Como ocurre con la ancestral imagen de la serpiente mordiendo su propia cola, puede decirse que en El sueño de Walt –título que acá le tocó en suerte a Saving Mr. Banks, dirigida por John Lee Hancock y producida por los estudios Disney–, hay bastante de esa idea de ciclo eterno e inalterable. No sólo porque su argumento consiste en la dramatización de las circunstancias ocurridas durante la adaptación al cine de la novela Mary Poppins, de la australiana P. L. Travers, todo un clásico de la casa Disney (la autorreferencia al palo), sino porque toda la parafernalia simbólica de las creaciones del legendario Walt aparece aquí multiplicada con incalculable potencia. A tal punto que el propio factótum aparece como si fuera una de sus creaciones, tal vez la más importante, incluso por encima del propio Ratón Mickey. Esa idea justificaría la elipsis de su apellido en el título local: quien sueña no es Disney sino Walt, el personaje que él (y su empresa) hizo (hacen) de sí mismo. Y hasta se puede pensar la película como una puesta en valor del mito de Walt Disney, una operación montada para quitar las manchas de cierto honor maltratado por las dudas de la historia. Pero mejor empezar por el principio.
Todo comienza en casa de la señora Travers en Londres, justo en el momento en que su abogado la convence de poner fin a los veinte años en que la escritora resistió el asedio de Disney para adaptar su personaje al cine. Es 1961 y Travers decide viajar a Los Angeles para ver qué es lo que Disney pretende hacer con su personaje. De manera un poco obvia, el carácter de ambos personajes resulta una nueva versión del choque cultural entre lo británico y lo estadounidense, en donde lo primero es emparentado con lo tradicional, con cierta pretenciosa dignidad algo enmohecida que abomina de lo novedoso, mientras que lo segundo representa cierto progresismo emprendedor y pujante, de extrovertida simpatía y liviandad. Toda la tensión del relato se basa en esa incógnita: ¿prevalecerá el encanto de Walt, encarnado por un Tom Hanks medido y siempre eficiente, o Travers (una Emma Thompson clásica) persistirá en su rechazo por los musicales y los dibujos animados?
“No quiero dejar mi casa”, dice ella al comienzo de la película, a punto de viajar. En ese momento queda claro que lo que no quiere dejar no es su casa en el sentido físico, sino que no soporta la idea de que lo que hay de propio e íntimo en su obra sea profanado por la banalidad que le atribuye a la obra de Disney. El pasado visto como un hogar seguro al que se ha cerrado por dentro: ésa es la casa que Travers teme abandonar y la llave de esa puerta es la que Walt ansía poseer. Por supuesto la película hará correr en paralelo la historia del tire y afloje entre los protagonistas, junto con la de la infancia de la escritora en Australia, poniendo en primer plano su relación con un padre alcohólico y encantador al que adoraba y que falleció siendo ella todavía niña. Un padre que se convirtió en personaje de su libro y que acaba siendo el Mr. Banks al que el título original de la película pretende salvar.
Como suele ocurrir con las producciones importantes de Disney, el film se encuentra realizado con prolijidad y eficiencia, con todo en su lugar, incluyendo los excesos simbólicos de los que habitualmente suelen pecar. Así, la presencia de Mickey como alter ego de Walt en cuatro escenas clave de la película marca la evolución de la relación entre los personajes, pero de manera un poco burda. E incluso hay algo de artificial e inesperado en la forma en que Travers finalmente decide entregar los derechos de su libro. Por su parte, Disney es mostrado como un tipo cálido y entrador, dueño de una gran habilidad para la manipulación, algo habitual en muchos de los trabajos del estudio.
Finalmente están las cuestiones de honor aludidas al comienzo. En un momento, Walt confiesa que entiende a Travers, porque sabe que entregar las propias creaciones es una forma de perder a la familia. Y menciona el nombre de Pat Powers, un productor de los años ’20, haciéndolo responsable de querer quitarle alguna vez a su famoso ratón. De esta manera se intenta imponer una suerte de historia oficial sobre la reñida paternidad de Mickey, cargando las tintas sobre Powers y eludiendo al mismo tiempo mencionar a Ub Iwerks, el animador con quien realmente se disputó la creación del emblemático personaje. Lo que se dice todo un ejemplo de manipulación.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 31 de enero de 2014
CINE - "El sueño de Walt" (Saving Mr. Banks), de John Lee Hancock: Pasando facturas
CINE - "Por un puñado de pelos", de Néstor Montalbano: La desprolijidad innecesaria
Puede decirse que Néstor Montalbano es un bicho raro, único dentro del cine argentino, pero al que también cuesta encontrarle lazos con directores de otras cinematografías. Tiene algo de la comedia argentina costumbrista de los ’70 y los ’80 a la Enrique Carreras, pero con plena conciencia paródica; algo del kistch de John Waters, pero sin su recarga social; cultiva el absurdo, como los Monty Python, pero sin llegar a sus extremos ni a sus rabiosas referencias políticas; tiene algo del Carlos Sorín que se apasiona por trabajar con actores no profesionales, pero sin la preocupación de que ese amateurismo se haga evidente, sino buscando amplificar la diferencia para obtener un efecto cómico. Por un puñado de pelos es su quinta película, aunque no está mal pensarla como parte de una trilogía extraña junto a Soy tu aventura (2003) y Pájaros volando (2010), ambas protagonizadas por Diego Capusotto y Luis Luque. Todas ellas resultan muy representativas de un estilo que Montalbano comenzó a definir en su paso por la televisión, como director del mítico programa Todo por 2 pesos.
Todo nace de una idea muy extendida: que la calvicie es un problema tan grave para quienes la padecen, que el valor del pelo puede equipararse al del dinero. A tal punto el relato se sostiene en esa valoración, que en el título de la película el pelo ocupa el lugar de los dólares mencionados en el de la ópera prima de Sergio Leone, clásico fundamental del spaghetti western. A su manera, Por un puñado de pelos es también una del Oeste. Tuti Turman es el joven hijo de un exitoso empresario, considerado el inútil de la familia. Pero teniéndolo todo, Tuti vive acomplejado por su pelada. Cuando se entera de que en el pueblo donde vive la familia del portero de su edificio, que además es su único amigo, existe una cascada que hace crecer el pelo a quien se moje en sus aguas, decide ir allá a probar su suerte. El resto de la acción transcurre en ese pueblo en medio del desierto, lugar indefinido que remite a una mescolanza ridícula de pseudotradiciones latinoamericanas.
Por un puñado de pelos resulta eficaz en su primera mitad, cuando se plantean las líneas básicas del relato y se definen los perfiles de algunos personajes. Las referencias al western son copiosas y el conflicto es un clásico del género: un extranjero llega para apoderarse del tesoro del pueblo, dividiendo a la comunidad. En lo que dura esta larga introducción, Nicolás Vázquez expone con gracia los traumas y la estupidez de su personaje, y la presencia del Pibe Valderrama y el Negro Rada entretienen por lo inesperado. Pero la mitad final diluye la efectividad del comienzo, abriendo subtramas que luego quedarán abiertas, y el desbalance entre actores y no actores, recurso eficaz al inicio, acaba lastrando el relato. Una prueba de que cualquier historia, incluso la más disparatada, debe contar con un narrador dispuesto a no contagiarse de la torpeza de sus personajes.
Articulo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Todo nace de una idea muy extendida: que la calvicie es un problema tan grave para quienes la padecen, que el valor del pelo puede equipararse al del dinero. A tal punto el relato se sostiene en esa valoración, que en el título de la película el pelo ocupa el lugar de los dólares mencionados en el de la ópera prima de Sergio Leone, clásico fundamental del spaghetti western. A su manera, Por un puñado de pelos es también una del Oeste. Tuti Turman es el joven hijo de un exitoso empresario, considerado el inútil de la familia. Pero teniéndolo todo, Tuti vive acomplejado por su pelada. Cuando se entera de que en el pueblo donde vive la familia del portero de su edificio, que además es su único amigo, existe una cascada que hace crecer el pelo a quien se moje en sus aguas, decide ir allá a probar su suerte. El resto de la acción transcurre en ese pueblo en medio del desierto, lugar indefinido que remite a una mescolanza ridícula de pseudotradiciones latinoamericanas.
Por un puñado de pelos resulta eficaz en su primera mitad, cuando se plantean las líneas básicas del relato y se definen los perfiles de algunos personajes. Las referencias al western son copiosas y el conflicto es un clásico del género: un extranjero llega para apoderarse del tesoro del pueblo, dividiendo a la comunidad. En lo que dura esta larga introducción, Nicolás Vázquez expone con gracia los traumas y la estupidez de su personaje, y la presencia del Pibe Valderrama y el Negro Rada entretienen por lo inesperado. Pero la mitad final diluye la efectividad del comienzo, abriendo subtramas que luego quedarán abiertas, y el desbalance entre actores y no actores, recurso eficaz al inicio, acaba lastrando el relato. Una prueba de que cualquier historia, incluso la más disparatada, debe contar con un narrador dispuesto a no contagiarse de la torpeza de sus personajes.
Articulo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
CINE - "Ajuste de cuentas" (Grudge match), de Peter Segal: La pelea del siglo que no fue
No importa cuántas innovaciones sean capaces de generar ni cuánto dinero inviertan en tecnología aplicada al cine: la fórmula del éxito del cine estadounidense reside en respetar, proteger y perpetuar el statu quo de una industria conservadora. Hecho que siempre ha sido notorio pero que ha alcanzado su esplendor en pleno siglo XXI. Un buen ejemplo es la epidemia de películas pensadas para extraer las últimas pepitas de unas cuantas gallinas de los huevos de oro ya viejas. Películas crepusculares en las que estrellas entradas en años emulan, en clave de parodia y con suerte dispar, aquellos roles que los hicieran populares décadas atrás. Como suele ocurrir, el plan a veces funciona y otras no tanto. Sylvester Stallone y Robert De Niro son dos de esas gallinas viejas que en los últimos tiempos, forzados por la edad, se dedicaron a dar otra vuelta de tuerca a sus perfiles habituales.
A priori, la idea de juntarlos para interpretar a dos boxeadores retirados que arrastran una irreductible rivalidad de tres décadas suena a fórmula mágica. Ambos compusieron a los que tal vez sean los púgiles más famosos del cine (Rocky convirtió a Stallone en celebridad y De Niro interpretando a Jake La Motta en Toro Salvaje, de Martin Scorsese, consiguió crear uno de esos personajes capaces de sobrevivir al olvido), así que, ¿qué podía salir mal? Por desgracia, casi todo sale mal en Ajuste de cuentas. Tratándose de un cuento de boxeadores, no es ocioso decir que su principal defecto es que lanza sus golpes de manera demasiado anunciada y se los ve venir con tal anticipación que casi no hay sorpresas en todo el film. La primera obviedad es haber elegido a un director como Peter Segal, especialista en comedias con Adam Sandler. La diferencia de consistencia entre las escenas de comedia y aquellas en que la película intenta ser “seria” es notable. Mientras los gags cómicos son su punto más alto, las subtramas que se pretenden dramáticas resultan tan evidentes en sus detalles que no superan el nivel de las novelas de la tarde más básicas. Tampoco es que los chistes sean brillantes, pero están construidos con timing y sentido de la oportunidad. Mérito del oficio de Stallone, De Niro y de ese gran soporte que siempre es Alan Arkin. Más allá de arrebatos simpáticos, la historia no logra sostener la tensión y el exceso de histrionismo por momentos se vuelve abrumador.
Si de oportunidad se habla, eso es lo que malogra Ajuste de cuentas: la chance de hacer honor a dos nombres que, por distintos motivos y méritos, se encuentran entre los más importantes de la historia del cine de los Estados Unidos. Por último, puede decirse que para la Argentina lo más relevante de este relato boxístico tiene que ver con lo deportivo antes que con lo cinematográfico. No han pasado más de diez segundos de película cuando la cara sonriente de Maravilla Martínez alzando su cinto de campeón mundial ocupa media pantalla: una prueba del lugar que hoy tiene el box argentino en el mundo. Un caso en que la realidad vence a la ficción.
Artículo publicado en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
A priori, la idea de juntarlos para interpretar a dos boxeadores retirados que arrastran una irreductible rivalidad de tres décadas suena a fórmula mágica. Ambos compusieron a los que tal vez sean los púgiles más famosos del cine (Rocky convirtió a Stallone en celebridad y De Niro interpretando a Jake La Motta en Toro Salvaje, de Martin Scorsese, consiguió crear uno de esos personajes capaces de sobrevivir al olvido), así que, ¿qué podía salir mal? Por desgracia, casi todo sale mal en Ajuste de cuentas. Tratándose de un cuento de boxeadores, no es ocioso decir que su principal defecto es que lanza sus golpes de manera demasiado anunciada y se los ve venir con tal anticipación que casi no hay sorpresas en todo el film. La primera obviedad es haber elegido a un director como Peter Segal, especialista en comedias con Adam Sandler. La diferencia de consistencia entre las escenas de comedia y aquellas en que la película intenta ser “seria” es notable. Mientras los gags cómicos son su punto más alto, las subtramas que se pretenden dramáticas resultan tan evidentes en sus detalles que no superan el nivel de las novelas de la tarde más básicas. Tampoco es que los chistes sean brillantes, pero están construidos con timing y sentido de la oportunidad. Mérito del oficio de Stallone, De Niro y de ese gran soporte que siempre es Alan Arkin. Más allá de arrebatos simpáticos, la historia no logra sostener la tensión y el exceso de histrionismo por momentos se vuelve abrumador.
Si de oportunidad se habla, eso es lo que malogra Ajuste de cuentas: la chance de hacer honor a dos nombres que, por distintos motivos y méritos, se encuentran entre los más importantes de la historia del cine de los Estados Unidos. Por último, puede decirse que para la Argentina lo más relevante de este relato boxístico tiene que ver con lo deportivo antes que con lo cinematográfico. No han pasado más de diez segundos de película cuando la cara sonriente de Maravilla Martínez alzando su cinto de campeón mundial ocupa media pantalla: una prueba del lugar que hoy tiene el box argentino en el mundo. Un caso en que la realidad vence a la ficción.
Artículo publicado en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
domingo, 26 de enero de 2014
LA COLUMNA TORCIDA - Cine más allá
Algunas cosas bien hizo mamá. No es que ahora me disponga a perpetrar un balance público de su gestión al frente de la educación de cuatro hijos (a fin de cuentas todos tenemos un debe y un haber en la vida), pero sí voy a aprovechar este espacio para agradecerle que me regalara el cine, ahí nomás, pocos meses después de nacer. Las ganas de ir, la ansiedad de ir, el ritual de ir: todo eso, tal vez sin quererlo, fue mamá quien lo plantó dentro de mí y si algo le debo a mis cuarenta y tantos, es ese amor que todavía me pone las orejas rojas.
Como corresponde a un chico de clase media suburbana, mi educación cinéfila empezó en el viejo cine Los Ángeles de Corrientes y Callao, al que mamá me llevaba un par de veces por mes desde los dos o tres años de edad, o tal vez antes, pero no me acuerdo. Sí me recuerdo ahí, sentado con ella (sobre ella), y hasta conservo retazos originales de memoria en donde algunas escenas de Dumbo, de Bambi y de Robin Hood se mantienen intactas, como embalsamadas. Pero hay cosas que he perdido entre los pliegues del pasado, y lo lamento. Del ritual previo a ver una película, que ahora conozco tan bien y que tanto disfruto, no me quedan ni las sobras: no recuerdo que mamá me anunciara con una sonrisa que ese día íbamos al cine, no recuerdo el viaje desde Castelar, no recuerdo el deseo de ir. Sin embargo no me pasa lo mismo con el instante posterior al final de las proyecciones.
Nada me hacía sufrir ni me angustiaba tanto en mi niñez como el momento en que esas letras enormes aparecían en la pantalla, poco antes de que las luces se volvieran a encender. Entonces lloraba como una viuda y le preguntaba a mamá a dónde se iban todos los personajes cuando terminaba la película. No me olvido más de su mano acariciándome los rulos, ni del abrazo que me daba. Todos ellos se quedan acá, me dijo entonces, poniendo su dedo índice sobre mi pecho.
Ese, aunque entonces no lo supe, fue mi primer contacto con la muerte. Hoy, unos cuantos velorios más tarde, sé que la muerte es como el cine: cuando el proyector se apaga, las luces de las películas siguen vivas dentro de quienes las han amado.
A la memoria de Fabio Manes (1964-2014), al que no tuve el gusto de conocer, pero con quien compartimos, no lo dudo, el mismo amor por el cine.
Para ver otras Columnas Torcidas, haga click acá.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
martes, 21 de enero de 2014
DISCOS - "Fear of Destiny" (1994), de Karma: Cinco para la aventura
Viajamos a Chile a comienzos de 1994. Habíamos elegido Santiago para grabar Fear of destiny, nuestro primer disco, esperando que no fuera el último, porque había un productor, el Pelao Corral, que hacía que las bandas sonaran mejor allá que en Buenos Aires. Y ahí estábamos, cinco chicos cruzando la Cordillera en micro, cinco músicos amateurs yendo a trabajar como profesionales durante los 15 días de vacaciones en nuestros trabajos oficiales, decididos a dejar la vida y en mi caso la voz, si hiciera falta. Cumplí con creces: grité tanto cuando me tocó grabar la primera canción, "Terror AIDS", que la garganta apenas me aguantó otras dos y me quedé afónico. Vean el video en Youtube y conocerán el límite de mi garganta en 1994. El contratiempo fue un buen augurio: no hay mejor propaganda para una banda de metal que afirmar que el vocalista se quedó mudo de tanto gritar. Será por eso que 20 años después Fear of Destiny es un clásico del género tan sencillo como honesto, el botón de muestra de una época. En el medio llegaron dos hijos, dejé un trabajo para comenzar un oficio y lo más triste: un día la banda se fue. Hoy me quedan el disco, los amigos y, como diría El Mudo (el verdadero), las ganas de volver.
Aunque sea por un rato.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
Aunque sea por un rato.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 16 de enero de 2014
CINE - "El misterio de la felicidad", de Daniel Burman: El misterio del éxito
Con una regularidad poco frecuente en directores argentinos, Daniel Burman vuelve a los cines con El misterio de la felicidad, película que también significa regresos de distintos órdenes para sus dos protagonistas, Guillermo Francella e Inés Estévez. Lo de él es casi un trámite: se trata de volver al cine intentando refrendar el enorme éxito comercial que representó Corazón de León, donde el actor se lucía como cabeza de un elenco que estaba muy por encima de los méritos estéticos de la película. Para ella, en cambio, significa el regreso a su oficio de actriz, luego de anunciar que lo abandonaba hace casi diez años. Y lo de Burman es la vuelta de un “hasta luego” de apenas un año, tras su película anterior, La suerte en tus manos, protagonizada por Jorge Drexler y Valeria Bertuccelli.
Dentro de su carrera, la película representa un nuevo paso de Burman en su evidente deseo de anotarse en la lista de directores comerciales del cine argentino, una búsqueda que es posible detectar desde el inicio de su carrera. En ese sentido, y sin lugar para dudas, El misterio de la felicidad puede ser calificado como su trabajo más comercial. Esta afirmación se apoya no sólo en el tipo de historia que Burman decide contar, sino también en la mencionada presencia de un actor como Francella, de perfil decididamente popular, para hacerse cargo del rol protagónico.
El argumento es sencillo: Santiago (Francella) tiene un presente soñado al frente de la casa de electrodomésticos que maneja con Eugenio, su socio y único amigo (de toda la vida). La secuencia inicial los muestra casi como mellizos, manejando autos iguales, vistiendo los mismos trajes, compartiendo oficinas siamesas, jugando al paddle en pareja o almorzando todas las semanas en el hipódromo, donde también se juegan unos pesos siempre al caballo ganador. Y aunque ambos parecen felices llevando la misma vida, las diferencias son evidentes. No sólo porque Santiago es soltero y Eugenio está casado con Laura (Estévez), sino que además este último parece añorar un destino diferente, inconfesado e inconfesable.
Si se la piensa desde lo narrativo, bien podría tratarse de una comedia romántica estadounidense con Tom Hanks y Meg Ryan: el clásico encuentro de opuestos que inevitablemente se atraen. Y así es, podría serlo... si no fuera por los detalles. Porque si se la piensa desde los detalles, El misterio de la felicidad posee los elementos que suelen estructurar los relatos anteriores del director. Un protagonista obsesivo, dedicado al comercio, con cierta inclinación al juego y una gran dificultad para reconocer sus sentimientos, y un rol femenino que parece construido para potenciar el desarrollo de ese protagonista. Aun así, es probable que el papel de Inés Estévez represente el personaje femenino más fuerte de la filmografía de Burman. Aunque también puede decirse que se hace fuerte sólo porque viene a llenar el hueco que deja un personaje masculino al desaparecer. Porque Eugenio un día desaparece sin aviso ni razón aparente y su ausencia obliga a que su socio y su mujer deban comenzar una relación forzada, intentando saber los porqué de esa desaparición.
Lo mejor de El misterio de la felicidad tiene que ver con la astucia de Burman para jugar a fondo y con humor los detalles homoeróticos de la historia, regalando un puñado de escenas antológicas. Además consigue que algunos contrapuntos entre Francella y Estévez rocen lo brillante. El trabajo de los actores también es un punto alto: él demuestra que en el proyecto indicado puede sumar mucho al cine argentino y ella vuelve a actuar como si nunca se hubiera ido. Ambos son apoyados por un elenco eficaz. Pero a pesar de los aciertos, el arco dramático que trazan los protagonistas no termina de ser verosímil. Tal vez porque resulta difícil de creer que ambos, atrapados en sus obsesiones (y por qué no compulsiones), puedan al fin reconocer y elegir tan libremente una felicidad que parece llegarles como un misterio que no es tal.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Dentro de su carrera, la película representa un nuevo paso de Burman en su evidente deseo de anotarse en la lista de directores comerciales del cine argentino, una búsqueda que es posible detectar desde el inicio de su carrera. En ese sentido, y sin lugar para dudas, El misterio de la felicidad puede ser calificado como su trabajo más comercial. Esta afirmación se apoya no sólo en el tipo de historia que Burman decide contar, sino también en la mencionada presencia de un actor como Francella, de perfil decididamente popular, para hacerse cargo del rol protagónico.
El argumento es sencillo: Santiago (Francella) tiene un presente soñado al frente de la casa de electrodomésticos que maneja con Eugenio, su socio y único amigo (de toda la vida). La secuencia inicial los muestra casi como mellizos, manejando autos iguales, vistiendo los mismos trajes, compartiendo oficinas siamesas, jugando al paddle en pareja o almorzando todas las semanas en el hipódromo, donde también se juegan unos pesos siempre al caballo ganador. Y aunque ambos parecen felices llevando la misma vida, las diferencias son evidentes. No sólo porque Santiago es soltero y Eugenio está casado con Laura (Estévez), sino que además este último parece añorar un destino diferente, inconfesado e inconfesable.
Si se la piensa desde lo narrativo, bien podría tratarse de una comedia romántica estadounidense con Tom Hanks y Meg Ryan: el clásico encuentro de opuestos que inevitablemente se atraen. Y así es, podría serlo... si no fuera por los detalles. Porque si se la piensa desde los detalles, El misterio de la felicidad posee los elementos que suelen estructurar los relatos anteriores del director. Un protagonista obsesivo, dedicado al comercio, con cierta inclinación al juego y una gran dificultad para reconocer sus sentimientos, y un rol femenino que parece construido para potenciar el desarrollo de ese protagonista. Aun así, es probable que el papel de Inés Estévez represente el personaje femenino más fuerte de la filmografía de Burman. Aunque también puede decirse que se hace fuerte sólo porque viene a llenar el hueco que deja un personaje masculino al desaparecer. Porque Eugenio un día desaparece sin aviso ni razón aparente y su ausencia obliga a que su socio y su mujer deban comenzar una relación forzada, intentando saber los porqué de esa desaparición.
Lo mejor de El misterio de la felicidad tiene que ver con la astucia de Burman para jugar a fondo y con humor los detalles homoeróticos de la historia, regalando un puñado de escenas antológicas. Además consigue que algunos contrapuntos entre Francella y Estévez rocen lo brillante. El trabajo de los actores también es un punto alto: él demuestra que en el proyecto indicado puede sumar mucho al cine argentino y ella vuelve a actuar como si nunca se hubiera ido. Ambos son apoyados por un elenco eficaz. Pero a pesar de los aciertos, el arco dramático que trazan los protagonistas no termina de ser verosímil. Tal vez porque resulta difícil de creer que ambos, atrapados en sus obsesiones (y por qué no compulsiones), puedan al fin reconocer y elegir tan libremente una felicidad que parece llegarles como un misterio que no es tal.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
martes, 14 de enero de 2014
CINE - "Historias de cronopios y de famas", de Julio Ludueña: El lujo de filmar historias infilmables
Y otra vez Julio Cortázar: en el año en que se celebra el centenario de su nacimiento no puede ser de otra manera y las noticias invocando su nombre serán el pan nuestro de cada día. Por eso ya fue noticia que el director Julio Ludueña estrenara en noviembre pasado, dentro del 28º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, su versión animada de Historias de cronopios y de famas, un clásico indiscutido de la obra cortazariana. Y su nombre volvió a aparecer cuando el largometraje de este director argentino ganó hace muy pocos días el Segundo Premio Coral de Animación en la edición número 35 del prestigioso Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, Cuba. Pero los méritos de este largometraje de dibujos animados para adultos no se limitan a su relación con los famosos relatos de Julio Cortázar que le dieron origen.
Historias de cronopios y de famas, cuya producción insumió seis años de trabajo, tiene el mérito de tender puentes no sólo entre la literatura y el cine, sino también con la pintura argentina. Es que entre los artistas que aceptaron el desafío de adaptar al cine el universo literario de Cortázar se cuentan algunos de los más notables representantes de las artes plásticas en el país. Carlos Alonso, Luis Felipe Noé, Antonio Seguí, Daniel Santoro, Crist, Ana Tarsia, Patricio Bonta, Magdalena Pagano, Luciana Sáez y Ricardo Espósito integran una suerte de equipo de los sueños, que aceptó el desafío de corporizar el extraño universo creado por el autor de Rayuela. También es un hecho destacable que los trabajos de animación fueron realizados sobre plataformas de software libre por un calificado grupo de animadores y compositores digitales. Entre los actores que dieron sus voces a los personajes se destacan Stella Maris Closas, Cristina Tejedor, Aldo Pastur, Juan Carlos Galván y Rodolfo Graziano. De más está decir que el estreno de Historias de cronopios y de famas, proyectado entre los meses de abril y mayo, formará parte del Año Cortázar con que se celebrará el centenario del nacimiento del escritor durante todo 2014. Aunque primero recorrerá una serie de festivales internacionales, incluyendo La Sudestada en París y la muestra Cortázar 100 en el Centro de Arte Moderno de Madrid.
Si se le pregunta a Julio Ludueña, director de la película, cómo apareció el proyecto de filmar una película basada en ese libro de Cortázar que a priori parece infilmable, él cuenta la historia de un sueño. "El proyecto surgió hace tiempo, cuando en los setenta mi primer largometraje, Alianza para el progreso, se proyectó en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y uno de los premios que obtuve fue poder conocer personalmente a Cortázar, de quien era y soy uno de sus infinitos lectores y admiradores, y charlar con él fue como tocar el cielo de Rayuela con las manos." El cine fue el responsable de cruzar a los dos Julios, y es nuevamente el cine quien los vuelve a reunir. "A él le había interesado mi película (una ficción alegórica sobre la guerrilla en Latinoamérica), y quedó abierta la autorización para filmar alguna de sus obras. El propio Libro de Manuel, Los premios y muy particularmente Historias de cronopios y de famas." De este libro, uno de los más extraños de la obra de Cortázar, Ludueña se sintió atraído "por la grandes posibilidades que brindan sus distintas narraciones a través del eje común de sus inequívocos personajes", pero por varios motivos –políticos, personales, sociales y culturales– "el proyecto sobre el libro de Cortázar me fue quedando en la mochila".
Si bien no son muchas, hay una buena cantidad de películas basadas en la obra de Cortázar, algunas de ellas realizadas por directores muy importantes como Michellangelo Antonioni, Manuel Antín, Luigi Comencini o Claude Chabrol, cuyas miradas personales han realizado aportes fundamentales en términos de adaptación. "Creo que nuestro aporte en términos de adaptación es enfocar las historias desde la implicancia ideológica asignada por Cortázar a sus cronopios y famas", dice Ludueña, "no solo como representantes de esa dialéctica que es la eterna confrontación entre opuestos, sino como protagonistas de la propia historia argentina y latinoamericana".
–¿Cuál es la lectura ideológica que hacés de los cuentos de Cortázar?
–Más allá de haber incomprendido o no el peronismo de ese momento y de tomarse el barco en 1951, él fue claramente un escritor revolucionario interesado en lo nacional y popular. Sus narraciones, desde el cuento del Torito de Mataderos pasando por el del Che desembarcando en Cuba hasta el Libro de Manuel, con la donación de sus derechos a los militantes presos por la dictadura de Lanusse, o sus posteriores intervenciones personales en la Comisión Bertrand Rusell contra el Plan Cóndor, apoyando a las Madres de Playa de Mayo o a la Revolución Nicaragüense, lo demuestran claramente. La adaptación cinematográfica que hemos realizado toma esa perspectiva, donde los famas son los patrones y los cronopios los obreros.
–¿Por qué decidiste trabajar el relato desde la animación?
–Mi amigo Patricio Bonta, que es publicitario, dibujante y pintor, descubrió al artista sudafricano William Kentridge, que construyó buena parte de sus magníficas obras sobre el apartheid, filmando sus dibujos, borrando, cambiándolos y volviéndolos a filmar. Ahí tomé conciencia de que dada su forma de mezclar lo cotidiano con lo fantástico, las Historias de cronopios y de famas no eran una película de ficción con actores, sino una animación sobre dibujos de pintores, para que cada uno recreara y reflejara con su propia visión y maestría artística la diversidad de esa insólita crónica surrealista originalmente propuesta por Cortázar.
–¿Y fue difícil conseguir que un grupo de artistas plásticos de ese nivel se interesaran en el proyecto?
–Creo que lo facilitó el propio Cortázar. El trabajo con cada pintor requirió distintas técnicas, que van del 2D al 3D, algunas veces basadas en las mismas texturas propuestas por los artistas o para lograr expresiones faciales de actuación en los personajes. La música compuesta y dirigida por mi hijo Ezequiel terminó de estructurar los 10 episodios que integran la película para convertirlos en un solo relato que intenta reflejar a través de Cortázar, el cine y las artes plásticas, parte de nuestra historia de los últimos 50 años.
–¿Qué valor tiene el premio recibido en La Habana, teniendo en cuenta que la animación es un género desde el cual en principio es más difícil conseguir visibilidad?
–Como bien decís, la animación es un género con poca visibilidad (artística agregaría) y mucha utilización industrial, ya que los mayores "tanques" y recaudaciones de Hollywood se basan en sus técnicas. Para mí, un premio como el de La Habana es ideal. El mejor que podría haber recibido Historias de cronopios y de famas en el comienzo de su lanzamiento, porque significa una valoración que la ubica en el segmento cultural para el que está pensada, destacándola del cine 'pochoclo' del que se diferencia. Parece que no, pero como lo atestiguan la Feria del Libro o ArteBA, existen muchos espectadores para disfrutarla.
–La película formará parte de las actividades del Año Cortazariano ¿Cuándo se la podrá ver en Buenos Aires?
–La idea es poder estrenarla en las salas cinematográficas de Buenos Aires en abril o mayo, para después exhibirla acompañada por obras de todos los pintores en una instalación y muestra itinerante, nacional e internacionalmente hablando.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Historias de cronopios y de famas, cuya producción insumió seis años de trabajo, tiene el mérito de tender puentes no sólo entre la literatura y el cine, sino también con la pintura argentina. Es que entre los artistas que aceptaron el desafío de adaptar al cine el universo literario de Cortázar se cuentan algunos de los más notables representantes de las artes plásticas en el país. Carlos Alonso, Luis Felipe Noé, Antonio Seguí, Daniel Santoro, Crist, Ana Tarsia, Patricio Bonta, Magdalena Pagano, Luciana Sáez y Ricardo Espósito integran una suerte de equipo de los sueños, que aceptó el desafío de corporizar el extraño universo creado por el autor de Rayuela. También es un hecho destacable que los trabajos de animación fueron realizados sobre plataformas de software libre por un calificado grupo de animadores y compositores digitales. Entre los actores que dieron sus voces a los personajes se destacan Stella Maris Closas, Cristina Tejedor, Aldo Pastur, Juan Carlos Galván y Rodolfo Graziano. De más está decir que el estreno de Historias de cronopios y de famas, proyectado entre los meses de abril y mayo, formará parte del Año Cortázar con que se celebrará el centenario del nacimiento del escritor durante todo 2014. Aunque primero recorrerá una serie de festivales internacionales, incluyendo La Sudestada en París y la muestra Cortázar 100 en el Centro de Arte Moderno de Madrid.
Si se le pregunta a Julio Ludueña, director de la película, cómo apareció el proyecto de filmar una película basada en ese libro de Cortázar que a priori parece infilmable, él cuenta la historia de un sueño. "El proyecto surgió hace tiempo, cuando en los setenta mi primer largometraje, Alianza para el progreso, se proyectó en la Quincena de los Realizadores del Festival de Cannes y uno de los premios que obtuve fue poder conocer personalmente a Cortázar, de quien era y soy uno de sus infinitos lectores y admiradores, y charlar con él fue como tocar el cielo de Rayuela con las manos." El cine fue el responsable de cruzar a los dos Julios, y es nuevamente el cine quien los vuelve a reunir. "A él le había interesado mi película (una ficción alegórica sobre la guerrilla en Latinoamérica), y quedó abierta la autorización para filmar alguna de sus obras. El propio Libro de Manuel, Los premios y muy particularmente Historias de cronopios y de famas." De este libro, uno de los más extraños de la obra de Cortázar, Ludueña se sintió atraído "por la grandes posibilidades que brindan sus distintas narraciones a través del eje común de sus inequívocos personajes", pero por varios motivos –políticos, personales, sociales y culturales– "el proyecto sobre el libro de Cortázar me fue quedando en la mochila".
Si bien no son muchas, hay una buena cantidad de películas basadas en la obra de Cortázar, algunas de ellas realizadas por directores muy importantes como Michellangelo Antonioni, Manuel Antín, Luigi Comencini o Claude Chabrol, cuyas miradas personales han realizado aportes fundamentales en términos de adaptación. "Creo que nuestro aporte en términos de adaptación es enfocar las historias desde la implicancia ideológica asignada por Cortázar a sus cronopios y famas", dice Ludueña, "no solo como representantes de esa dialéctica que es la eterna confrontación entre opuestos, sino como protagonistas de la propia historia argentina y latinoamericana".
–¿Cuál es la lectura ideológica que hacés de los cuentos de Cortázar?
–Más allá de haber incomprendido o no el peronismo de ese momento y de tomarse el barco en 1951, él fue claramente un escritor revolucionario interesado en lo nacional y popular. Sus narraciones, desde el cuento del Torito de Mataderos pasando por el del Che desembarcando en Cuba hasta el Libro de Manuel, con la donación de sus derechos a los militantes presos por la dictadura de Lanusse, o sus posteriores intervenciones personales en la Comisión Bertrand Rusell contra el Plan Cóndor, apoyando a las Madres de Playa de Mayo o a la Revolución Nicaragüense, lo demuestran claramente. La adaptación cinematográfica que hemos realizado toma esa perspectiva, donde los famas son los patrones y los cronopios los obreros.
–¿Por qué decidiste trabajar el relato desde la animación?
–Mi amigo Patricio Bonta, que es publicitario, dibujante y pintor, descubrió al artista sudafricano William Kentridge, que construyó buena parte de sus magníficas obras sobre el apartheid, filmando sus dibujos, borrando, cambiándolos y volviéndolos a filmar. Ahí tomé conciencia de que dada su forma de mezclar lo cotidiano con lo fantástico, las Historias de cronopios y de famas no eran una película de ficción con actores, sino una animación sobre dibujos de pintores, para que cada uno recreara y reflejara con su propia visión y maestría artística la diversidad de esa insólita crónica surrealista originalmente propuesta por Cortázar.
–¿Y fue difícil conseguir que un grupo de artistas plásticos de ese nivel se interesaran en el proyecto?
–Creo que lo facilitó el propio Cortázar. El trabajo con cada pintor requirió distintas técnicas, que van del 2D al 3D, algunas veces basadas en las mismas texturas propuestas por los artistas o para lograr expresiones faciales de actuación en los personajes. La música compuesta y dirigida por mi hijo Ezequiel terminó de estructurar los 10 episodios que integran la película para convertirlos en un solo relato que intenta reflejar a través de Cortázar, el cine y las artes plásticas, parte de nuestra historia de los últimos 50 años.
–¿Qué valor tiene el premio recibido en La Habana, teniendo en cuenta que la animación es un género desde el cual en principio es más difícil conseguir visibilidad?
–Como bien decís, la animación es un género con poca visibilidad (artística agregaría) y mucha utilización industrial, ya que los mayores "tanques" y recaudaciones de Hollywood se basan en sus técnicas. Para mí, un premio como el de La Habana es ideal. El mejor que podría haber recibido Historias de cronopios y de famas en el comienzo de su lanzamiento, porque significa una valoración que la ubica en el segmento cultural para el que está pensada, destacándola del cine 'pochoclo' del que se diferencia. Parece que no, pero como lo atestiguan la Feria del Libro o ArteBA, existen muchos espectadores para disfrutarla.
–La película formará parte de las actividades del Año Cortazariano ¿Cuándo se la podrá ver en Buenos Aires?
–La idea es poder estrenarla en las salas cinematográficas de Buenos Aires en abril o mayo, para después exhibirla acompañada por obras de todos los pintores en una instalación y muestra itinerante, nacional e internacionalmente hablando.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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jueves, 2 de enero de 2014
CINE - "Actividad paranormal: Los Marcados" (Paranormal Activity 3), de Christopher Landon: El éxito de lo simple
A lo largo de 2013, y más allá de las objeciones oportunas que se les pudieran hacer, películas de estéticas diversas como La cabaña del terror, de Drew Goddard; El conjuro y La noche del demonio 2, de James Wan; Mamá, del argentino Andrés Muschietti; la nacional La memoria del muerto, de Valentín J. Diment, a la que podría sumarse la inquietante Berberian Sound Studio, de Peter Strickland, ganadora del Bafici 2013, cuyo estreno comercial es inminente, representaron buenos aportes al género de terror. Como aceptando el desafío de mantenerse más o menos dignamente dentro de ese piso, este primer jueves de 2014 trae entre sus novedades el estreno de Actividad paranormal: Los marcados, de Christopher Landon, tercer título de esta franquicia de bajísimo presupuesto que, apegándose a las convenciones del género y con algo de ingenio, consigue aportar tensión y unos cuantos sustos legítimos. Bastante más de lo que brindaron las dos entregas previas de la serie, más efectistas que efectivas. Aunque, la verdad sea dicha, tampoco hacía falta demasiado para lograrlo.
Como las anteriores, Los marcados vuelve a montarse a partir del registro que los propios personajes van haciendo con sus cámaras personales de una serie de acontecimientos domésticos que finalmente terminan saliéndose de control. Un recurso que hizo escuela a partir del éxito de El proyecto Blairwitch, allá lejos y hace tiempo. A diferencia de ésta o de la Actividad paranormal original, que justificaban el uso de las cámaras subjetivas a partir de propósitos específicos –una investigación estudiantil en la primera, la comprobación de extraños fenómenos nocturnos en la segunda–, Los marcados libera sus posibilidades de registro a la conducta impredecible y deambulatoria de un grupo de adolescentes modernos, para quienes el uso de cámaras de video forma parte de la vida cotidiana, más allá de lo usual o inusual de lo que se filma. Por eso la película comienza con una serie de escenas entre triviales y pavotas para ir engrosando de a poco y con inteligencia el caudal de lo inesperado. En eso se parece un poco a la también interesante Poder sin límites, de Josh Trank, y es un acierto. Porque si en el género de terror los adolescentes suelen ser las víctimas habituales, acá se ha tenido la buena idea de dejar que sean ellos mismos los encargados de encuadrar y decidir sobre qué recorte de la realidad se contará esta historia de sectas, posesiones y portales parapsíquicos.
Además, la película de Landon –quien, sí, es hijo de Michael Landon, alma mater de la serie La familia Ingalls– coloca a sus protagonistas dentro de la creciente comunidad latina de los Estados Unidos, aprovechando de esa manera el potencial de hallar lo siniestro en un ámbito que es a la vez extraño y familiar para un país de origen anglosajón atravesado por corrientes migratorias. El relato se apoya en la irrupción de ciertos ritos y costumbres surgidos de la intersección del cristianismo y las civilizaciones americanas, propios sobre todo de la comunidad mexicana, que hasta hace muy poco eran por completo ajenos para el imaginario de un país que es el paradigma de la cultura occidental. Una manera interesante de mirar a esos “otros” (ya no tan) extraños lejos de la demonización, a partir de generar un vínculo empático con ellos. Si a eso se le suma un interesante giro final, más oportuno que sorprendente, puede afirmarse sin dudar que Los marcados es la mejor película de la serie Actividad paranormal, hasta acá más exitosa en las boleterías que en sus procedimientos narrativos.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página 12.
Como las anteriores, Los marcados vuelve a montarse a partir del registro que los propios personajes van haciendo con sus cámaras personales de una serie de acontecimientos domésticos que finalmente terminan saliéndose de control. Un recurso que hizo escuela a partir del éxito de El proyecto Blairwitch, allá lejos y hace tiempo. A diferencia de ésta o de la Actividad paranormal original, que justificaban el uso de las cámaras subjetivas a partir de propósitos específicos –una investigación estudiantil en la primera, la comprobación de extraños fenómenos nocturnos en la segunda–, Los marcados libera sus posibilidades de registro a la conducta impredecible y deambulatoria de un grupo de adolescentes modernos, para quienes el uso de cámaras de video forma parte de la vida cotidiana, más allá de lo usual o inusual de lo que se filma. Por eso la película comienza con una serie de escenas entre triviales y pavotas para ir engrosando de a poco y con inteligencia el caudal de lo inesperado. En eso se parece un poco a la también interesante Poder sin límites, de Josh Trank, y es un acierto. Porque si en el género de terror los adolescentes suelen ser las víctimas habituales, acá se ha tenido la buena idea de dejar que sean ellos mismos los encargados de encuadrar y decidir sobre qué recorte de la realidad se contará esta historia de sectas, posesiones y portales parapsíquicos.
Además, la película de Landon –quien, sí, es hijo de Michael Landon, alma mater de la serie La familia Ingalls– coloca a sus protagonistas dentro de la creciente comunidad latina de los Estados Unidos, aprovechando de esa manera el potencial de hallar lo siniestro en un ámbito que es a la vez extraño y familiar para un país de origen anglosajón atravesado por corrientes migratorias. El relato se apoya en la irrupción de ciertos ritos y costumbres surgidos de la intersección del cristianismo y las civilizaciones americanas, propios sobre todo de la comunidad mexicana, que hasta hace muy poco eran por completo ajenos para el imaginario de un país que es el paradigma de la cultura occidental. Una manera interesante de mirar a esos “otros” (ya no tan) extraños lejos de la demonización, a partir de generar un vínculo empático con ellos. Si a eso se le suma un interesante giro final, más oportuno que sorprendente, puede afirmarse sin dudar que Los marcados es la mejor película de la serie Actividad paranormal, hasta acá más exitosa en las boleterías que en sus procedimientos narrativos.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página 12.
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