El estreno en Buenos Aires de la película Mentiras piadosas, del debutante director argentino Diego Sabanés, ha traído otra vez a la luz la figura de Julio Cortázar. La película es una eficiente versión del cuento La salud de los enfermos, incluido en su libro Todos los fuegos el fuego.
Es cierto que antes de Mentiras piadosas la obra de Cortázar tiene muchas variantes en su paso por el cine: desde el simple intertexto que realiza la directora catalana Isabel Coixet entre el cuento "La señorita Cora" y su película La vida secreta de las palabras, pasando por gran cantidad de inspiraciones sin confesar, su obra ha tenido varios privilegios en su relación con el cine. Aunque las adaptaciones reconocidas de sus textos no han sido tantas, los directores que se han interesado en él (Manuel Antin, Michelangelo Antonioni, Claude Chabrol, Jean-Luc Godard, entre los más conocidos) se asocian de manera decidida a la figura del autor mucho más que a la del género, y al cine independiente antes que a la industria. Primera conclusión de este hecho: Julio Cortázar, a diferencia de Dan Brown o de la Rowling, no hizo un gran negocio con el cine.
Si bien Mentiras piadosas versiona el cuento "La salud de los enfermos", también incluye una inteligente combinación de elementos tomados de otros textos, en primer lugar de "Casa tomada", mítico relato fundacional de la obra de Cortázar, que ya había sido adaptado de manera particular en Sinfín, de Cristián Pauls con guión de su hermano, el crítico y escritor Alan Pauls.
Con un notable elenco proveniente del circuito teatral de Buenos Aires, Sabanés consigue recrear la atmósfera de los textos originales, apelando a elementos propios del cine clásico y aun tomándose importantes libertades de adaptación, sin lesionar nunca la estética esencial de la prosa del escritor. El director reconoce sin embargo que traducir a Cortázar al lenguaje cinematográfico no era su objetivo. "Yo sentía que en el cuento había una película factible e intenté hacerla, pero no traté de que se pareciera al original", dice Diego Sabanés. "Para conocer la obra de Cortázar no hay que ver Mentiras piadosas ni ninguna de las películas sobre sus cuentos. Son cosas diferentes".
REESCRIBIENDO A CORTÁZAR
Como su último eslabón, la cadena de adaptaciones cinematográficas basadas en la obra de Julio Cortázar también nace en Buenos Aires: en 1960 Manuel Antin filmó La cifra impar, su debut cinematográfico, sobre el cuento "Cartas de mamá". Convertida en un hito de la generación del 60, La cifra... resultó el inicio de una larga y prolífica amistad entre director y escritor. Se basaba en la mutua admiración, alimentada por el calor de incontables cartas que disimulaban la brecha que separa París del Río de La Plata, mucho mayor entonces que ahora.
Pero Antin suele repetirlo: en 1960 Cortázar no era ese hombre de barba y anteojos que, convertido en ícono de la cultura de su época, hoy es reconocido como uno de los autores más destacados y populares de la literatura argentina. Emigrado al promediar la década de los 50, apenas era un escritor tan prometedor como secreto, casi un desconocido para quien no frecuentara los ámbitos y espacios propiamente literarios. Así lo descubrió Antin, entre los libros de un amigo profesor de literatura.
La relación epistolar que ambos mantuvieron hasta la muerte del escritor en 1984, resulta curiosa si se atiende a que todo se lo debe a esa película basada en un cuento donde el correo juega un papel central. La curiosidad es mayor si se observa que en Mentiras piadosas Diego Sabanés trabajó sobre "La salud de los enfermos", cuento en el que las cartas vuelven a cobrar un protagonismo inquietante. Reunidos para conversar sobre sus experiencias como adaptadores del gran escritor argentino, ambos directores se alegran por la significativa coincidencia. Es que para Manuel Antin, Cortázar siempre ha sido una carta: "Mi relación con él ha sido básicamente epistolar, pero es cierto que nuestras cartas eran monotemáticas: siempre era el cine".
Aunque esas cartas fueron incluidas por Alfaguara dentro de los tres gruesos volúmenes editados con la correspondencia de Cortázar, Antin se permitió realizar una edición personal, que él mismo regala a quien quiere. Titulado sobriamente Cartas de cine, el libro acompaña las misivas con una serie de diálogos entre el director y María Lydia Canoso, que vienen a suplir las respuestas ausentes del propio Antin y que cumplen con la tarea de dar un contexto temporal y estético al material original. "Es un libro que habría que leer antes de escribir un guión, porque a pesar de que Cortázar se declara ajeno a la habilidad de hacerlo, por lo que critica, por lo que resume, es un tratado muy útil para el cine".
DOS GENERACIONES
Lejos de la entrevista clásica, la charla entre Antin y Sabanés es el diálogo de dos generaciones de cineastas separados por el tiempo y miradas estéticas diversas, pero que coinciden en el respeto con que se han encargado de tratar la obra del hombre a quien primero admiran como escritor. "Una vez le dije a Cortázar: me hubiera gustado ser el escritor que sos vos", dice Antin, "y él me respondió: a mí ser el director de cine que sos vos. Ninguno estaba plenamente satisfecho con lo que hacía. Yo hubiera preferido ser escritor; nunca me interesó hacer cine…".
Sabanés se ríe con sorpresa: "En mi caso hay un abismo de diferencia. Sentí que en el cuento había un potencial cinematográfico, pero no desde lo visual sino a partir de la construcción de un mundo paralelo, de esa ficción que se va comiendo al mundo real". Uno de los méritos de las películas de ambos directores, es justamente haber sabido encontrar ese clima que por cuestiones prácticas suele denominarse como cortazariano, más allá de las estéticas cinematográficas propias de cada una. "Hay un cuento incluido en Historias de Cronopios y de Famas, `Tía en dificultades`", continúa Sabanés, "en donde un grupo de niños después de descubrir un montón de cucarachas debajo de un mueble, dicen `esa noche nos fuimos a dormir con una marcada melancolía`. Me llamó la atención el cruce entre cucarachas y melancolía, cuando usualmente se las relacionaría con el asco. Entonces me dije: a ver si se puede cruzar ese tono melancólico con el extrañamiento, esa cosa siniestra que tienen muchos cuentos de Cortázar".
Mentiras piadosas cumple con eficiencia esa reconstrucción de tono, en donde el humor amargo que rezuman muchos de los cuentos de Cortázar deviene en un clima opresivo y denso, en el que los espacios familiares se vuelven sofocantes. Ese rasgo está ausente en la mayor parte de las adaptaciones, salvo Diario para un cuento, de Jana Bokova y, por momentos, El gran atasco del italiano Luigi Comencini.
"Yo filmé lo que hubiera querido escribir", reconoce Antin, "y los cuentos que elegí tienen que ver conmigo, con cosas personales. Yo he vivido el episodio de `Circe`". En ese cuento se narra la historia de un joven cuya pasión por Delia, una muchacha que carga con un obituario de novios, le impide distinguir la naturaleza perversa de la chica. Como la Circe homérica, Delia necesita humillar a sus hombres, quebrar sus espíritus: el momento culminante del relato, no exento de ese mórbido humor, incluye un macabro convite con bombones caseros rellenos con cucarachas. Aunque Antin aclare que no le ha tocado ser agasajado con tan crocantes golosinas, insiste en que ha estado cerca. Circe, la segunda de las tres películas de Antin sobre cuentos de Cortázar, es la única en la que el propio escritor colaboró de manera directa con el guión.
Este hecho se refleja por completo y es el centro mismo de la correspondencia que Antin publicó en Cartas de cine. "Cuando nos encontramos con él en Italia, en el año 63, yo le dicté la estructura del guión y él se llevó eso a París para escribir los diálogos", cuenta Antin con gracia y casi con vergüenza. "En aquel entonces el importante era yo, el director de cine. Por suerte la historia puso las cosas en su lugar".
LA BARBA DEL INFIEL
Admirador antes que colega, Sabanés analiza con acierto el trabajo de Antin: "Tanto Circe como La cifra... son películas exquisitas, rigurosas desde su concepción, de una austeridad tan dramática que logran volver visual lo psicológico. Y no a través de los diálogos o las conductas solamente, sino a partir de la composición de los planos, desde ese juego entre lo temporal y lo espacial trabajado desde la puesta de cámara". Pero Antin no puede dejar de ver su carrera como una casualidad, y enseguida menciona el fracaso que significó Intimidad de los parques, su último intento sobre el cruce de dos textos de Cortázar ("Continuidad de los parques" y "El ídolo de las Cícladas"), que acabó siendo "un engendro" porque se filmó en Machu Picchu, y ciertas cuestiones climáticas arruinaron más de la mitad del material rodado.
Pero Antin desestima que esta fatalidad haya resultado en el final de aquella unión creativa y le atribuye esa responsabilidad a una tercera en discordia: "Lo que se produjo ahí es un divorcio entre Cortázar y yo… apareció la barba". Más allá del humor, Antin realmente le otorga al cambio fisonómico del escritor, de lampiño a barbado, un valor estético determinante dentro de su obra. "Existen dos Cortázar: el de la barba y el lampiño; uno escribía y el otro hacía política. Creo que perdió gran parte de su talento en esas otras vicisitudes". Antin se aparta de ese otro Julio, el militante que acabó convertido en ícono de su revulsiva época: "el Cortázar escritor es el de Rayuela, el de Las armas secretas. La obra de la otra etapa no es importante, de ningún modo comparable a lo que hizo cuando todavía no se había dejado la barba".
De acuerdo o no con estas afirmaciones, las adaptaciones al cine más notables corresponden a lo escrito por aquel Cortázar, el lampiño. De hecho, el libro Las armas secretas mencionado por Antin ha sido casi por completo llevado al cine: "Cartas de mamá" por el propio director; "Los buenos servicios" por Claude Chabrol (también Antin habría fantaseado con la idea de adaptar este cuento); "Las babas del diablo" por Antonioni y "El perseguidor" (relato al que Cortázar considera, en una de las Cartas de cine, tal vez el mejor de sus cuentos), filmado por el argentino Osias Wilensky en 1962. Sólo queda por filmar el relato que da título al libro.
PROFETA EN TIERRA AJENA
Varios elementos llaman la atención del conjunto de adaptaciones que se han hecho de Julio Cortázar. El primero y más notable es que muchos de sus textos cortos más famosos han sido convertidos en película, mientras que Rayuela y el resto de sus novelas no han recibido los mismos honores. Tal vez por la enorme dificultad de adaptación que presenta un texto como Rayuela, pensado para ser recorrido sin un patrón de orden riguroso. El cine (todavía) no puede prescindir -una restricción meramente tecnológica- de los límites que le impone su formato y que lo obligan a desarrollar un trazo narrativo de mano única. La utilización del todavía permite reservar un lugar para un hipotético futuro, en que el cine pueda ser construido para consumirse de modo más interactivo, que permita replicar la fórmula alquímica diseñada por Cortázar para la literatura.
Existen dos conjuntos claros dentro del universo de estas adaptaciones, dos grandes épocas que tal vez nada casualmente se encuentren separadas por un tercer lapso de casi absoluto silencio, que incluye la muerte del propio escritor. En la primera mitad, de 1960 a 1979, la etapa más prolífica en cantidad pero también la más amplia y radical en cuanto a la diversidad de los tonos elegidos por los adaptadores, la acumulación de nombres y méritos es abrumadora.
La primera zona va desde el ya legendario tríptico de Antin, a las personales versiones imaginadas por Antonioni y Godard, sin olvidar la adaptación televisiva de Los buenos servicios realizada por Chabrol, o la visión algo más ajustada de La autopista del sur de Comencini en El gran atasco. Muchos de estos films formaron parte de las competencias oficiales de los principales festivales europeos, y alcanzaron su pico de máxima exposición con la Palma de Oro obtenida por Blow Up de Antonioni en Cannes 1967. Ese mismo año también consiguió, entre otros logros, múltiples nominaciones de la Academia Norteamericana, los Globos de Oro y los premios BAFTA del Reino Unido.
Esta primera etapa ilustra de modo preciso la resonancia que obtuvo la obra de Cortázar en todo el mundo a partir de la publicación de Rayuela y el gran impacto que provocó en los círculos intelectuales de las vanguardias europeas de los años 60. También es cierto que las adaptaciones de esta etapa coinciden con el período en que la figura del autor se encontraba ya establecida en el mundo del cine. Ese hecho ha operado para que los mejores trabajos realizados sobre sus textos hayan conseguido, si no mantener la orfebrería de su prosa, hacer surgir potentes ensambles cinematográficos.
Tras un intervalo al que podría denominarse con justicia período de duelo (1980-1998), durante el cual sólo se rodó la mencionada película de los hermanos Pauls, la segunda mitad, menos deslumbrante y prolífica (aunque todavía en pleno desarrollo), abarca la última década y se caracteriza por una casi absoluta presencia de producciones latinoamericanas. Sólo se cuenta en este período una película de origen europeo del año 1999, la francesa Furia, de interesante potencia fotográfica, basada en el cuento "Graffitti" incluido en el libro Octaedro y dirigida por el entonces desconocido Alexandre Aja, quien cuatro años después obtendría moderado reconocimiento por su film de horror Alta tensión. Incluyendo dos películas de origen brasileño (A hora mágica, de Guilherme de Almeida Prado y Jogo Subterraneo, de Roberto Gervitz), más otras dos argentinas (una de ellas la mencionada Diario para un cuento), las producciones de esta última mitad consiguen su mejor momento con Mentiras piadosas, la interesante adaptación de Sabanés.
CARTAS AL FANTASMA
Durante la charla Antin muestra cierta sorpresa por el hecho de que sus películas todavía despierten interés en todas partes del mundo y comenta que La cifra impar se acaba de proyectar en un evento en Nueva York. Sabanés lo interrumpe para contarle que él estuvo allí, porque su película también formó parte de ese festival: se trata del Latin Beat, organizado por la Film Society of the Lincoln Center, que con motivo de homenajear al escritor en el vigésimo quinto aniversario de su muerte reunió ambas películas (primera y última en la línea cronológica de las adaptaciones cinematográficas de la obra de Cortázar) junto a Blow up (la más reconocida) y una serie de trabajos documentales.
Como un pequeño capricho de su inconsciente, del mismo modo en que un chico preguntaría queriendo saber en qué han terminado sus travesuras, Manuel interroga a Diego para enterarse si hubo mucha gente en la proyección de las películas y por un momento los roles se invierten. Ahora es Diego, el director joven, quien comanda la charla y le cuenta a su colega mayor los detalles de ese evento que volvió a unir una vez más sus carreras -sus vidas- detrás de la figura y de la obra de aquel que todavía vive en las cartas. Ese hombre al que ambos admiran y al que uno de ellos, en los silencios que se esconden detrás de sus palabras, no puede dejar de extrañar.
Artículo publicado originalemente en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo.
martes, 4 de mayo de 2010
CINE - El cine en busca de Cortázar: Obra tomada
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CINE - Buñuel y Cortázar
Después de La cifra impar pero antes de comenzar con Circe, Cortázar le cuenta a Manuel Antin que ha recibido la propuesta de Luis Buñuel para filmar el cuento Las ménades, incluido en el volúmen Final del Juego, como parte de una trilogía que también incluía Gradiva de Wilhelm Jensen y "Aura" de Carlos Fuentes. Declarado admirador de Buñuel, Cortázar lo menciona en diferentes momentos del epistolario. Dice: "La edad de oro (L`age d`or, 1930) me parece algo así como el libro del Génesis del cine". O dos horas después de haber visto El ángel exterminador escribe, casi en éxtasis, porque necesita compartir su emoción con el amigo cineasta: "Estoy de vuelta en casa y absolutamente todo me da vueltas […] y todo es increíblemente hermoso y atroz y entre rojo y mujer y una especie de locura total". Basta saber que la propuesta le llega poco después del estreno de esa película para imaginar la conmoción.
La enorme cantidad de puentes tendidos entre sus obras así permiten suponerlo. A pesar de haberse iniciado los contactos y de reunirse con el propio director en algún café de París (Cortázar le cuenta a Antín que pidió cuatro mil dólares por los derechos del cuento incluido en Final del juego, y que Buñuel le recomendó no aflojar en la negociación ni un centavo debajo de los tres mil), la película al fin no se realizó. Es posible imaginar el desencanto de un Cortázar dispuesto a todo con tal de alcanzar lo que desea: "Le dije que si los productores no me pagaban esa cantidad, que me parecía justa, yo le regalaba a él el cuento para que lo filmara gratis".
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo.
La enorme cantidad de puentes tendidos entre sus obras así permiten suponerlo. A pesar de haberse iniciado los contactos y de reunirse con el propio director en algún café de París (Cortázar le cuenta a Antín que pidió cuatro mil dólares por los derechos del cuento incluido en Final del juego, y que Buñuel le recomendó no aflojar en la negociación ni un centavo debajo de los tres mil), la película al fin no se realizó. Es posible imaginar el desencanto de un Cortázar dispuesto a todo con tal de alcanzar lo que desea: "Le dije que si los productores no me pagaban esa cantidad, que me parecía justa, yo le regalaba a él el cuento para que lo filmara gratis".
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultural del diario El País de Montevideo.
LIBROS - Kriminal tango, de Álvaro Abós: Policial negro y porteño
Qué no tiene Buenos Aires que les sobre a Detroit, Chicago o Los Angeles, además de fábricas de autos, gangster y el gran cabaret de lujo de Hollywoodland. ¿No son suficientes las callecitas que se abren por sus arrabales fabriles; la humedad que empasta el aire y el asfalto; los barrios viejos que amontonan conventillos e inmigrantes? Por qué no podría esta ciudad que lo aprieta todo –puerto, manicomios, casas de gobierno, microcentro financiero- en un radio de 30 manzanas, ser el paisaje de un policial negro. Si hasta habemus tango, única magia en el mundo capaz de musicalizar esos escenarios y hacer que el lector se olvide del blues o del jazz, como si nunca hubieran sido estos el acompañamiento natural del género. Así parece haberlo entendido Álvaro Abós al emprender su nuevo trabajo, Kriminal tango, un intento de transpolar al Río de la Plata todo eso que con dificultad puede imaginarse fuera del universo de la cultura norteamericana del siglo XX. Aunque no se trata de una idea novedosa, sino de un tópico revisitado que va de alguna de las novelas de Osvaldo Soriano a El agua electrizada, relato entre intelectual y metafísico de C. E. Feiling, quien desde el extremo opuesto criticaba el tono popular que sostiene la obra del primero.
Con respeto casi fetichista, Abós se encarga de replicar los elementos indispensables en una novela que se precie de negra. El crimen violento: un contador público quemado vivo dentro de un féretro; el antihéroe: el solitario, atribulado inspector Muñecas; las mujeres que tientan -la del muerto, su secretaria, la perito Sarti que colabora en la investigación- y las que lastiman, las que más se desean -la esposa de Muñecas (también policía) lo abandona, le pide el divorcio y está enrollada con su abogado-; los sospechosos de siempre: el socio del muerto y sus clientes con negocios demasiado sucios. Los vicios y las obsesiones: a Muñecas lo domina el tango y cuando puede se escapa a tocar el violín en el fondo de una milonga, junto a un grupito unido sólo por esa pasión compartida. Sin embargo, aunque las piezas están todas, hay algo en la estructura de ese artefacto que es Kriminal tango que no termina de encajar.
En ese juego que intenta implantar el molde del policial negro en Buenos Aires, Abós se permite el uso de algunos modismos neutros más propios de traducciones de Hammett, Chandler o, más aún, del doblaje de las películas que en los años 40 popularizaron este género en el cine. “Ahí mismo encendieron el fuego y ardió…” explica Muñecas al comisario, pero bien podría ser la voz centroamericana de Humphrey Bogart. Porque en Buenos Aires lo único que arde es el champú en los ojos: un tipo al que prenden fuego simplemente se quema. Del mismo modo aparecen manecillas en los relojes, atascos en lugar de embotellamientos e incluso hay quien trabaja en una gasolinera. Pero ese detalle podría ser tomado como un juego intertextual y siendo así hasta se lo puede aceptar de buen grado. Lo que sí está claro que no debe suceder es que las pistas (que en este caso son muchas) estén colocadas sólo para distraer y así desaprovechar sin remedio lo mejor del policial: esa posibilidad de entablar un duelo en el que el autor va dejando marcas para que el lector también acepte el desafío de convertirse en detective. Eso no sucede en Kriminal tango: su lectura deja la desazón que queda cuando una pelea de box se suspende por golpe bajo. Hay algo de la frustración de quien se puso a armar un rompecabezas pero que, después de mucho trabajo, se da cuenta que le sobran muchas piezas y le faltan tantas otras.
Artículo publicado originalmente en la revista ADNcultura del diario La Nación.
Con respeto casi fetichista, Abós se encarga de replicar los elementos indispensables en una novela que se precie de negra. El crimen violento: un contador público quemado vivo dentro de un féretro; el antihéroe: el solitario, atribulado inspector Muñecas; las mujeres que tientan -la del muerto, su secretaria, la perito Sarti que colabora en la investigación- y las que lastiman, las que más se desean -la esposa de Muñecas (también policía) lo abandona, le pide el divorcio y está enrollada con su abogado-; los sospechosos de siempre: el socio del muerto y sus clientes con negocios demasiado sucios. Los vicios y las obsesiones: a Muñecas lo domina el tango y cuando puede se escapa a tocar el violín en el fondo de una milonga, junto a un grupito unido sólo por esa pasión compartida. Sin embargo, aunque las piezas están todas, hay algo en la estructura de ese artefacto que es Kriminal tango que no termina de encajar.
En ese juego que intenta implantar el molde del policial negro en Buenos Aires, Abós se permite el uso de algunos modismos neutros más propios de traducciones de Hammett, Chandler o, más aún, del doblaje de las películas que en los años 40 popularizaron este género en el cine. “Ahí mismo encendieron el fuego y ardió…” explica Muñecas al comisario, pero bien podría ser la voz centroamericana de Humphrey Bogart. Porque en Buenos Aires lo único que arde es el champú en los ojos: un tipo al que prenden fuego simplemente se quema. Del mismo modo aparecen manecillas en los relojes, atascos en lugar de embotellamientos e incluso hay quien trabaja en una gasolinera. Pero ese detalle podría ser tomado como un juego intertextual y siendo así hasta se lo puede aceptar de buen grado. Lo que sí está claro que no debe suceder es que las pistas (que en este caso son muchas) estén colocadas sólo para distraer y así desaprovechar sin remedio lo mejor del policial: esa posibilidad de entablar un duelo en el que el autor va dejando marcas para que el lector también acepte el desafío de convertirse en detective. Eso no sucede en Kriminal tango: su lectura deja la desazón que queda cuando una pelea de box se suspende por golpe bajo. Hay algo de la frustración de quien se puso a armar un rompecabezas pero que, después de mucho trabajo, se da cuenta que le sobran muchas piezas y le faltan tantas otras.
Artículo publicado originalmente en la revista ADNcultura del diario La Nación.
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