El arte de la guerra, como lo llamó algún chino, tiene mucho de coreográfico. Un
pas de deux bailado por la fuerza, en el que los contrincantes le ponen el cuerpo a una serie de complejos movimientos de acople y desacople. Al menos así era hasta el siglo XIX o comienzos del XX, antes de que la tecnología la convirtiera en un asunto de máquinas y controles remotos. A diferencia del baile, donde las partes se confabulan para llevar el movimiento conjunto a una forma que aspira a la perfección, en la guerra los pasos que cada uno realiza tienen por objeto sorprender al otro, imponiéndole un determinado patrón rítmico que tiende a cancelar los movimientos y ritmos ajenos. Justamente de la guerra y de la coreografía se ocupa Mariano Llinás en
La Batalla de Angaco, una performance que integra el programa de la Bienal de Performance 2021, que tiene lugar en distintos espacios y centros culturales de la ciudad hasta abril de 2022.
Aunque Llinás es cineasta y la mayor parte de su obra se ha desarrollado dentro de esos límites (sus películas Historias extraordinarias, de 2008, y la inagotable La Flor, de 2018, se encuentran entre las más destacadas del cine argentino del siglo XXI), esta vez eligió el género performático para trabajar este relato. El mismo está basado en una batalla real de 1841, una de las más multitudinarias y (se dice) violentas de nuestra Guerra Civil, en la que un ejército de 500 unitarios al mando del general Mariano Acha resistió el asedio y derrotó a los 1500 federales comandados por el general José Félix Aldao. Para volver sobre esos hechos, Llinás recurrirá esta vez a un trabajo coreográfico, género desconocido para alguien que, como él, sigue afirmándose en el territorio del cine.
–En este proyecto volvés a tomar como punto de partida un tema relacionado con lo histórico, una materia que siempre estás rondando, ya sea de forma directa o indirecta.
–¿Te parece tanto? Yo siento que no, que más bien es una cosa nueva que estoy haciendo por primera vez, aunque mi última película, Concierto para la batalla de El Tala (2021) tiene que ver con la historia. Es que a mí siempre me interesó la historia, es una afición que tengo de toda la vida. En particular la historia argentina de la época de las guerras civiles entre unitarios y federales.
–Lo digo porque, más allá de tu obra en el cine, en tu faceta de polemista has participado en una serie de debates en torno a cuestiones históricas con colegas como Nicolás Prividera o el crítico de cine Quintín.
–Eso es porque a Prividera también le interesan esas cosas. Por ahí en mis trabajos como guionista eso aparece un poco más, pero en mis películas es la primera vez que entro en un tema que siempre me interesó mucho. Aunque en algunas películas de El Pampero (productora de cine que comparte con Alejo Moguillansky y Laura Citarella) la historia se aborda de una manera un poco bufa, como en El escarabajo de oro (Moguillansky, 2014), donde lo histórico es una payasada. O en mis películas, que la trabajan de forma directamente fantástica. Prividera rompe las bolas con eso, porque dice que la historia es un problema del que las películas no se hacen cargo. Esta vez sentí que era momento de acercarme un poco a eso, y es difícil acercarse a cosas que te interesan desde siempre. Es más fácil hacer películas sobre lo que no te interesa, o sobre la nada, porque le encontrás la vuelta más fácil. Pero las cosas que te interesan te ponen en un lugar de mayor exigencia, donde tenés que encontrar nuevas artimañas. Y estoy contento de por fin haber llegado a la situación de libertad para poder meterme con eso.
–¿El hecho de que esta vez hayas elegido un nuevo camino expresivo, el género performático en vez del cine, tiene que ver con esa búsqueda de nuevas artimañas?
–Te diría que la respuesta tiende a ser un “no” rotundo. Estoy trabajando en esto de manera denodada, pero no es que estoy dejando de ser un director de cine para ser un performer. Esto de la performance es algo que me llamaron para hacer desde la Bienal y desde el primer momento sentí que era una nueva manera de hacer una película. Por supuesto que me estoy dedicando a esto y que los problemas performáticos, de los que desconozco todo, no son los mismos de una película. Pero cada vez me doy más cuenta de que soy un impostor y que las soluciones que voy encontrando son soluciones del cine. Soy un tipo que hace cine. Vos me decís “un nuevo canal expresivo” y yo me quiero matar (risas). Voy a tratar de que sea una cosa interesante, entretenida, digna, todo lo que quieras, pero cada vez confirmo más que mi cabeza está orientada al cine, no hay otro camino. De hecho, tengo la certeza casi total de que esta cuestión de La Batalla de Angaco va a terminar siendo una película. Siento que cada vez que acepto hacer algunas de estas cosas, en el fondo estoy imaginando películas y en ese sentido sí te diría que esta es una nueva artimaña cinematográfica.
–Te confieso que estoy en un problema. Cuando entrevisto a escritores o cineastas es acerca de libros que pude leer o películas que vi. Pero esta vez no entiendo qué es lo que vas a hacer…
–Yo tampoco (risas).
–Y encima te hago una pregunta y me respondés con un “no rotundo”. Me obligás a pedirte que expliques de qué se trata esto.
–Mirá, en principio está la intención (una intención con posibilidades de fracaso muy grande) de recrear la dinámica performática de una batalla campal, que la hay. Es decir, tratar de pensar una batalla como una instancia de la ficción. A partir de ahí, empiezo a interrogar ese episodio con las cuestiones de la ficción. Cuándo una batalla se gana o se pierde; por qué el tema de los uniformes, que son disfraces, vestuarios. Y después aparecen otras cuestiones que tienen que ver con la violencia y con la muerte, que supongo serán parte de lo que vamos a hacer. Que es meterse a pensar y a hacer algún tipo de obra narrativa sobre la guerra. Y uno descubre que para los argentinos la guerra es algo muy lejano de nuestra experiencia. Casi ninguno de nosotros tiene la experiencia de la guerra, porque cuando ocurrió la Guerra de Malvinas la mayoría éramos muy chicos. Entonces, meterse con la guerra significa entrar en un territorio muy desconocido, extremadamente lejano de nuestra experiencia. Y en ese sentido es muy atractivo tratar de entender cómo esas cosas resuenan hoy. Hay que sacarlo de ese lugar extremadamente añejo de la glorificación militar en la que fuimos formados, pero que no tiene nada que ver conmigo. Espero que esté claro que este no es un ejercicio para glorificar lo militar y, si alguien espera ver eso, le sugiero que no venga.
–Entonces, ¿qué es La Batalla de Angaco?
–Hay una palabra que usada en este contexto puede ser muy peligrosa, que es la palabra juego, porque se la suele asociar a la idea de pelotudez. Y yo no comparto esa lectura, me parece que el juego es extremadamente potente y lleva a regiones de una gran lucidez. En ese sentido me parece que la palabra juego en relación a la guerra puede ser utilizada, pero señalando que se la usa en su sentido más intenso y menos frívolo. Menos…
–¿Menos infantil?
–Infantil, sí. De lo infantil tal vez debamos hacernos cargo.
–De hecho, la guerra sigue siendo uno de los juegos más populares entre los chicos y chicas de cualquier parte.
–Sin duda. Y habría que ver por qué las batallas siguen siendo escenarios que despiertan esa voluntad de juego. Yo puedo seguir hablando de las cosas que pienso, pero después habrá que ver qué pasa. ¿Cómo va a reaccionar el público ante esta pequeña coctelera, casi como una kermese de la guerra? Lo bueno de la performance, me dicen, es medio que no puede salir mal, porque como lo interesante es la experiencia, de cualquier forma puede salir bien. Como director de cine, a mí me cuesta pensar eso y siempre aspiro a que la gente se divierta, porque no puedo dejar de pensar en términos de espectáculo, de narración y de disfrute. Pero me da la impresión de que esto va a ser algo diferente, que no va a tener esa sensación de frialdad que a menudo se tiene sobre lo performático.
–Te definís como cineasta, y dentro de las convenciones del cine los espectadores reciben una obra cerrada y el trabajo que realizan es siempre por fuera del objeto cinematográfico. Pero en una performance el público ocupa un lugar muy distinto.
–Es así y, además, te confieso que como público esta es el tipo de cosa que detesto. Yo a una obra como esta no iría ni loco (risas). Imaginate que mi primera aproximación con el teatro fue cuando en los ’80 iba al Parakultural a ver las obras de mi hermana (la actriz Verónica Llinás, miembro por entonces del grupo teatral Gambas al Ajillo) y me daba terror que cualquiera de esos degenerados que estaban arriba del escenario me agarrara y, qué sé yo, me tocara el culo… me daba terror esa forma en que el artista interactúa con el público en una performance. Las paradojas de la vida hacen que hoy me toque ser uno de esos degenerados. Porque en La Batalla de Angaco habrá momentos de extrema cercanía con el público y no sé qué va a pasar, pero entiendo que los que se anotaron es porque quieren o les interesa ser parte de eso.
-El que va sabe a qué se expone.
-Además, todos los que estamos involucrados estamos acostumbrados a trabajar desde la comedia y no sé si hay muchas performances cómicas. Esto es una comedia más. Por supuesto, trabajaremos el tema de la guerra, pero lo haremos desde la comedia y no encontramos otra manera de llevar a cabo ninguna de estas actividades sino como una comedia. Y espero que el público se avenga a tomarlo de esa forma.
–¿Por qué te parece interesante trabajar desde la comedia un hecho tan violento como una guerra civil o una batalla como la de Angaco?
–No sé de dónde sale esa idea de que la Batalla de Angaco es la más violenta de la historia argentina. Qué sé yo. Esa es una cosa que anda circulando por Internet. Cuando me ofrecieron este proyecto enseguida pensé en Angaco porque visito la provincia de San Juan muy seguido y me gusta pasear por Angaco. No hay algo en la elección de esta batalla que tenga una cuestión particular. Simplemente es una batalla donde los bandos están muy claros y es paradigmática porque se baten 500 contra 1500, y los 1500 resultan derrotados. Pero no hay en la elección algo que tenga un sentido alegórico especial. Hay algo en la forma en que se piensa hoy la historia que se ha vuelto una especie de sección de “la grieta”. Como si la historia se hubiera vuelto una especie de…
–¿De espejo magnificador?
–Sí. Y de pequeña dependencia de la discusión política. Y desde ese lugar se llega a conclusiones que por lo general no comparto. Me parece que cuando se piensa en unitarios y federales rápidamente se lo hace en términos de buenos y malos, y prácticamente nadie duda de que los unitarios son los macristas y los federales, qué sé yo, los peronistas o los K. Y eso me parece un poco pobre en relación a cómo se piensan la historia y el presente. Y el cine siempre se caracterizó por desarticular esos relatos tan binarios, por generar otras formas de entenderlos. De poner al bien y al mal de maneras menos manifiestas, menos útiles para ese tipo de relatos externos. A mí me gusta eso. Y cada vez que me adentro más en el trabajo de pensar la cosa de unitarios y federales, yo, que siempre tuve simpatías unitarias porque mi abuelo era muy antirosista, cada vez llego a conclusiones menos nítidas. Mientras más las pienso, esas afinidades se van volviendo menos firmes y siento que ese es el territorio del cine. Un territorio que, lejos de tener la voluntad de simplificar, lo que hace es ampliar y abrir. Desde luego que cuando empecé a trabajar sobre esto jamás se me ocurrió hacer una reivindicación de uno de los dos bandos, porque no forma parte de mi manera de ser. Es importante aclararlo, porque desde que mi archienemigo Prividera se enteró de que iba a ocuparme de esto, no hay manera de hacerle entender que lo que estoy haciendo no es un manifiesto anti-K ni una reivindicación, qué sé yo, de Milei.
–De todas formas, si hay una cosa qe vos no sos, es ser un artista inocente y sabés muy bien que si abordás cuestiones históricas de este tipo las discusiones van a surgir de forma natural.
–Por supuesto, y hay algo de esas discusiones que es atractivo. Pero a veces uno imagina que esas discusiones van a ser un poquito más… divertidas. Uno puede establecer discusiones sobre cuestiones que tienen que ver con la historia y todo eso. Ahora, estar aclarando en cada posteo que uno no es un votante de Cavallo no es una de mis actividades preferidas.
–Podrías incluir una aclaración al comienzo de tus películas, como: “Advertencia al espectador: el director no es un votante de Cavallo”.
–(Risas) No estaría mal. Si no te molesta, me gustaría pedirte si lo podés poner como título de la nota: “No soy un votante de Cavallo”.
-Me parece bien.
-La cuestión es que yo no tengo problemas de dar esas discusiones. Y ya que hay que entrar en el juego, me parece que esta es una forma de hacerlo a partir de una especie de territorio que para la mayoría de la gente es más desconocido de lo que cree.
-¿Creés que lo coreográfico puede ser una herramienta útil para abordar el tema de la guerra desde la danza, de una forma lúdica?
-No quiero entusiasmar mucho al público, porque no sé si las coreografías están saliendo muy bien (risas).
Y eso será parte de la experiencia, como dijiste antes.
-Seguro. Pero vos hablás de danza y por ahí la gente se imagina cosas que después no. Yo no la estoy viendo mucho esa zona de la danza. Yo tiraría la cosa más para la zona de la experiencia que para la danza.
-¿Coreografía te parece una palabra un poco menos pesada?
-Sí, qué sé yo. No sé, no sé… Me parece que palabras como comedia, o circo, nos amparan a un poco más. La idea de una kermese, de una feria, me parece que tiene un poco más que ver con eso. Pero bueno, se hará lo que se pueda.
La Batalla de Angaco
La performance La Batalla de Angaco, dirigida por Mariano Llinás, se realizará en el Centro Cultural Kirchner, Sarmiento 151, los días 11, 12, 17, 18 y 19 de diciembre. Aunque las entradas están agotadas para todas las presentaciones, los días 12, 15, 16, 17, 18 y 19 de diciembre a partir de las 14hs y hasta el horario de la performance el espacio podrá ser visitado como instalación. La puesta tendrá coreografía de Luciana Acuña, música de Gabriel Chwojnik, imágenes de Agustín Mendilaharzu y edición de Alejo Moguillansky.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.