En Beowulf la incógnita pasaba por saber cuánto respetaría Zeme-ckis esta historia que es puro heroísmo y nobleza, o cómo se las ingeniaría para incorporar algunas subtramas que el original no contempla, pero que son indispensables para que un producto se vuelva masivo. Con astucia, el viejo Bob hace uso de la opción shakespeareana: con trazos gruesos añade amores imposibles, herederos indignos, dramas de alcoba, complejos de culpa y no se priva de convertir al héroe en rey de Dinamarca. Y claro, algo acaba oliendo mal. Porque estas variaciones podrán cerrar para quien desconozca del poema original, pero serán una traición para el avisado, ya que a pesar de respetar los nudos dramáticos de la historia, muchas veces se degrada el espíritu de los personajes, cargándolos de conflictos y dudas que en el poema no tienen. Además abunda en giros vulgares, siempre de tono sexual, que en pos de un realismo costumbrista innecesario desdibujan el carácter mítico del relato. Así, el Beowulf de Zemeckis, de una excelente factura técnica donde no pueden dejar de disfrutarse las escenas de combate, en especial la batalla final, no es novedoso ni muy fiel a su fuente, aunque logra quedar bien parada entre otras buenas versiones anteriores. Fuera de la vulgar adaptación futurista con Christopher Lambert, están la más esquemática y venal del dúo Crichton/ McTiernan, Trece Guerreros, y la sutil Beowulf y Grendel, del islandés Sturla Gunnarsson, con el hoy famoso Gerard this is Sparta Butler como protagonista, en la que el héroe consigue hacer un verdadero camino de transformación, manteniendo a la vez los valores de un poema que cautivó a Borges, Tolkien y C. S. Lewis, entre tantos otros.
(Artículo publicado originalmente en Página 12)