raúl, que era una mujer extraordinaria, con una biblioteca maravillosa y ella me contagió la pasión por la lectura”, continúa. Sostiene además que dentro de su obra el cuento es tal vez el que mejor refleja su identidad como escritor. “Yo he pasado de la poesía a la prosa y creo que el cuento une los dos géneros. Tiene la intensidad y la brevedad de la poesía y a su vez encierra una historia. Y nada me gusta tanto como contar historias”, confiesa Álvarez Tuñón. “Hubiera querido ser un narrador oral como los que crearon Las mil y una noches, ser escuchado al final del día. El tropiezo del tiempo, que es mi segundo libro de cuentos, aspira a eso”, concluye para definir a un libro que se parece a una máquina del tiempo literaria.
-En “La suerte y la noche”, el cuento que abre el libro, un viejo jugador de póquer le dice al joven que lo cuida: “Cuando ganes imita los gestos del que pierde, para que sienta que no hay tanta diferencia entre ganar y perder. Apiádate, porque en algún momento estarás en su lugar.” ¿Por qué es necesario un consejo como éste en tiempos en que las victorias se sobreactúan y el éxito es la unidad de medida para valorar a las personas?
-Creo que a lo largo de la vida, e incluso diría más, a lo largo del día, todos somos ganadores y perdedores, reyes y mendigos. Reyes de lo que no nos interesa y mendigos de lo que amamos. Hay en la derrota, en la pérdida, una dignidad que la victoria no tiene. Por eso me gusta tanto La Eneida: Virgilio celebra a Eneas, que lo ha perdido todo, hasta su ciudad, Troya. Es un vencido.
-Acaba de mencionar la pérdida, que junto a la ausencia son elementos que signan el destino de muchos personajes de sus cuentos. ¿Por qué regresa a ellos con tanta asiduidad?
-Pienso que nadie percibe que está en el paraíso y que solo advertimos que hemos estado en él cuando ya nos han expulsado. Tal vez escribir será una forma de volver, una consumación del recuerdo. Dante define muy bien el Paraíso en un verso de la Comedia, que, por una paradoja poética, está ubicado en el Canto II del Infierno. Beatriz, para decir que viene del Paraíso, dice "vengo del lugar al que tornar deseo". El Paraíso es el lugar al que se quiere volver. El paraíso es siempre el paraíso perdido.
-Sus cuentos tienen algo de borgeano. No solo por estilo, sino por algunas ideas casi metafísicas que aparecen en ellos y la forma en que usted las integra en objetos literarios. En tanto escritor argentino y sobre todo como cuentista, ¿se considera dentro del grupo de discípulos de Borges o se siente parte de los parricidas?
-La figura de Borges me parece extraordinaria, insoslayable. Lo he leído y lo leo, incluso en voz alta. Pero jamás pensé la literatura como una relación de maestros y discípulos. El escritor no controla demasiado lo que escribe, al menos en mi experiencia. Existe un desdoblamiento cabal. Aunque tampoco reniego de influencias posibles. Por otra parte no soy parricida de nadie, tal vez porque me crié sin padre. No es mi estilo.
-Muchos de los cuentos transcurren o están inspirados en universos vinculados a la cultura y la historia europeas, lo que también podría ser visto como un detalle borgeano.
-Nunca tuve una concepción local de la escritura. Las historias me atrapan, sucedan donde sucedan. De los siete cuentos que integran el libro tres ocurren en Buenos Aires y el que le da título al libro tiene su desenlace aquí. Además creo que lo cosmopolita no es un atributo solo de Borges. Pensemos en Marguerite Yourcenar, o más cerca, en Julio Cortázar. Pienso, por ejemplo y salvando las distancias, en Alejo Carpentier, al que admiro mucho: sus historias suceden en distintos lugares del mundo, no solo en el Caribe.
-En varios de ellos el arte surge como una alternativa ante problemas que parecen no tener otra solución. Me resulta paradójica esa recurrencia en alguien que ha sido juez de la Nación. Parece que a fin de cuentas creyera más en la justicia poética que en la de los hombres…
-No tengas dudas de que creo más en la justicia poética que en la humana, porque esta última tiene más límites. Pero en la función, a veces, he sentido que lo lograba, aunque nunca lo he sabido a ciencia cierta.
-¿En algún momento su carrera judicial fue un obstáculo para su pasión por la literatura?
-No puedo afirmar que haya sido así. La viví con pasión y fervor. Le debo mucho a la Justicia. Ha sido mi trabajo, me ha permitido vivir, no puedo ser desagradecido. Aparte me brindó más de una historia: hay algún cuento y alguna novela que escribí sobre la base de expedientes que pasaron por mis manos en Tribunales.
-Ciertamente el vínculo entre realidad y ficción parece ser muy intenso en su obra. De hecho uno de los cuentos del libro está basado en la historia de los padres del maestro Daniel Barenboim.
-Todos mis cuentos están basados en hechos reales. Me interesa lo inverosímil de la realidad. En esa fisura está la vida, sus perplejidades, sus paradojas. La realidad supera todo. Pese a mi agnosticismo, debo reconocer que Dios es el mejor escritor, sus argumentos son insuperables, pero está en nosotros agregarles la poesía de una dimensión humana.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Poeta, novelista, cuentista y ex juez de la Nación, Álvarez Tuñón tiene por lo menos una docena de libros publicados. Pese a ello, su nombre no se encuentra dentro de la lista que suelen publicar los suplementos de cultura de los diarios ni su estampa es de las que se repiten cada dos o tres años en las tapas de las revistas literarias. Se trata en cambio de un escritor sobre los márgenes, aunque las causas para ello son poco claras. No es que el autor se propusiera de forma deliberada ascender al Olimpo de los herméticos ni al de los iluminados, ni que se haya empecinado en convertirse en uno de los malditos. No. El motivo parece más simple: se puede decir que Álvarez Tuñón es un clásico.
Eso es lo que permiten concluir los siete cuentos que integran su último trabajo, El tropiezo del tiempo, publicado en conjunto por las editoriales Libros del Zorzal y Edhasa. Son ellos los que dan cuenta de un narrador que elige mantenerse fiel a las reglas de una literatura que le da más importancia a los hechos concretos que a las percepciones subjetivas, abordados por un narrador más preocupado por los personajes que por sí mismo y que, en consecuencia, pone al relato por encima del autor. Álvarez Tuñón no parece escribir para alimentar un ego voraz, sino que busca contagiar al lector esa pasión que lo ha obligado a contar estas historias.
Sobrino nieto del poeta Raúl González Tuñón, escritor que integró la generación de Jorge Luis Borges, Álvarez Tuñón es generoso en historias. Entre ellas está la de un violinista que al desafinar de forma deliberada cambia el destino de una guerra; la de un joven aspirante a escritor que solo consigue trabajo cuidando a un viejo que le hará descubrir los secretos de la noche barcelonesa; la de dos inmigrantes que se casan para poder desembarcar en Buenos Aires a principios del siglo XX, pero que recién se conocerán varios años después; o la de tres adolescentes que avanzan junto al ejército republicano rumbo a Madrid, pero que nunca se enteran que van hacia el final de su inocencia y más allá.
“Es cierto, he crecido en un ambiente literario y quizás esa circunstancia ha sido esencial”, dice el autor, intentando hallar el origen de su amor por la escritura y, quizás, también el de su estilo elegante. “Me crié con mi tía abuela, María Consuelo González Tuñón, hermana mayor de Raúl, que era una mujer extraordinaria, con una biblioteca maravillosa y ella me contagió la pasión por la lectura”, continúa. Sostiene además que dentro de su obra el cuento es tal vez el que mejor refleja su identidad como escritor. “Yo he pasado de la poesía a la prosa y creo que el cuento une los dos géneros. Tiene la intensidad y la brevedad de la poesía y a su vez encierra una historia. Y nada me gusta tanto como contar historias”, confiesa Álvarez Tuñón. “Hubiera querido ser un narrador oral como los que crearon Las mil y una noches, ser escuchado al final del día. El tropiezo del tiempo, que es mi segundo libro de cuentos, aspira a eso”, concluye para definir a un libro que se parece a una máquina del tiempo literaria.
-En “La suerte y la noche”, el cuento que abre el libro, un viejo jugador de póquer le dice al joven que lo cuida: “Cuando ganes imita los gestos del que pierde, para que sienta que no hay tanta diferencia entre ganar y perder. Apiádate, porque en algún momento estarás en su lugar.” ¿Por qué es necesario un consejo como éste en tiempos en que las victorias se sobreactúan y el éxito es la unidad de medida para valorar a las personas?
-Creo que a lo largo de la vida, e incluso diría más, a lo largo del día, todos somos ganadores y perdedores, reyes y mendigos. Reyes de lo que no nos interesa y mendigos de lo que amamos. Hay en la derrota, en la pérdida, una dignidad que la victoria no tiene. Por eso me gusta tanto La Eneida: Virgilio celebra a Eneas, que lo ha perdido todo, hasta su ciudad, Troya. Es un vencido.
-Acaba de mencionar la pérdida, que junto a la ausencia son elementos que signan el destino de muchos personajes de sus cuentos. ¿Por qué regresa a ellos con tanta asiduidad?
-Pienso que nadie percibe que está en el paraíso y que solo advertimos que hemos estado en él cuando ya nos han expulsado. Tal vez escribir será una forma de volver, una consumación del recuerdo. Dante define muy bien el Paraíso en un verso de la Comedia, que, por una paradoja poética, está ubicado en el Canto II del Infierno. Beatriz, para decir que viene del Paraíso, dice "vengo del lugar al que tornar deseo". El Paraíso es el lugar al que se quiere volver. El paraíso es siempre el paraíso perdido.
-Sus cuentos tienen algo de borgeano. No solo por estilo, sino por algunas ideas casi metafísicas que aparecen en ellos y la forma en que usted las integra en objetos literarios. En tanto escritor argentino y sobre todo como cuentista, ¿se considera dentro del grupo de discípulos de Borges o se siente parte de los parricidas?
-La figura de Borges me parece extraordinaria, insoslayable. Lo he leído y lo leo, incluso en voz alta. Pero jamás pensé la literatura como una relación de maestros y discípulos. El escritor no controla demasiado lo que escribe, al menos en mi experiencia. Existe un desdoblamiento cabal. Aunque tampoco reniego de influencias posibles. Por otra parte no soy parricida de nadie, tal vez porque me crié sin padre. No es mi estilo.
-Muchos de los cuentos transcurren o están inspirados en universos vinculados a la cultura y la historia europeas, lo que también podría ser visto como un detalle borgeano.
-Nunca tuve una concepción local de la escritura. Las historias me atrapan, sucedan donde sucedan. De los siete cuentos que integran el libro tres ocurren en Buenos Aires y el que le da título al libro tiene su desenlace aquí. Además creo que lo cosmopolita no es un atributo solo de Borges. Pensemos en Marguerite Yourcenar, o más cerca, en Julio Cortázar. Pienso, por ejemplo y salvando las distancias, en Alejo Carpentier, al que admiro mucho: sus historias suceden en distintos lugares del mundo, no solo en el Caribe.
-En varios de ellos el arte surge como una alternativa ante problemas que parecen no tener otra solución. Me resulta paradójica esa recurrencia en alguien que ha sido juez de la Nación. Parece que a fin de cuentas creyera más en la justicia poética que en la de los hombres…
-No tengas dudas de que creo más en la justicia poética que en la humana, porque esta última tiene más límites. Pero en la función, a veces, he sentido que lo lograba, aunque nunca lo he sabido a ciencia cierta.
-¿En algún momento su carrera judicial fue un obstáculo para su pasión por la literatura?
-No puedo afirmar que haya sido así. La viví con pasión y fervor. Le debo mucho a la Justicia. Ha sido mi trabajo, me ha permitido vivir, no puedo ser desagradecido. Aparte me brindó más de una historia: hay algún cuento y alguna novela que escribí sobre la base de expedientes que pasaron por mis manos en Tribunales.
-Ciertamente el vínculo entre realidad y ficción parece ser muy intenso en su obra. De hecho uno de los cuentos del libro está basado en la historia de los padres del maestro Daniel Barenboim.
-Todos mis cuentos están basados en hechos reales. Me interesa lo inverosímil de la realidad. En esa fisura está la vida, sus perplejidades, sus paradojas. La realidad supera todo. Pese a mi agnosticismo, debo reconocer que Dios es el mejor escritor, sus argumentos son insuperables, pero está en nosotros agregarles la poesía de una dimensión humana.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 12 de diciembre de 2019
CINE - 4° Festival Internacional de Cine de Macao, Nota 2: El premio que falta
Tras una semana de proyecciones y una nutrida agenda de actividades, que entre otras incluyó una charla pública de la estrella francesa Juliette Binoche, concluyó la cuarta edición del Festival Internacional de Cine de Macao (IFFAM, según su sigla en inglés). Tanto en la Competencia Internacional como en la de Nuevo Cine Chino se repartieron galardones con criterio, pero al mismo tiempo el palmarés dejó poco lugar a la sorpresa. Sobre todo en el caso de la sección china. El asunto resulta paradójico, porque si bien existen buenos argumentos para justificar la elección realizada por los jurados, también es cierto que algunas de sus decisiones resultan un tanto conservadoras.
El jurado de la Competencia Internacional, presidido por el cineasta tailandés Peter Chan Ho-Sun, resolvió elegir como Mejor Película a Give Me Liberty, una producción de origen estadounidense pero dirigida por el ruso Kirill Mikhanovsky. La película, que previamente tuvo su paso por la Quincena de los Realizadores de Cannes y el Festival de Sundance, contaba además con el favoritismo de algunos de los críticos que llegaron hasta Macao para cubrir el festival. El resto de los premios de la sección se los repartieron entre la franco británica Lynn + Lucy, del director Fyzal Boulifa, que se llevó los de Mejor Director y Mejor Actriz; Buoyancy, film de origen australiano de Rodd Rathjen, que obtuvo los de Mejor Actor y el premio del público; en tanto que el de Mejor Guión recayó en Bellbird, del neozelandés Hamish Bennett. Las dos películas de la sección dirigidas por argentinos --Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky; y la coproducción entre Reino Unido, China y Canadá Two/One, de Juan Cabral-- esta vez no se llevaron ningún premio.
A diferencia de la Competencia Internacional, que concentró sus premios en cuatro de los diez títulos programadas, el jurado de Nuevo Cine Chino, presidido por el cineasta rumano Cristian Mungiu, repartió los suyos sin repetir y sin soplar. La ganadora fue Dwelling in the Fuchun Mountains , cuya principal fortaleza reside en la enorme capacidad del director Gu Xiaogang para resolver las cuestiones narrativas del relato a través de un uso contundente y virtuoso de los recursos técnicos. Pero al mismo tiempo cierta frialdad, derivada de ese mismo rigor de la puesta en escena, endurece el costado emotivo en el resultado final. El resto de los premios fueron para Wet Season (Mejor Director: Anthony Chen); To Live to Sing, de Johnny Ma (Mejor Guión); Better Days, de Derek Kwock-cheung Tsang (Mejor Actriz) y Wisdom Tooth, de Liang Ming (Mejor Actor).
En la lista de premiadas sorprende la ausencia de Lucky Grandma, comedia old school que resultó un verdadero hallazgo de programación y que además es la única de la categoría dirigida por una mujer (Sasie Sealy). Ambientada en el Barrio Chino de Nueva York, la película cuenta la historia de una mujer mayor a la que una adivina le augura una inminente jornada de buena suerte. Y cuando ese día llega, la abuela se levanta y se va al casino en un tour para jubilados. Apostando de forma temeraria, la señora gana en cada mesa en la que se sienta a jugar y en unas horas acumula una fortuna. Hasta que en la última mano pierde todo. En el micro de regreso, un viejito se le sienta al lado, pero muere mientras duerme. La abuela descubre que el tipo viaja con un bolso de dinero que ella decide quedarse. Por supuesto se trata de plata sucia y pronto la abuela tendrá a la mafia china pisándole los talones.
Son muchos los puntos altos de Lucky Grandma. Sasey le imprime al relato un ritmo preciso que funciona como plataforma para un timming humorístico que encuentra en el montaje un aliado perfecto. La banda sonora por su parte abreva en la fuente de la clase B de los 60 y 70 que le dan al film una atmósfera de a ratos tarantiniana. Pero el gran secreto de la película es la actuación de la octogenaria Tsai Chin, la protagonista, que construye a su abuela de pocas pulgas a base de gestos y detalles que dan por resultado un personaje tan sarcástico y displicente como encantador.
Tsai Chi demuestra oficio y alcanza revisar su filmografía para confirmar su experiencia. Uno de sus primeros trabajos fue en la clásica El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957); fue chica Bond en Solo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967) y volvió a la franquicia 40 años después para hacer un papel en Casino Royale (Martin Campbell, 2006), entre muchos otros. Es cierto que la joven Zhou Dong Yu realiza una labor notable componiendo a la joven víctima de bullying que protagoniza Better Days, pero la de Tsai Chi no lo es menos. La diferencia parece ser la misma que a la hora de los premios suele ensalzar al drama y olvidarse de la comedia. Y siempre es una lástima cuando un festival cine se priva de reconocer a una buena comedia, porque en esa decisión se juega la idea aborrecible de que el humor es siempre un género menor.
Otro momento esperado del 4° Festival de Macao fue la proyección de Dark Waters, último trabajo de Todd Haynes. Se trata de un thriller político basado en un artículo periodístico acerca de los juicios que la compañía Du Pont (la misma del glifosato) perdió por los daños a la salud y la muerte de muchas personas a causa de la toxicidad del teflón, uno de sus inventos. Lejos del gran constructor de cine que demostró ser en películas como Velvet Goldmine (1998) o la reciente Carol (2015), Haynes apenas consigue darle forma a una película demasiado esquemática en el desarrollo de la trama y del tema que le da origen. Como si Haynes estuviera más pendiente del alcance político de la historia que de su horizonte cinematográfico. El resultado: Dark Waters puede ser una opción aceptable para ver algo en casa un fin de semana a la noche, pero representa un trabajo muy menor dentro de la obra de un director insoslayable, con demasiado pedigrí como para permitirse trabajar a reglamento.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
El jurado de la Competencia Internacional, presidido por el cineasta tailandés Peter Chan Ho-Sun, resolvió elegir como Mejor Película a Give Me Liberty, una producción de origen estadounidense pero dirigida por el ruso Kirill Mikhanovsky. La película, que previamente tuvo su paso por la Quincena de los Realizadores de Cannes y el Festival de Sundance, contaba además con el favoritismo de algunos de los críticos que llegaron hasta Macao para cubrir el festival. El resto de los premios de la sección se los repartieron entre la franco británica Lynn + Lucy, del director Fyzal Boulifa, que se llevó los de Mejor Director y Mejor Actriz; Buoyancy, film de origen australiano de Rodd Rathjen, que obtuvo los de Mejor Actor y el premio del público; en tanto que el de Mejor Guión recayó en Bellbird, del neozelandés Hamish Bennett. Las dos películas de la sección dirigidas por argentinos --Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky; y la coproducción entre Reino Unido, China y Canadá Two/One, de Juan Cabral-- esta vez no se llevaron ningún premio.
A diferencia de la Competencia Internacional, que concentró sus premios en cuatro de los diez títulos programadas, el jurado de Nuevo Cine Chino, presidido por el cineasta rumano Cristian Mungiu, repartió los suyos sin repetir y sin soplar. La ganadora fue Dwelling in the Fuchun Mountains , cuya principal fortaleza reside en la enorme capacidad del director Gu Xiaogang para resolver las cuestiones narrativas del relato a través de un uso contundente y virtuoso de los recursos técnicos. Pero al mismo tiempo cierta frialdad, derivada de ese mismo rigor de la puesta en escena, endurece el costado emotivo en el resultado final. El resto de los premios fueron para Wet Season (Mejor Director: Anthony Chen); To Live to Sing, de Johnny Ma (Mejor Guión); Better Days, de Derek Kwock-cheung Tsang (Mejor Actriz) y Wisdom Tooth, de Liang Ming (Mejor Actor).
En la lista de premiadas sorprende la ausencia de Lucky Grandma, comedia old school que resultó un verdadero hallazgo de programación y que además es la única de la categoría dirigida por una mujer (Sasie Sealy). Ambientada en el Barrio Chino de Nueva York, la película cuenta la historia de una mujer mayor a la que una adivina le augura una inminente jornada de buena suerte. Y cuando ese día llega, la abuela se levanta y se va al casino en un tour para jubilados. Apostando de forma temeraria, la señora gana en cada mesa en la que se sienta a jugar y en unas horas acumula una fortuna. Hasta que en la última mano pierde todo. En el micro de regreso, un viejito se le sienta al lado, pero muere mientras duerme. La abuela descubre que el tipo viaja con un bolso de dinero que ella decide quedarse. Por supuesto se trata de plata sucia y pronto la abuela tendrá a la mafia china pisándole los talones.
Son muchos los puntos altos de Lucky Grandma. Sasey le imprime al relato un ritmo preciso que funciona como plataforma para un timming humorístico que encuentra en el montaje un aliado perfecto. La banda sonora por su parte abreva en la fuente de la clase B de los 60 y 70 que le dan al film una atmósfera de a ratos tarantiniana. Pero el gran secreto de la película es la actuación de la octogenaria Tsai Chin, la protagonista, que construye a su abuela de pocas pulgas a base de gestos y detalles que dan por resultado un personaje tan sarcástico y displicente como encantador.
Tsai Chi demuestra oficio y alcanza revisar su filmografía para confirmar su experiencia. Uno de sus primeros trabajos fue en la clásica El puente sobre el río Kwai (David Lean, 1957); fue chica Bond en Solo se vive dos veces (Lewis Gilbert, 1967) y volvió a la franquicia 40 años después para hacer un papel en Casino Royale (Martin Campbell, 2006), entre muchos otros. Es cierto que la joven Zhou Dong Yu realiza una labor notable componiendo a la joven víctima de bullying que protagoniza Better Days, pero la de Tsai Chi no lo es menos. La diferencia parece ser la misma que a la hora de los premios suele ensalzar al drama y olvidarse de la comedia. Y siempre es una lástima cuando un festival cine se priva de reconocer a una buena comedia, porque en esa decisión se juega la idea aborrecible de que el humor es siempre un género menor.
Otro momento esperado del 4° Festival de Macao fue la proyección de Dark Waters, último trabajo de Todd Haynes. Se trata de un thriller político basado en un artículo periodístico acerca de los juicios que la compañía Du Pont (la misma del glifosato) perdió por los daños a la salud y la muerte de muchas personas a causa de la toxicidad del teflón, uno de sus inventos. Lejos del gran constructor de cine que demostró ser en películas como Velvet Goldmine (1998) o la reciente Carol (2015), Haynes apenas consigue darle forma a una película demasiado esquemática en el desarrollo de la trama y del tema que le da origen. Como si Haynes estuviera más pendiente del alcance político de la historia que de su horizonte cinematográfico. El resultado: Dark Waters puede ser una opción aceptable para ver algo en casa un fin de semana a la noche, pero representa un trabajo muy menor dentro de la obra de un director insoslayable, con demasiado pedigrí como para permitirse trabajar a reglamento.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
lunes, 9 de diciembre de 2019
CINE - 4° Festival Internacional de Cine de Macao, Nota 1: El mundo cabeza abajo
En las plazas, en los jardines de infantes y en las playas de toda la Argentina, los chicos tienen la fantasía de que si empezaran a cavar en la arena sin parar, tarde o temprano conseguirían asomarse cabeza abajo en algún lugar de la China. Los adultos se ríen de esa idea, porque saben que son cosas de pibes y hasta son capaces de romperles la ilusión con pruebas científicas que lo confirman. Sin embargo esa sensación de sentirse dado vuelta (en todos los sentidos posibles) no es ajena a la experiencia de visitar al gigante asiático. Viajar desde Buenos Aires hasta Macao, donde hasta el 11 de diciembre se desarrolla por cuarto año consecutivo el International Film Festival & Awards Macao (Iffam), puede servir de ejemplo. Dicha travesía demanda más de 40 horas de un tránsito interminable que incluye dos aviones, una escala, dos trasbordos, un ferry y una colección de esperas sin fin en tres aeropuertos distintos. Es inevitable que tras una odisea semejante el viajero sienta que quedó patas para arriba y no sepa si hoy todavía es ayer, o si ya se convirtió en mañana.
Esta pequeña pero populosa ciudad costera ubicada al sur del extremo oriental del territorio chino fue, junto a la vecina isla de Hong Kong, el último enclave que el colonialismo europeo mantuvo en el continente asiático. Ambos territorios fueron devueltos a China por Portugal y el Reino Unido en 1999 y 1997, respectivamente, pero mantendrán un status político especial hasta completar su integración en 2049. Es por eso que en Macao es posible encontrar por todas partes rastros culturales de los casi 500 años de administración portuguesa, pero no hay registros visibles de la cultura revolucionaria. Como todo en este país, Macao es monumental, aunque en este caso en un sentido más prosaico que épico o poético. Es que con la llegada del siglo XXI, la ex colonia se convirtió en un paraíso del juego y las apuestas cuyo volumen de negocios supera al de la mismísima Las Vegas. La ciudad desborda de casinos gigantes abiertos las 24 horas, todo el año, y sus modernas construcciones cubiertas con millones de luces led le dan a Macao un aire de futuro distópico. Acá es donde vienen a perder su dinero los ricos (y no tan ricos) de todo Oriente. Lejos de rechazarlo, el cada vez más paradójico Estado chino parece beneficiarse del boom económico.
En medio de ese berenjenal político se desarrolla el Iffam, un festival de cine no demasiado grande si se lo mide por el volumen de su programación, pero muy rico si lo que se busca es tener un panorama certero de la actualidad de la producción cinematográfica en China y en el Lejano Oriente en general. El festival cuenta con dos secciones competitivas, una internacional y otra local, y en su breve historia ha mostrado una predilección por nuestro cine. Es que en las tres ediciones anteriores la Competencia Internacional fue ganada por películas argentinas: El invierno, de Emiliano Torres, en 2016; Temporada de caza, de Natalia Garagiola, doce meses más tarde; y Sangre Blanca, de Bárbara Sarasola-Day, el año pasado. En esta edición la representante es Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky, una comedia negra sobre dos hermanos que viajan a un balneario bonaerense para arrojar al mar los restos de su madre. O al menos lo que les queda de ella: una mano ortopédica. Los miembros de la familia, que tuvo su estreno porteño en la Sala Leopoldo Lugones, aparece como una representante inmejorable para el cine argentino.
La programación incluye además los últimos trabajos de cineastas consagrados como Hou Hsiao-Hsien, Todd Haynes, Takashi Miike, Juli Delpy, Hirokasu Kore-Eda o Terrence Malick. Pero la experiencia de viajar hasta el Festival de Cine de Macao no sería completa si no se le prestara especial atención a la competencia de Nuevo Cine Chino, cuyo jurado es presidido por el director rumano Cristian Mungiu. Integrada por siete películas, esta competencia se propone revelar algunos de los caminos que recorre el cine chino contemporáneo, en busca de encontrar a los herederos de grandes cineastas aún activos como Jia Zhangke, Zhang Yimou o Wong Kar-Wai.
La primera película en exhibirse fue To Live To Sing (Vivir para cantar), de Jhonny Ma, que retrata la odisea de una mujer que dirige una compañía de ópera china cuya continuidad corre peligro. La municipalidad ha decidido demoler el barrio en el que se levanta el modesto teatro donde se presentan habitualmente, siempre ante un auditorio integrado por los viejos del pueblo. El film pone en escena con delicadeza el conflicto entre la China tradicional, apegada a los ritos de una cultura milenaria, y la China moderna, esa superpotencia económica que va camino a convertirse en la nación más poderosa del planeta. En su labor como director, Ma demuestra una gran lucidez a la hora de representar en imágenes la brutalidad de ese choque, pero sin perder el humor y manejando con acierto a una red de personajes complejos y a veces contradictorios creados para la ocasión.
Aunque muy distinta en lo formal, Dwelling in the Fuchun Mountains, de Gu Xiaogang, tiene muchos puntos de contacto con el film anterior. Por un lado vuelve sobre el tema de las dos Chinas. Pero también trabaja las tensiones al interior de un núcleo familiar, en cuya configuración habita la metáfora de la sociedad de su país, dividida entre una cultura por momentos atrapada en costumbres casi medievales y la modernidad avasallante. Xiaogang exhibe una destreza enorme en el manejo de los recursos formales, construyendo su película a partir de extensos planos secuencia de gran complejidad y enarbolando al travelling como principal herramienta narrativa. Con la cámara casi siempre en movimiento, este joven cineasta consigue ser exitoso en su doble ambición de poner en escena el paso del tiempo, pero también de capturarlo para siempre en un retrato vívido y vital.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12./i>
Esta pequeña pero populosa ciudad costera ubicada al sur del extremo oriental del territorio chino fue, junto a la vecina isla de Hong Kong, el último enclave que el colonialismo europeo mantuvo en el continente asiático. Ambos territorios fueron devueltos a China por Portugal y el Reino Unido en 1999 y 1997, respectivamente, pero mantendrán un status político especial hasta completar su integración en 2049. Es por eso que en Macao es posible encontrar por todas partes rastros culturales de los casi 500 años de administración portuguesa, pero no hay registros visibles de la cultura revolucionaria. Como todo en este país, Macao es monumental, aunque en este caso en un sentido más prosaico que épico o poético. Es que con la llegada del siglo XXI, la ex colonia se convirtió en un paraíso del juego y las apuestas cuyo volumen de negocios supera al de la mismísima Las Vegas. La ciudad desborda de casinos gigantes abiertos las 24 horas, todo el año, y sus modernas construcciones cubiertas con millones de luces led le dan a Macao un aire de futuro distópico. Acá es donde vienen a perder su dinero los ricos (y no tan ricos) de todo Oriente. Lejos de rechazarlo, el cada vez más paradójico Estado chino parece beneficiarse del boom económico.
En medio de ese berenjenal político se desarrolla el Iffam, un festival de cine no demasiado grande si se lo mide por el volumen de su programación, pero muy rico si lo que se busca es tener un panorama certero de la actualidad de la producción cinematográfica en China y en el Lejano Oriente en general. El festival cuenta con dos secciones competitivas, una internacional y otra local, y en su breve historia ha mostrado una predilección por nuestro cine. Es que en las tres ediciones anteriores la Competencia Internacional fue ganada por películas argentinas: El invierno, de Emiliano Torres, en 2016; Temporada de caza, de Natalia Garagiola, doce meses más tarde; y Sangre Blanca, de Bárbara Sarasola-Day, el año pasado. En esta edición la representante es Los miembros de la familia, de Mateo Bendesky, una comedia negra sobre dos hermanos que viajan a un balneario bonaerense para arrojar al mar los restos de su madre. O al menos lo que les queda de ella: una mano ortopédica. Los miembros de la familia, que tuvo su estreno porteño en la Sala Leopoldo Lugones, aparece como una representante inmejorable para el cine argentino.
La programación incluye además los últimos trabajos de cineastas consagrados como Hou Hsiao-Hsien, Todd Haynes, Takashi Miike, Juli Delpy, Hirokasu Kore-Eda o Terrence Malick. Pero la experiencia de viajar hasta el Festival de Cine de Macao no sería completa si no se le prestara especial atención a la competencia de Nuevo Cine Chino, cuyo jurado es presidido por el director rumano Cristian Mungiu. Integrada por siete películas, esta competencia se propone revelar algunos de los caminos que recorre el cine chino contemporáneo, en busca de encontrar a los herederos de grandes cineastas aún activos como Jia Zhangke, Zhang Yimou o Wong Kar-Wai.
La primera película en exhibirse fue To Live To Sing (Vivir para cantar), de Jhonny Ma, que retrata la odisea de una mujer que dirige una compañía de ópera china cuya continuidad corre peligro. La municipalidad ha decidido demoler el barrio en el que se levanta el modesto teatro donde se presentan habitualmente, siempre ante un auditorio integrado por los viejos del pueblo. El film pone en escena con delicadeza el conflicto entre la China tradicional, apegada a los ritos de una cultura milenaria, y la China moderna, esa superpotencia económica que va camino a convertirse en la nación más poderosa del planeta. En su labor como director, Ma demuestra una gran lucidez a la hora de representar en imágenes la brutalidad de ese choque, pero sin perder el humor y manejando con acierto a una red de personajes complejos y a veces contradictorios creados para la ocasión.
Aunque muy distinta en lo formal, Dwelling in the Fuchun Mountains, de Gu Xiaogang, tiene muchos puntos de contacto con el film anterior. Por un lado vuelve sobre el tema de las dos Chinas. Pero también trabaja las tensiones al interior de un núcleo familiar, en cuya configuración habita la metáfora de la sociedad de su país, dividida entre una cultura por momentos atrapada en costumbres casi medievales y la modernidad avasallante. Xiaogang exhibe una destreza enorme en el manejo de los recursos formales, construyendo su película a partir de extensos planos secuencia de gran complejidad y enarbolando al travelling como principal herramienta narrativa. Con la cámara casi siempre en movimiento, este joven cineasta consigue ser exitoso en su doble ambición de poner en escena el paso del tiempo, pero también de capturarlo para siempre en un retrato vívido y vital.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12./i>
jueves, 5 de diciembre de 2019
CINE - "Boda Sangrienta" (Ready or Not), de Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillette: Mucha sangre, pocas nueces
Dirigida por los novatos Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillette, Boda sangrienta llega precedida por una fama modesta. Se trata del título de Fox Searchlight –la empresa que utilizan los estudios Fox para producir “cine independiente”- que ha recibido el lanzamiento más amplio a nivel global. Esa estrategia la convirtió en un producto lucrativo que lleva recaudados casi 60 millones de dólares con una inversión de apenas 6. La fórmula ganadora tiene su primer acierto en un elenco de gran eficacia dramática, pero que no incluye estrellas de renombre. Con excepción de Andie MacDowell, uno de los rostros más inolvidables del cine de los años ’90, quien más o menos desde entonces no ha vuelto a participar de una producción de alto perfil.
Otra de las razones para que Boda sangrienta se convirtiera en un buen negocio es haber apostado por una historia que combina terror y comedia física, yendo del gore al slapstick de forma fluida. Que no siempre significa con éxito. El escenario elegido es la boda entre Alex, hijo menor de una familia rica, los Le Domas, que hicieron su fortuna a través de los juegos de azar, y Grace, una encantadora chica de barrio que ve a su excéntrica familia política con recelo. El clan incluye una tía siniestra, una hermana menor cocainómana casada con un empresario inepto y dos hijos despreciables, un padre tan extrovertido como ordinario y una madre fina que en principio parece ser la única que muestra cierta empatía por Grace. Además de Daniel, el hermano mayor, quien mantiene un vínculo protector con Alex. Todos los demás consideran a Grace una advenediza que solo quiere el dinero de la familia.
Los Le Domas llevan al extremo el modelo de la familia disfuncional y desquiciada, como unos Locos Addams convertidos en miembros de una secta ritualista. Una suerte de familia Manson en cuyo seno convergen la torpeza y la culpa. Resulta que cada nuevo integrante de esta familia debe atravesar un rito de iniciación, que consiste en jugar el juego que elige una misteriosa caja mecánica. La mayoría de las opciones representan una mera formalidad, excepto si el juego que resulta elegido es el de las escondidas. En tal caso la familia debe cazar a la novia y sacrificarla antes del amanecer, ya que de no lograrlo todos ellos morirán trágicamente y de inmediato.
El truco de superponer un rito tradicional como el matrimonio con un violento ritual diabólico da cuenta del tipo de humor que Boda sangrienta busca desarrollar. En ocasiones la película obtiene buenos dividendos de la irreverencia. Otras veces (las más), el asunto se torna más bien ramplón. Por ese camino el auténtico terror dura muy poco y enseguida se convierte en una pátina más parecida a una farsa, cuyos ingredientes nunca terminan de estar tan bien combinados como podrían. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en general con las películas de este tipo, acá lo mejor llega al final, con una escena que resbala hacia el absurdo como sobre un charco de sangre, ofreciendo los mejores impactos y ganándose las mejores risas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
Otra de las razones para que Boda sangrienta se convirtiera en un buen negocio es haber apostado por una historia que combina terror y comedia física, yendo del gore al slapstick de forma fluida. Que no siempre significa con éxito. El escenario elegido es la boda entre Alex, hijo menor de una familia rica, los Le Domas, que hicieron su fortuna a través de los juegos de azar, y Grace, una encantadora chica de barrio que ve a su excéntrica familia política con recelo. El clan incluye una tía siniestra, una hermana menor cocainómana casada con un empresario inepto y dos hijos despreciables, un padre tan extrovertido como ordinario y una madre fina que en principio parece ser la única que muestra cierta empatía por Grace. Además de Daniel, el hermano mayor, quien mantiene un vínculo protector con Alex. Todos los demás consideran a Grace una advenediza que solo quiere el dinero de la familia.
Los Le Domas llevan al extremo el modelo de la familia disfuncional y desquiciada, como unos Locos Addams convertidos en miembros de una secta ritualista. Una suerte de familia Manson en cuyo seno convergen la torpeza y la culpa. Resulta que cada nuevo integrante de esta familia debe atravesar un rito de iniciación, que consiste en jugar el juego que elige una misteriosa caja mecánica. La mayoría de las opciones representan una mera formalidad, excepto si el juego que resulta elegido es el de las escondidas. En tal caso la familia debe cazar a la novia y sacrificarla antes del amanecer, ya que de no lograrlo todos ellos morirán trágicamente y de inmediato.
El truco de superponer un rito tradicional como el matrimonio con un violento ritual diabólico da cuenta del tipo de humor que Boda sangrienta busca desarrollar. En ocasiones la película obtiene buenos dividendos de la irreverencia. Otras veces (las más), el asunto se torna más bien ramplón. Por ese camino el auténtico terror dura muy poco y enseguida se convierte en una pátina más parecida a una farsa, cuyos ingredientes nunca terminan de estar tan bien combinados como podrían. Sin embargo, al contrario de lo que ocurre en general con las películas de este tipo, acá lo mejor llega al final, con una escena que resbala hacia el absurdo como sobre un charco de sangre, ofreciendo los mejores impactos y ganándose las mejores risas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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