A lo largo de su historia, el cine no ha dejado de abrevar en el misterio de lo religioso. Desde los clásicos basados en relatos del Antiguo Testamento, en los que Charlton Heston podía sostener las tablas de la ley con igual firmeza con la que hoy sostiene su carnet de socio del club del rifle, y las recreaciones occidentalizadas Rey de reyes, y Jesús de Nazareth de Zeffirelli, hasta las versiones menos ortodoxas, como La última tentación de Cristo, de Martin Scorsese, o las menos recordadas Jesús de Montreal, del canadiense Denis Arcand, o Yo te saludo, María, de Godard, las voces más disímiles han creído tener algo para decir.
Después de la sangría provocada por La Pasión, el film en donde Mel Gibson no escatimó esfuerzos para recrear lo más crudamente posible el martirio evangélico, dos cosas quedaron claras en el mundo de la industria del cine: a) la violencia explícita puede ir más allá de géneros específicos, como el gore; b) Jesús es un buen negocio. Dos años después de aquel éxito llega El nacimiento, una película que parece haber aprendido aquellas dos lecciones. No es que El nacimiento proponga “otro libro de cocina del buen torturador”, pero no pierde la oportunidad de aprovechar el impacto de abrir con la matanza de los inocentes. Tan cierto como que el bueno de Mel hubiera cortado esta escena de su película por falta de rojo.
El relato regresa un año en el tiempo a la aldea de Nazareth, en donde una María adolescente resiste todavía la llegada de la edad adulta, jugando con otros chicos todo lo que Ana, su madre, se lo permite. Enseguida llegarán la presión impositiva de Herodes, albacea y testaferro del Imperio Romano, las necesidades familiares, la promesa de matrimonio. Luego la anunciación, que traerá consigo un desafío para la fe de los personajes, sobre todo para José; el viaje a Belén, el pesebre. Y finalmente, el niño.
Dentro de un notable elenco multiétnico se destaca el guatemalteco Oscar Isaac, quien logra dar auténtica dimensión humana a un José que se reparte entre su amor por María y el enorme peso de su carga. La joven Keisha Castle Hughes (nominada al Oscar por Jinete de Ballenas), aporta una María sin mucho matiz, excesivamente etérea, para quien parece lo mismo la posibilidad de ser raptada por las legiones romanas que la noticia de su concepción. Buen Trabajo de Ciarán Hinds componiendo un Herodes que es la piel de Judas.
El nacimiento, dirigida por Catherine Hardwicke (A los trece), no se aleja demasiado de la letra impresa, volviéndose muchas veces una estampita corriendo a 24 cuadros por segundo, con una banda de sonido que se encarga de darle al asunto un énfasis que no necesita. No alcanza con eso para aportar una visión cinematográfica novedosa, acerca de una historia tantas veces contada por la tradición cristiana. Claro que no es el objetivo de la película ni cuestionar ni escarbar en esa tradición a la manera de la novela Rey Jesús , del notable escritor inglés Robert Graves, sino más bien aprovechar su tono esperanzador, tan acorde al espíritu de las navidades presentes, en las que creencia y consumo se mezclan y parecen confirmar que: b) Jesús sigue siendo un buen negocio.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)