domingo, 31 de diciembre de 2017
CULTURA - In Memoriam 2017: El recuerdo de los que se fueron
La muerte de Ricardo Piglia, escritor imprescindible y uno de los que mejor repensó el canon de la literatura argentina, no sólo impacto por ser la primera noticia lamentable del 2017, sino porque pareció darle continuidad al amargo final del 2016, en cuya última semana se acumularon los fallecimientos de otros dos grandes escritores: Alberto Laiseca (22/12) y Andrés Rivera (23/12). El 6 de enero Piglia se convertía no sólo en el primer escritor fallecido del año, sino también en el primer nombre a extrañar. No sería el último: Abelardo Castillo, escritor y dramaturgo, y Alberto Ure, autor y director teatral, se sumarían a la lista de muertos literarios en el mes de mayo, con una diferencia de pocos días. El 17 de marzo ya había fallecido Derek Walcott, poeta nacido en la caribeña isla de Santa Lucía y honrado con el Premio Nobel de Literatura en 1992. La lista de muertes en el ámbito de las letras sumaría además al maestro inglés de la ciencia ficción Brian Aldiss, al novelista británico John Berger, al español Juan Goytisolo, al brasileño João Gilberto Noll, al filósofo Zygmunt Bauman y a William Peter Blatty, escritor y guionista, autor de la novela en la que él mismo se basó para escribir el guión de la película El exorcista (William Friedkin, 1973).
La literatura y el cine están unidas por su carácter de artes narrativas y quizá por eso el 2017 se encargó de colocarlas al principio y al final de esta cadena. Y así como Piglia se convirtió en el primero de sus eslabones, la muerte del cineasta Fernando Birri, ocurrida hace apenas unos días –el 27 de diciembre–, viene a cerrar el círculo. Fundador de la prestigiosa escuela de cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, Birri es considerado el padre del Nuevo Cine Latinoamericano, colocando con su documental Tire dié (1960) una de las piedras fundamentales de la corriente del cine social que luego transitarían grandes nombres como el brasileño Glauber Rocha, los argentinos Pino Solanas, Octavio Gettino y Raymundo Gleyzer o el chileno Miguel Littin. Pero hubo otros directores que antecedieron a Birri en la despedida, pertenecientes al universo del cine popular norteamericano. Entre ellos se puede mencionar a John Avildsen, director de clásicos como Rocky (1976) o Karate Kid (1984), Jonathan Demme, recordado por la escalofriante El silencio de los inocentes (1991), y al maestro del terror George Romero, creador de la figura moderna del zombie cinematográfico con La noche de los muertos vivos (1968).
Del mundo del cine también fue parte el músico argentino Luis Bacalov, que se hizo famoso, igual que su colega italiano Ennio Morricone, componiendo bandas de sonido para spaghetti westerns, aquellas películas del oeste filmadas en España e Italia. Bacalov falleció el 15 de noviembre; había sido nominado al Oscar por la música de El Evangelio según San Mateo (Pier Paolo Passolini, 1968) y lo ganó por su trabajo en El cartero (Michael Radford, 1994). 2017 fue el año del adiós para gran cantidad de músicos, como los argentinos Horacio Guaraní y la bolerista María Martha Serra Lima; el padre del rock and roll Chuck Berry; el uruguayo Daniel Viglietti, voz de la canción de protesta; el guitarrista Malcom Young, fundador de AC/DC; la estrella Tom Petty, cuya muerte se anunció antes de que ocurriera, pero fue confirmada un día más tarde; y Chris Cornell, cantante de Soundgarden y una de las grandes voces del grunge.
Como ocurre cada año, la lista de decesos incrementa su densidad al llegar al rubro de los actores. Y seguramente el 2017 será recordado para siempre por ser el año de la muerte del enorme Federico Luppi, el hombre que fue la cara masculina del cine argentino por más de cinco décadas. Una carrera que abarca desde su trabajo con Leonardo Favio en El romance del Aniceto y la Francisca… (1967), hasta sus colaboraciones con el hoy famoso director mexicano Guillermo del Toro, quién lo consideraba su actor favorito y con quien trabajó por última vez en El laberinto del fauno (2006). Luppi filmó hasta casi antes de morir. También se despidieron en 2017 otros actores argentinos que serán recordados por mucho tiempo, como Elsa Daniel, Lito Cruz y Pablo Cedrón. A ellos se suman grandes nombres de todo el mundo, como el genio de la comedia Jerry Lewis, el icónico Batman de la televisión, Adam West, o Roger Moore, el más longevo de los James Bond. Otro actores fallecidos este año: Martin Landau, Harry Dean Stanton, Bill Paxton y los franceses Jean Rochefort y Emmanuelle Riva.
Entre los muertos memorables de 2017 no puede dejar de mencionarse a Juan Carlos Colombres, gran humorista gráfico conocido por su seudónimo Landrú; la reina del fitnes de los 80, María Amuchástegui; el periodista y conductor Andrés Percivale; el psicótico Charles Manson y el playboy Hugh Hefner.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 28 de diciembre de 2017
CINE - "El gran showman" (The Greatest Showman), de Michael Gracey: Bailando con el padre del Showbizz
Barnum era conocido como un maestro del engaño, título algo injusto para quien nunca ocultó que los actos que presentaba no eran otra cosa que espectáculos. Existen otras dos formas para definirlo con mayor justicia. Por un lado, se puede abordar su figura desde el idealismo y decir que se trata de un ilusionista, un vendedor de mundos fantásticos dispuesto a volver realidad las fantasías de su público. Pero también es posible dar una definición mucho más realista y decir que se trata de uno de los precursores de los freakshows –esas ferias de fenómenos que presentaban como personajes algunas personas con malformaciones reales–, y el exploitation: freakxploitation. Por supuesto que eso le trajo popularidad, convirtiendo a sus espectáculos en un éxito de público, pero también el rechazo de los miembros más puritanos y reaccionarios de la comunidad, que son además los dos extremos que aún conviven en la sociedad estadounidense.
Es ese perfil entre extravagante y estrafalario lo que permite que el tono de comedia musical circense que se mencionó más arriba sea el más apropiado para abordar la figura de Barnum. En ese sentido, El gran showman tiene algo (o bastante) de Moulin Rouge! (2001), aquel éxito que consagró al director australiano Baz Luhrmann, igualmente ambientado a finales del siglo XIX pero en el terreno de los cabarets parisinos. Ese aire de familia también se extiende a un score musical que juega con lo anacrónico, presentando canciones y una partitura de estética contemporánea en un contexto decimonónico.
El gran showman tiene también, por supuesto, debilidades y fortalezas. Dentro de las primeras se puede enumerar cierta falsedad, que se percibe sobre todo en el diseño de algunas coreografías y que aparece bajo la sombra de una duda: la de que no son las grandes estrellas quienes bailan en ciertas escenas, sino sus dobles. Sospecha que es alimentada por tomas panorámicas o cenitales en las que la iluminación y la puesta de cámara se complotan para ocultar la identidad de los bailarines, el propio Jackman y la siempre eficiente Michelle Williams. Y la sola duda produce decepción: ¿o alguien puede imaginar escenas de baile en las que Gene Kelly y Fred Astaire no fueran los claros protagonistas o necesitaran de un doble? Claro que Jackman no es Kelly ni Astaire, y Williams no es Ginger Rogers, y tal vez no haya hoy por hoy nadie capaz de igualar las proezas de aquellos grandes héroes del musical. Ese hecho habla del presente de un género en el que los actores parece que juegan a bailar y a cantar (véase La La Land), haciendo que las películas queden más cerca de Bailando por un sueño que de Cantando bajo la lluvia. Lo cual no es un elogio.
Pero a pesar de eso y del inocultable problema de verosímil que produce el hecho de que los personajes se pongan a cantar en medio de un diálogo (otra dificultad del género en la actualidad), El gran showman pasa la prueba. Un éxito que se debe sobre todo al carisma del propio Jackman, pero también a sus compañeros de elenco. En primer lugar, al cada vez más sólido Zac Efron, quien quizá sea el actor con mayor potencial para acercarse al modelo de Kelly o Astaire en el Hollywood actual.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
CINE - "Rex", de Fernando Basile: Tragedia griega en el conurbano
Sus primeras secuencias dan cuenta de un universo sórdido y peligroso, pero en el que su protagonista se mueve con comodidad. Ser un joven trabajador y responsable son virtudes que no le impiden a Rex tener los recursos necesarios para sobrevivir en un ambiente hostil. En el sentido opuesto, vivir en un mundo violento tampoco le impide ser un buen hijo de dos padres cariñosos, aunque hay algo de incomodidad, como de pez fuera del agua, en el hecho de ser parte de esa familia. Es como si Rex supiera que en realidad no pertenece a ese lugar y eso hubiera ido acumulando tensión en su interior. La excusa para desaparecer llega cuando, luego de una ronda nocturna y de varios tragos de más, Rex acaba matando a golpes a un hombre borracho que intentó agredirlo a la salida de un bar. Esa misma madrugada llega a un barrio lejano, alquila una habitación en una pensión improvisada y consigue trabajo en un depósito donde conocerá a Yolanda, una mujer mayor que él con la que comenzará un romance.
Basile narra a partir de planos secuencia y de largas tomas que les permiten a los actores construir un universo cotidiano, potenciar el carácter de verdad de los vínculos que van surgiendo entre ellos y, al mismo tiempo, lucirse en el minucioso diseño de sus personajes. En ocasiones, la duración de algunas de dichas tomas puede parecer excesiva, como ocurre con los diez minutos de una escena de sexo entre Rex y Yolanda, filmada con una cámara fija. Sin embargo, las revelaciones que la trama hará a medida que la tuerca vaya girando permitirán resignificar lo que en principio pudo ser juzgado como sobreexposición.
Hay algo del cine de José Campusano en Rex, algo de la forma en que se retrata los ambientes de la clase obrera, incluso sus rincones marginales. El sino trágico de sus personajes, que sin embargo tienen en su carácter algo de heroico; la presencia de antagonistas fuertes, que marcan una oposición dramática pero sobre todo ética; un universo en donde el bien y el mal tienen un lugar claro. Pero también existen diferencias. Una está dada por el trabajo de un elenco homogéneo, cuyas actuaciones no demandan que el espectador deba adaptarse a un registro no profesional. Esto permite que entrar en la trama resulte menos arduo, pero también convierten a Rex en un trabajo menos arriesgado que las mejores películas de Campusano.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 24 de diciembre de 2017
CINE Y LIBROS - "Cine en pijamas", de Maia Debowicz: Películas de entrecasa
Pero el libro también es una excusa para que Debowicz escriba la biografía de su propia cinefilia, alimentada por años de ver cine en la tele o deambulando de videoclub en videoclub para ver todo lo que se le cruzara en el camino. Por eso, lejos de la pretensión de objetividad de los libros de Historia, Cine en pijamas puede ser definido como una especie de historia del cine vista desde el sillón de su casa. “No hay lectura que no sea subjetiva. La diferencia es que en mi libro no trato de disimular la evidente subjetividad de todo texto crítico”, confirma la autora. “Cuando era adolecente miraba películas en VHS durante toda la noche. Me acuerdo de descubrir detalles o ideas escondidas entre un cambio de plano que nunca eran nombradas en las críticas que leía. Tardé unos años en darme cuenta que la mirada está atravesada por las vivencias personales.”
El libro menciona una cuestión recurrente: cada nuevo formato se convierte en una amenaza que le permite a los expertos anunciar la muerte del cine. Pero el cine sigue vivo, mientras que los videoclubes se extinguieron, la TV agoniza y los expertos se tragan sus palabras. “Como cualquier lenguaje o vehículo narrativo el cine está diseñado para sobrevivir mientras haya historias que contar. Es decir, para siempre”, subraya Debowicz. Pero eso no explica por qué el cine prevalece ante competidoras muchas veces desleales, como la piratería. La autora considera que “el (amor por el) cine nos permite tener algo en común con cualquier ser humano. Sea una charla de ascensor con un vecino o un debate a los gritos entre compañeros de oficina”. “A mí el cine me acercó a mi familia”, confiesa. “Hace unos años mi papá me empezó a llamar por teléfono cuando salía del cine para preguntarme qué pensaba de tal película. Le daba mi opinión, intercambiábamos ideas. Así descubrí que las películas son una excusa para compartir un mismo mundo. Para construir complicidades fuera de la sala de cine. Con semejante poder es imposible soltarle la mano al cine”.
Como se ha dicho, Cine en pijamas analiza el doble avance en sentidos opuestos de los nuevos formatos, desde pantallas gigantes a dispositivos cada vez más diminutos. Y si bien ambos procesos parecen contradictorios, Debowicz los considera complementarios. “Son diferentes maneras de acceder a distintas películas. Cuando una película filmada con un celular como Tangerine (Sean Baker, 2015) se proyecta en el cine se abre un abanico de tantas posibilidades técnicas como dispositivos de visionado. Cada uno con pros y contras. Las mega pantallas nos muestran a Godzilla casi a tamaño natural mientras que el celular nos permite llevarnos a los Gremlins en el bolsillo. La gracia del cine es que no pierde su capacidad de mutar”.
Pero a estos cambios tecnológicos le corresponden cambios de otros órdenes. “El cine está empezando a actualizar ciertas representaciones de las minorías, aunque lamentablemente eso está más presente en el cine independiente que en el mainstream”, sostiene Debowicz. “El problema es que Holywood es conservador y no quiere cambios en sus maneras de narrar. Si permiten que se cuente una película sobre una chica trans es porque será interpretada por un actor de moda que pueda ser una muñequita cuando se ponga pollera”. Claro que este modelo conservador genera espectadores que adolecen de defectos similares: “Cuando se anunció que la nueva Cazafantasmas iba a ser protagonizada por mujeres los fans estallaron de ira. Pero si en vez de cuatro comediantes mujeres el elenco hubiera estado formado por varones, ¿la reacción hubiera sido la misma?”, se pregunta. “Pero el cine agrega posibilidades, multiplica opciones y parece que dentro de esa ampliación de plataformas y soportes se desdibuja la frontera entre industrial e independiente. Eso significa que obras como Tangerine o la serie Transparent pueden existir y cualquier persona con un simple teléfono puede acceder a ellas.”
Artículo publicado originalmente en la secció Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 21 de diciembre de 2017
CINE - "The Disaster Artist: Obra maestra", de James Franco: Declaración de amor al cine malo
En The Disaster Artist Franco reconstruye el vínculo entre Wiseau y Greg Sestero, un adolescente que aspira a ser estrella de cine con quien se conocen en un taller de actuación. Sestero queda deslumbrado por la falta de pudor con que Wiseau encara los ejercicios dramáticos, confundiendo ese desprejuicio evidente con una muestra de talento que no es tal. A pesar de una diferencia de edad que es notoria en lo físico pero no tanto en la candidez con que los amigos ven al mundo, Wiseau y Sestero se mudan a Hollywood a expensas económicas del primero, que parece disponer de una cuenta bancaria inagotable. Pero mientras Sestero va consiguiendo sus primeras y modestas oportunidades, Wiseau no deja de acumular rechazos. Lo que los separa no se encuentra dentro del orden del talento, sino que se trata de una mera cuestión estética, porque en tanto el joven Sestero encaja en el patrón de belleza cinematográfico, Wiseau es un tipo de rostro contrahecho y aspecto extravagante. Como las cosas no avanzan tal como ambos ilusamente preveían, deciden hacer su propia película, escrita, dirigida, protagonizada y producida por Wiseau. Esa película será The Room.
Si bien por momentos The Disaster Artist parece burlarse de sus personajes, sobre todo de Wiseau, a fuerza de insistir sobre un absurdo que tiene su origen en la incapacidad de este para reconocer sus limitaciones, lo cierto es que la película trata de otra cosa. En primer lugar de una versión retorcida del Sueño Americano, aquel en el que cualquiera puede volverse un hombre de éxito con solo proponérselo (aunque, como en este caso, siempre ayuda tener seis millones de dólares en la cuenta para filmar un despropósito como The Room). Pero también es una película sobre la amistad, sobre el valor de estar ahí, incluso en los peores momentos del otro, brindando apoyo moral y emocional, ayudando a ver medio lleno un vaso que parece vacío por completo. Finalmente, pero no menos importante, se trata de una película sobre el cine mismo, sobre su capacidad para construir sueños que son los del artista pero sobre todo los del espectador. Existe un postulado dentro de la teoría de la comunicación que indica que el mensaje no es aquello que emite quien lo envía, sino lo que reconstruye el receptor. Es ahí, en las carcajadas que provoca, donde The Room se vuelve por motivos inesperados una película entretenida, querible y a su manera, exitosa. La prueba está en que Wiseau y Sestero se volvieron famosos a partir de ella, que en el fondo era lo que andaban buscando cuando se propusieron filmarla.
Quienes hayan visto The Room tendrán un motivo adicional para certificar la calidad de las actuaciones de los hermanos James y Dave Franco, a cargo de los roles de Wiseau y Sestero respectivamente. Quienes no lo hayan hecho tienen suerte: si algo consigue transmitir la película es la imperiosa necesidad de salir corriendo a ver The Room para comprobar que todo es tan absurdo como se lo muestra acá. Y es que en el fondo The Disaster Artist es una declaración de amor a esa película contra natura que de verdad da gusto ver, de tan inverosímil.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
domingo, 17 de diciembre de 2017
LIBROS - Cuando la literatura argentina retrata la violencia: Historia literaria del conflicto
Pero no es la primera vez que ocurren hechos de esta clase y magnitud en la Argentina, un país que parece llevar impresa en su ADN la pasión por la violencia. La historia política del siglo XX está llena de relatos en la que los argentinos han chocado de frente; en no pocas de ellas, como ocurrió el jueves, ha sido el Estado quien ha encabezado una de las facciones, lanzando golpes contra sus propios ciudadanos. La semana trágica; la Patagonia rebelde; el bombardeo a Plaza de Mayo de 1955; los fusilamientos de José León Suárez; la noche de los bastones largos; la masacre de Ezeiza y el accionar de la Triple A; el golpe de estado de 1976; los saqueos de la hiperinflación de 1989; la represión de 2001, el asesinato de Carlos Fuentealba, entre otros. Desde su origen con la publicación de el cuento "El matadero" de Esteban Echeverría, la literatura ha sido espejo de esa realidad, narrándola a partir de distintos formatos. Este informe incluye cinco libros que abordan algunos de estos momentos, consiguiendo conjurar el horror incluso desde la más absoluta ficción.
La Patagonia Rebelde, de Osvaldo Bayer
Osvaldo Bayer es un reconocido militante anarquista y uno de los pocos estudiosos interesados en abordar la historia argentina desde el punto de vista de las luchas sindicales antes de que el peronismo consiguiera hacer pié en el movimiento obrero, Sus libros agrupados bajo el nombre genérico de La Patagonia rebelde recrean lo acontecido en el sur del país a comienzos de los años '20 durante el gobierno de Hipólito Irigoyen, cuando una rebelión de obreros rurales paralizó la actividad de la zona. Sin intención de ficcionalizar los hechos, Bayer consigue reconstruirlos con tanta potencia que sus textos casi pueden leerse como una negra novela de intriga política. A tal punto que llegaron a convertirse en el argumento de la película homónima, dirigida en 1974 por Héctor Olivera.
“Apenas pasan unos segundos y ahora sí, el militar sale solo. Va vestido con uniforme de diario y sable al cinto. Se encamina hacia la calle Santa Fe por la misma vereda que esta el mismo hombre rubio. En su paso enérgico demuestra ya su carácter firme. […] Es el famoso teniente coronel Varela. […] El hombre más aborrecido y odiado por los obreros. Lo llaman el ‘Fusilador de la Patagonia’, el ‘Sanguinario’; lo acusan de haber fusilado en el sur a 1.500 peones indefensos. Les hacia cavar primero las tumbas, luego los obligaba a desnudarse y los fusilaba. A los dirigentes obreros los hizo apalear y sablear y luego ordenó pegarles cuatro tiros […]
Cuando lo ve venir, Wilckens no vacila. […] El anarquista sale del zaguán para enfrentar a Varela. […]
Wilckens la arroja al piso con fuerza entre él y el militar, a la misma distancia entre los dos. Es una bomba de persecución, o de mano, de gran poder. Las esquirlas le dan de lleno en las piernas a sorprendido Varela. Pero también a Wilckens.”
Diario de la guerra del cerdo, de Adolfo Bioy Casares
En el extremo opuesto de los libros de Bayer, de corte documental, Diario de la guerra del cerdo es una ficción absoluta sin contacto con hechos puntuales de la historia argentina. Sin embargo en ella Adolfo Bioy Casares supo, de alguna manera, leer perfectamente el clima revulsivo de finales de la década de 1960. Esta novela distópica imagina una rebelión juvenil en la que los jóvenes de Buenos Aires, liderados por un general de apellido Farrell y bajo el nombre de Los Jóvenes Turcos, se vuelven contra los ancianos y empiezan a perseguirlos y atacarlos. Por supuesto que, antiperonista confeso, no pocos indicios, entre ellos los citados, permiten conjeturar que se trata de una velada referencia al peronismo, cuya ala juvenil era muy activa en 1969, año de publicación del libro.
La novela de Perón, de Tomás Eloy Martínez
En esta novela monumental, Tomás Eloy Martínez se propone y cumple la titánica tarea de cartografiar a Perón y junto con él al peronismo todo. Una de las subtramas está dedicada a abordar los sucesos de la llamada Masacre de Ezeiza, ocurrida el 20 de junio de 1973, el día del retorno del líder al país tras 18 años de exilio. Ese día la cúpula de la derecha sindical emboscó y disparó sobre los militantes de izquierda del movimiento y Martínez lo relata desde ambos puntos de vista.
“Los cordones de la Juventud Sindical cierran filas, aferran con la mano derecha al compañero de la izquierda, pegan los hombros, y rechazan, con la cabeza y las rodillas, a la marea que se les viene encima. Frenan solo la primera embestida. Al instante, la ola se rehace, y arremete. […] Los cuerpos se destripan, se desfloran, saltan en aluvión. Un cerco de madera cae, astillado. Desde el palco uno de los elegidos toca el silbato: es la orden para que los cordones cedan el paso y se guarezcan tras las ambulancias en los flancos. […]
El enorme cuerpo de la concentración ha cedido y se derrama en las cunetas. Los muchachos de brazalete verde, trepados a los camiones sindicales, reordenan sus fuerzas,de cuatro en fondo. Se preparan. Esperan la señal. Sacan a relucir las mangueras con relleno de plomo, se calzan las manoplas. […]
Entonces suena nítido, un balazo. En la vorágine donde nadie puede oir siquiera su respiración, todos oyen: el primer balazo cae, y con él cae el silencio.”
El año del desierto, de Pedro Mairal
Inspirada en los hechos de diciembre de 2001, en esta novela Pedro Mairal imagina una distopía nacional. En sus primeras páginas describe esta situación, que transcurre sobre la calle bautizada con el nombre de quien propuso aquello de civilización y barbarie.
“Subí caminando por Sarmiento. Lo tiré por si me agarraban con eso encima. Pasó un tipo en cuero, usando como tambor un tacho de basura de los de plástico. Para el lado de la Plaza se oía el latido enorme de los bombos. Como estaba a tres cuadras, no me preocupé mucho, hasta que vi pasar a la montada. Primero oí el repiqueteo de las herraduras contra el asfalto y después vi pasar los caballos alazanes al galope. Los policías ya venían amenazando con el látigo. Vi que los otros corrían y corrí hasta la esquina. Pasaban chicos con la cabeza envuelta en una remera, pasaban tipos de corbata con el saco en la mano, eufóricos. Lo de siempre. […] Unos tipos arrastraban carteles de 'hombres trabajando' para hacer una barricada. Otros trataban de romper un vidrio y no podían; los cascotes y los pedazos de baldosa rebotaban, haciendo ondular el reflejo como si fuese agua. Se oían frenazos de autos y después explosiones o tiros. Ahí me empecé a asustar.”
Los que se fueron, de Bernardo Kordon
Publicado en 1984, primer año del retorno de la democracia, este libro de cuentos de Bernardo Kordon, ya desde su portada se presenta como una declaración de principios. En ella se ve a las Madres de Plaza de Mayo en una de sus manifestaciones. Sobre ellas aparece el perfil inconfundible de la cúpula del Congreso de la Nación. El primero de sus relatos es "Descansar en paz", cuento en el que una madre es obligada a tener en su casa el ataud cerrado en el que se supone está el cadáver de su hijo desaparecido. Pero no puede abrirlo para confirmarlo y tampoco enterrarlo, porque para hacerlo necesita la intervención de un juez. Todos los días un oficial de policía la visita para asegurarse de que el cajón sigue ahí.
“En verdad estoy más tranquila. No me devolvieron vivo a mi hijo, pero finalmente me dejaron enterrarlo. Y además tranquila porque ya no espero ver más al inspector. Venía cada dos semanas, para comprobar que el ataúd seguía en su lugar. Veía y se iba a dar cuenta a sus supriores. Ese día, después del entierro de las cenizas, le dije que era mucha crueldad eso que habían hecho: que una madre conservara el cadáver de su hijo. Demasiada crueldad, que se lo dijera a sus superiores. El tipo me escuchó y respondió: Una madre, es cierto, pero de un hijo subversivo, no lo olvide señora. ¿Por qué no lo cuidó antes? […]
No supe qué contestarle. Justo cuando iba a gritar todo eso que aguantaba tanto tiempo aquí adentro. Me callé enseguida. Ahora pienso que eso es lo que buscan. Que nos callemos. Carlos hablaba y lo mataron y dejó de hablar. […] Madre de un subversivo, me dijo el inspector y me hizo callar. Algún día, quizás. Algún día quizás volveremos a hablar.”
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 14 de diciembre de 2017
CINE - "La Guerra de las Galaxias: Los últimos Jedi (Star Wars: The Last Jedi), de Rian Johnson: El regreso de la Fuerza
Si contar el argumento de una película no siempre es necesario para hablar de ella, en un caso como el de esta saga que ha ido y venido en el tiempo, y en el que las conexiones entre los personajes y las diferentes tramas pueden hacer que el asunto se vuelva algo confuso para los no iniciados, quizá hasta sea ocioso. Alcanza con decir que mientras los últimos miembros de la resistencia republicana soportan como pueden el asedio de las tropas de los herederos del Imperio, comandadas por un poderoso ser maligno, una joven de origen humilde con inesperadas dotes intenta convencer al último miembro de una orden de sabios, único capaz de enfrentar a las fuerzas del mal, de que por un lado la acepte como alumna de su milenario culto y por el otro la ayude a salvar a los rebeldes. Como ocurría con las primeras películas de la saga, Los últimos Jedi no es otra cosa que una historia de caballeros medievales narrada en el contexto de una aventura con elementos de ciencia ficción. Si a eso se le suma la historia edípica de un joven que mata a su padre, pelea contra su madre y enfrenta a su tío en busca de dominar un poder ancestral, la cosa bordea además el melodrama televisivo.
Es quizá en el éxito de ese juego en donde reside la fortaleza (la Fuerza) del nuevo episodio, que vuelve a manejar con equilibrio las herramientas de la acción y el humor, que al combinarse acaban potenciándose mutuamente. Es cierto que la narración tal vez abrume un poco al promediar sus 152 minutos, pero el buen manejo de la progresión durante el último tercio permite salir satisfechos de la sala. Pero además hay una serie de buenas decisiones, que ayudan a sostener dramáticamente el camino tomado. En primer lugar no utilizar a los viejos personajes, criaturas esenciales del universo de La Guerra de las Galaxias como Luke Skywalker o la princesa Leia, como meros fetiches destinados a mantener cautivos a los fanáticos. Si en El despertar de la Fuerza era el turno de Han Solo (Harrison Ford) de soportar buena parte de la carga de esa pesada herencia (nunca más oportuno el eufemismo), esta vez le toca Luke (Mark Hamill) la tarea de mantener viva la conexión con la saga original. La princesa Leia, por su parte, vuelve a tener un rol importante pero no tanto como debiera: un desperdicio que ya no podrá ser reparado luego de la inesperada muerte de la actriz que la interpretaba, Carrie Fisher.
Otro acierto es el de un elenco que esta vez da en el clavo de cada personaje, de los importantes a los secundarios, en el que es difícil destacar a uno por sobre el resto, porque da la sensación de que todos cumplen con lo que les corresponde. Si hubiera que hacerlo, es oportuno mencionar la labor de Adam Driver. Su Kylo Ren, hijo de la princesa y de Solo, pupilo de Luke en el aprendizaje del uso de la Fuerza, nieto y heredero del más grande, Darth Vader, como exponente del Lado Oscuro, resulta realmente impactante. Ya desde su presencia física (el tipo mide 1,90) y el pelo negro lacio recuerda a la figura de Vader. Pero además es capaz de expresar la furia con una elocuencia abrumadora que lo convierten en un personaje inolvidable. Todo lo contrario de lo que ocurre con Hayden Christensen en los Episodios II y III, cuyo Anakin es recordado por pocos. Y quienes lo hacen preferirían olvidar.
Artículo publicado originalmente en la secció Espectáculos de Página/12.
CINE y LIBROS - Balance 2017: Las películas argentinas nacidas de los libros
El vínculo entre el cine y la literatura vuelve a ser el eje de uno de los balances que son una costumbre del oficio periodístico. Y es que en efecto durante 2017 se ha producido una cosecha de ejemplos abundantes que dan fe de lo prolífico de ese cruce dentro del territorio de la producción cinematográfica argentina. Comenzando por una de las películas más importantes de la temporada, precandidata nacional para competir por los premios Oscar y Goya, la ineludible Zama, cuarto largometraje de Lucrecia Martel en el que adapta la novela homónima del mendocino Antonio Di Benedetto. Zama, de la que ya se ha escrito mucho (aunque quizá nunca suficiente) es apenas el casco visible de un témpano de al menos una decena de películas basadas en la obra o la figura de otros escritores.
Entre los variados intereses que abarcan los festivales de cine, la exploración del mestizaje entre cine y libros ocupa un lugar destacado. El Bafici, en tanto primer festival importante del calendario cinematográfico argentino, es el espacio elegido por muchas producciones para darse a conocer y la programación de su última edición incluyó varias películas cuyo primer motor se afirma en el imaginario literario. Animador habitual de este festival, Alejo Moguillansky presentó La vendedora de fósforos, película que ya desde el título propone algunos cruces con el famoso cuento del danés Hans Christian Andersen. Por supuesto que filtrados a través de la particular visión cinematográfica del director, quien ya en 2014 había ganado la Competencia Argentina con su controvertida comedia de aventuras histórica El escarabajo de oro, otro trabajo basado libérrimamente en una obra literaria, en esa ocasión el famoso cuento de Edgar Allan Poe.
También en Bafici pudieron verse documentales que trazan un retrato de dos nombres reconocidos de la literatura argentina. El primero de ellos es Salvadora, de Daiana Rosenfeld, que encara el rescate de la lejana, trágica y algo desdibujada figura de Salvadora Medina Onrrubia. Utilizando las herramientas de rigor del género, este documental echa luz sobre quien fuera poeta, militante anarquista, feminista germinal y esposa de Natalio Botana, nombre fundamental de la historia del periodismo argentino. Sin embargo no consigue trascender lo meramente ilustrativo. Varios pasos más allá de eso llega Lai, de Rusi Millán Pastori, que retrata al gigante (en todo sentido) Alberto Laiseca. Ahí se puede ver al escritor a quien sus alumnos apodaban El Conde haciendo gala del carisma, el histrionismo y las extrañas artes de la seducción que lo hicieron famoso, tanto en su faceta de maestro de escritores, como narrador oral o encantador de todo tipo de seres, ya se trate de niños o adultos, letrados o iletrados, propios o ajenos, hombres y mujeres.
Otros dos documentales deben mencionarse, ambos estrenados en el otro gran festival internacionales que se celebran en el país, el de Mar del Plata. Uno es Entre Perón y mi padre, en el que el director Blas Eloy Martínez explora el vínculo con su papá, Tomás Eloy Martínez, y a partir de él, su condición de declarado peronista. Emotivo y punzante, Martínez hijo utiliza la famosa entrevista que su padre le realizó al general Perón en Puerta de Hierro para reflexionar acerca de su propia condición humana y política. También en el festival de la feliz tuvo un espacio Años luz, el diario filmado y retrato de Lucrecia Martel que Manuel Abramovich realizó durante el rodaje de Zama.
La programación de Mar del Plata incluyo además dos películas basadas en obras literarias de autores contemporáneos. Ahí se proyectaron Barrefondo, de Jorge Leandro Colás, basada en la novela homónima de Félix Bruzzone, y El origen de la tristeza, de Oscar Frenkel con guión de Pablo Ramos sobre su propia novela. Ambas películas representan formas opuestas de encarar la adaptación de una obra literaria al cine. Mientras Colás prescindió de toda colaboración del autor de la novela, proponiendo un recorte personal de la obra original, Frenkel delegó en Ramos no sólo el diseño de la adaptación, sino que le entregó el rol de narrador y le permitió a él y a varios miembros de su familia ocupar pequeños roles en pantalla. Todo eso sin mencionar las diferencias estéticas entre ambas películas.
Fuera de los festivales y dentro de los estrenos comerciales que se registraron este año también existen ejemplos que dan cuenta del cruce fílmico-literario. Vuelo nocturno es el segundo trabajo de Nicolás Herzog, que a través del documental indaga en la mítica inspiración que Antoine de Saint-Exupery habría obtenido durante sus años de residencia en la Argentina para escribir El principito, el libro más traducido de la historia después de La Biblia. En cambio Sinfonía para Ana es un trabajo de ficción en el que los directores Ernesto Ardito y Virna Molina adaptaron el relato de la novela homónima de Gaby Meik. Ambas obras cuentan la historia de los alumnos del Colegio Nacional de Buenos Aires desaparecidos durante la última dictadura cívico militar, que usurpó el poder entre los años 1976 y 1983.
Artículo publicado originalmente en el Suplemento Literario Télam.
lunes, 11 de diciembre de 2017
CINE - Se anunciaron las nominaciones a los Globos de Oro: ¡Viva México, cabrones!
El título que más nominaciones recibió este año es La forma del agua, un drama romántico que se desarrolla en un contexto que incluye elementos fantásticos, de ciencia ficción y del período clásico del cine de terror. La palícula está nominada en los rubros de Mejor Film en categoría Drama, Mejor Director, Mejor Guión, Mejor Actriz (la británica Sally Hawkins), Mejor Actriz de Reparto (Octavia Spencer), Mejor Actor de Reparto (Richard Jenkins) y Mejor Banda Sonora. Si Del Toro consiguiera alzarse con el premio a la dirección se convertiría en el tercer mexicano en conseguirlo en los últimos cinco años, luego de que Alfonso Cuarón lo lograra en 2014 por la película Gravedad y que Alejandro González Iñárritu lo hiciera con El renacido en 2016. Después de recibir estos premios, esos mismos años tanto Cuarón como Iñárritu fueron nominados y ganaron los Oscar como mejores directores, con el mérito adicional para el primero de ellos de convertirse en el primer mexicano en ser distinguido como mejor director. Todos excelentes antecedentes para Del Toro, quien tenía entre sus actores favoritos al recientemente fallecido Federico Luppi, que protagonizó su ópera prima Cronos (1993) y fue parte de los elencos de las películas El espinazo del diablo (2001) y El laberinto del fauno (2006).
El podio de favoritas, con seis nominaciones cada una, se completa con las películas The Post, último trabajo del experimentado Steven Spielberg, y Three Billboards Outside Ebbing, Missouri, tercera película del británico Martin McDonagh. Ambos directores integran además la nómina de candidatos a la mejor dirección, junto al ya citado Del Toro y a los también ingleses Christopher Nolan por Dunkerque y Ridley Scott por All the Money in the World, lo que convierte a Spielberg en el único cineasta estadounidense dentro de la lista. Salvo esta última, que no recibió nominación en esta categoría, las otras cuatro integran el quinteto de candidatas a Mejor Película en categoría Drama junto a Call Me by Your Name, del italiano Luca Guadagnino.
Por su parte en el rubro Mejor Película en categoría Comedia o Musical se nominó a las películas The Disaster Artist: Obra maestra, de James Franco; Lady Bird, de Greta Gerwig; Yo, Tonya, de Craig Gillespie; El gran showman, de Michael Gracey y ¡Huye!, de Jordan Peele. Varias curiosidades se observan entre las diez nominadas a mejor película. En primer lugar, que la lista solo incluye a una directora (Greta Gerwig), marcando una vez más la desigual posición de la mujer en el mundo de la industria del cine. Además ninguno de los directores de las candidatas en la categoría Comedia o Musical fue seleccionado para integrar la categoría de Mejor Director. Finalmente debe mencionarse que All the Money in the World es el film en el que el director Ridley Scott decidió eliminar el trabajo de Kevin Spacey, luego de que las acusación por abusos y acosos sexuales se acumularan en su contra. Su lugar fue ocupado por el veterano y siempre magnífico Christopher Plummer, quien fue nominado por este trabajo en la categoría Mejor Actor de Reparto.
Debe mencionarse que entre las aspirantes al premio de Mejor Película Extranjera no fue incluida la argentina Zama, de Lucrecia Martel, que fuera seleccionada por la Academia del Cine local para representar al país en la preselección a los premios Oscar y los españoles Goya. En cambio consiguió una nominación Una mujer fantástica del chileno nacido en Mendoza Sebastián Lelio, película protagonizada por la actriz trans Daniela Vega, quien acaba de pasar por el país para participar del reciente Festival de Cine de Mar del Plata. Vega además suena como posible candidata a Mejor Actriz en los premios Oscar, lo cual la convertiría en la primera candidata trans en la historia de los premios. No es nada sencillo que esto ocurra, pero no imposible. El resto de las candidatas a film extranjero son el documental First They Killed my Father, de origen camboyano pero dirigida por la actriz Angelina Jolie; Aus dem Nichts del prestigioso director de origen turco Fatih Akim; la rusa Nelyubov de Andrey Zvyagintsev; y The Square del sueco Ruben Östlund, única de las candidatas de esta nómina que ya se estrenó en nuestro país.
La lista de actores y actrices nominados en las categorías correspondientes a protagónicos y secundarios es un verdadero seleccionado de estrellas. Entre ellos se destacan los nombres de Tom Hanks y Meryl Streep (The post), Hugh Jackman (El gran showman), James Franco (The Disaster Artist), Michelle Williams y Christopher Plummer (All the Money in the World), Steve Carell y Emma Stone (La batalla de los sexos, actualmente en las carteleras locales), Daniel Day-Lewis (Phantom Thread), Gary Oldman (La hora más oscura), Denzel Washington (Roman J. Israel, Esq.), Willem Dafoe (The Florida Project) y las británicas Helen Mirren (The Leisure Seeker) y Judi Dench (Victoria y Abdul), entre muchos otros.
El rubro de mejor canción se encuentra integrado por mayoría de películas animadas (Coco, de los estudios Disney; Olé, El viaje de Ferdinand, de Warner; y La estrella de Belén, de Sony, a las que se suman El gran showman y Mudbound, un drama sobre el racismo durante la posguerra en el sur de los Estados Unidos. Las tres películas animadas mencionadas tienen fechas de estreno en la Argentina dentro de los próximos 30 días, con excepción de la última, que ya fue estrenada y es la única de las tres que no integra la lista de candidatas a Mejor Film Animado. Por su parte esta categoría la completan Un jefe en pañales (de los estudios Fox), la irlandesa The Breadwinner y el film animado para adultos Loving Vincent, basado en la obra del pintor Vincent Van Gogh. La lista de nominados este año por la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood incluye un total de 33 películas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos del portal de noticias www.tiempoar.com.ar
domingo, 10 de diciembre de 2017
LIBROS - ¡Ufa!, otra vez es Navidad: ¿Por qué no se la afanan de una vez?
No es extraño que tratándose de una tradición cristiana los cuentos de Navidad estén más preocupados por contagiar culpa que por transmitir felicidad, como si cargaran con la tarea psicópata de hacer que al menos una vez al año los lectores caigan en la cuenta de sus privilegios y paguen por ello. Así ocurre con "La fosforerita", uno de los cuentos más famosos del escritor para chicos por antonomasia, el danés Hans Christian Andersen. Se trata de la historia de una nena pobre que vende cajitas de fósforos por la calle, pero que sin haber conseguido que nadie le compre ni una teme regresar a su casa en Nochebuena. Como además perdió los zapatos y la nieve ya empezó a congelarla, la chica se refugia en un callejón y no tiene mejor idea para calentarse que empezar a encender los fósforos que debía vender. La luz titilante de las llamitas proyecta en las paredes del callejón las imágenes típicas de las navidades felices de la clase media: árboles con regalos, chimeneas chisporroteantes y pavos asados alimentan su fantasía. Está claro que la niña se está muriendo y sus sentidos la engañan, corporizando sus deseos en forma de delirio. Sospecha que se confirma cuando vuelve a encender un fósforo y esta vez aparece la imagen de su querida abuela muerta y la pequeña le pide que la lleve con ella. El cadáver sonriente y congelado de la fosforerita es hallado la madrugada de Navidad por los primeros peatones, que deben haber sentido la misma culpa que embarga al lector que eligió ese cuento para mandar a la cama a sus hijos y ahora no sabe cómo hacer para que dejen de llorar. Después de un cuento como este a nadie debería extrañarle que personajes como El Grinch o el esqueleto Jack, salidos de la imaginación prolífica del Dr. Seuss y del cineasta Tim Burton, tuvieran como mayor anhelo robarse la Navidad.
El inglés Charles Dickens tomó nota de esta tendencia truculenta de las historias navideñas cuando decidió escribir la suya, pero no olvidó incluir en la fórmula algo del humor que Andersen se dejó vaya a saber dónde. "Una canción de Navidad" es el relato navideño por excelencia, al punto de que se ha editado en todos los formatos posibles y cuenta con numerosas versiones cinematográficas y televisivas. Ahí la culpa reaparece de forma muy clara: es la herramienta elegida para tratar de hacer recapacitar a Ebeneezer Scrooge, un hombre al que la vejez ha convertido en un miserable. Scrooge recibe en Nochebuena la visita de los fantasmas de las navidades pasadas, presentes y futuras, que le muestran la felicidad que ya no tiene, la amargura de la actualidad y el horror del porvenir. Ante la perspectiva negra Scrooge recapacita y retorna a la senda de la generosidad, pero siempre quedará la duda de si se trata de un impulso sincero o de simple conveniencia. En esa duplicidad radica la genialidad del relato de Dickens que acaba de reeditar la editorial Bärenhaus. La culpa también está presente en el cuento "El regalo de los magos", de estadounidense O. Henry, pero ahí el humor se convierte en ironía para transformarla en farsa, aunque tampoco consigue escaparle al pegote de las buenas intenciones.
Maestro de la elegancia, Truman Capote también transitó la Navidad de forma literaria con su cuento "Un recuerdo navideño". Su versión del humor es mucho más fina, menos obvia que en los casos anteriores. Y la culpa brilla por su ausencia, aunque el relato está cargado de melancolía: será que en la literatura realmente no hay lugar para navidades donde la felicidad es plena. Narrado como un recuerdo de infancia, un chico de siete años rememora su amistad con una prima de más de 60, ofreciendo un detallado itinerario de sus actividades durante el mes previo a la celebración. Sin mencionarlo nunca, Capote consigue transmitir que, aun siendo una vieja, aquella mujer adorada por el narrador conserva la conducta infantil de quien tiene la incapacidad de madurar, al punto de que es difícil imaginar a los protagonistas sino como dos niños, a pesar de que el autor deja claro que ella no lo es. El chico es enviado a una escuela lejos, los mejores amigos dejan de verse y él crece sabiendo de ella sólo por sus cartas. Sin ser triste, el final es amargo y confirma que quizá no haya momento más oportuno que la Navidad para añorar lo que ya no es o extrañar a los que ya no están, y que tal vez la última felicidad auténtica efectivamente se quedó en la infancia. Debe ser por eso que para los escritores la Navidad siempre es una porquería.
Artículo publicado originalmente en la seccción Cultura de Tiempo Argentino.
sábado, 9 de diciembre de 2017
MÚSICA - Luca Prodan, 30 años después: Pelados en escena
No se trata sin embargo ni del primero ni del único punto de contacto entre Prodan y el cine, aunque tampoco son tantos. Pero como casi todas las puestas en escena que se realizaron de él, así en el teatro como en la pantalla, el trabajo de Espina no se cierra sobre sí mismo sino que se expande para, a su manera, agigantar el mito de su protagonista.
Espina conoció a Prodan mucho antes de hacer su documental, que se estrenó en 2007 cuando se cumplieron los primeros 20 años de su muerte. Ambos habían compartido aquel revuelto gramajo delicioso que fueron los años ’80, cuando cualquier cosa era posible. Como por ejemplo filmar el alucinado cortometraje El día que reventaron las lámparas de gas, dirigido por Espina y en el que el pelado persigue a un joven Luis Ziembrowski en calzones por las terrazas de Buenos Aires. Se trata de la única película en la que Prodan participó en vida, cuando aún no tenía el rango de mito que le confirió su trágica muerte. En varias entrevistas Espina recordó que el master de aquella peliculita se arruinó una de las noches en que la proyectaban en el Parakultural, cuando alguien volcó sobre él un vaso de cerveza. Milagro de la vida moderna, hoy se la puede ver completa en YouTube.
Volviendo al documental, el mismo se convirtió en el centro de un éxito infrecuente a partir de una inteligente campaña de exhibición ideada por sus productores Marcelo Schapces y Estéban Esmoris. Si bien se estrenó en los Espacios INCAA, universo paralelo del circuito de cine que suele albergar a casi la totalidad de la producción local, Luca fue vista por la mayoría de sus espectadores en pubs, bares, salas de conciertos como The Roxy y hasta en el marco de un festival como el de Cosquín Rock. Como si se tratara de una banda, los productores imaginaron que sacarla de gira era lo más lógico y no se equivocaron: Luca fue vista por casi 100 mil espectadores, cantidad inédita para un documental.
Un vínculo familiar une también a la obra teatral Luca vive, escrita por el periodista Carlos Polimeni, con la película homónima de Jorge Coscia estrenada en 2002. Coscia había visto la obra una noche de 1999 e impresionado por la actuación de Daniel Ritto en el papel del cantante le ofreció continuar ese trabajo en la pantalla. Luca vive no alimenta pretensiones biográficas, no hace referencia a ningún otro personaje real, ni siquiera a sus compañeros de Sumo, ni utiliza las canciones del grupo en su banda de sonido. Se trata más bien de una ficción que imagina libremente los últimos días del cantante antes de su muerte. Por entonces Coscia definió a Luca vive no como una película de rock, sino como una película rock, un objeto cinematográfico hecho como cine pero ejecutado como rock. Se trata, por supuesto, de un juego de palabras improbable.
Su más reciente encarnación se dio en la obra teatral Luca del Abasto, escrita y dirigida por Jorge El Vido, en la que el actor Lucio García Jurado hacía las veces del cantante pelado. Luca del Abasto es un musical que ya desde el título propone algunos juegos miméticos. En primer lugar con otro ícono de la música nacional, Carlos Gardel, el famoso Morocho del Abasto, pero también con Jesús de Nazareth, colocando a Luca en el lugar del enviado que viene a salvar al rock nacional.
Si bien este podría ser el último eslabón en la cadena de avatares escénicos de Luca, en la página web alternativateatral.com hay publicada actualmente una búsqueda destinada a quienes deseen participar de una obra que lleva por título de El tano errante, y a la que su autor, Francisco Alvero, señala como primera parte de una hiperbólica “trilogía prodaniana”. Dicha búsqueda está orientada a “actores, músicos, bailarines, cantantes que personifiquen a Luca Prodan a lo largo de su historia y otros personajes” de esta “Opera Rock After Chabon”. Los interesados encontrarán ahí un fragmento de la primera escena y una dirección de correo electrónico a donde enviar su currículum antes del 17 de diciembre, cinco días antes de que se cumplan tres décadas de la muerte del cantante. Y, quién sabe, tal vez algún lector de este artículo acabe por convertirse en el próximo Luca Prodan.
Artículo publicado originalmente en la revista Caras y Caretas.
jueves, 7 de diciembre de 2017
CINE - "Arpón", de Tom Espinoza: Western escolar en el conurbano
Como si se tratara de una especie de Entre los muros, la aclamada película del francés Laurent Cantet, cruzada con un western clásico, Arpón propone como escenario una escuela secundaria del conurbano más o menos profundo. Pero no una escuela a la que asisten los chicos de los barrios más pobres, sino una escuela de clase media suburbana. El protagonista es Germán Argüello, el director de la escuela, que en la primera escena parece obsesionado por revisarle la mochila a todos los alumnos de la institución. Siguiendo la indicación de una de las chicas se dirige a revisar a otras dos alumnas, que mientras él todavía está lejos y no puede oírlas comentan que al director se lo ha visto ir de putas y pasearse con ellas en el auto. Una de las alumnas, Cata, se negará a ser revisada y armará un escándalo que algunos de sus compañeros filman con las cámaras de sus celulares.
Como ocurre con muchos protagonistas del western, Argüello es una especie de descastado con un sentido claro del bien y del mal. Temido por los alumnos y recelado por algunos colegas, él intenta a toda costa mantener el orden en una escuela donde el peligro no anda a la vista de todos, sino que hace su trabajo en voz baja, apenas perceptible. Germán De Silva vuelve a mostrar las virtudes que lo convierten en uno de los mejores actores del cine argentino, capaz de asumir cualquier género con idéntica solvencia. Argüello le permite mostrar su lado más hosco como maestro duro pero también el más dulce, cuando comprueba el estado de vulnerabilidad de Cata.
Espinoza logra que el relato fluya con fuerza, construyendo una estructura narrativa y una atmósfera por lo general verosímiles, pero que algunas inconsistencias debilitan. Ciertas decisiones que el protagonista toma no se corresponden con lo que es esperable en la realidad. Eso provoca que, tratándose de una película de corte realista, algunos giros vayan forzando el desarrollo hasta desembocar en un desenlace sutilmente truculento que arrinconan a Argüello de forma arbitraria. Es ahí cuando el guión, que parecía ser un aliado de Espinoza, termina conspirando contra la solvencia de Arpón.
Artículo publicado originalmente en sección Espectáculos de Página/12.
viernes, 1 de diciembre de 2017
CINE - "Solar", de Manuel Abramovich: En busca del rumbo perdido
El cine es un sistema basado en la manipulación en el que el poder se construye de forma piramidal, de arriba hacia abajo. En el vértice superior de esa estructura se encuentra el director, amo y señor de lo que ocurre en escena. En contra de eso, desde el comienzo en Solar parece haber una subversión de los usos y costumbres, con el protagonista grabándose a sí mismo en sus actividades cotidianas. En ese proceso, que constituye el primer cuarto de la película, parece no haber un director, sino un personaje tomando sus propias decisiones, sin que ninguna de ellas parezca justificada más allá de la evidente pulsión del ego. Se trata, claro, de una decisión tomada por el director, pero conforme avanza el relato se vuelve cada vez más evidente que el recurso se le termina yendo de las manos. Y para cuando intenta con tibieza retomar el control ya es muy tarde.
En Solar no hay obediencia debida y una escena clave marca el rumbo definitivo de la película. Abramovich sienta a Flavio a tomar un café en la calle y le da indicaciones mientras lo filma: tomá un trago, comé un pedazo de torta, mirá ese auto que pasa, ahora mirá para el otro lado. Cabobianco obedece hasta que se harta y ante la enésima indicación inútil mira a cámara, dice que no con firmeza y sigue con lo suyo pero ya sin que medie la orden del director. ¿Cuál es el resultado? Que nada cambia y la escena sigue siendo la misma. ¿Es acaso Solar una reflexión acerca del rol del director dentro de la trama de un arte de construcción colectiva como el cine? Sí, quizá también sea eso.
Pero ocurre que cuando el personaje se revela abiertamente tratando de ser él quien toma las decisiones, la película se vuelve también una comedia. Y las preguntas se multiplican: ¿cuántas películas consiguió meter Abramovich dentro de Solar? Como un espiral que se va abriendo para permitir siempre una nueva vuelta, el relato se va ampliando, generando nuevas capas. En ese girar, que en principio parece marearlo, el director pronto encuentra un orden y a él se resigna. Es en ese momento en que la película comienza a fluir con naturalidad asombrosa. Si al comienzo el montaje mostraba una incómoda sucesión de fragmentos en los que era difícil reconocer una dirección clara, a partir de ahí Solar avanza de manera sostenida, con planos más largos que a diferencia de los anteriores, caóticos, van construyendo un cosmos. Como si el orden universal que predica el clan Cabobianco finalmente le aportara a la película la lógica que Abramovich no conseguía hallar. De esa manera Flavio, el chico solar, vuelve a convertirse en el centro: antes de un libro, ahora de esta película, y Manuel es apenas otro planeta orbitando en torno a él.
Sobre el final una tirada de I Ching viene a sintetizar, a resumir pero también a condensar, todo aquello que Solar ofreció de manera desbordada, una lectura inmejorable de la película. Del mismo modo la secuencia final, construida a partir del plano y el contraplano del director y su personaje filmándose mutuamente, logra poner en imágenes aquella dualidad que atravesó todo el relato.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.