Remakes, sagas, remakes, sagas, remakes. A eso se redujo en los últimos 20 años gran parte de la industria cinematográfica, no sólo de los Estados Unidos. Donde antes reinaba aquello de “Segundas partes nunca fueron buenas”, ahora no sólo se impone pensar más en la continuidad que en la individualidad de las películas (las sagas), sino que hasta es deseable ni siquiera pensar, habiendo tanta idea ajena dando vueltas (las remakes). ¿Para qué romperse el mate creando una historia original, si es más rápido y más barato agarrar el trabajo ajeno, cambiar de lugar tres cositas y filmar lo mismo pero adaptado al que se supone es el gusto del espectador actual? Atención: esta no es una diatriba contra sagas y remakes, porque que las hay buenas, las hay. Sin embargo se nota enseguida cuando estos formatos son abordados con audacia e inteligencia y cuando se trata de un trámite burocrático.
El caso de Patrick, film australiano dirigido por Mark Hartley, se emparienta con esto último.
Película de terror basada en un original de 1978, también de Australia, Patrick le permitió a su director, Richard Franklin, mudar a Hollywood su carrera. Poco después sería responsable de una de las segundas partes más innecesarias de la historia del cine, la de Psicosis, ya que ni el guión, ni el currículum del nuevo director, ni el reparto, ni nada justificaba extender el universo Bates más allá de Hitchcock. Con el cadáver del maestro aún tibio (don Alfred murió en 1980), Psicosis II se estrenó en 1982.
Salvando las distancias, el caso de Patrick tiene similitudes con esa historia, en tanto la nueva versión es obra del mismo productor de la original, Antoni Ginnane; que se estrena a poco de la muerte de Franklin; y que hasta incluye un par de actores secundarios del reparto original, esta vez en papeles más secundarios todavía. La historia es igual: Patrick es un joven en estado vegetativo internado en una clínica, donde un estrafalario doctor lo utiliza para crueles experimentos. Con la llegada de una nueva enfermera, Patrick manifestará ciertos poderes paranormales y a través de ellos creará un extraño vínculo con la chica. La nueva versión es más perversa, más sangrienta, más subrayada y menos sutil que la original; en resumen: más acorde a los tiempos que corren. Es que, por desgracia, se toma las cosas más en serio que la de Franklin, que se dejaba ver con una sonrisa en los labios. Como punto a favor debe destacarse la presencia de Charles Dance, actor inglés cuya cara recordarán de inmediato los cinéfilos atentos, uno de esos secundarios que nunca se sabe por qué no han tenido más suerte que acabar penando por subproductos por el estilo. El cine no siempre es justo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 28 de noviembre de 2014
jueves, 27 de noviembre de 2014
CINE - 29ª Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, dìas 4 y 5: De artistas y de doctores
Los días le dan continuidad a la Competencia Argentina de esta 29° edición del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata y con ellos se amplía también la oferta. Como ya es costumbre, la selección realizada por los programadores incluye algunos buenos exponentes del género documental que abarcan intereses e intensiones diversas.
Salud rural, dirigido por Darío Doria, se encarga de seguir al doctor Arturo Serrano, medico general de un hospital de campo, en el itinerario que realiza para atender a una gran cantidad de pacientes, veces en su consultorio y otras en los domicilios particulares de estos. Muy cerca del registro social y utilizando un delicado blanco y negro que no le escapa a los grises, la mirada de Doria destaca la labor de Serrano, poniendo el acento en la forma amable con que contiene a las personas que atiende de un modo que excede el vínculo profesional. Hombre de muchos años en el pueblo, el doctor Serrano es casi un terapeuta, consejero personal y hasta sostén emocional de esos pacientes que, en primer lugar, son sus vecinos. Salud rural consigue además un registro estético de gran delicadeza, fotografiando la piel curtida de esos viejitos de campo casi como si se tratara de la corteza reseca de árboles añosos, a los que Serrano ayuda a mantenerse en pie con la mayor dignidad posible. Fábula acerca de los valores comunitarios y retrato de una estructura social que parece detenida en tiempos del primer peronismo, el film termina con un plano del rostro sonriente del doctor después de que una paciente se compadece de él, imaginando que los médicos ven tantas cosas que cuando ellos mismos envejecen deben preferir la muerte a tener que someterse a las prácticas médicas. Esa última escena que invierte por única vez la polaridad del vínculo que une al profesional con sus pacientes, es la declaración de principios de Salud rural: todos somos iguales al final del camino.
Por su parte, Narcisa de la directora Daniela Muttis propone un recorrido por la obra y la figura de Narcisa Hirsch, artista y cineasta de vanguardia de la activa, creativa y convulsionada generación de finales de la década de 1960 y principios de 1970 en Buenos Aires. Pionera del cine experimental, Hirsch fue y sigue siendo una artista tan compleja y exquisita como activa y, aún hoy, moderna. Pero además es una persona de una lucidez poco frecuente y la película de Muttis –quien se desempeña desde hace 14 años como montajista de la propia Narcisa— consigue que el retrato desborde los méritos incuestionables de la cineasta para abarcar también el costado íntimo de la mujer detrás de la artista. Teñido del tono crepuscular con que hoy ve la vida esta mujer que nació en Alemania y llegó a la Argentina en 1938 con tan apenas 10 años de edad, Narcisa no sólo rescata y homenajea oportunamente a Hirsch si no también, lejos del Olimpo y de las torres de marfil, humaniza la figura del artista, a la que tantas veces se piensa alejada de lo cotidiano. Puede decirse que, por caminos bien distintos pero igualmente gratos, Narcisa y Salud rural llegan a la misma conclusión.
Artìculo publicado originalemnte en la secciòn Espectàculos de Tiempo Argentino.
Salud rural, dirigido por Darío Doria, se encarga de seguir al doctor Arturo Serrano, medico general de un hospital de campo, en el itinerario que realiza para atender a una gran cantidad de pacientes, veces en su consultorio y otras en los domicilios particulares de estos. Muy cerca del registro social y utilizando un delicado blanco y negro que no le escapa a los grises, la mirada de Doria destaca la labor de Serrano, poniendo el acento en la forma amable con que contiene a las personas que atiende de un modo que excede el vínculo profesional. Hombre de muchos años en el pueblo, el doctor Serrano es casi un terapeuta, consejero personal y hasta sostén emocional de esos pacientes que, en primer lugar, son sus vecinos. Salud rural consigue además un registro estético de gran delicadeza, fotografiando la piel curtida de esos viejitos de campo casi como si se tratara de la corteza reseca de árboles añosos, a los que Serrano ayuda a mantenerse en pie con la mayor dignidad posible. Fábula acerca de los valores comunitarios y retrato de una estructura social que parece detenida en tiempos del primer peronismo, el film termina con un plano del rostro sonriente del doctor después de que una paciente se compadece de él, imaginando que los médicos ven tantas cosas que cuando ellos mismos envejecen deben preferir la muerte a tener que someterse a las prácticas médicas. Esa última escena que invierte por única vez la polaridad del vínculo que une al profesional con sus pacientes, es la declaración de principios de Salud rural: todos somos iguales al final del camino.
Por su parte, Narcisa de la directora Daniela Muttis propone un recorrido por la obra y la figura de Narcisa Hirsch, artista y cineasta de vanguardia de la activa, creativa y convulsionada generación de finales de la década de 1960 y principios de 1970 en Buenos Aires. Pionera del cine experimental, Hirsch fue y sigue siendo una artista tan compleja y exquisita como activa y, aún hoy, moderna. Pero además es una persona de una lucidez poco frecuente y la película de Muttis –quien se desempeña desde hace 14 años como montajista de la propia Narcisa— consigue que el retrato desborde los méritos incuestionables de la cineasta para abarcar también el costado íntimo de la mujer detrás de la artista. Teñido del tono crepuscular con que hoy ve la vida esta mujer que nació en Alemania y llegó a la Argentina en 1938 con tan apenas 10 años de edad, Narcisa no sólo rescata y homenajea oportunamente a Hirsch si no también, lejos del Olimpo y de las torres de marfil, humaniza la figura del artista, a la que tantas veces se piensa alejada de lo cotidiano. Puede decirse que, por caminos bien distintos pero igualmente gratos, Narcisa y Salud rural llegan a la misma conclusión.
Artìculo publicado originalemnte en la secciòn Espectàculos de Tiempo Argentino.
CINE - "Primicia Mortal" (Nightcrawler), de Dan Gilroy: El infierno de las noticias
Opera prima del hasta ahora guionista Dan Gilroy (autor de la gran Gigantes de acero y hermano menor de Tony Gilroy, guionista de la saga Bourne y director del último de sus tres episodios originales, además de otros logrados thrillers como Michael Clayton y Duplicidad), Primicia mortal es un buen ejemplo de cómo el cine producido dentro del mainstream estadounidense puede ser una herramienta oportuna para proponer una mirada crítica (y en este caso muy ácida) de la realidad. La demostración de que a veces una buena película de suspenso es el mejor camino para poner al propio sistema que la genera frente a un espejo incómodo. Escrita también por Gilroy, la película representa un acercamiento de inesperada crudeza y lucidez al mundo de las noticias, capaz de soltar con un humor corrosivo una serie de ideas que trazan un perfil siniestro del modo en que éstas se construyen. Y expone los parámetros que utilizan los medios de comunicación para determinar de qué manera informar a la audiencia, atendiendo antes al concepto de consumidor que al de espectador.
El relato toma como centro a Louis Bloom, un delincuente de poca monta que se dedica a robar cables y alcantarillas para vender el metal por kilo. Las primeras escenas alcanzan para delinear a un personaje que es más complejo que su forma de ganarse la vida. El discurso motivador con el que le pide trabajo al tipo que le compra el producto de sus robos, en el que enumera sus capacidades y ambiciones, demuestran que lejos de ser un ignorante, Louis maneja muy bien las herramientas básicas para moverse dentro de una sociedad en donde las reglas sociales se confunden con las del mercado. La escena también deja en claro que en la tierra de las oportunidades no hay lugar para todos. Louis es un marginal, un habitante típico de la peligrosa noche de Los Angeles, pero también es buen observador, un hábil declarante capaz de decir (y hacer) lo que sea con tal de pegar el salto social y, sobre todo, alguien que aprende rápido.
Esa misma madrugada, Louis se detiene a ver cómo dos policías salvan a un automovilista accidentado en la autopista mientras un periodista free-lance registra lo ocurrido con su cámara. Ver las imágenes en el noticiero de las 6 hace que Louis reconozca ahí una oportunidad. Una bicicleta robada en la playa será suficiente para conseguir su primera cámara y salir con ella a cazar noticias durante la noche. Y le alcanzará con unas tomas desprolijas pero cargadas de sangre de la víctima fatal de un asalto a mano a mano armada para que la jefa de noticias del canal menos visto de la ciudad le compre el material y le indique cuáles son las prioridades editoriales. “Nos interesan las noticias en que un blanco es atacado en los suburbios por el representante de alguna minoría”, le dice, y Louis le traerá eso cada noche con una especificidad cada vez más precisa y explícita.
Con reminiscencias de la historia que Pablo Trapero contó en Carancho y con no menos sordidez, Gilroy se despacha contra el modo en que los medios construyen la noticia poniendo como límite las consecuencias legales por sobre los alcances éticos de lo que ponen al aire. Menos atentos a la información que a las utilidades que éstas representen. Primicia mortal incluye dos o tres buenas escenas que exponen brutalmente estos mecanismos de construcción. Pero el éxito del relato no sólo descansa en estos apuntes certeros, sino en el enorme trabajo de su trío protagónico. Renee Russo y Bill Paxton vuelven a demostrar sus reconocidas virtudes, que no son pocas. Sin embargo, es Jake Gyllenhaal quien acapara la atención con una composición muy rica, con algunos puntos de contacto que lo ligan al desbordado depredador bursátil que Leonardo DiCaprio interpretó en El lobo de Wall Street, consiguiendo que el psicópata de Louis no deje de ser encantador ni por un instante, pero al mismo tiempo funcione como un reflejo del accionar psicopático de los medios. Como un trozo de materia oscura en medio de un cosmos no menos sombrío, Gyllenhaal es un agujero negro que va absorbiendo toda la energía del relato y demuestra que en el infierno de las noticias siempre se puede caer un círculo más.
Artìculo publicado originalmente en la secciòn Cultura y Espectàculos de Pàgina/12.
El relato toma como centro a Louis Bloom, un delincuente de poca monta que se dedica a robar cables y alcantarillas para vender el metal por kilo. Las primeras escenas alcanzan para delinear a un personaje que es más complejo que su forma de ganarse la vida. El discurso motivador con el que le pide trabajo al tipo que le compra el producto de sus robos, en el que enumera sus capacidades y ambiciones, demuestran que lejos de ser un ignorante, Louis maneja muy bien las herramientas básicas para moverse dentro de una sociedad en donde las reglas sociales se confunden con las del mercado. La escena también deja en claro que en la tierra de las oportunidades no hay lugar para todos. Louis es un marginal, un habitante típico de la peligrosa noche de Los Angeles, pero también es buen observador, un hábil declarante capaz de decir (y hacer) lo que sea con tal de pegar el salto social y, sobre todo, alguien que aprende rápido.
Esa misma madrugada, Louis se detiene a ver cómo dos policías salvan a un automovilista accidentado en la autopista mientras un periodista free-lance registra lo ocurrido con su cámara. Ver las imágenes en el noticiero de las 6 hace que Louis reconozca ahí una oportunidad. Una bicicleta robada en la playa será suficiente para conseguir su primera cámara y salir con ella a cazar noticias durante la noche. Y le alcanzará con unas tomas desprolijas pero cargadas de sangre de la víctima fatal de un asalto a mano a mano armada para que la jefa de noticias del canal menos visto de la ciudad le compre el material y le indique cuáles son las prioridades editoriales. “Nos interesan las noticias en que un blanco es atacado en los suburbios por el representante de alguna minoría”, le dice, y Louis le traerá eso cada noche con una especificidad cada vez más precisa y explícita.
Con reminiscencias de la historia que Pablo Trapero contó en Carancho y con no menos sordidez, Gilroy se despacha contra el modo en que los medios construyen la noticia poniendo como límite las consecuencias legales por sobre los alcances éticos de lo que ponen al aire. Menos atentos a la información que a las utilidades que éstas representen. Primicia mortal incluye dos o tres buenas escenas que exponen brutalmente estos mecanismos de construcción. Pero el éxito del relato no sólo descansa en estos apuntes certeros, sino en el enorme trabajo de su trío protagónico. Renee Russo y Bill Paxton vuelven a demostrar sus reconocidas virtudes, que no son pocas. Sin embargo, es Jake Gyllenhaal quien acapara la atención con una composición muy rica, con algunos puntos de contacto que lo ligan al desbordado depredador bursátil que Leonardo DiCaprio interpretó en El lobo de Wall Street, consiguiendo que el psicópata de Louis no deje de ser encantador ni por un instante, pero al mismo tiempo funcione como un reflejo del accionar psicopático de los medios. Como un trozo de materia oscura en medio de un cosmos no menos sombrío, Gyllenhaal es un agujero negro que va absorbiendo toda la energía del relato y demuestra que en el infierno de las noticias siempre se puede caer un círculo más.
Artìculo publicado originalmente en la secciòn Cultura y Espectàculos de Pàgina/12.
martes, 25 de noviembre de 2014
CINE - 29° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Días 1 y 2: La actuación, los hermanos y el fútbol
Puede decirse que dentro de la Competencia Argentina de esta emblemática 29° edición del Festival de Mar del Plata, en la que se conmemora el 60 aniversario de su fundación, no hay como otras veces ni grandes favoritos ni películas que vengan precedidas por un aura ganadora. Este año parece que la pelea será pareja y con final de fotografía. Aún así hay algunos títulos que se destacan por ciertas señas particulares, como los nombres de sus directores o de quienes integran el elenco, que los hacen más visibles. Curiosamente las películas a las que se puede considerar dentro de ese grupo se han estrenado todas juntas durante los primeros días del festival.
Una de ellas es Aventurera, ópera prima de Leonardo D’Antoni, nacido en Mar del Plata pero formado en los Estados Unidos. La misma gira en torno a Bea, aspirante actriz de origen colombiano que reside en Buenos Aires, donde trabaja cuidando a una mujer mayor mientras participa de un grupo de teatro e intenta abrirse paso en el mundo del cine y la televisión. Si bien director y actores no son caras reconocibles para el gran público, el film tiene una sorpresa: Mélanie Delloye, la protagonista, es hija de Ingrid Betancourt, ex candidata a la presidencia de Colombia, secuestrada durante 6 años por las Farc y cuya liberación en 2008 conmovió a todo el mundo. En pareja con el director, a quién conoció en los Estados Unidos mientras ambos estudiaban cine, Delloye atraviesa su primer protagónico con altibajos, aunque debe destacarse que su formación está más ligada a la dirección y al guión que a la actuación.
El mundo del fútbol nunca ha conseguido ser retratado con demasiado éxito por el cine, por eso El 5 de Talleres, de Adrián Biniez (quien ya se había destacado con su film anterior, Gigante), es una novedad bienvenida. Protagonizada por Esteban Lamothe y Julieta Sylberberg, la historia de El Patón, un 5 rústico que está a punto de retirarse y es el caudillo de Talleres de Remedios de Escalada, club que milita históricamente en los campeonatos del ascenso, consigue hacer un retrato bastante vívido y verosímil, sin caer en miradas impostadas de la clase obrera y sin falsas condescendencias. Lamothe y Sylberberg, pareja en la vida real, demuestran una química extraordinaria, aunque él comience a evidenciar síntomas de repetición en sus composiciones, que de todas maneras en este caso son funcionales a un personaje de compleja simplicidad.
También pudo verse Pistas para volver a casa, debut de la actriz Jazmín Stuart como directora. En ella se lucen Erica Rivas y Juan Minujín, dos de los actores del momento, quienes interpretan a una pareja de hermanos bastante perdedores quienes a partir de un accidente de su padre se ven obligados a ir en busca de la madre que los abandonó cuando todavía eran chiquitos. Comedia por momentos vital y efervescente, en la que ambos actores se potencian mutuamente, sin embargo tropieza en algún momento con algunos excesos emotivos que la reblandecen innecesariamente. De todas formas la película representa un promisorio primer paso de Stuart en la dirección.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Tiempo Argentino
Una de ellas es Aventurera, ópera prima de Leonardo D’Antoni, nacido en Mar del Plata pero formado en los Estados Unidos. La misma gira en torno a Bea, aspirante actriz de origen colombiano que reside en Buenos Aires, donde trabaja cuidando a una mujer mayor mientras participa de un grupo de teatro e intenta abrirse paso en el mundo del cine y la televisión. Si bien director y actores no son caras reconocibles para el gran público, el film tiene una sorpresa: Mélanie Delloye, la protagonista, es hija de Ingrid Betancourt, ex candidata a la presidencia de Colombia, secuestrada durante 6 años por las Farc y cuya liberación en 2008 conmovió a todo el mundo. En pareja con el director, a quién conoció en los Estados Unidos mientras ambos estudiaban cine, Delloye atraviesa su primer protagónico con altibajos, aunque debe destacarse que su formación está más ligada a la dirección y al guión que a la actuación.
El mundo del fútbol nunca ha conseguido ser retratado con demasiado éxito por el cine, por eso El 5 de Talleres, de Adrián Biniez (quien ya se había destacado con su film anterior, Gigante), es una novedad bienvenida. Protagonizada por Esteban Lamothe y Julieta Sylberberg, la historia de El Patón, un 5 rústico que está a punto de retirarse y es el caudillo de Talleres de Remedios de Escalada, club que milita históricamente en los campeonatos del ascenso, consigue hacer un retrato bastante vívido y verosímil, sin caer en miradas impostadas de la clase obrera y sin falsas condescendencias. Lamothe y Sylberberg, pareja en la vida real, demuestran una química extraordinaria, aunque él comience a evidenciar síntomas de repetición en sus composiciones, que de todas maneras en este caso son funcionales a un personaje de compleja simplicidad.
También pudo verse Pistas para volver a casa, debut de la actriz Jazmín Stuart como directora. En ella se lucen Erica Rivas y Juan Minujín, dos de los actores del momento, quienes interpretan a una pareja de hermanos bastante perdedores quienes a partir de un accidente de su padre se ven obligados a ir en busca de la madre que los abandonó cuando todavía eran chiquitos. Comedia por momentos vital y efervescente, en la que ambos actores se potencian mutuamente, sin embargo tropieza en algún momento con algunos excesos emotivos que la reblandecen innecesariamente. De todas formas la película representa un promisorio primer paso de Stuart en la dirección.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Tiempo Argentino
jueves, 20 de noviembre de 2014
CINE - "Después de la lluvia" (Depois da chuva), de Cláudio Marques y Marília Hughes: La política en perspectiva adolescente
Infrecuente para las salas argentinas, Después de la lluvia no sólo ofrece la posibilidad de conocer algo del cine que produce el gran vecino del norte, Brasil, sino la de reconocer en su relato ambientado durante el proceso de recuperación democrática en la década de 1980 algunos paralelos y rasgos comunes con la historia propia. Si lo que se cuenta en la película de los directores brasileños Cláudio Marques y Marília Hughes puede ser visto con familiaridad desde la Argentina, en primer lugar es porque los hechos y el contexto histórico, cultural, político y social donde el relato echa el ancla son muy similares. Pero también por el parentesco cinematográfico y temático con films como El estudiante, thriller político de Santiago Mitre, e incluso con otras películas de la región como la no menos interesante El lugar del hijo, del uruguayo Manuel Nieto. Nada casualmente, las tres pudieron verse en diferentes ediciones y secciones del Bafici.
Fábula eminentemente política, Después de la lluvia pone en paralelo el camino de la recuperación democrática con la militancia anarquista de Caio, un adolescente que asiste a un colegio privado de la ciudad de Salvador de Bahía, al norte de Brasil. A veces de manera demasiado literal: para decirlo rápido y dejar el asunto atrás, ése es el punto más endeble de la estructura que sostiene a la película. Ahí, en el colegio, los alumnos comienzan a organizarse para abrir un centro de estudiantes después de veinte años sin actividad política en la escuela. Debaten qué hacer ante la propuesta de la institución de arrogarse el derecho de ser ellos quienes elijan a un presidente entre los tres candidatos más votados, negándoles la potestad de elegir a sus propios representantes. Una discusión idéntica a la que se daba en la sociedad (la famosa campaña Diretas Já), donde la ciudadanía se oponía al sistema de elección a través de electores y reclamaba el voto directo. En la escuela, Caio propone impugnar los votos y abandona la asamblea, dejando claro su lugar de rebelde.
Porque Caio tiene a sus amigos fuera de la escuela, amigos más grandes con los que comparte un libertario colectivo anarquista, dispuestos a pasar a la acción con modestos y, sobre todo, inocentes actos que ellos consideran revolucionarios y, dado el contexto, de alguna manera lo son. Roban libros en librerías; escuchan grupos de la rama más politizada del hardcore-punk, de los inevitables Dead Kennedys a Colera, una de las bandas referentes del anarcopunk brasileño de la época; editan un fanzine con el obvio nombre de "El enemigo del Rey" y llevan adelante una radio pirata que montaron clandestinamente en una casa tomada. Aunque el juego de superponer una sobre otra la adolescencia democrática del Brasil y la adolescencia real de Caio se plantea de manera abierta, Después de la lluvia elige con inteligencia centrarse en el personaje. Es cierto que no puede evitar insertar cada tanto algunas imágenes de archivo para subrayar el contexto; sin embargo, el devenir de la historia del protagonista hará que la película vaya ganando en densidad dramática y cinematográfica.
Como sucedía en El estudiante y El lugar del hijo, un quiebre hará que Caio pase del papel de sujeto colectivo a individuo político y deba tomar las primeras decisiones en busca de encontrar un camino propio. Por ahí también atravesará algunas encrucijadas: la del primer amor, la de la amistad, la del vínculo con la autoridad (encarnada en la escuela); la del incómodo lugar de hijo que de a poco empieza a dejar atrás. Después de la lluvia alcanza su mejor forma en la representación de ese momento en la vida y consigue hacerlo sin apartarse de la intimidad en carne viva de Caio. En el camino tiene tiempo para hacer que los años ’80 –aun con su compleja realidad y durísimas circunstancias– se revelen en toda su inocencia sucia e idealista, esa que la brutalidad de los ’90 y la desengañada apatía de los 2000 se encargaron de echar a perder.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Fábula eminentemente política, Después de la lluvia pone en paralelo el camino de la recuperación democrática con la militancia anarquista de Caio, un adolescente que asiste a un colegio privado de la ciudad de Salvador de Bahía, al norte de Brasil. A veces de manera demasiado literal: para decirlo rápido y dejar el asunto atrás, ése es el punto más endeble de la estructura que sostiene a la película. Ahí, en el colegio, los alumnos comienzan a organizarse para abrir un centro de estudiantes después de veinte años sin actividad política en la escuela. Debaten qué hacer ante la propuesta de la institución de arrogarse el derecho de ser ellos quienes elijan a un presidente entre los tres candidatos más votados, negándoles la potestad de elegir a sus propios representantes. Una discusión idéntica a la que se daba en la sociedad (la famosa campaña Diretas Já), donde la ciudadanía se oponía al sistema de elección a través de electores y reclamaba el voto directo. En la escuela, Caio propone impugnar los votos y abandona la asamblea, dejando claro su lugar de rebelde.
Porque Caio tiene a sus amigos fuera de la escuela, amigos más grandes con los que comparte un libertario colectivo anarquista, dispuestos a pasar a la acción con modestos y, sobre todo, inocentes actos que ellos consideran revolucionarios y, dado el contexto, de alguna manera lo son. Roban libros en librerías; escuchan grupos de la rama más politizada del hardcore-punk, de los inevitables Dead Kennedys a Colera, una de las bandas referentes del anarcopunk brasileño de la época; editan un fanzine con el obvio nombre de "El enemigo del Rey" y llevan adelante una radio pirata que montaron clandestinamente en una casa tomada. Aunque el juego de superponer una sobre otra la adolescencia democrática del Brasil y la adolescencia real de Caio se plantea de manera abierta, Después de la lluvia elige con inteligencia centrarse en el personaje. Es cierto que no puede evitar insertar cada tanto algunas imágenes de archivo para subrayar el contexto; sin embargo, el devenir de la historia del protagonista hará que la película vaya ganando en densidad dramática y cinematográfica.
Como sucedía en El estudiante y El lugar del hijo, un quiebre hará que Caio pase del papel de sujeto colectivo a individuo político y deba tomar las primeras decisiones en busca de encontrar un camino propio. Por ahí también atravesará algunas encrucijadas: la del primer amor, la de la amistad, la del vínculo con la autoridad (encarnada en la escuela); la del incómodo lugar de hijo que de a poco empieza a dejar atrás. Después de la lluvia alcanza su mejor forma en la representación de ese momento en la vida y consigue hacerlo sin apartarse de la intimidad en carne viva de Caio. En el camino tiene tiempo para hacer que los años ’80 –aun con su compleja realidad y durísimas circunstancias– se revelen en toda su inocencia sucia e idealista, esa que la brutalidad de los ’90 y la desengañada apatía de los 2000 se encargaron de echar a perder.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 14 de noviembre de 2014
CINE - "Caminando entre tumbas" (A walk among the tombstones), de Scott Frank: En el nombre de Liam Neeson, amén.
Si hay películas que se sostienen sobre todo en el trabajo y el carisma de sus protagonistas (incluso a veces alcanza sólo con lo segundo), entonces Caminando entre tumbas es una de ellas. La misma viene a engrosar la más o menos reciente, exitosa y creciente carrera del gran Liam Neeson como estrella de acción, y justamente su presencia es el principal y casi excluyente atractivo que tiene este film policial cuya única intensión parece ser la de replicar un personaje que el actor irlandés ya va conociendo casi de memoria y le viene reportando una aceptable repercusión en las boleterías de todo el mundo. Igual que Bill Marks, el policía aeronáutico con problemas con la bebida en la reciente Sin escalas (2014), o Bryan Mills, el agente de la CIA retirado que no termina de asumir ni de adaptarse a su nueva situación en las dos Búsqueda implacable (2012 y 2008) —y en menor medida también el desmemoriado protagonista de Desconocido (2011)-, el ex agente de policía Matt Scudder devenido detective privado es un hombre en crisis. Comparte con Marks el alcoholismo, aunque Scudder se encuentre transitando hace años una recuperación exitosa a partir de su trabajo en una comunidad de AA (Alcohólicos Anónimos), en tanto que el dolor de ya no ser es lo que lo une a Mills. Todos cargan con situaciones familiares inestables, carecen de vínculos emocionales fuertes (aunque uno de ellos se desviva por su hija) y van por la vida arrastrando culpas y traumas con estoica abnegación. Son, en definitiva, tipos duros cuya única excusa para continuar viviendo sin volverse locos sigue siendo, en cada caso a su manera, la particular relación que mantienen con la administración de justicia. Una justicia que no necesariamente se mueve por los canales de la ley, sino mas bien todo lo contrario.
A Scudder lo contrata un narcotraficante a quien le han secuestrado y asesinado la esposa, pero cuya actividad le impide buscar ayuda en la policía. Esa es la excusa que lo enfrentará por un lado a un par de asesinos psicóticos y por otro, a sus propios fantasmas. Caminando entre tumbas se mueve en el terreno sórdido de los bajos fondos sin escatimar en marginales de todas las calañas posibles y lo hace con una puesta en escena que pretende estilizar semejante escenario. De esa manera encuentra cierto deleite no exento de morbo en la posibilidad de hacer más o menos explícitas las atrocidades que algunas de sus criaturas cometen. Pero la película acaba volviéndose convencional incluso desde el trabajo visual, merced una fotografía que abunda en días grises azulados y noches saturadas de luces anaranjadas o amarillas, los colores obvios para connotar la sordidez. Entonces de vuelta al principio: Si algo hace que Caminando entre tumbas no se convierta en una película olvidable es la humana presencia de Neeson, quien desde sus casi dos metros y con su perfil de historieta negra consigue hacer verosímil una criatura que en otras manos hubiera devenido en caricatura.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
A Scudder lo contrata un narcotraficante a quien le han secuestrado y asesinado la esposa, pero cuya actividad le impide buscar ayuda en la policía. Esa es la excusa que lo enfrentará por un lado a un par de asesinos psicóticos y por otro, a sus propios fantasmas. Caminando entre tumbas se mueve en el terreno sórdido de los bajos fondos sin escatimar en marginales de todas las calañas posibles y lo hace con una puesta en escena que pretende estilizar semejante escenario. De esa manera encuentra cierto deleite no exento de morbo en la posibilidad de hacer más o menos explícitas las atrocidades que algunas de sus criaturas cometen. Pero la película acaba volviéndose convencional incluso desde el trabajo visual, merced una fotografía que abunda en días grises azulados y noches saturadas de luces anaranjadas o amarillas, los colores obvios para connotar la sordidez. Entonces de vuelta al principio: Si algo hace que Caminando entre tumbas no se convierta en una película olvidable es la humana presencia de Neeson, quien desde sus casi dos metros y con su perfil de historieta negra consigue hacer verosímil una criatura que en otras manos hubiera devenido en caricatura.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
CINE - "Antes de despertar" (Before i go to sleep), de Rowan Joffe: Un juego de memoria
“Si un hombre ha perdido una pierna o un ojo, sabe que ha perdido una pierna o un ojo; pero si ha perdido el yo, si se ha perdido a sí mismo, no puede saberlo, porque no está ahí para saberlo”. Con estas palabras incluidas en el libro El hombre que confundió a su mujer con un sombrero, el neurólogo y escritor Oliver Sacks ilustra la complejidad del infrecuente Síndrome de Korsakov, disfunción neurológica que provoca en quienes la padecen no sólo la constante perdida de la memoria inmediata, sino que es capaz de borrar el registro de años completos como si nunca se los hubiera vivido. Igual que ocurría con el protagonista de Memento, película que lanzó la carrera del inglés Christopher Nolan, Antes de despertar, segundo trabajo del también británico Rowan Joffe, tiene como eje a un personaje a quien un trauma emocional y físico ha dejado a merced de este extraño mal.
Christine (Nicole Kidman) se despierta una mañana en la cama con un hombre desconocido. Alterada, se mete en el baño en donde distintas fotos pegadas en las paredes la muestran a ella misma, pero más joven, en distintas situaciones con el mismo tipo que está en la cama. Rotuladas a mano, las fotos le informan que ese hombre se llama Ben (Colin Firth) y es su marido. Él mismo le cuenta que desde un accidente ocurrido hace años, su memoria es incapaz de retener los recuerdos por más de un día, reiniciándose en blanco cada vez que se despierta a la mañana. Pero cuando Ben se va a trabajar al mediodía, Christine recibe el llamado de un médico quien le cuenta que se están viendo diariamente a espaldas del marido para intentar un tratamiento. El médico le pide que busque una cámara escondida en un cajón, donde ella graba desde hace 15 días un diario en video, suerte de muleta digital para su traumatizada memoria.
Los puntos de contacto con Memento son evidentes. El opus dos de Joffe –hijo de Roland Joffe, mucho más conocido por acá a partir de su película de 1986 La misión, rodada en la provincia de Misiones- es un thriller paradójico hasta en su título en castellano, que se opone al original en inglés (Before i go to sleep: Antes de irme a dormir). Por un lado logra un puñado de aciertos, entre ellos la articulación de una trama intensa de misterio que consigue sostenerse durante gran parte de los 90 minutos que dura el relato. Otro es la elección del punto de vista de Christine como centro narrativo, obligando así al espectador a saber tan poco como ella. El casting ofrece uno de los puntos altos de la producción, rodeando a la efectiva Kidman con dos grandes actores como Firth y Mark Strong, permitiéndose jugar con las posibilidades que ofrecen sus physique du rôle. Pero Antes de despertar es una de esas historias que para ser efectiva necesita contar con un mecanismo narrativo perfecto, algo que sobre el final dista mucho de ocurrir. Lejos de la cuidada tensión con que se ha desarrollado la trama hasta ahí, el cierre es desprolijo, efectista y con unas cuantas arbitrariedades, cometiendo la torpeza de confundir brutalidad con fuerza y sensiblería con sensibilidad.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Christine (Nicole Kidman) se despierta una mañana en la cama con un hombre desconocido. Alterada, se mete en el baño en donde distintas fotos pegadas en las paredes la muestran a ella misma, pero más joven, en distintas situaciones con el mismo tipo que está en la cama. Rotuladas a mano, las fotos le informan que ese hombre se llama Ben (Colin Firth) y es su marido. Él mismo le cuenta que desde un accidente ocurrido hace años, su memoria es incapaz de retener los recuerdos por más de un día, reiniciándose en blanco cada vez que se despierta a la mañana. Pero cuando Ben se va a trabajar al mediodía, Christine recibe el llamado de un médico quien le cuenta que se están viendo diariamente a espaldas del marido para intentar un tratamiento. El médico le pide que busque una cámara escondida en un cajón, donde ella graba desde hace 15 días un diario en video, suerte de muleta digital para su traumatizada memoria.
Los puntos de contacto con Memento son evidentes. El opus dos de Joffe –hijo de Roland Joffe, mucho más conocido por acá a partir de su película de 1986 La misión, rodada en la provincia de Misiones- es un thriller paradójico hasta en su título en castellano, que se opone al original en inglés (Before i go to sleep: Antes de irme a dormir). Por un lado logra un puñado de aciertos, entre ellos la articulación de una trama intensa de misterio que consigue sostenerse durante gran parte de los 90 minutos que dura el relato. Otro es la elección del punto de vista de Christine como centro narrativo, obligando así al espectador a saber tan poco como ella. El casting ofrece uno de los puntos altos de la producción, rodeando a la efectiva Kidman con dos grandes actores como Firth y Mark Strong, permitiéndose jugar con las posibilidades que ofrecen sus physique du rôle. Pero Antes de despertar es una de esas historias que para ser efectiva necesita contar con un mecanismo narrativo perfecto, algo que sobre el final dista mucho de ocurrir. Lejos de la cuidada tensión con que se ha desarrollado la trama hasta ahí, el cierre es desprolijo, efectista y con unas cuantas arbitrariedades, cometiendo la torpeza de confundir brutalidad con fuerza y sensiblería con sensibilidad.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
lunes, 10 de noviembre de 2014
CINE - "Los Boxtrolls", de Graham Annable y Anthony Stacchi: Una felicidad hecha a mano
En tiempos en los que la animación digital se ha convertido poco menos que en palabra santa dentro del rubro del cine para chicos, una película como Los Boxtrolls, que viene a ofrecer un delicado trabajo de animación cuadro por cuadro, representa no sólo un infrecuente desafío artístico, sino también una bienvenida ventana abierta que cumple con aquello de proveer aire fresco. No se trata de que el trabajo artesanal realizado por los estudios Laika (también responsables de otras dos muy buenas películas como Coraline y la puerta secreta o la más reciente Paranorman) aparezca en desventaja frente a los procesos industriales con los que producen sus blockbusters los grandes estudios dedicados al cine infantil, como Pixar o Dreamworks. Por el contrario, en Los Boxtrolls no sólo la animación es estupenda sino que el diseño estético consigue destacarse por su estilo personal, tan cerca del dibujo animado como de las viejas marionetas. Pero sin olvidar que se trata de un producto dirigido a los despabilados chicos modelo siglo XXI, las primeras generaciones de nativos digitales para quienes la comunicación audiovisual representa una lengua familiar y cotidiana. En todo eso la película cumple.
Y del mismo modo dignifica en lo dramático y narrativo, ofreciendo una historia que abona a ese espíritu vintage que impulsa a un cuento que tiene mucho de clásico pero nada de antiguo. Los hechos transcurren en una pequeña ciudad estilo Luis XV, un escenario típico para un cuento de hadas del siglo XVIII, pero enriquecido con un toque steampunk que permite incorporar detalles anacrónicos para potenciar estética y narrativamente el relato. Un pueblo asolado por su propia plaga, los Boxtrolls del título, pequeños ogros que viven en las cloacas de la ciudad y que también cargan con su propia mitología maldita. Según ella son malvados y se alimentan con la carne de los infortunados que se atreven a andar de noche por la calle. En especial si se trata de chicos que se alejaron de sus casas y de la presencia protectora de sus padres. Sin embargo, toda esa mala fama se basa en un único caso: el secuestro de un bebé y la desaparición de su padre.
Bien aferrado al modelo clásico, el pueblo de Cheesebridge –donde el queso en todas sus variedades forma parte excluyente de la dieta de sus habitantes- ha confiado la erradicación de los Boxtrolls al señor Hurtado, un exterminador de plagas que es pariente cercano del Flautista de Hamelin, pero mucho menos bienintencionado. Él y su heterogéneo grupo de tareas se encargan de capturar a las temidas criaturas durante la noche, cuando estas salen a saquear el pueblo. Pero no pasan más de tres o cuatro escenas para que quede claro que los personajes son inofensivos. Vestidos no más que con cajas de cartón (de ahí su nombre), los pequeños ogros son en realidad una raza confinada al submundo, donde han creado su propio universo merced su habilidad como constructores. Justamente sus incursiones en el mundo superior obedecen a la necesidad de encontrar materia prima para sus inventos entre los aparatos descompuestos y la chatarra que los habitantes del pueblo tiran a la basura. Cualquier parecido con cartoneros recorriendo la noche de Buenos Aires no es coincidencia.
Si Los Boxtrolls comienza reproduciendo de algún modo el esquema social que H. G. Wells proponía para el futuro de la humanidad en La máquina del tiempo, en donde los horribles Morlock aterrorizaban y se alimentaban de los inocentes y hermosos Eloi, la cosa acabará más cerca de la Metrópolis de Fritz Lang, con los oprimidos del subsuelo rebelándose contra los vecinos de arriba. Claro que esto sigue siendo Hollywood y aprovechando el formato de la fábula, sobre el final la película se permite innecesarios detalles tranquilizadores, aunque eso no alcanza para arruinar lo bueno que la película ofrece. Entre otras cosas, la canción de la película compuesta por el ex- Monty Python, Eric Idle. Y una pareja de exterminadores capaces de filosofar acerca del bien y del mal, de dudar de su verdadero rol dentro de la historia y, en una estupenda escena después de los títulos, de preguntarse borgeanamente si no habrá, más allá de ellos mismos, una voluntad superior que decide sin consultar cada uno de sus movimientos y decisiones.
Artículo escrito originalmente para la sección Cultura y Espectáculos de Página/12, pero publicado por primera vez en este blog.
Y del mismo modo dignifica en lo dramático y narrativo, ofreciendo una historia que abona a ese espíritu vintage que impulsa a un cuento que tiene mucho de clásico pero nada de antiguo. Los hechos transcurren en una pequeña ciudad estilo Luis XV, un escenario típico para un cuento de hadas del siglo XVIII, pero enriquecido con un toque steampunk que permite incorporar detalles anacrónicos para potenciar estética y narrativamente el relato. Un pueblo asolado por su propia plaga, los Boxtrolls del título, pequeños ogros que viven en las cloacas de la ciudad y que también cargan con su propia mitología maldita. Según ella son malvados y se alimentan con la carne de los infortunados que se atreven a andar de noche por la calle. En especial si se trata de chicos que se alejaron de sus casas y de la presencia protectora de sus padres. Sin embargo, toda esa mala fama se basa en un único caso: el secuestro de un bebé y la desaparición de su padre.
Bien aferrado al modelo clásico, el pueblo de Cheesebridge –donde el queso en todas sus variedades forma parte excluyente de la dieta de sus habitantes- ha confiado la erradicación de los Boxtrolls al señor Hurtado, un exterminador de plagas que es pariente cercano del Flautista de Hamelin, pero mucho menos bienintencionado. Él y su heterogéneo grupo de tareas se encargan de capturar a las temidas criaturas durante la noche, cuando estas salen a saquear el pueblo. Pero no pasan más de tres o cuatro escenas para que quede claro que los personajes son inofensivos. Vestidos no más que con cajas de cartón (de ahí su nombre), los pequeños ogros son en realidad una raza confinada al submundo, donde han creado su propio universo merced su habilidad como constructores. Justamente sus incursiones en el mundo superior obedecen a la necesidad de encontrar materia prima para sus inventos entre los aparatos descompuestos y la chatarra que los habitantes del pueblo tiran a la basura. Cualquier parecido con cartoneros recorriendo la noche de Buenos Aires no es coincidencia.
Si Los Boxtrolls comienza reproduciendo de algún modo el esquema social que H. G. Wells proponía para el futuro de la humanidad en La máquina del tiempo, en donde los horribles Morlock aterrorizaban y se alimentaban de los inocentes y hermosos Eloi, la cosa acabará más cerca de la Metrópolis de Fritz Lang, con los oprimidos del subsuelo rebelándose contra los vecinos de arriba. Claro que esto sigue siendo Hollywood y aprovechando el formato de la fábula, sobre el final la película se permite innecesarios detalles tranquilizadores, aunque eso no alcanza para arruinar lo bueno que la película ofrece. Entre otras cosas, la canción de la película compuesta por el ex- Monty Python, Eric Idle. Y una pareja de exterminadores capaces de filosofar acerca del bien y del mal, de dudar de su verdadero rol dentro de la historia y, en una estupenda escena después de los títulos, de preguntarse borgeanamente si no habrá, más allá de ellos mismos, una voluntad superior que decide sin consultar cada uno de sus movimientos y decisiones.
Artículo escrito originalmente para la sección Cultura y Espectáculos de Página/12, pero publicado por primera vez en este blog.
LIBROS - "Tristeza", de Federico Reggiani y Ángel Mosquito: La vida sin asado es el fin del mundo
La historia del fin del mundo ya se contó mil veces y de mil maneras. En la variedad está el gusto, se podría decir, y la lista viene solita a la cabeza. Del Apocalipsis y su número de la bestia, pasando por los augurios de Nostradamus, la literatura fantástica, hasta llegar por fin al cine, punto en donde la lista se hace interminable, la fantasía el fin del mundo evolucionó a la par del hombre. A veces el fin del mundo es literal, el planeta explota y la humanidad junto con él. Otras, la mayoría, la egomanía humana ocupa el lugar protagónico y entonces el fin del mundo es apenas una extinción que también ha tenido múltiples máscaras. En esos casos es sólo la humanidad lo que desaparece o pierde sus privilegios, o simplemente se convierte en otra cosa, como zombis, vampiros o vulgares imbéciles que ceden la cúspide de la pirámide evolutiva a los monos. Se podría seguir enumerando variedades del fin del mundo, clasificándolas por plumas o pelajes, pero conviene detenerse acá para pasar de lo general a lo particular y hablar de un caso puntual. Uno que, por otra parte, imagina un fin del mundo desde una perspectiva argentina.
Se trata de la novela gráfica Tristeza, escrita por Federico Reggiani e ilustrada por Ángel Mosquito, que propone un futuro posapocalíptico en medio de la Pampa argentina, pero con una sensible diferencia: apenas quedan un puñado de personas intentando reconstruir una forma social primitiva, pero ninguna vaca. De hecho, una de las paradojas de la novela es que este fin del mundo en pleno avance tiene su origen en una enfermedad bovina, cuyo síntoma visible es un profundo estado de tristeza que antecede a la muerte. Todo muy argentino. “Existe de verdad una enfermedad en las vacas que se llama o le dicen tristeza, producida por un parásito”, dicen Reggiani y Mosquito, confirmando que la inspiración se mueve de forma misteriosa. “Es muy potente la imagen de una persona (o una vaca) que se pone triste antes de morir: así que convertimos el parasito en virus y las vacas quedaron como culpables. Después nos dimos cuenta que la vaca está en el centro de muchos imaginarios argentinos...” Es así: traten de imaginar la vida sin poder hacer un buen asado nunca más.
Con inteligencia, Reggiani y Mosquito utilizan esos íntimos rasgos de identidad, para contar cómo sería el fin del mundo desde la Argentina. Y lo ilustran con crudeza. Ya avanzado el relato, uno de los personajes cuenta que cuando los muertos empezaron a amontonarse tuvieron que evitar cremarlos, para evitar que el olor de la carne quemada les recordara la imposibilidad del asado. Esto, que aisladamente parece un chiste, en la novela no lo es. “El problema de los historietistas es que tenemos que producir con un ojo en el mercado externo, pensar en un probable lector yanky o europeo. Entonces tendemos a reprimir los detalles locales”, dice Reggiani. “En Tristeza más que trabajar en buscar detalles, trabajamos en no borrarlos”, completa Mosquito.
El hecho de que los infectados manifiesten como síntoma la tristeza y que esta se convierta en furia justo antes de morir, también parece una radiografía cruda de los argentinos, tan cercanos a esas dos emociones como los brasileros pueden estarlo de la alegría o los uruguayos de la nostalgia. “La idea era que el primer síntoma fuera la tristeza. Y la furia una excusa narrativa para que la gente se viera obligada a abandonar a su gente querida y dejar la ciudad”, afirman y todo parece una perfecta descripción de Buenos Aires, que tiene el color triste del tango y a la que no por casualidad alguien definió poéticamente como “ciudad de la furia”. Lo que no saben los protagonistas de Tristeza es que tras abandonar la ciudad acabarán llegando a un nuevo enclave urbano gobernado por un misterioso y tiránico ex reggetonero y en donde la cantante romántico-tropical Gilda se ha convertido en centro de un culto religioso perseguido. Todo eso en el contexto de una comunidad que ha perdido la capacidad simbólica, donde todo se reduce a su sentido literal y atada a una excesiva corrección política que deviene una nueva forma de intolerancia. “Tratamos de imaginar cómo reconstruir una sociedad en una situación terminal”, afirma el guionista. “No quisimos opinar y creo que ninguno de los dos sabe bien cuál de los bandos tiene razón”, agrega Mosquito. “Acá los tecnócratas tratan de hacer las cosas bien, pero también tienen miedo y eso los va volviendo autoritarios. Y ante la duda cualquier forma de carnaval o desorden o incluso fiesta, es peligrosa para ese orden social precario”, completa Reggiani.
Ahí aparece otro detalle bien argentino: la costumbre de polarizarlo todo, ese impulso de ante cualquier cosa (política, fútbol, rock, literatura, historia) crear dos bandos. Una característica que en esa proto-sociedad que comienza a reconstruirse se manifiesta con fuerza y, tal vez no por casualidad, a través de la música convertida en ideología y religión. “Imaginamos una sociedad en la que se rompen muy rápidamente los lazos con el pasado. De manera que los ritos religiosos clásicos -que ya hoy para mucha gente casi no existen- pueden haber casi desaparecido”, arriesga el ilustrador. “Nos pareció razonable que aquellos que de alguna manera querían una religión la inventaran con cualquier cosa”, complementa Reggiani, aunque sabe que la música no es precisamente cualquier cosa. “Nos pareció verosímil que un ídolo musical pudiera arrastrar sobrevivientes en su zona que, puestos a seguir a alguien, siguieron al conocido”, rectifica. De ahí a convertir en oración religiosa el estribillo de la canciónde Gilda “Paisaje” hay un paso y el movimiento resulta un hallazgo sorprendente. “Algunas canciones populares están incorporadas a la mente del mismo modo que las oraciones (si uno recibió algo de educación religiosa)”, arriesga Mosquito. “Uno puede recitar muchos tangos, o canciones de Sui Géneris o las de Gilda sin pensar en el contenido, como si recitara el Padrenuestro”, remata Reggiani. Inevitable, la confesión final no se hace esperar (ni causa sorpresa): “¡Adoramos a Gilda!”
Se trata de la novela gráfica Tristeza, escrita por Federico Reggiani e ilustrada por Ángel Mosquito, que propone un futuro posapocalíptico en medio de la Pampa argentina, pero con una sensible diferencia: apenas quedan un puñado de personas intentando reconstruir una forma social primitiva, pero ninguna vaca. De hecho, una de las paradojas de la novela es que este fin del mundo en pleno avance tiene su origen en una enfermedad bovina, cuyo síntoma visible es un profundo estado de tristeza que antecede a la muerte. Todo muy argentino. “Existe de verdad una enfermedad en las vacas que se llama o le dicen tristeza, producida por un parásito”, dicen Reggiani y Mosquito, confirmando que la inspiración se mueve de forma misteriosa. “Es muy potente la imagen de una persona (o una vaca) que se pone triste antes de morir: así que convertimos el parasito en virus y las vacas quedaron como culpables. Después nos dimos cuenta que la vaca está en el centro de muchos imaginarios argentinos...” Es así: traten de imaginar la vida sin poder hacer un buen asado nunca más.
Con inteligencia, Reggiani y Mosquito utilizan esos íntimos rasgos de identidad, para contar cómo sería el fin del mundo desde la Argentina. Y lo ilustran con crudeza. Ya avanzado el relato, uno de los personajes cuenta que cuando los muertos empezaron a amontonarse tuvieron que evitar cremarlos, para evitar que el olor de la carne quemada les recordara la imposibilidad del asado. Esto, que aisladamente parece un chiste, en la novela no lo es. “El problema de los historietistas es que tenemos que producir con un ojo en el mercado externo, pensar en un probable lector yanky o europeo. Entonces tendemos a reprimir los detalles locales”, dice Reggiani. “En Tristeza más que trabajar en buscar detalles, trabajamos en no borrarlos”, completa Mosquito.
El hecho de que los infectados manifiesten como síntoma la tristeza y que esta se convierta en furia justo antes de morir, también parece una radiografía cruda de los argentinos, tan cercanos a esas dos emociones como los brasileros pueden estarlo de la alegría o los uruguayos de la nostalgia. “La idea era que el primer síntoma fuera la tristeza. Y la furia una excusa narrativa para que la gente se viera obligada a abandonar a su gente querida y dejar la ciudad”, afirman y todo parece una perfecta descripción de Buenos Aires, que tiene el color triste del tango y a la que no por casualidad alguien definió poéticamente como “ciudad de la furia”. Lo que no saben los protagonistas de Tristeza es que tras abandonar la ciudad acabarán llegando a un nuevo enclave urbano gobernado por un misterioso y tiránico ex reggetonero y en donde la cantante romántico-tropical Gilda se ha convertido en centro de un culto religioso perseguido. Todo eso en el contexto de una comunidad que ha perdido la capacidad simbólica, donde todo se reduce a su sentido literal y atada a una excesiva corrección política que deviene una nueva forma de intolerancia. “Tratamos de imaginar cómo reconstruir una sociedad en una situación terminal”, afirma el guionista. “No quisimos opinar y creo que ninguno de los dos sabe bien cuál de los bandos tiene razón”, agrega Mosquito. “Acá los tecnócratas tratan de hacer las cosas bien, pero también tienen miedo y eso los va volviendo autoritarios. Y ante la duda cualquier forma de carnaval o desorden o incluso fiesta, es peligrosa para ese orden social precario”, completa Reggiani.
Ahí aparece otro detalle bien argentino: la costumbre de polarizarlo todo, ese impulso de ante cualquier cosa (política, fútbol, rock, literatura, historia) crear dos bandos. Una característica que en esa proto-sociedad que comienza a reconstruirse se manifiesta con fuerza y, tal vez no por casualidad, a través de la música convertida en ideología y religión. “Imaginamos una sociedad en la que se rompen muy rápidamente los lazos con el pasado. De manera que los ritos religiosos clásicos -que ya hoy para mucha gente casi no existen- pueden haber casi desaparecido”, arriesga el ilustrador. “Nos pareció razonable que aquellos que de alguna manera querían una religión la inventaran con cualquier cosa”, complementa Reggiani, aunque sabe que la música no es precisamente cualquier cosa. “Nos pareció verosímil que un ídolo musical pudiera arrastrar sobrevivientes en su zona que, puestos a seguir a alguien, siguieron al conocido”, rectifica. De ahí a convertir en oración religiosa el estribillo de la canciónde Gilda “Paisaje” hay un paso y el movimiento resulta un hallazgo sorprendente. “Algunas canciones populares están incorporadas a la mente del mismo modo que las oraciones (si uno recibió algo de educación religiosa)”, arriesga Mosquito. “Uno puede recitar muchos tangos, o canciones de Sui Géneris o las de Gilda sin pensar en el contenido, como si recitara el Padrenuestro”, remata Reggiani. Inevitable, la confesión final no se hace esperar (ni causa sorpresa): “¡Adoramos a Gilda!”
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domingo, 9 de noviembre de 2014
DISCOS - "Nevermind", de Nirvana (1991): En la puerta de la globalización
Apenas tenía 21 cuando mi amigo Daniel me propuso comprar a medias el disco de una banda nueva que eran como los nuevos Sex Pistols, o algo así, según él mismo había escuchado no sabía dónde. Así de vagas eran las referencias que sobre cualquier tema solíamos darnos por entonces, cuando la tecnología digital todavía no era el pan nuestro de cada día y las certezas venían en su viejo envase analógico. Daniel solamente dijo eso y me pareció que la propuesta era muy ventajosa: yo me quedaría con el disco original y él se llevaría un cassette con la copia. Y como la idea era suya podía aprovecharme de mí amigo sin culpa. Nunca había escuchado nada de esa banda, ni siquiera su nombre, que sonaba exótico para ser punk norteamericano, aunque el título del disco trazaba una línea gruesa que llegaba hasta Londres, 1977.
En aquel verano de 1992 todavía no sabíamos qué significaba grunge, Seattle era una ciudad desconocida y definitivamente nadie usaba bermudas anchas ni camisas leñadoras, pero antes de que llegara al invierno todo el mundo tenía puesto el uniforme. Ahora pienso que aquel fue el primer paso de la globalización, pero no le vamos a echar la culpa a Nirvana.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 6 de noviembre de 2014
CINE - "Torrente 5: Operación Eurovegas", de Santiago Segura: Cómo querer a un mal tipo
Que el inescrupuloso pero tonto policía José Luis Torrente haya conseguido sostenerse a lo largo de cinco películas, aún con sus altibajos, convirtiendo a la saga en la más taquillera del cine español y al protagonista en un personaje de culto en varios países, incluida la Argentina, no debe tomarse a la ligera. Son indicios de que hay algo en él –y en el estereotipo que representa- que consigue resonar con fuerza en una masa que excede la categoría estricta de público cinematográfico. Porque no caben dudas de que Torrente logra salirse de la pantalla y resultarle familiar a cualquiera, convenciendo a todo el mundo que aquello que el personaje lleva hasta el absurdo es, sin embargo, absolutamente posible en el mundo real. Todo el mérito es de su creador e intérprete, el actor y sobre todo comediante español Santiago Segura, a partir de su triple capacidad de traducir a un absurdo políticamente incorrecto aspectos importantes de la realidad; de ponerlos en escena de manera efectiva como director; y de dar vida a una criatura reconocible e inesperadamemente querible, a pesar de dar muestras permanentes de su bajeza y sus pésimos valores.
Si alguien quisiera ver las películas de Torrente de manera objetiva, enseguida quedaría claro que aunque el personaje ocupe el lugar del héroe y haya otros a quienes se puede identificar con el rol de “el malo”, el más malo siempre es él. Policía radicalmente corrupto, cobarde, racista e inepto que no hace más que aprovecharse de niños, mujeres y desahuciados, el tipo representa lo peor de cualquier sociedad: el poder corrompido en las manos más inapropiadas. Y sin embargo no indigna a nadie. Por eso el comienzo de Torrente 5: Operación Eurovegas resulta paradójicamente encantador. Torrente sale de la cárcel, en donde estuvo recluido desde el final de la película anterior: es el año 2018 y el mundo ha cambiado sensiblemente. La crisis ha deshecho a España, que fue expulsada de la Unión Europea y ha debido volver forzosamente a la peseta; Cataluña por fin consiguió la independencia y alguien ha pintado con sus colores la estatua de su ídolo, el cantante kitsch El Fary. Y lo peor de todo: el estadio Vicente Calderón del Atlético de Madrid se encuentra en ruinas. En plena crisis nerviosa, en medio de la destruida cancha de su querido “Aleti” y secundado por dos de los fronterizos que suelen hacerle de laderos, Torrente se juramenta: “Se acabó el hombre honesto, se terminó el ciudadano modélico: a partir de ahora seré un fuera de la ley”. Con gracia, Segura pone en escena los complejos alcances de la percepción y las distorsiones que pueden resultar de la sencilla operación de ponerse a contemplar el propio reflejo.
De eso se trata la saga y ese es uno de los motivos por los que sus películas son un éxito. Aun reiterando más o menos la misma batería de chistes (Un ejemplo: no falta en esta quinta entrega una nueva versión de la escena de “las pajillas” en el auto, que se viene repitiendo desde la inicial Torrente, El brazo tonto de la ley (1998), esta vez llevando la cosa a niveles extremos), Segura siempre consigue hacer que cada nueva entrega funcione como un espejo deformante que expone lo peor de la sociedad –y no sólo de la de su país-. Esta vez, entre otras cosas, consigue que su versión posapocalíptica de España ponga blanco sobre negro la pretensión primermundista de un país tan vaciado por la corrupción y las fantasías neoliberales, como cualquiera de los siempre menospreciados primos de América Latina. Será por eso que esta versión conscientemente outsider del personaje se propone robar el complejo de casinos Eurovegas, un absurdo proyecto de capitales estadounidenses que pretendía instalar una pequeña Las Vegas en las afueras de Madrid. No por nada el personaje interpretado por Alec Baldwin se llama Mr. Marshall, una referencia directa a Bienvenido Mr. Marshall (1953), clásico de la sátira política dirigido por el gran Luis García Berlanga, acerca del vínculo entre la España franquista y los Estados Unidos vía Plan Marshall. Un pequeño detalle que desde la cinefilia deja claro el carácter cínico del personaje y confirma que a través del cine es perfectamente legítimo sentir un gran cariño por un tipo despreciable.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Si alguien quisiera ver las películas de Torrente de manera objetiva, enseguida quedaría claro que aunque el personaje ocupe el lugar del héroe y haya otros a quienes se puede identificar con el rol de “el malo”, el más malo siempre es él. Policía radicalmente corrupto, cobarde, racista e inepto que no hace más que aprovecharse de niños, mujeres y desahuciados, el tipo representa lo peor de cualquier sociedad: el poder corrompido en las manos más inapropiadas. Y sin embargo no indigna a nadie. Por eso el comienzo de Torrente 5: Operación Eurovegas resulta paradójicamente encantador. Torrente sale de la cárcel, en donde estuvo recluido desde el final de la película anterior: es el año 2018 y el mundo ha cambiado sensiblemente. La crisis ha deshecho a España, que fue expulsada de la Unión Europea y ha debido volver forzosamente a la peseta; Cataluña por fin consiguió la independencia y alguien ha pintado con sus colores la estatua de su ídolo, el cantante kitsch El Fary. Y lo peor de todo: el estadio Vicente Calderón del Atlético de Madrid se encuentra en ruinas. En plena crisis nerviosa, en medio de la destruida cancha de su querido “Aleti” y secundado por dos de los fronterizos que suelen hacerle de laderos, Torrente se juramenta: “Se acabó el hombre honesto, se terminó el ciudadano modélico: a partir de ahora seré un fuera de la ley”. Con gracia, Segura pone en escena los complejos alcances de la percepción y las distorsiones que pueden resultar de la sencilla operación de ponerse a contemplar el propio reflejo.
De eso se trata la saga y ese es uno de los motivos por los que sus películas son un éxito. Aun reiterando más o menos la misma batería de chistes (Un ejemplo: no falta en esta quinta entrega una nueva versión de la escena de “las pajillas” en el auto, que se viene repitiendo desde la inicial Torrente, El brazo tonto de la ley (1998), esta vez llevando la cosa a niveles extremos), Segura siempre consigue hacer que cada nueva entrega funcione como un espejo deformante que expone lo peor de la sociedad –y no sólo de la de su país-. Esta vez, entre otras cosas, consigue que su versión posapocalíptica de España ponga blanco sobre negro la pretensión primermundista de un país tan vaciado por la corrupción y las fantasías neoliberales, como cualquiera de los siempre menospreciados primos de América Latina. Será por eso que esta versión conscientemente outsider del personaje se propone robar el complejo de casinos Eurovegas, un absurdo proyecto de capitales estadounidenses que pretendía instalar una pequeña Las Vegas en las afueras de Madrid. No por nada el personaje interpretado por Alec Baldwin se llama Mr. Marshall, una referencia directa a Bienvenido Mr. Marshall (1953), clásico de la sátira política dirigido por el gran Luis García Berlanga, acerca del vínculo entre la España franquista y los Estados Unidos vía Plan Marshall. Un pequeño detalle que desde la cinefilia deja claro el carácter cínico del personaje y confirma que a través del cine es perfectamente legítimo sentir un gran cariño por un tipo despreciable.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
miércoles, 5 de noviembre de 2014
LIBROS - "A/Zeta Guía al mundo del cine", de Tamara Caldera y Gabriel Gutiérrez: Una cruzada para editar la Cinemateca de Babel
Que el cine es un universo ya se ha dicho muchas veces: un universo sideral. No infinito, pero sí cada vez más inabarcable. Desde que los hermanos Lumiere le pusieran fecha de nacimiento oficial al séptimo arte –que por entonces no era ni remotamente un arte-, el mapa cinematográfico se fue complejizando un poco más cada año hasta llegar a la súper productiva actualidad, en que miles de nuevas películas se suman a la lista cada nueva temporada. Frente a eso, todos los cinéfilos del mundo pueden despedirse de la pretensión de convertirse a sí mismos en Cinematecas de Babel ambulantes. Un deseo absurdo, por otra parte, porque, hablando seriamente: ¿cuántas de esas cientos de miles de películas acumuladas en la historia del cine merecen realmente ser vistas? La cuestión, entonces, no es cuántas sino cuáles son las que deberían verse para poder decirse con orgullo un cinéfilo ilustrado.
Tamara Caldera y Gabriel Gutiérrez son fanáticos de las películas, aunque ninguno de ellos mantiene un vínculo formal con el mundo del cine, más allá su pasión de espectadores. Ella es arquitecta, él historiador y hace dos años y medio que se radicaron en la Argentina provenientes de Nicaragua y Costa Rica, para continuar con sus estudios. Lejos de casa encontraron en el cine un punto de reunión y hasta es posible imaginarlos viendo y hablando de películas para no extrañar. Habrá sido en esas charlas cuando empezaron a discutir cuáles serían aquellas películas que merecen ser vistas, imaginando diferentes derroteros por la historia del cine como quien sopesa la mejor forma de recorrer una ciudad desconocida. Nada raro si se piensa que ambos debieron atravesar esa misma experiencia al llegar a Buenos Aires. Entonces fantasearon un proyecto monumental: un libro que al modo de las guías turísticas ofreciera posibles itinerarios por la historia del cine, sugiriendo en qué películas detenerse a mirar. Así nació A/Zeta Guía al mundo del cine, una enciclopedia encerrada en un único libro que incluye un pequeño vademécum de 1700 películas de 88 países distintos, seleccionadas a partir de múltiples criterios, que hacen realidad la idea de Caldera y Gutiérrez. Imaginaron también que era posible convocar a artistas gráficos de todo el mundo para que recrearan visualmente esas películas, sumando al libro un importante valor agregado.
Pero no sólo con ideas se hacen los libros: también es necesario un presupuesto. Pero semejante empresa demandaba un esfuerzo económico que desbordaba las posibilidades de estos dos amigos que no se desanimaron y decidieron buscar una ayuda de los amigos. Así decidieron que el crowd funding era la mejor forma de concretar la publicación de la guía A/Zeta sin resignar ninguno de los detalles que lo convierten en un libro único. “Buscamos la forma de hacer que un video club estuviera en la mesa de tu casa”, dicen Caldera y Gutiérrez acerca de su guía. “Un libro de cine que aguantara el paso tiempo: una videoteca en forma de libro”, concluyen orgullosos.
¿Cómo realizaron la selección de las películas incluidas en el libro?
TC -Tomamos de base varias selecciones de las llamadas “mejores películas de la historia” realizadas por sitios, revistas y libros especializados, pero también incluimos algunas de nuestra elección. A eso le sumamos las ganadoras de los premios BAFTA, Cesar, Oscar y los festivales de Cannes, Venecia y Berlín, entre otros.
GG -La consigna fue la misma que le trasladamos al lector: permitirnos la curiosidad de arriesgarnos a ver algo nuevo. Aprender a dar oportunidades y a ser abiertos.
TC –Queremos que funcione como un punto de partida que genere la noción de espacio infinito donde nunca dejar de buscar.
GG –Es el libro que me hubiera gustado tener cuando inicie mis estudios para entender la crítica de cine.
-Han dicho que la función del libro no es reseñar ni criticar películas.
TC -El libro busca recomendar como lo hubiese hecho un dependiente de video club.
GG -La idea es expresar el sentimiento que genera la película, los pensamientos que despierta una vez concluida. Entender por qué algunas se quedan en la mente incubadas para florecer eventualmente y darle un sentido diferente al inicial.
-¿Pero por qué creen que estás películas se encontrarían fuera del alcance del ejercicio crítico?
GG -Cuando hablamos de “películas anti-critica” lo hacemos tomando el sentido global de la palabra critica, cuya raíz es criterio, que significa “norma para conocer la verdad”.
TC -Estas películas son “anti critica” porque las sobrevuelan una infinidad de percepciones subjetivas que generan infinitas verdades.
GG -No existe una película que esté blindada a esa crítica, ni siguiera las películas legendarias.
TC -La crítica es una forma de abordar las películas y la nuestra es otra.
GG -Sólo dos entre tantas formas posibles de ver el cine que hacen que todos veamos la misma película de manera distinta.
-¿Por qué se inclinaron por la opción del crowd funding?
TC -Después de una reunión con una pequeña editorial nos dimos cuenta de que la mejor forma de tener control absoluto sobre el libro era convirtiéndonos en nuestra propia editorial.
-¿En qué consiste la convocatoria que han hecho?
GG -Este sistema de financiación colectiva es bastante novedoso. Elegimos trabajar con Idea.me, una plataforma Argentina muy respetada y utilizada en varios países de Sudamérica. Tiene muchas facilidades respecto a medios de pago y es amigable con pagos internacionales.
TC -Es un portal confiable, de fácil navegación, que ofrece seguridad a quienes colaboran y nos permite la oportunidad de entregar recompensas a cada colaborador. Muchos proyectos han salido a la luz gracias a ellos.
GG -La campaña busca recaudar los fondos que nos permitan editar el libro y para eso diseñamos colaboraciones de diverso rango (Ver recuadro).
TC -La campaña sigue el formato “todo o nada”. Es decir,necesitamos recaudar el 100% para que nuestra guía se pueda editar. De lo contrario el dinero se devuelve a los colaboradores.
GG –Se trata de un libro único, de ejemplares numerados, de colección.
TC –Y no nos queda mucho tiempo.
Para ser parte del libro
Para saber más acerca del proyecto A/Zeta Guía al Mundo del Cine, pueden acceder a las plataformas que sus impulsores mantienen en la web (azetaguia.com) o en diversas redes sociales como Facebook (facebook.com/azetaguia); Instagram (instagram.com/azetaguia); Twitter (twitter.com/azetaguia); Behance (behance.net/azetaguia), o Vimeo: (vimeo.com/azetaguia). Quienes deseen colaborar materialmente pueden hacerlo en el espacio que Caldera y Gutiérrez han abierto en la plataforma Idea.me, conde encontrarán diversas formas de ser parte del proyecto. Para informarse de las diferentes posibilidades de hacerlo deben dirigirse a idea.me/projects/23892/azeta-guia-al-mundo-del-cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Tamara Caldera y Gabriel Gutiérrez son fanáticos de las películas, aunque ninguno de ellos mantiene un vínculo formal con el mundo del cine, más allá su pasión de espectadores. Ella es arquitecta, él historiador y hace dos años y medio que se radicaron en la Argentina provenientes de Nicaragua y Costa Rica, para continuar con sus estudios. Lejos de casa encontraron en el cine un punto de reunión y hasta es posible imaginarlos viendo y hablando de películas para no extrañar. Habrá sido en esas charlas cuando empezaron a discutir cuáles serían aquellas películas que merecen ser vistas, imaginando diferentes derroteros por la historia del cine como quien sopesa la mejor forma de recorrer una ciudad desconocida. Nada raro si se piensa que ambos debieron atravesar esa misma experiencia al llegar a Buenos Aires. Entonces fantasearon un proyecto monumental: un libro que al modo de las guías turísticas ofreciera posibles itinerarios por la historia del cine, sugiriendo en qué películas detenerse a mirar. Así nació A/Zeta Guía al mundo del cine, una enciclopedia encerrada en un único libro que incluye un pequeño vademécum de 1700 películas de 88 países distintos, seleccionadas a partir de múltiples criterios, que hacen realidad la idea de Caldera y Gutiérrez. Imaginaron también que era posible convocar a artistas gráficos de todo el mundo para que recrearan visualmente esas películas, sumando al libro un importante valor agregado.
Pero no sólo con ideas se hacen los libros: también es necesario un presupuesto. Pero semejante empresa demandaba un esfuerzo económico que desbordaba las posibilidades de estos dos amigos que no se desanimaron y decidieron buscar una ayuda de los amigos. Así decidieron que el crowd funding era la mejor forma de concretar la publicación de la guía A/Zeta sin resignar ninguno de los detalles que lo convierten en un libro único. “Buscamos la forma de hacer que un video club estuviera en la mesa de tu casa”, dicen Caldera y Gutiérrez acerca de su guía. “Un libro de cine que aguantara el paso tiempo: una videoteca en forma de libro”, concluyen orgullosos.
¿Cómo realizaron la selección de las películas incluidas en el libro?
TC -Tomamos de base varias selecciones de las llamadas “mejores películas de la historia” realizadas por sitios, revistas y libros especializados, pero también incluimos algunas de nuestra elección. A eso le sumamos las ganadoras de los premios BAFTA, Cesar, Oscar y los festivales de Cannes, Venecia y Berlín, entre otros.
GG -La consigna fue la misma que le trasladamos al lector: permitirnos la curiosidad de arriesgarnos a ver algo nuevo. Aprender a dar oportunidades y a ser abiertos.
TC –Queremos que funcione como un punto de partida que genere la noción de espacio infinito donde nunca dejar de buscar.
GG –Es el libro que me hubiera gustado tener cuando inicie mis estudios para entender la crítica de cine.
-Han dicho que la función del libro no es reseñar ni criticar películas.
TC -El libro busca recomendar como lo hubiese hecho un dependiente de video club.
GG -La idea es expresar el sentimiento que genera la película, los pensamientos que despierta una vez concluida. Entender por qué algunas se quedan en la mente incubadas para florecer eventualmente y darle un sentido diferente al inicial.
-¿Pero por qué creen que estás películas se encontrarían fuera del alcance del ejercicio crítico?
GG -Cuando hablamos de “películas anti-critica” lo hacemos tomando el sentido global de la palabra critica, cuya raíz es criterio, que significa “norma para conocer la verdad”.
TC -Estas películas son “anti critica” porque las sobrevuelan una infinidad de percepciones subjetivas que generan infinitas verdades.
GG -No existe una película que esté blindada a esa crítica, ni siguiera las películas legendarias.
TC -La crítica es una forma de abordar las películas y la nuestra es otra.
GG -Sólo dos entre tantas formas posibles de ver el cine que hacen que todos veamos la misma película de manera distinta.
-¿Por qué se inclinaron por la opción del crowd funding?
TC -Después de una reunión con una pequeña editorial nos dimos cuenta de que la mejor forma de tener control absoluto sobre el libro era convirtiéndonos en nuestra propia editorial.
-¿En qué consiste la convocatoria que han hecho?
GG -Este sistema de financiación colectiva es bastante novedoso. Elegimos trabajar con Idea.me, una plataforma Argentina muy respetada y utilizada en varios países de Sudamérica. Tiene muchas facilidades respecto a medios de pago y es amigable con pagos internacionales.
TC -Es un portal confiable, de fácil navegación, que ofrece seguridad a quienes colaboran y nos permite la oportunidad de entregar recompensas a cada colaborador. Muchos proyectos han salido a la luz gracias a ellos.
GG -La campaña busca recaudar los fondos que nos permitan editar el libro y para eso diseñamos colaboraciones de diverso rango (Ver recuadro).
TC -La campaña sigue el formato “todo o nada”. Es decir,necesitamos recaudar el 100% para que nuestra guía se pueda editar. De lo contrario el dinero se devuelve a los colaboradores.
GG –Se trata de un libro único, de ejemplares numerados, de colección.
TC –Y no nos queda mucho tiempo.
Para ser parte del libro
Para saber más acerca del proyecto A/Zeta Guía al Mundo del Cine, pueden acceder a las plataformas que sus impulsores mantienen en la web (azetaguia.com) o en diversas redes sociales como Facebook (facebook.com/azetaguia); Instagram (instagram.com/azetaguia); Twitter (twitter.com/azetaguia); Behance (behance.net/azetaguia), o Vimeo: (vimeo.com/azetaguia). Quienes deseen colaborar materialmente pueden hacerlo en el espacio que Caldera y Gutiérrez han abierto en la plataforma Idea.me, conde encontrarán diversas formas de ser parte del proyecto. Para informarse de las diferentes posibilidades de hacerlo deben dirigirse a idea.me/projects/23892/azeta-guia-al-mundo-del-cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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