martes, 18 de diciembre de 2007
LIBROS - Seis, de Jim Crace: Cuando la fertilidad es enemiga del deseo.
Existen muchas estrategias a la hora de narrar la vida de un hombre: Seis, novela del inglés Jim Crace, se propone hacerlo desde sus mujeres; más exactamente a partir del relato detallado de los sucesos que indefectiblemente acabaron en cada uno de los seis hijos del protagonista. Porque aunque no lo sepa, Felix carga con una fertilidad irrefutable como una maldición: cada mujer con la que se ha acostado le ha dado al menos un hijo. Él es un actor que se siente incómodo con la realidad -eso incluye su cuerpo-, y todo le resultaría más oportuno si pudiera estar pautado como en un guión, en el que cada personaje se abandonara a las indicaciones de un director omnisciente. La paradoja de obedecer sin dignidad, o ser esclavo de las decisiones tomadas en completa libertad.
A través de los seis capítulos de la novela, Crace hace gala de su gracia para detallar diferencias de género, sobre todo las referidas al deseo y su manifestación. En el hombre aparece como afectado por el síndrome de Korsakov, y así como surge ante el menor estímulo sensible (siquiera es necesario el contacto visual y alcanza con un aroma perdido en una esquina para que el cuerpo despierte), no puede mantenerse más que por un tiempo breve: el que le lleva cruzarse con otra mujer en una calle transitada y mutar en un nuevo deseo. Pero ellas saben que ningún hombre es un observador tan discreto como cree y que más bien es la presa quien acecha al depredador en estos casos. Toda mujer es conciente de que besar a alguien en público equivale a hacer el amor con, al menos, otra docena de tipos. Y no está mal sentirse deseadas.
Escrita con oficio a partir de recursos austeros -aunque sobre el final se perciba un apuro que no se delata en la narración anterior-, Seis parece no buscar otra cosa que entretener, rasgo de honestidad que merece destacarse.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura del diario Perfil.
CINE - La brújula dorada (The golden compass), de Chris Weiz: Acerca de Tolkien, Salieri y Danger Four
jueves, 13 de diciembre de 2007
CINE - La última hora (the 11th hour.), de Nadia Conners y Leila Conners Petersen: La letra con sangre entra
jueves, 22 de noviembre de 2007
CINE - Beowulf, de Robert Zemeckis: Chico con juguete nuevo
En Beowulf la incógnita pasaba por saber cuánto respetaría Zeme-ckis esta historia que es puro heroísmo y nobleza, o cómo se las ingeniaría para incorporar algunas subtramas que el original no contempla, pero que son indispensables para que un producto se vuelva masivo. Con astucia, el viejo Bob hace uso de la opción shakespeareana: con trazos gruesos añade amores imposibles, herederos indignos, dramas de alcoba, complejos de culpa y no se priva de convertir al héroe en rey de Dinamarca. Y claro, algo acaba oliendo mal. Porque estas variaciones podrán cerrar para quien desconozca del poema original, pero serán una traición para el avisado, ya que a pesar de respetar los nudos dramáticos de la historia, muchas veces se degrada el espíritu de los personajes, cargándolos de conflictos y dudas que en el poema no tienen. Además abunda en giros vulgares, siempre de tono sexual, que en pos de un realismo costumbrista innecesario desdibujan el carácter mítico del relato. Así, el Beowulf de Zemeckis, de una excelente factura técnica donde no pueden dejar de disfrutarse las escenas de combate, en especial la batalla final, no es novedoso ni muy fiel a su fuente, aunque logra quedar bien parada entre otras buenas versiones anteriores. Fuera de la vulgar adaptación futurista con Christopher Lambert, están la más esquemática y venal del dúo Crichton/ McTiernan, Trece Guerreros, y la sutil Beowulf y Grendel, del islandés Sturla Gunnarsson, con el hoy famoso Gerard this is Sparta Butler como protagonista, en la que el héroe consigue hacer un verdadero camino de transformación, manteniendo a la vez los valores de un poema que cautivó a Borges, Tolkien y C. S. Lewis, entre tantos otros.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
jueves, 15 de noviembre de 2007
LIBROS - Teoría del desamparo, de Orlando Van Bredam: La democracia como cadáver en un baul
CINE - Quiéreme, de Beda Docampo Feijóo: El viaje interior
Cuando Pancho recibe una nena como si se tratara de un envío puerta a puerta, no imagina que su fantasía del mundo perfecto acaba de terminar: su pareja con una chica varias décadas menor, un exclusivo restó recién inaugurado, la tranquilidad de un lujoso departamento en Puerto Madero; todo eso pierde cuando se entera que tiene que hacerse cargo de Amparo, la nena. Pero ¿quién es ella? Pues no: no es una hija desconocida que un pasado ya olvidado le planta en el camino. No, pero anda cerca. Amparo es su nieta, hija de una hija que vive en España, a la que Pancho no ve hace más de diez años y a quien le sugirió que lo pensara bien, cuando recién embarazada vino a buscar su consejo de padre. Sucede que Lucía, su hija, está atravesando una crisis por la muerte de su madre y no se siente en condiciones de hacerse cargo de la niña. Movido más por la necesidad de sacarse el problema de encima que por vocación paternal, Pancho viaja a Madrid. Con dificultad, reconstruirá por fragmentos la historia de esa hija casi olvidada, y no tardará en saber que él mismo es una de las piezas centrales del rompecabezas.
Moviéndose inicialmente en un terreno de comedia dramática, en el que la relación entre el adulto y la niña dará pie a situaciones tiernas que inevitablemente traerán otras películas a la memoria, Quiéreme será también un diario de viaje, una especie de road movie transatlántica, para desembocar en la tragedia de perfil griego y, tal vez por eso, no exenta de justificación freudiana. Como Pancho, Darío Grandinetti es más convincente en este último tramo que en los lapsos de comedia: sin dudas los veinte minutos finales deben estar entre lo mejor de su trabajo en cine. Marrale compone con gracia a un amigo de Pancho, escritor y putañero, y el breve personaje de Brandoni se parece más al militante radical de pocas pulgas de la realidad, que a su eterno personaje de chanta porteño de la ficción. Ariadna Gil cumple como la hosca amiga de Lucía y la niña Valdivieso consigue algunos rescatables momentos de naturalidad. A pesar de las reminiscencias y de un guión que se permite dejar algunas cuerdas sin tensar, Quiéreme, de Beda Docampo Feijóo (guionista de Camila y El último tren), redondea una narración efectiva y sobre todo, cuenta una historia concreta y completa, objetivo que en el cine nacional no necesariamente abunda.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
miércoles, 31 de octubre de 2007
CINE - Man to man, de Régis Wargnier: La evolución salvaje
Simple: así se plantea Man to man, una película a la que se puede clasificar como culebrón antropológico, que comienza en África central, en 1870, cuando una pareja de pigmeos es capturada y llevada a Escocia. Allá, tres vehementes hombres de ciencia, los doctores Auchinleck, McBride y Dodd, intentarán probar que los miembros de esa tribu casi desconocida en Europa son nada menos que el eslabón perdido, aquel linaje intermedio entre primates y humanos que mantenía viva a la darwiniana teoría de las especies. Dodd ha sido el responsable de la dramática expedición que trajo los pigmeos a Edimburgo, pero a partir de un contacto cada vez más íntimo con ellos, comenzará a dudar de algunas premisas de su teoría y la confianza con sus colegas se irá debilitando.
Planteada como fábula moral, abundante en estereotipos y moralejas, Man to Man utiliza a sus personajes para mostrar las alternativas posibles en la relación entre hombre y ciencia, muchas veces puesta por encima de las relaciones hombre a hombre. Así, mientras el doctor Dodd descubre que el carácter humano de sus “antropoides” resulta una evidencia que exige que el método sea revisado y corregido, Auchinleck se mostrará salvajemente positivista, y McBride se verá tironeado entre los hechos, la manipulación y su propia cobardía. Un juego de polos que se repelen y atraen, en el que la película deja clara su posición; como en ese paralelismo entre una tribu africana y los toscos highlanders escoceses, que desde culturas que se ignoran mutuamente le endosan a los hombrecitos de la selva similares poderes diabólicos, un recurso más bien superficial, pero que no deja de ser simpático y efectivo a la hora de empujar al espectador a intentar redefinir la palabra salvajismo. Y en esto se va Man to man, una sucesión de recursos casi de telenovela, (sobre)actuaciones esquemáticas para personajes de molde, transformaciones previsibles, mensajes políticamente correctos y golpes más o menos bajos, pero que de todas formas no impiden que la película resulte entretenida. Sin embargo al verla no pueden dejar de extrañarse otras, que retrataron de manera más elaborada, elegante o efectiva un tema tan rico como el choque de culturas antípodas. Sin demora vendrán a la memoria la exquisitez plano por plano de El nuevo mundo, de Terrence Malick, y hasta Greystoke, la leyenda de Tarzán, de Hugh Hudson, en la que Christopher Lambert compusiera tal vez el Tarzán más fiel al original de Burroughs, aunque no el más recordado.
Para Man to man queda la virtud de no haber desaprovechado la belleza de los escenarios elegidos; el oficio de Régis Wargnier para hacer coherentes y sobre todo llevaderas las casi dos horas que dura la película; y el mensaje de igualdad humana, que no por repetido deja de ser valioso, en esta era signada por la exaltación obscena de las diferencias por sobre la coincidencia vital de ser humanos.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)
LIBROS - Ferrocarriles argentinos, de Elvio Gandolfo: Bajo el signo de la herencia
Una constante de esta recopilación y tal vez de toda la obra de Gandolfo, es la forma en que cada texto manifiesta con equilibrio la pasión del autor por una gran variedad de géneros -los literarios, pero también el cine o la historieta-, para llegar a partir de ellos siempre más allá del límite que implica lo genérico. Así, en Llano de sol, un cuento cuyo escenario bien pudiera ser el de la ciencia ficción y la historieta fantástica de los años 50, en una Argentina dividida por guerras internas, una vieja central de energía solar en medio del desierto riojano es una excusa para que el abandono libere los fantasmas de un hombre solo, sus miedos y añoranzas, o la demora de ciertos deseos que son, quizá, un último rasgo de su humanidad (o su conciencia). En La yanqui y el polaco se permite utilizar nombres reales, como hiciera con Wells en el cuento Corta amistad en Londres: Susan Sontag y un hombre locuaz de español ferdydurkiano, son los personajes de un relato romántico con visos de erotismo intelectual. Fábula suburbana y lisérgica de ominosa candidez, El terrón disolvente profetiza la escena en que Morpheus le sirve a Neo la pastilla roja, para que el mundo se descubra con la violencia propia de la realidad. El policial se cruza con el costumbrismo en Estrategia, para aparecer de manera más contundente en Un error de Ludueña, mientras El bulto del casino desborda una fantasía netamente borgeana de soñadores y soñados.
Gandolfo es parte de una generación de cuentistas a la que ambiguamente puede reconocerse como la primera post- Borges, o bien la última bajo su influencia viva: su primer libro de relatos, La reina de las nieves, se editó en 1982, aunque él ya venía publicando poesía y trabajando en prosa desde mucho antes. Quienes todavía no conocen su trabajo, en estos Ferrocarriles Argentinos tendrán oportunidad de comprobar que en sus cuentos se continúa la genealogía fértil de la buena literatura fantástica argentina.
(Artículo publicado originalmente en el suplemento de cultura del diario Perfil)CINE - Encarnación, de Anahí Berneri: Del sexo en soledad
El cine y la literatura son mundos tan próximos que muchas veces consiguen rozarse; incluso puede pensarse al cine como el último de los géneros literarios. Por un lado las letras saben que el celuloide las ha empujado más allá del ejercicio paisajístico o fisonómico: la literatura ya no puede permitirse descripciones como las que sostuvieron la novela decimonónica, el período inmediato anterior a la era del cine. De una novela que abusa de ese recurso hoy se dice que es cinematográfica, sin que en ello vaya un elogio. Por necesidad, la literatura del siglo XX se volvió más esencial, más hermética, y en su evolución el cine tampoco se contentó con el relato explícito ni con el mero retrato, y de a poco comenzó a explorar otras formas de narración. Encarnación, de Anahí Berneri, comparte con otras películas del llamado nuevo cine argentino cierta voluntad críptica que, salvando distancias enormes, puede traer a la memoria del espectador/ lector el espíritu engañosamente cotidiano de algún texto de Raymond Carver. Será porque en la historia de Erni Levier, una actriz de poca monta, una vedette ensombrecida por el tiempo, es menos lo que se podrá saber a través de lo que cuenta el relato, que lo que se intuirá a partir de los silencios, las conversaciones truncas o los fragmentos oídos al pasar. Y quizá en ese carácter fragmentario esté la clave de una película que pide ser reordenada; no porque su linealidad temporal haya sido alterada ni su estructura remita a un complejo artefacto de diseño, sino porque lo central en ella puede ser aquello insinuado de manera repetida, pero nunca dicho.
Erni, o Encarnación, tal es su verdadero nombre, sabe que su momento pasó. Se lo dicen las miradas ajenas, los comentarios furtivos, la falta de propuestas laborales serias, pero también la propia piel, floja, que cubre su cuerpo todavía firme como una sábana cubre un mueble en una casa deshabitada hace tiempo. Sin embargo Erni no sólo no se abandona a esas evidencias aceptadas a medias, sino que intenta re fundarse con más voluntad que éxito: escribe un guión de cine que ella misma protagonizará; sube su propia web, cargada con los desnudos de su juventud; incluso acepta hacer publicidades estrafalarias. En medio de eso, su relación con Jorge (un hombre de su edad, dedicado al negocio inmobiliario) es un oasis que la conecta con un mundo más real, o al menos, de sentimientos y proyectos reales. Ya con síntomas de una crisis inminente, Erni viaja al campo, a su pueblo natal, para la fiesta de quince años de su sobrina Ana. Allá la espera el pasado. Como sucedía en La ciénaga, de Lucrecia Martel -aunque aquí con menos dilaciones y velos-, se intuye en esa Ana adolescente que idolatra a su tía artista, una sexualidad efervescente y contenida pero a la vez vital, auténtica, que contrasta con la simple carnalidad a la que se abandona Erni tal vez por el mandato que su nombre le impone, no pudiendo evitar ser objeto del goce ajeno, incluso a contrapelo de sus propios deseos y sentimientos.
Encarnación, se ha dicho, comparte con La ciénaga o El custodio, de Rodrigo Moreno, una media lengua en el que la palabra no pronunciada tiene más valor que el discurso, un lenguaje compuesto de voces y de silencios que son contrapartes necesarias para deconstruir la historia. Anahí Berneri ha sabido elegir a sus actores y, del humor al morbo, hacerles decir y hacer lo necesario para que esta historia de dinámica serena no se volviese una invitación a la siesta. Silvia Pérez está saludablemente desconocida, atendiendo a que su carrera estuvo siempre más ligada a la picaresca que al cine de autor. A partir de una labor emotiva y aportando matices a un personaje con el que a priori tiene algunos puntos de contacto, consigue transmitir las dudas y la vulnerabilidad de Erni. En lo técnico, a Encarnación se le puede criticar el exceso de cámara en mano (no es el único recurso posible para acentuar el realismo de una escena); y desde lo estético, su marcada vocación festivalera, que por cierto dio buenos frutos en Toronto y San Sebastián, pero que como muchas de las películas del cine nacional reciente, parece olvidar que los jurados no son el único público posible. Si es que eso puede calcularse.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)jueves, 11 de octubre de 2007
CINE - Perseguidos por el pasado (Seraphim falls), de David von Aken: El western metafísico
Solía repetir Borges que ante el olvido de los poetas, Hollywood había recuperado con los westerns el heroísmo del género épico. En ese mismo sentido puede agregarse que así como las epopeyas greco romanas se han convertido con los siglos en folklore de todo occidente, del mismo modo la mitología del Lejano Oeste se ha vuelto universal a partir del cine.
Perseguidos por el pasado puede considerarse dentro de lo mejor de esa tradición, porque consigue que a partir del enfrentamiento de sus protagonistas -dos hombres que superados por sus miserias dan pie a esta historia-, ese carácter heroico de dimensión sobrehumana se traduzca en un drama real. La película comienza de un modo convencional: Gideon es un hombre solitario que huye por montañas, ríos y desiertos, de la persecución del coronel Carver, quien al mando de cuatro hombres es presa de la obsesión insana de alcanzarlo y no descansará hasta tenerlo de rodillas frente a sí. Poco a poco el relato que por un lado irá reconstruyendo el origen de tanto odio, comenzará a abundar en personajes que van extrañando la historia, a tal punto que sobre el final de la película será difícil distinguir fantasía de realidad; o mejor, esa interesante dualidad permitirá andar los dos caminos de manera complementaria.
Perseguidos por el pasado se toma la molestia de no adelantar los motivo por los cuales Carver (sólido Liam Neeson, impenetrable) persigue con saña a Gideon (un Pierce Brosnan tan atormentado como brutal). Por desgracia, quienes titularon la película en castellano de alguna manera han frustrado esa dilación, abundando tal cual es su costumbre en indicios que el original escamotea, aunque no lleguen al extremo de arruinar la película. Esa mentada persecución, que tendrá como escenario vivo el agreste paisaje norteamericano y a la finalizada guerra de secesión como telón de fondo, se encargará de poner frente a frente, a la manera de Héctor y Aquiles, a dos hombres de valor cada uno con motivos de sobra para legitimar sus papeles de perseguidor y perseguido. La trama ira insinuando sin prisa que tal vez Carver y Gideon no sean más que antagonistas siameses, unidos por un mismo dolor común, dejando la certeza de que toda guerra es fraticida y que en un mundo así, lo dice Carver durante la película, nadie puede proteger a nadie.
Sobre el final, los espacios serán cada vez más agobiantes, y la película se volverá decididamente ambigua, permitiendo la aparición de personajes que bien pueden ser vistos de modo realista, pero que cobran mayor profundidad si se los acepta como metáforas. Así en medio del desierto (espacio mítico propenso a las epifanías), Gideon y Carver tal vez tengan una única oportunidad de vérselas cara a cara con dios y con el diablo en persona. Por todo esto, Perseguidos por el pasado puede ser la excusa ideal para volver al cine a ver una de vaqueros.
(Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página 12)
LIBROS - Con toda intención, de C. E. Feiling: Siempre hay espacio para los buenos argumentos
Es que estos textos engañosos, originalmente publicados en la mayoría de los principales medios de la ciudad con los que Feiling ha colaborado, como Clarín, La nación, El cronista, y principalmente en el diario Página 12 y en la extinta revista Página 30, de la que fue secretario de redacción, no son otra cosa que un
C. E. Feiling es y será periodista, escritor, traductor, crítico literario en el sentido más ajustado, docente universitario, y otras decenas de items posibles, y esta antología de sus textos reunidos bajo el título de Con Toda Intención, resulta un intento de volver a colocar al arte en el lugar correcto. Lo que llama la atención es la enorme lucidez con que aborda los temas más variados del espectro artístico, pero desde el dominio de un bagaje teórico abrumador, que le permite trascender los límites del arte para abarcar en sus textos los ámbitos de la cultura y la sociedad por completo. Así, rescatar la empañada figura de José Bianco como uno de los más notables escritores argentinos del siglo pasado, o dejar algunos apuntes acerca de aquella mítica versión de
Con en este libro, Feiling amerita ser catalogado como lo que en la jerga policial se conoce con el nombre de hábil declarante: alguien que difícilmente se quede sin argumentos en medio de cualquier discusión. Y que no vacila en ser impunemente franco al momento de ejercer su profesión. Así podemos leer varios de sus textos, en los que sin problemas valora a algunos de los libros que le ha tocado en suerte criticar o reseñar, como malos o muy malos; o definir a don Ernesto Sábato como un pésimo escritor. Sin anestesia. Porque incluso (o sobre todo) cuando parece que algunas de sus críticas comienzan a tomar el mismo tono de una agresión de barrabrava, es en esos momentos en los que sus argumentos sólidos no dejan lugar para las dudas.
Como un ejemplo de la claridad de su pensamiento y de la gran capacidad analítica que posee C. E. Feiling, basta con referir un fragmento de un texto escrito por él como prólogo para una antología de relatos de terror (tal vez el género con menos prestigio dentro de la literatura), en el que un razonamiento teórico acerca del género, acaba transformado en una lúcida diatriba sociológica: lo sobrenatural como opuesto de lo sobre- natural, lo que está más allá de aquellos conceptos “naturalistas” para los que es lógico que los blancos sean superiores a los negros o los hombres a las mujeres; lo sobrenatural como sublimación de ciertos miedos sociales a los que a finales del siglo XIX se aludía desde los argumentos de la literatura de horror.
La muerte de C. E. Feiling (Charlie para quienes lo estimaban) en 1997, es otro argumento a favor de las teorías que afirman que frente a la muerte no sirven méritos, ni argumentos, ni razones. Lo cual ciertamente es una lástima.
(Artículo publicado originalmente en http://www.informereservado.net/cultura.php)CINE - Yo los declaro marido y... Larry, de Dennis Dugan: El actor como género
CINE - Juegos prohibidos (Alpha dog), de Nick Cassavetes: El enemigo interior
CINE - La historia de un amor (Le heros de la famillie), de Thierry Klifa: La fuerza del pasado
LIBROS - También la luz es un abismo, de Olga Orozco: Desde el fondo de la infancia
CINE - Entre mujeres (In the land of woman), de Jon Kasdan: Cuando la comedia no ríe y el drama no llora
Ya hace tiempo que a Meg Ryan le gustaría escapar de las comedias románticas que engrosaron su cuenta bancaria a partir del éxito de Cuando Harry conoció a Sally. Así como Jim Carrey viene esquivando esas otras que lo fuerzan a un non plus ultra gestual, o como el Tom Hanks devenido actor serio, ella se ha obligado a sí misma al thriller militar en Prueba de vida y Valor bajo fuego, o al desnudo “cuidado” de En carne viva (que acá fue directo al video). Todo con tal de salir de su claustro de amores predestinados. Firme en su propósito, en Entre mujeres Meg prueba con un papel más dramático en una película que de todas formas no se aleja mucho ni de la comedia ni de lo romántico. Pero fuera de su elemento, su figura parece no rendir de la misma manera, ni en la taquilla ni en la pantalla.
Carter es joven, inteligente y tiene condiciones de escritor, aunque las desperdicie en guiones para películas porno soft. Para peor lo deja su novia, una joven actriz en ascenso. En medio de esa crisis personal, Carter decide viajar a una ciudad de provincia para cuidar a su abuela, que desde hace algún tiempo insiste en anunciar su propia muerte. Allí, cree, encontrará el ambiente ideal para darle forma en el papel a una vieja idea que demora desde la secundaria. Y hará amistad con Sarah, una vecina de la abuela con su matrimonio en decadencia, cuestionada por su hija adolescente, y cuyo único interlocutor hasta la llegada de Carter ha sido su otra hija de 10 años. Entre mujeres, Carter acaba en una suerte de escucha terapéutica permanente, pero sin poder evitar involucrarse en los dramas ajenos y convertido en la válvula aliviadora de ese mundo de conflictos femeninos.
El principal inconveniente de Entre mujeres es que los conflictos de cada uno de los personajes son insignificantes en contraste con la realidad, y hacen que el espectador pueda llegar a preguntarse, si es que este retrato es fiel, qué sería de esa clase media alta de Norteamérica si tuviera que enfrentar problemas como los de cualquier mortal, fuera de su burbuja pequeño burguesa. Porque hasta la enfermedad, que aparece como consecuencia lógica de la presión acumulada por Sarah, pasa y se va livianamente como por arte de magia, por el módico precio de algunos vómitos y una rasurada cuyo peso dramático no llega a inquietar, mucho menos a prefigurar una sombra verosímil de la muerte. Entre mujeres, de Jon Kasdan (cuyo padre Lawrence ya dirigió a Meg Ryan junto a Kevin Kline en Quiero decirte que te amo) apenas deja la gratificación de algunos diálogos, una cuidada fotografía y la actuación de Adam Brody, como saldo de un producto correcto pero magro.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)CINE - Next, el vidente, de Lee Tamahori: Violar a Philip Dick
Que Cris Johnson, protagonista de Next, el vidente, sea capaz de ver el futuro, aunque sólo sean los siguientes dos minutos, y utilice ese don para vivir como mago y apostador ocasional, es un inicio que podría ser interesante para una película de acción y ciencia ficción, si no fuera por una importante lista de objeciones, a saber.
LIBROS - Fuegos, de Marguerite Yourcenar: El mito del amor roto
De entre las obras de los grandes artistas y pensadores que se cuentan entre los fascinados, el libro Fuegos de la escritora francesa Marguerite Yourcenar se destaca por su originalidad y solidez poética. Una visión del mundo clásico que es reordenada a partir del filtro de la modernidad, sí, pero mucho antes por el desengaño. Así, Fuegos se ofrece en nueve textos líricos de poesía escrita en prosa, en los cuales otros tantos personajes mitológicos le sirven a la autora de metal conductor a través del cual exorcizar un deseo que no ha podido ser depositado en su verdadero objeto. Una especie de vivisección del amor como emoción excluyentemente humana a partir de la propia decepción.
Partiendo de ideales mitológicos, las nueve historias son utilizadas como si se tratara de espejos, para hablarnos de pasiones laberínticas, enredadas e intransitables, en los que la miseria, el despojo, la soledad, el dolor, y otras heridas imposibles de eludir, se asoman a la superficie para transformarse en la voz de esa víctima única, que es siempre la víctima del amor: no hay desgarro más feroz e intransferible que aquel que provoca el amor.
Así, Fedra vuelve a desear - la desesperación - aquello que la moral le niega una y otra vez; el Aquiles oculto entre mujeres sólo siente pasión por aquello que tratan de esconderle; María Magdalena (el único de los personajes elegidos que es ajeno al mundo helénico) elige relegar sus deseos por amor a dios y luego, como un juego de constante sumisión, también acaba por resignar hasta la mujer que es.
En estas historias de rechazo, de destierro, de fidelidades inútiles, historias de amor detenidas por la moral, hay también una conciencia del propio martirio y una necesidad patética de creer que ese dolor ennoblece a la criatura victimizada: “No tengo miedo de los espectros”, leemos un fragmento, “Sólo son terribles los vivos, porque poseen un cuerpo”. A partir de ahí, el amor y la muerte ya no son las caras que adornan los dos lados de la moneda, sino la cabeza de Jano estampada en una moneda de un único lado. Porque en esta nueva conjugación de antagonismos, amor ya no es lo opuesto al odio, o al dolor, o a la muerte, sino que son los elementos de una misma sustancia indisoluble que representa la esencia misma del ser humano. Víctima y victimario bien pueden ser la misma cosa.
Como dato histórico biográfico, se puede agregar que Fuegos es el fruto literario del amor no correspondido de una joven Marguerite, prendada de un hombre que no puede amarla. Nueve figuras de arcilla poética que ella ha modelado de manera catártica en los relatos que le dan forma a esta obra. Por eso Fuegos puede ser visto como el retrato neurótico de una obsesión en nueve pasos sucesivos, que también se transluce en esas frases elocuentes y lúcidas que Marguerite ha tomado de un diario íntimo de la misma época de su desengaño, y que utiliza como marco emotivo para sus exquisitos relatos.
“No hay nada que temer. He tocado fondo. No puedo caer más bajo que tu corazón”.
(Artículo publicado originalmente en http://www.informereservado.net/cultura.php)CINE - Filmatron, de Pablo Parés: Pinta tu aldea (de negro)
CINE - La cáscara, de Carlos Ameglio: Patético vacío existencial
Carlos Ameglio, director y guionista de La cáscara, domina la escena en más de un sentido: él mismo ha hecho una carrera exitosa como publicitario y sabe retratar el infierno de la mente en blanco. Sin embargo su dibujo del mundo de la publicidad no es central para el relato sino un punto de partida, la excusa para hablar de la muerte y las relaciones humanas, verdaderos perfiles que se intuyen entre los trazos de esta comedia a la vez agobiante y emotiva, que con buen uso de la ambigüedad permite más de una hipótesis. Y si por un lado parece que Pedro no conseguirá involucrarse nunca con las necesidades y sufrimientos de quienes lo rodean –ni hacer pie en su propio dolor-, también se intuye que en la aceptación del papel de la muerte, un accidente inevitable al final de cada vida, puede estar la clave que le permita encontrar la salida de su propio laberinto. Y ya sin la presión de tener que correr detrás de vidas ajenas, ni la necesidad de satisfacer más deseos que los propios, Pedro quedará reducido sólo a su cáscara. Tal vez así hasta llegue a dar con la idea para la publicidad.
Se ha dicho que las raíces de Ameglio están en la publicidad. A partir de su oficio consigue darle a La cáscara una factura técnica elogiable, acertando en climas adecuados, y una sólida dirección de actores. Además ha sabido rodearse de profesionales que hicieron lo suyo con eficacia, como la fotografía de Juan Lenardi, o Gustavo Casenave, quien consigue aportar ambiente con la música sin convertirla en un subrayado vulgar. Entre las actuaciones se destaca Juan Manuel Alari, que ha logrado con su Pedro el equilibrio perfecto entre la desorientación, el desamparo y la estupidez, con una apatía a la que podría describirse como hendleriana, por los puntos de contacto con varios personajes del también uruguayo Daniel Hendler, a quien este Pedro parece deberle algunas cosas.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)CINE - El niño de barro, de Jorge Algora: La víctima sigue siendo la misma
Mateo tiene 10 años. Es hijo de Estela, una española que se gana la vida como costurera, y desde que fue atacado en una quermese por un desconocido, sufre pesadillas en las que es testigo impotente de las humillaciones a las que son sometidos otros chicos, siempre en el escenario para él aterrador de esa feria que su memoria no puede abandonar. Cuando esas imágenes empiezan a agobiarlo durante la vigilia y los rostros de los chicos abusados se vuelven familiares, Mateo pide ayuda y por medio del policía que es concubino de su madre, consultan al doctor Soria, el forense. Allí se enterarán de que las sesiones de tortura y los muertos que Mateo ve entre sueños son reales. Al principio, con reglamentaria lógica policial, el comisario Petrie se niega a creer que el chico pueda estar ligado a los crímenes a través de sus pesadillas, pero terminará aceptando que tal vez en esa conexión esté la clave para detener al asesino.
El niño de barro, opera prima del español Jorge Algora, cuenta la historia del Petiso Orejudo, triste consecuencia de aquella inmigración desesperada, una de las leyendas negras más terribles de Buenos Aires que extrañamente no había llegado al cine. Dentro de un marco histórico que es central para que la reconstrucción del verdadero protagonista de la película sea lo más justa y completa posible, Algora acierta al inclinarse por la ficción antes que por la exactitud documental, atando la mirada del espectador a las pesadillas del único sobreviviente y velando la figura del mítico criminal. Y aprovecha los detalles no para estigmatizarlo, sino para mostrar que el victimario, en tanto niño, ha sido primero víctima. Aunque tal vez se exceda en símbolos sicoanalíticos demasiado explícitos. Dentro de un elenco de parejas actuaciones, reconforta la de Daniel Freire, cuya estampa encaja perfectamente en el physique du rol del atormentado comisario; Chete Lera, Maribel Verdú y Sergio Boris confirman su oficio; sorprende el pequeño Juan Ciancio, quien con mucho por mejorar compone a Mateo con dignidad. Pero sobre todo impacta Abel Ayala: en su Cayetano revive la esencia del Frankenstein de Boris Karloff, en la escena de la nena y las margaritas; en ambos, ni la inocencia perturbada ni todas sus limitaciones alcanzan para contener esa involuntaria naturaleza de monstruo.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)