Remakes, sagas, remakes, sagas, remakes. A eso se redujo en los últimos 20 años gran parte de la industria cinematográfica, no sólo de los Estados Unidos. Donde antes reinaba aquello de “Segundas partes nunca fueron buenas”, ahora no sólo se impone pensar más en la continuidad que en la individualidad de las películas (las sagas), sino que hasta es deseable ni siquiera pensar, habiendo tanta idea ajena dando vueltas (las remakes). ¿Para qué romperse el mate creando una historia original, si es más rápido y más barato agarrar el trabajo ajeno, cambiar de lugar tres cositas y filmar lo mismo pero adaptado al que se supone es el gusto del espectador actual? Atención: esta no es una diatriba contra sagas y remakes, porque que las hay buenas, las hay. Sin embargo se nota enseguida cuando estos formatos son abordados con audacia e inteligencia y cuando se trata de un trámite burocrático.
El caso de Patrick, film australiano dirigido por Mark Hartley, se emparienta con esto último.
Película de terror basada en un original de 1978, también de Australia, Patrick le permitió a su director, Richard Franklin, mudar a Hollywood su carrera. Poco después sería responsable de una de las segundas partes más innecesarias de la historia del cine, la de Psicosis, ya que ni el guión, ni el currículum del nuevo director, ni el reparto, ni nada justificaba extender el universo Bates más allá de Hitchcock. Con el cadáver del maestro aún tibio (don Alfred murió en 1980), Psicosis II se estrenó en 1982.
Salvando las distancias, el caso de Patrick tiene similitudes con esa historia, en tanto la nueva versión es obra del mismo productor de la original, Antoni Ginnane; que se estrena a poco de la muerte de Franklin; y que hasta incluye un par de actores secundarios del reparto original, esta vez en papeles más secundarios todavía. La historia es igual: Patrick es un joven en estado vegetativo internado en una clínica, donde un estrafalario doctor lo utiliza para crueles experimentos. Con la llegada de una nueva enfermera, Patrick manifestará ciertos poderes paranormales y a través de ellos creará un extraño vínculo con la chica. La nueva versión es más perversa, más sangrienta, más subrayada y menos sutil que la original; en resumen: más acorde a los tiempos que corren. Es que, por desgracia, se toma las cosas más en serio que la de Franklin, que se dejaba ver con una sonrisa en los labios. Como punto a favor debe destacarse la presencia de Charles Dance, actor inglés cuya cara recordarán de inmediato los cinéfilos atentos, uno de esos secundarios que nunca se sabe por qué no han tenido más suerte que acabar penando por subproductos por el estilo. El cine no siempre es justo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
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