domingo, 29 de abril de 2012

CINE - La tinta negra, de Sebastián Arabia: El silencio de España

Mientras en la Argentina todavía se cuestionan los logros en materia de derechos humanos y en la aplicación de justicia en los crímenes cometidos por la última dictadura militar, los mismos son tomados como ejemplo a seguir en casos similares en todas partes del mundo. El documental español La tinta negra, del director Sebastián Arabia, es un buen ejemplo de ello. Estrenado aquí durante la reciente edición del BAFICI, este trabajo gira en torno al llamado caso Garzón y a los extraños motivos que desencadenaron en los procesos penales en su contra, acusado de prevaricación, a partir de que el reconocido juez reabriera las investigaciones por los crímenes cometidos por el estado durante los 40 años de gobierno del general Franco.
Acaso porque en la Argentina las aberraciones de la dictadura fueron juzgadas, amnistiadas y vueltas a juzgar en diferentes momentos de los veinte años posteriores a la caída de ese régimen, cueste imaginar lo que significa para el pueblo español que crímenes contra la humanidad lleven más de 70 años de impunidad. Siete décadas de silencio forzado y forzoso. Uno de los aciertos de La tinta negra, documental que se desarrolla a partir del clásico mecanismo de cabezas parlantes, consiste en no reducir todo a una cuestión histórica, sino en ir descubriendo la atroz supervivencia del franquismo en todos los ámbitos de la realidad presente de España. Y demostrar que el enjuiciamiento del juez Baltasar Garzón -cuya trayectoria jurídica incluye la investigación de los crímenes cometidos por la última dictadura chilena, cuando el general Pinochet, su máximo responsable, permanecía protegido por su cargo de senador vitalicio en le Congreso de su país- representa un emergente de esa realidad. ¡Están entre nosotros! Como si se tratara del título de una película de terror, el documental señala que quienes creyeron que el asesinato, la desaparición de personas o la apropiación de la identidad eran herramientas políticas válidas, son quienes todavía dirigen los destinos de España.
Resulta curioso reconocer la parábola de la historia que reúne por enésima vez en un mismo plano el destino argentino y el español. Primero en el horror de comprobar que los métodos utilizados por los dictadores argentinos son los mismos que aplicó el franquismo, a partir de su triunfo en la sangrienta Guerra Civil, pero cuarenta años antes. Y también, a la vuelta de esa historia, saber que la justicia argentina sentó jurisprudencia que eventualmente permitiría juzgar los crímenes cometidos en España.
No hay paz verdadera sin reparación, ni justicia sin memoria: La tinta negra ofrece una lista larga y sólida de argumentos a favor de tales afirmaciones. Es cierto que España sigue siendo un país lleno de miedos, como certifica con lucidez uno de los entrevistados. Según él, el problema es que la sociedad española aún no ha podido expresar su dolor, en tanto expresar no sólo significa decir, sino también dejar de estar presos de su propio silencio. Contra eso, este documental se permite levantar un poco la voz.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 25 de abril de 2012

CINE - Los Vengadores (The Avengers), de Joss Whedon: Cuento Pop Norteamericano

Cuando se habla de cultura y arte Pop, lo primero en lo que cualquiera piensa es en una lata de sopas Campbell o en la peluca de Andy Warhol. Sí se insiste un poco, seguramente se llega a los cuadros de historieta de Roy Lichtenstein. Nada mejor que empezar por la historieta y el Pop para hablar de Los Vengadores, la película que reúne en un mismo plano a varios de los más importantes personajes de la factoría norteamericana de superhéroes Marvel: Capitán América, Iron Man, Hulk, Thor, Ojo de Halcón (Hawkeye) y Viuda Negra. Y está bien decir varios, porque no son todos; también pertenecen a esta casa el Hombre Araña, los 4 Fantásticos, X-Men y con eso alcanza para darse cuenta de la importancia de Marvel dentro de la cultura popular norteamericana y por extensión, guste o no, también global.
La apuesta del estudio Marvel, recientemente comprado por Disney, es muy fuerte, ya que apela a reunir a uno de los grupos de superhéroes más notorios, conocidos como The Avengers (los Vengadores del título), para conseguir un rendimiento de taquilla acorde a las expectativas. Basta recordar que los seis filmes en los que algunos de estos Vengadores aparecieron en solitario (dos Iron Man, dos Hulk, una de Thor y otra de Capitán América), recaudaron unos 2.500 millones de dólares, y que si bien está lejos del Hombre Araña, que obtuvo una cifra similar sólo con tres películas, o de los mil millones de Christopher Nolan con su Batman, caballero de la noche, no deja de ser un negocio apreciable. Pop y Negocio son entonces las palabras clave para pensar una película como esta.
La historia contiene todo lo que se espera encontrar en ella. Ante la amenaza de una inminente invasión extraterrestre encabezada por el dios Loki, una organización secreta de inteligencia llamada S.H.I.E.L.D. (escudo en inglés), se encarga de reunir a un ecléctico grupo de hombres de acción como vanguardia de la defensa planetaria. En pocas palabras: un escuadrón de súper soldados para combatir una amenaza externa, una de las fantasías fundacionales de los EE.UU. como imperio. No está de más invitar a leer War Stars, guerra, ciencia ficción y hegemonía imperial, notable libro donde el norteamericano Bruce Franklin aborda el tema en detalle y cuya tapa ilustra justamente Capitán América, patriota y líder natural de esta tropa de élite. Pero antes de enfrentar a los malos, estos héroes de egos tan grandes como sus músculos deberán resolver cuestiones de cartel. Y será todos contra todos: Hulk contra Thor; Thor contra Iron Man; los dos contra el Capitán América, y así. Pero la libertad amenazada, al fin los pondrá a trabajar en equipo.
Los Vengadores son un clásico del cómic cuyos seguidores hasta hace poco lo consideraban intransferible al cine. El estreno en 2008 de Iron Man, con Robert Downey jr., marcó el comienzo de este sueño ahora cumplido. No es ocioso mencionar a Downey, porque sobre su gran trabajo en la personificación del excéntrico millonario Tony Stark y su metálico alter ego, se cimenta gran parte del éxito de esa película. El ácido sentido del humor del personaje es tomado y amplificado por el director de Los Vengadores, Joss Whedon, consiguiendo lo que en las películas de los otros tres héroes centrales brillaba por su ausencia. Todo el humor que desbordan las dos Iron Man y que apenas aparece en Thor, bastante menos en Capitán América y nunca en las dos fallidas Hulk (fracasos económicos antes que artísticos, sobre todo en relación al primero de ellos, dirigido por Ang Lee en 2003), es la herramienta más potente de Los Vengadores. Pero ya no es el personaje de Downey el único capaz de utilizarlo con solvencia. La nueva versión de Hulk, interpretado por Mark Ruffalo (el tercer doctor Banner, después de Eric Bana y Edward Norton), es sin dudas el gran hallazgo humorístico de la película. Whedon y su guionista Zak Penn aprovechan su irascible subnormalidad para hacerlo actuar muchas veces como poseído por el espíritu slapsticko de Tex Avery. Más Pop que eso, casi imposible.
A menos que se quiera mencionar el clásico traje chauvinista del Capitán América, diseñado en base a las barras y estrellas de la más Pop de las banderas del mundo. Acaso por ahí venga lo menos valioso de la película. A esta altura debe admitirse que esa necesidad de subrayar cada parte del discurso donde se afirma que en el norte siempre se pelea por la libertad de todo el mundo, ya es un poco cínica. Tanto como esa megalomanía tan norteamericana de fantasear invasiones y catástrofes que (casi) nunca les ocurren, pero que siempre se encargan de exportar a todas las latitudes. Pero esta vez ni eso alcanza para arruinar el buen momento de cine pop (y gran negocio) que representa Los Vengadores.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

CINE - El último Elvis, de Armando Bo nieto: Ser Elvis y no vivir para contarlo

Imaginar una película en la cual la premisa es contar las desventuras de un imitador de Elvis que trabaja en una fábrica de cocinas y vive en un barrio populoso del sur del Gran Buenos Aires parece, a priori, un camino de ida hacia la comedia. Y un poco así es como empieza El último Elvis, ópera prima de Amando Bo, hijo de Víctor Bo, el Delfín de los superagentes, y nieto del legendario director de las películas de Isabel Sarli. La sola mención de semejante árbol genealógico es en sí mismo un incentivo a la curiosidad y no es extraño que quienes conozcan el prontuario cinematográfico de la familia Bo, sientan deseos de saber qué clase de película será esta. El caso es que los de sus ancestros no son los únicos antecedentes de Armando Bo nieto: él es además uno de los guionistas de Biutiful, primera película del famoso director mexicano Alejandro González Iñárritu luego de romper su relación profesional con Guillermo Arriaga, el guionista de sus primeras tres películas (las exitosas y maniqueas Amores Perros, 21 gramos y Babel). De hecho, que el propio Iñárritu figure en los créditos como productor puede hacer que muchos miren de costado con algo de desconfianza. Y no sin razón: El último Elvis comienza como una comedia amarga y sigue como drama íntimo, pero termina como una de Iñárritu.
Durante el primer acto de la película se presenta a Carlos Gutiérrez como un proletario roquero que se gana unos pesos imitando a Elvis Presley en cumpleaños, fiestas y eventos de todo tipo. Las escenas de él entre una multitud de dobles amontonados en la agencia encargada de conseguirles trabajo, bien puede ser el inicio de una comedia que se propone marchar por las diagonales del absurdo. Pero no es así. El último Elvis, aun con humor, comienza a volverse seca, realista, y el espectador descubrirá en Carlos ciertos desequilibrios. Que haya bautizado Lisa Marie a su hija e insista en llamar Priscilla a su ex cuando ese no es su nombre, irá dándole al cuento una pátina oscura. Como en el ensayo de Freud dedicado a Lo siniestro, lo que aparece cada vez con mayor nitidez es la figura del doble, con todas sus aristas ominosas y fantasmales. Pronto se sabrá que él no se siente un imitador: como ocurre con la santa trinidad cristiana, este hombre de patillas tupidas entrado en kilos es Carlos, pero al mismo tiempo también es Elvis (o así lo siente él). Los problemas con su ex, la distancia con Lisa, la frustración de la vida en una fábrica, son las piezas de un detonador a punto de hacer estallar a Carlos. Es la crónica de un final anunciado.
No puede decirse que el guión tenga fisuras que merezcan marcarse, más allá de su impiedad con los personajes. Tampoco que la película falle en lo técnico, lo estético o en la producción: las locaciones son estupendas; la fotografía es buena; la puesta de cámara, inteligente; los actores están muy bien. Uno de los puntos fuertes de la película de Bo es su protagonista, John McInerny. En la piel de este Elvis del conurbano, McInerny consigue atraer al espectador tras de sí, ya sea por esa extraña y permanente mirada de hastío o por la magnífica voz con que el actor interpreta una decena de temas del repertorio clásico de Presley. Ese es el mayor mérito de la película y de Bo como director: haber encontrado el actor para su personaje. Pero, con la excusa de filmar como quien mira bonito, Bo abusa del preciosismo para perseguir a su personaje hasta acorralarlo sin salida. Que es cierto, es allí a dónde él mismo Elvis quiso llegar, sin embargo hay un regodeo casi voyeurista en ese retrato magnífico de las miserias tomado casi por la fuerza. En la escena final, los recursos de una cámara súper lenta y el fuera de foco se complotan para mostrar en una sola toma lo mejor y lo peor de El último Elvis. El retrato que Bo traza de Carlos tiene muchas veces la perfección del hielo, un frío que desaparece cada vez que Elvis entra en escena. Y si algo queda claro es que el debut de Armando Bo nieto como director merece verse, ya sea para amarlo o para pelearse con él.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

domingo, 22 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, Balance de Competencia Argentina: Justas ganadoras, poco para recomendar

Finalmente cruzaron el disco: el Bafici llegó a su día final y todas las competencias entregaron sus ganadores. Como siempre la presencia argentina resultó amplia y puede decirse que importante en términos de programación. Aunque también es cierto que no son muchos los títulos que pueden destacarse, dentro de un grupo de producciones que consideradas en conjunto apenas rondarían lo discreto. Por eso no es extraño que Papirosen, segunda película de Gastón Solnicki, resultara justa ganadora de la Competencia Argentina, ni que La chica del sur de José Luis García se llevara la única mención otorgada por ese jurado. Ambos trabajos se encontraban a buena distancia del resto de sus competidoras, e incluso por sobre las tres películas incluidas en la Competencia Internacional. Tampoco es raro que en los dos casos se trate de documentales que se han atrevido a perforar las fórmulas del género de modos diversos, ni que sus relatos resulten de algún modo autobiografías elípticas que enriquecien sus narraciones con momentos inesperados. A partir de ese detalle cabe preguntar si realmente es tan difícil encontrar en la Argentina cine de ficción que merezca ser mostrado, o sí esa ausencia de buena ficción en abundancia responde a un criterio de programación.
Si hay que ser honestos, debe decirse que Papirosen no es otra cosa que una perforación del documental en sí misma. El retrato a la vez enamorado e impiadoso que el director hace de su propia familia, apela de forma constante a un humor autoreferencial y autocrítico que tiene varios niveles de profundidad. Desde el trazo irónico con que desmonta las muchas veces caprichosas conductas de sus parientes, al amor mucho más cercano a la veneración que al dolor con que reconstruye el pasado familiar, Solnicki demuestra que con talento y habilidad puede irse de lo particular a lo general, para conseguir que cualquiera pueda encontrar en Papirosen un reflejo con el cual identificarse, un “palo para su gallinero”. Sobre todo en lo referido a la acidez con que muestra su mundo de pertenencia, esa clase burguesa argentina que, en materia de cine, con tanta facilidad encuentra la paja en el ojo ajeno (el de las clases bajas), pero que muy pocas veces es capaz de ver con lucidez la banalidad de las conductas propias. Gastón Solnicki lo ha hecho en una película que no sólo es la ganadora de la competencia nacional, sino la mejor película argentina del 14º Bafici.
Algo parecido puede decirse del trabajo de José Luis García, legítimo merecedor de una mención especial en la misma categoría. La chica el sur registra el intento del director por reconstruir desde el presente la historia de una joven idealista a la que conoció en un encuentro de juventudes socialistas de todo el mundo realizado en Corea del Norte durante 1989, y que procedente de Corea del Sur pedía por la reunificación de su país. Lo más notable del film de García es sobre todo la forma en que, luego de narrar de manera clásica su historia, es capaz de poner en pantalla su aparente fracaso y tomar al espectador por sorpresa. En una de las secuencias que se encuentran entre las pocas inolvidables que ha dejado el Festival, sobre el final de la película él es obligado por esa chica convertida en mujer a ingresar a escena (de la cual el director se había mantenido sobriamente al margen) para exigir que le explique qué es lo que quiere de ella. Avergonzado, el director no tiene respuestas: como Solnicki, García se permite reír de sí mismo. La chica del sur sugiere que aquel viaje en busca de una mujer que no puede serle más ajena, ha sido acaso un intento por echar luz sobre un presente más íntimo, ofreciendo sotto voce un discreto diario de vida.
Del resto de la competencia pueden rescatarse Villegas, film de Gonzalo Tobal que será parte del próximo festival de Cannes; la riqueza poética de Dioramas, de Gonzalo Castro; o la ternura y simpleza de El espacio entre los dos, de Nadir Medina. Y porque no la comedia Masterplan, de los hermanos Levy, haciendo la salvedad de mencionar que una película como esta debería representar el piso de calidad de una competencia y no uno de sus puntos altos. Todo un síntoma que evidencia la debilidad de la selección y que sobre el final del festival reabre una polémica surgida antes de su inicio: ¿por qué quedó afuera Tierra de los padres, documental de Nicolás Prividera, tema que ya fue tratado en nuestro suplemento de Cultura del día de ayer?


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

viernes, 20 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, días 8 y 9: Retratos de familia

Se va terminando el 2012 para el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires y, en lo que respecta al cine argentino, la programación parece haber reservado para el final algunos de sus mejores platos. Cerrando la Competencia Argentina se proyectó Papirosen, segunda película de Gastón Solnicki, un documental en el que el objeto observado es nada menos que la propia familia del director. Aunque dicho así pudiera temerse que el asunto resultara un nuevo engendro de la Era de los Reality, nada hay más lejano a Gran Hermano, ética y estéticamente, que esta película. Por empezar Solnicki no hace un uso banal ni exhibicionista de sus parientes, por más que se encargue de retratar situaciones tensas o tragicómicas normalmente reservadas al plano de lo íntimo. Papirosen está estructurada como un collar de perlas finísimas, unidas por el hilo conductor del relato matriarcal de una abuela, encargada de contar una historia familiar, entre oficial y clandestina, que comienza en Lodz, Polonia, poco antes de la Segunda Guerra. Valiéndose de videos y películas hogareñas, Solnicki recorre, subiendo y bajando, cuatro escalones de su genealogía, para montar una saga familiar. En ese poner en primer plano lo más doloroso o vergonzante de su intimidad (desde berrinches entre su madre y su hermana mayor durante un paseo de compras por Miami, hasta una tensa discusión del hermano del medio con sus padres) hay una declaración de amor conmovedora. Y sí da gusto reírse con los Solnicki de esos detalles, es porque el director consigue hacernos sentir como invitados a su casa y nos permite reconocer en el espejo de su familia algunas historias propias. Y de paso, un detalle nada menor, consigue trazar un retrato de clase realizado en primera persona, con honestidad brutal y sin piedad alguna.

Dentro de las proyecciones especiales del Bafici, fuera de los límites de las competencias, se presentó El etnógrafo, nuevo trabajo de Ulises Rosell. Como Papirosen, se trata de otro gran documental y aunque resulten tan diversas, sobre todo en lo formal, si algo comparten entre sí es el don de la sinceridad. Rosell cuenta la historia de John Palmer, un inglés doctor en antropología que en la década del 70 vino por primera vez al país para realizar su tesis doctoral. Entonces conoció los asentamientos Wichi en el noreste argentino y su vida cambió para siempre. En la actualidad Palmer está casado con una mujer de esa etnia y tiene con ella una familia compuesta por cuatro hijos pequeños. Palmer es además un defensor de los derechos de los Wichi y trabaja junto a ellos en los reclamos contra empresas y estados que ocupan y explotan (léase: roban) sus tierras y recursos. Cercana ideológica y estéticamente a Los Labios, la gran película de Santiago Loza e Iván Fund, El etnógrafo narra la épica de un hombre que, como un caballero andante de la más pura tradición inglesa, no le teme a los dragones y se empecina detrás de una causa justa. Rosell ha sabido hacer con eso una película bellísima y conmovedora.


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miércoles, 18 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, día 7: Tierna evocación de aquellos días

El día de ayer resultó dispar en cuanto a las presentaciones del cine argentino. Dentro de la Competencia Nacional se proyectó El espacio entre los dos, del director cordobés Nadir Medina, ópera prima de la que también es guionista y productor. La historia gira en torno a tres amigos adolescentes, Tomi, Male y Pablo, que se conocen desde el jardín y tienen juntos una banda de rock. Aunque los dos últimos están de novios, Tomi también está enamorado de Male. La película pasará con ellos toda la noche posterior a uno de sus conciertos, sobre todo compartiendo los encontrados sentimientos que Tomi va manifestando acerca del amor (el propio y el ajeno) y la amistad. Oda y elegía a la adolescencia, El espacio entre los dos da cuenta de la intensidad desmesurada con que todo se vive en esos años en que cada cuestión parece ser de vida o muerte. Nadir Medina demuestra buen pulso para contar una historia mínima pero tierna y grata, con personajes atractivos, delineados con solidez, y una banda de sonido que consigue darle al relato el tono melancólico y evocador que el director parece compartir con sus criaturas.
Por otra parte se presentó también La araña vampiro de Gabriel Medina, que completa el trío de películas argentinas que integran la Competencia Internacional, junto a Los salvajes de Alejandro Fadel, y Germania, de Maximiliano Schonfeld. Gabriel Medina encara su relato de un modo más tradicional, anclado en una narración cercana al cine de género. Un hombre y su hijo se instalan unos días en una cabaña en medio de un bosque de montaña, con la intención de pasar a solas unos días de calma. Durante la primera noche el chico, que se encuentra medicado con psicofármacos, es picado por una enorme araña. Aunque los médicos desestiman todo peligro, algunos lugareños le confirman que la picadura es mortal y que la única forma de revertir el proceso es recibir la picadura de una araña similar, pero en el ojo. Guiado por uno de ellos, subirá a la montaña en busca de un nido dónde poder completar la extraña praxis. Lejos en todo sentido de su primer película, la opresiva Los paranoicos, Medina entrega un film fallido, con una historia que nunca termina de ser verosímil y personajes que o bien son algo burdos o directamente están de más. Aunque en los momentos de mayor impacto, La araña vampiro consigue dos o tres golpes de efecto exitosos, apelando a un espíritu que se pretende cercano a los cuentos de Horacio Quiroga, en general abunda en líneas temáticas que son abandonadas a mitad de camino, dejando la sensación de que en alguna parte del relato se perdió algo importante.


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

CINE - 3 Millones, de Jaime y Yamandú Roos: El fútbol como camino

El cine es un ritual en el que sus fanáticos se juntan en una platea a disfrutar de su pasión. Quien ama al cine lo hace sin condiciones, en las buenas y en las malas, y por eso sus seguidores son capaces de volver a insistir siempre una vez más, incluso tras haber visto una película horrible. El fanático del cine puede incluso llegar a los extremos de ser patotero y peleador en defensa de los colores de “Su Cine”. Cualquiera que conozca el paño, sabe que no es raro cruzarse con algún barrabrava que siempre pretende imponer por la fuerza sus gustos y ardores estéticos. Casi como un hincha de fútbol. 3 millones, la inesperada pero bienvenida película que Jaime Roos dirigió con su hijo Yamandú, siguiendo la campaña de la selección uruguaya de fútbol durante el mundial de Sudáfrica, consigue reunir en un mismo objeto ambas pasiones del mejor modo posible. Es decir, 3 millones no es sólo una película sobre fútbol sino, ante todo, una película y todo el que padezca una pasión (el fútbol) o la otra (el cine,) sin dudas disfrutará de este recorrido múltiple que imaginaron los Roos.
Antes de seguir es necesario suministrar cierta información importante. Descontando que todos saben ya que Jaime Roos es uno de los músicos más importantes del Uruguay, lo mejor es decir algo sobre Yamandú, el hijo del cantante. Yamandú Roos tiene 31 años, nació y vive en Holanda, y es hijo de una nativa de las tierras bajas. Además es fotógrafo profesional especializado en fútbol, ligado incluso a campañas publicitarias de la multinacional Nike. Aunque no lo parezca, todos estos datos son vitales para hablar de 3 millones. Primero porque Yamandú es responsable de gran parte de la calidad fotográfica de la película. Luego y tal vez más notorio, porque el destino quiso que sus dos patrias se enfrentaran dentro de una cancha en las semifinales del campeonato. Un dilema que nunca fue tal para el joven Roos: como su padre, él es hincha incondicional de la Celeste.
3 millones tiene la virtud de ser mucho más que un documental sobre la exitosa participación uruguaya en el Mundial de Sudáfrica. Sí sólo fuera eso sería como ver Fox Sports en pantalla gigante y difícilmente alguien pueda imaginar una tortura más terrible. Pero no. Montada fuertemente sobre ese eje, la película de los Roos es además el relato de un vínculo, diario de viaje de un padre con su hijo y road movie con algunos personajes soberbios. Entre ellos el más atractivo es Yamandú: divertido y seductor, el hijo de Roos recorre la película (y Sudáfrica de punta a punta) tan preocupado por el fútbol como por conseguir chicas, piropeando a cuanta mujer hermosa se le cruza y obteniendo casi siempre el premio de prometedoras sonrisas.
Más interesado en la campaña celeste, Jaime se encarga de los textos y, ante los múltiples intereses de su hijo, de aportar el anclaje futbolero y musical de la película. Es él quien deja claro al comienzo que si a un Mundial no se va con la ilusión de ganarlo es mejor no ir, pero también quien sobre el final no oculta el orgullo de haber llegado lejos respetando una tradición. Toda la película transcurre basculando entre ese deseo de triunfo y la satisfacción del orgullo por lo propio, dos fuerzas en tensión que los directores consiguen mantener en permanente equilibrio. En los textos que el músico escribió para la película se percibe además cierto aire a la prosa de otro hincha celeste, el Eduardo Galeano de El fútbol a sol y sombra, libro del autor dedicado ese deporte. En una de sus mejores frases, que tiene sentido ya desde el título, Roos dice con resignación durante uno de los siete partidos disputados por Uruguay en Sudáfrica, Roos dice con resignación: “Como siempre, somos visitantes”, aludiendo a ese paisito con apenas tres millones de habitantes, pero dueño de una de las historias más ricas del fútbol.
En cuanto a lo estrictamente futbolístico, 3 millones tiene algunas interesantes imágenes exclusivas tomadas por Yamandú (quien asistió al mundial acreditado como fotógrafo y vio todos los partidos dentro de la cancha), incluyendo videos y sobre todo fotos de una potencia envidiable y elocuente. A él también pertenecen algunas tomas realizadas por toda Sudáfrica, incluyendo algunas bellísimas de los barrios más humildes de aquel país, que ni el propio padre se explica como consiguió. Por tantos motivos puede decirse que 3 millones es una película de ruta y además, el relato épico acerca de las hazañas de un gran equipo de fútbol.

Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

martes, 17 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, día 6: La batalla del movimiento

La competencia argentina entró en su sexto día, trayendo propuestas siempre interesantes, que desde un lugar u otro aportan elementos que merecen ser discutidos. Es ineludible mencionar la figura del escritor y director Gonzalo Castro, de quien se proyecta Dioramas, su nueva película. Puede decirse que Castro es un clásico del Bafici, habiendo presentado aquí sus trabajos anteriores, y por lo tanto su participación no es inesperada. Dioramas sigue la vida de una pareja de chicas desde dos enfoques que se encuentran en permanente cruce. Por un lado se nos permite ser testigos de su intimidad, de sus actividades domésticas y sus escarceos amorosos; de sus juegos dentro del agua del río o sobre ella, en un bote, o junto a los árboles de la ribera. Por otro lado, en un registro más cercano al documental de observación, se es testigo de las clases de danza contemporánea de las que ellas son parte. Allí, la voz del maestro es la guía que los integrantes del cuerpo de baile siguen, asumiendo los roles que él dispone o intentando cumplir con las consignas que imparte. Pero esa voz también resulta una guía para el espectador, entregando certeros apuntes sobre estética del movimiento que pueden resultar muy útiles para reinterpretar las escenas domésticas también como una danza exquisita y sensual. Dioramas confirma a Castro como dueño de una mirada sutil y coreográfica, devoto de la observación. Una virtud que en sus películas anteriores quedaba semi escondida entre las muchas que este joven director sigue mostrando.
Menos claro es el panorama a la hora de hablar de 17 monu- mentos, la nueva película de Johnatan Perel, quien ya había dirigido El predio, documental en el que recorría las instalaciones de lo que fuera el centro de detención clandestino de la ESMA. En consonancia con aquel trabajo, aquí Perel presenta los diecisiete monumentos levantados en los lugares en los que funcionaron centros similares a ese, a partir de planos fijos de tres minutos cada uno, en los que cada tanto algún detalle se altera. Una bolsa de plástico llevada por el viento; el cambio de las luces de un semáforo; un soldado que pasa en bicicleta. Sin embargo lo que representan esas postales apenas animadas permanece imperturbable: detrás de ellas está la historia. En la sequedad minimalista con que se muestran esos monumentos solitarios, casi abandonados, el film de Perel resulta demasiado ambiguo y su lectura demanda del espectador tal vez más de lo que debiera, corriendo el riesgo de haber arrojado al mar del cine sino una botella vacía, al menos sin una tapa que le dé cierre o al menos encapsule un contenido.

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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

lunes, 16 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, días 4 y 5: La luz y la noche

El cine argentino sigue siendo protagonista del Bafici. Esta vez la película destacada vuelve a ser una de las tres programadas dentro de la Competencia Internacional. Luego de las discusiones desatadas en torno a Los salvajes de Alejandro Fadel, elogiada y discutida en similares dosis, llegó el turno de Germania, primer largometraje escrito y dirigido por Maximiliano Schonfeld. En ella, este director entrerriano cuenta una historia ambientada en la colonia de alemanes del Volga ubicada en su provincia natal, que gira en tono a una familia integrada por una madre, un hijo y una hija que deben vender su propiedad incluyendo el criadero de aves de corral de cuya producción viven, para ir en busca de nuevos horizontes. Ya desde el comienzo la película acumula detalles que de a poco tejen una trama siniestra muy sutil en donde, con acierto, lo ominoso no termina de ser nombrado ni señalado con claridad. Una peste que va matando los animales de la granja; un embarazo oculto; un grupo de adolescentes y sus ritos de iniciación o despedida; la presencia del padre como un fantasma compuesto de palabras no dichas. Y esa partida inminente que es un nuevo exilio, deja vú de aquel que trajo a sus ancestros desde Europa. Como fuerzas opuestas que se tensan dentro del seno de una comunidad endogámica, la relación entre los hermanos, las que ellos entablan a su vez con el mundo exterior, y la sumisión verticalista a los designios maternos, construyen también una estructura que vuelve a rizar el riso de lo siniestro. Acaso la mejor forma de definir este trabajo de Schonfeld, auspicioso y extraño, es imaginar una posible cruza entre la seca claridad del Carlos Reygadas de Luz silenciosa con la opresiva oscuridad de La cinta blanca, de Michael Haneke, pero sin llegar a aquellos picos de intensidad y excelencia.
Como parte de un foco dedicado especialmente a su director se proyectó Nocturnos, la nueva película del escritor y director argentino Edgardo Cozarinsky, que él mismo anticipó para Tiempo Argentino en una entrevista publicada en 2011. El film propone una recorrida nocturna por Buenos Aires a través de sus personajes típicos, guiados por una letanía compuesta con fragmentos de poemas que evocan la noche. En ella aparecen las pasiones de su director: la literatura; el tango; Buenos Aires. Buenos Aires a la noche. El comienzo no puede ser mejor: un montaje que arranca con el sol cayendo detrás del horizonte del Río de la Plata y una serie de imágenes de la ciudad mientras el día va terminando. Sobre ellas, una voz en off cuenta la historia de un hombre que se quedó dormido leyendo un libro de poesía y que al despertar no sabe si continúa soñando o si ha entrado a un mundo de fantasmas. Lo que parece ser el inicio de una gran elegía cantada en honor a Buenos Aires, al estilo de lo que Terrence Davies hizo con Liverpool en Del tiempo y la ciudad, Nocturnos pronto se ve debilitada por la aparición de personajes que interrumpen el natural devenir de las imágenes realizadas por Cozarinsky. Más perjudicial aún resulta la intromisión de las voces de esos personajes, que nunca terminan de ser el soporte ideal para esos bellísimos textos tomados de Robert Frost, Kavafis, Borges y otros, y que enseguida hacen extrañar al narrador del comienzo. Cercana en algunos detalles a su anterior película -Apuntes para una biografía imaginaria (con la que eventualmente podría conformar una trilogía, según ha dicho el propio director)-, Nocturnos permite ver en sus mejores momentos la mano del autor que es Edgardo Cozarinsky, y eso vuelve más evidentes sus debilidades.


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

domingo, 15 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI, días 3 y 4: La poesía brutal

Durante el fin de semana el cine argentino desbordó los compartimientos internos del Bafici, saliendo de lo estricto de la competencia argentina para reproducirse por toda la grilla de programación. Sin dudas lo mejor de este sábado y domingo ha ocurrido fuera de esos límites.
En primer lugar debe mencionarse a Los Salvajes, ópera prima en solitario de Alejandro Fadel y una de las películas argentinas incluidas en la Competencia Internacional. Un grupo de jóvenes que escapan de un reformatorio, intentan regresar al hogar huyendo a través de la agreste serranía cordobesa. Western de médula mística antes que religiosa, pero también incisivamente carnal, Los salvajes resulta un trabajo notable en su concepción técnica y estética. En su fotografía, encuadres, locaciones, ritmo narrativo y un conjunto de actuaciones sorprendentes, sin dudas hay que reconocer el mérito de su director. La dificultad de la película (y hablar de dificultad no es lo mismo que hablar de problema) reside en otra parte. Ante la imposibilidad de discutir su forma, su fondo es el que acaba generando miradas encontradas, y no sólo entre quienes la defienden o la atacan, sino en la evaluación que uno mismo puede hacer de ella. Por un lado el salvajismo del título puede encontrarse en la conducta criminal de estos chicos que huyen; o en la idea de manada y la forma en que ellos resuelven los conflictos internos del grupo; en su integración al nuevo entorno al que los empuja su escape. Pero lo salvaje también puede sentirse en aquello que se alude, la fantasía idealizada de la ciudad y el consumo, paraíso moderno del que estos niños han sido y seguirán siendo expulsados. No es casual que el western sea el género elegido, tan anclado en la estética del siglo XIX, cuando en nuestro país (y el mundo) se discutía la oposición entre civilización y barbarie. Los salvajes sugiere con fuerza que esa discusión todavía no se ha resuelto y su final arriesga que tal vez una de las partes del díptico sarmientino esté condenada (acaso por la otra parte) a arder en su propio fuego.
La competencia Cine del Futuro marca el regreso de Gustavo Fontán al Bafici. Se trata del film La casa, que viene a cerrar una trilogía compuesta por las películas El árbol (2006,) y Elegía de abril (2010), ambientadas todas ellas en la casa familiar del director, en el barrio de Banfield. Si en la primera había un pulso vital que ordenaba las actividades familiares en torno al árbol del título y la segunda tenía como disparador un libro de poesía olvidado por décadas en los altos de un placard, aquí el protagonista es el edifico mismo. Con la habilidad y sutileza acostumbrada, la cámara de Fontán recorre las habitaciones de esa vieja casa a punto de ser abandonada, deteniéndose en detalles que no serían perceptibles más allá de la mirada cinematográfica del director, cargada de una potente poesía visual escrita de luces y sombras, de sonidos y de silencios. La falsa simpleza de un travelling sobre una ventana, del plano fijo de dos personas vistas a lo lejos a través de un vidrio roto, o un mantel desinflándose con sensualidad sobre una mesa, consiguen que ante cada escena uno deba preguntarse con asombro: ¿cómo se filma esto? Valiéndose del montaje, Fontán acumula en esa casa de familia capas imagen y sonido, pero también capas de tiempo, superponiendo al presente distintos pasados, una colección de los fantasmas de quienes allí habitaron. La casa es la obra de un autor antes que de un cineasta, y de un poeta antes que un director. Poesía que merece ser vista.


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

sábado, 14 de abril de 2012

ENTREVISTA - Luis Gusmán, escritor: Desde la copa del árbol

Estoy en la oficina de Luis Gusmán, escuchándolo construir una respuesta para una pregunta que yo mismo le hice, pero que ya no recuerdo cuál fue. Me distraje pensando en que hace apenas un momento Gusmán posaba para las fotos junto a un ánfora llena de una veintena de bastones exóticos que colecciona. Casi como objetos mágicos, el recuerdo de esos bastones me tiene hipnotizado: algunos tienen cabezas de animales como empuñadura, otros esconden un estilete dentro de su cuerpo, todos son bellísimos.
Gusmán acaba de publicar un libro de cuentos, La casa del Dios oculto, y casi al mismo tiempo se ha enterado de que tendrá el honor de abrir la próxima edición de la prestigiosa Feria del Libro de Buenos Aires, que comienza el próximo 19 de abril. Es por eso que estoy acá. No han pasado más de diez minutos desde el comienzo la charla, cuando él pronuncia la palabra arborescente y su aparición me despabila. De hecho la anoté con lápiz sobre el margen de una de las páginas de su libro mientras lo leía. Es que sus relatos se encadenan entre sí de esa manera que parece (re)negar el concepto de linealidad, como una novela al estilo Rayuela, mucho más cerca del modo en que un árbol extiende sus ramas hacia el cielo mientras una trama de raíces hace lo propio, abriéndose paso bajo la tierra. Gusmán es perfectamente consciente de ese carácter arbóreo, a la vez aéreo y subterráneo, porque antes que eso sabe que así es su propio carácter. Gusmán habla y es capaz de tejer una tela de araña a partir de una sola palabra, hasta de la más cotidiana. Pareciera que además de escritor y psicoanalista, Gusmán fuera ingeniero. Y también arquitecto: porque escribe como ingeniero, planificando, calculando las tensiones entre lo dicho y lo no dicho; pero habla como arquitecto, levantando paredes, columnas y frisos con la lengua, montando palabra sobre palabra hasta darle forma a un laberinto del que a veces es difícil salir, pero en el que da gusto perderse.

-¿Te servís mucho de lo cotidiano para construir una narración?
-Sí, bastante. Lo transformo y también es cierto que, usando la metáfora vegetal, se arboriza muy rápidamente. Lo que aprendí con los años es a administrar mi imaginación porque a veces es un poco exuberante y la historia se me dispara demasiado. Yo empecé más bien con la escritura de mi imaginación e hice personajes. A un personaje vos lo tenés que administrar, acompañarlo, no lo podes hacer hablar de cualquier manera ó que se desborde.
-En el caso de este libro, ese personaje es el narrador, que es el mismo en todos los relatos.
-Sí, es el narrador, porque La casa del Dios oculto es un fallido proyecto de novela de 1990, que se llamaba Desierta, y que tenía un tono mucho más barroco, donde la historia era también exuberante: parte desde la batalla de Camarones en México, donde un Capitán de la Legión Extranjera pierde la mano y tiene una mano de madera, que en ese momento, mediados del siglo XIX, eran hechas por relojeros, que también fabricaban autómatas. Este Capitán pierde la mano de madera ahí, y viene un pintor que pinta esa batalla. Y yo después hago venir al pintor a Buenos Aires. Esa novela tenía como 300 páginas pero yo después la despedazó, haciendo un Frankestein, porque la escritura era de un registro casi de pintura barroca, ornamental, casi sacra.
-Emparentada con el objeto religioso de la época de oro de los objetos religiosos.
-Totalmente barroco en ese sentido. Y muchas veces plagiado: tomé muchas cosas directamente de un libro buenísimo de Schenone, que se llama La imaginería religiosa del Río de la Plata, que tiene unas descripciones hermosas, mejores que las mías. Volviendo a lo cotidiano, El peletero (otra novela mía) la escribí porque hay una peletería acá en la otra cuadra por la que paso todos los días y tiene con un cartel que dice “Su antigua piel tiene valor. Cámbiela por otra”. ¡Como si fuera tan fácil! Ahí empecé a pensar en los peleteros, oficio casi inexistente hoy en día, porque entre la piel sintética, la ecología y Greenpeace, el que sale a la calle con piel natural es un ser despreciable. Entonces, este peletero no sólo se queda sin trabajo: se queda sin oficio. Hay una parte en la que tenía que contar que el peletero se infiltraba en Greenpeace. Viste que Greenpeace anda en barcos, entonces había que hacerlo hablar del barco, pero de barcos, de ríos, no sé nada. Como tengo un amigo que escribe bárbaro, que le ha escrito cosas a Víctor Heredia, le pedí que me escriba ese capítulo. Pero se fue tan alto en el tono que después lo tuve que corregir, ¡porque había escrito como si fuera Moby Dick! Nos divertimos mucho.
-Hablás sobre la utilización de la escritura ajena como propia. ¿No te genera conflictos?
-Soy muy libre respecto a la propiedad privada de la escritura, en el sentido en que tengo tres o cuatro amigos con los que me manejó con tanta confianza que les paso un texto o un trabajo, y ellos corrigen, tachan o agregan lo que quieren, y eso a mí me ayuda. Me tranquiliza mucho.
-Serían los que te remiendan el texto.
-Algunos bastante. A ellos les gusta remendar y soy muy permeable a eso. El libro de ensayos que saco ahora, tiene toda la primera parte que se llama “Esas imbéciles moscas”, por una frase de Oscar Masotta de cuando viene a un Congreso en el 72, que habla de esas imbéciles moscas como una crítica al progresismo. Me encantó la frase y la usé de título, pero después tenía que escribir algo sobre las moscas. Yo la única referencia que tenía era la de Gombrowicz, cuando dice “basta que vuele una mosca para que lector se distraiga”. Entonces empecé a investigar a las moscas y escribí 65 páginas. Era un delirio. Espinosa, Pascal, la película Psicosis, con Anthony Hopkins ya en la celda y alguien dice que “era incapaz de matar una mosca”. ¿Y en la lengua? Papamoscas; por si las moscas; la mosca loca; mosquita muerta: es un mundo. Y en la literatura tenés el aguafuerte de Roberto Arlt, Mansilla, El Señor de las Moscas, La obsesión del Espacio de Zelarrayan.
-No sólo de lo cotidiano podés construir, sino hasta de una mosca.
-El tema de la mosca como plata, viene de Toledo. Pareciera ser que es la plata hecha rápidamente pero que también se vuela rápido, es efímera. La mosca siempre como una especie de imbécil, dada al placer, que cae en la miel, en las telarañas, y el placer mismo la lleva a perderse.
-¿La mosca en tu último libro sería lo religioso? Porque hay una forma posible de recorrerlo desde lo religioso.
-Hay un recorrido, una necesidad. No es un libro sencillo, creo. Hay una parte más de ficción, de cuentos, que también tienen que ver con la cuestión del viaje, que es otro de los elementos que estructura bastante al libro. Ya sea el viaje al más allá, que es el viaje de la resurrección; la cosa espiritista; el viaje a la tumba de los escritores; los cambios de domicilio. Armé el libro como una novela imposible de llamar “novela”, muy barroco, pensando muy poco en los personajes. Tuve que cambiar mucho mis maneras.
-Entonces tenemos los viajes, lo religiosos. Pero son muchos más los ejes sobre los que se puede hacer girar al libro.
-Hubo dos ejes que la organizan: la mano de madera, que representa una forma automática que puede representar una novela que se va escribiendo sola, más macedoniana, como una novela que no se termina nunca, que se va en prólogos. Cuando digo automática tampoco quiero decir surrealista. Y otra cuestión, que está la ligada al viaje y a lo religioso, es la del peregrinaje. Además en esos recorridos se arma esa especie de autobiografía que él llama la Rueda de Virgilio.
-También llama la atención que siendo escritor y psicoanalista, vuelvas de manera recurrente a las tres religiones de tu madre: el catolicismo, el evangelismo y, sobre todo, el espiritismo.
-Vuelvo, pero la verdad es que no creo. Hasta donde yo sé, no creo. Creo que los muertos no mienten, creo en las coincidencias. Hay coincidencias que sí me pasaron. Acabo de venir de Italia, de Lecce. Yo quería ir a donde Passolini filmó El Evangelio según San Mateo, una ciudad en la piedra, impresionante…

Gusmán vuelve a subirse al árbol para contar cómo en medio de Italia acaba encontrándose con el conserje de un hotel que se apellidaba Masotta, como su admirado Oscar. Y enseguida cuenta otra historia, en la que durante su trabajo como comisario de salud pública acabó trabajando con un gendarme que 20, 30 años antes lo había demorado por andar a los arrumacos con una vieja novia en una playita de río, en la provincia de Corrientes. Estoy seguro que Gusmán seguirá yéndose por las ramas de su discurso arborescente si no lo detengo con otra pregunta. Entonces pregunto. Lo primero que se me ocurre.

-¿Y qué explicación le da el espiritismo a este tipo de coincidencias?
-Las coincidencias pertenecen al misterio. Yo creo que los muertos no mienten, ¿no?
-¿Y es una coincidencia que el disparador de estos cuentos novelescos sea la mano de madera de un muerto y vos seas fanático de los bastones?
-Nunca se me había ocurrido, pero tenés razón. Creo que posiblemente esté sacado de una frase del Diario de Kafka, que dice que en el momento de escribir una mano agarra a la otra. Estando en Praga fui a una iglesia donde había colgada una mano de madera que había pertenecido a una persona a quién le habían cortado la suya por robar. Estos robos, estos plagios literarios de los que te hablé, parecen indicar que una mano de madera es una mano robadora. Si no me mencionabas el bastón, no la sacaba. Parece que me he apoyado en esa mano de madera y la he dejado ahí, como quién se olvida la evidencia sobre la mesa.
-En las historias que contás parece haber muchas referencias personales, vivencias. ¿No le temes a la exposición de la literatura?
-Respecto a mi trabajo siempre digo que soy como Hyde y Jeckyll. Siempre tomo una frase de Mallarmé que dice: El que realiza el acto poético se suprime en tanto yo. Como psicoanalista, por ejemplo, el yo queda suprimido en función del relato del otro. Respecto a los datos personales que se pueden inferir o suponer, no me cuido, siempre utilizo esos elementos, pero no espontáneamente, no es que me confieso. El estilo le pone siempre un límite a la confesión. Hay que ver qué dato de tu vida le ponés, qué usas de lo que sabés o viste, de lo que viviste, porque cada personaje ya tiene una autonomía, la autonomía del argumento, que le hace cobrar una independencia al personaje.
-La literatura por sobre el autor.
-Más vale, pero sobre todo, por sobre la trama. Graham Greene es claro cuando dice “yo no pienso como ese personaje”. Sino, muy rápidamente se tiende a identificar al escritor con ese personaje. A medida que se te introducen unos personajes en una novela, la trama cobra algunas cuestiones que te van determinando y llevando a poner tus propias limitaciones.

Amar al mensajero.


-¿Cómo tomás el papel que te tocará representar como orador en la apertura de la Feria del Libro?
-En principio me sorprendió. Después, me alegró. Y me parece que voy a hablar como yo pienso, porque soy un convencido de lo que me pasó a mí: de que un libro te puede cambiar la vida. Muchos pueden decir que El libro rojo de Mao te puede cambiar la vida, y muchos otros que Mi lucha de Hitler, también. Yo hablaré de lo que me pasó a mí, porque soy un convencido de eso y es lo que voy a tratar de poner en juego. Porque en un espacio para libros y lectores, y más allá de las cuestiones de mercado, me parece interesante plantear esta creencia de que un libro siempre llega a destino. Partiendo de lo que dice Nabokov, aquello de "el veneno del mensaje", no estoy con la literatura de mensaje, pero sí creo que un libro puede representar un mensaje en el sentido más criptográfico del término. Un mensaje indescifrable quizás.
-Un mensaje que es distinto para cada lector.
-Totalmente. Y en ese juego el escritor es un mensajero. Hubo libros que me cambiaron la vida, que en un momento fueron unos y a lo largo de los años, fueron otros. Cuando tenía 17 años y los escritores argentinos éramos todos un poco rusos, mis libros eran Tolstoi, Maiakovski, Gogol. Y tuve la suerte de conocer muchos de los lugares sobre los que leí: a San Petersburgo fui nada más que para caminar por la Perspectiva Nevski, porque por ahí caminó Dostoievski. Fui a Praga varias veces sólo por Kafka y viajé a Dublín en 1979, cuando nadie iba, para conocer la ciudad sobre la que había escrito Joyce. Siempre los libros me fueron llevando.
-¿Qué libros han significado cambios más representativos en tu vida? ¿Los que leíste o los que has escrito?
-Primero me parece que los que he leído, los que me han permitido toda esa deriva. Mi primer libro fue Crimen y castigo, con todo ese mundo de Raskolnikov entre físico y metafísico del sufrimiento, del descubrimiento del amor, de la sexualidad. Era un mundo y uno tenía esa edad y estabas atravesado por esos signos. Después fueron otros: En busca del tiempo perdido, o Faulkner. Y después los libros propios… Y, es raro. Los propios no sé si puedo darme cuenta cómo me han ido modificando. Siempre pienso que al momento de escribir uno piensa que es capaz de crear algo nuevo, que no lo ha escrito nunca antes ni Kafka ni Joyce. Ahora, el problema es que te lo creas al rato, cuando lo leés. Ahí estamos en otro problema. Uno se da cuenta de sus límites, pero si al comienzo no tenés esa ilusión creadora, no te sentás a escribir.

Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

CINE - 14 BAFICI, día 2: Y la nave va

El segundo día del Bafici amplió la presencia de las películas nacionales. No puede dejar de mencionarse a Las pibas, nuevo film de Raúl Perrone, representante cabal de lo que significa hacer cine de manera realmente independiente en la Argentina. Su proyección tuvo carácter de premiere mundial y significa la oportunidad renovada de volver a sumergirse en los espacios cinematográficos que propone el director del barrio de Ituzaingó.
Como parte de la Competencia Argentina se presentaron dos películas. La primera fue Mis sucios 3 tonos, del misionero Juanma Brignole, relato que se apropia de la vieja fórmula de seguir la deriva nocturna de un grupo de adolescentes. Un recorrido en el que intentarán acceder con entradas falsas a un show de la banda hardcore punk Fun People, pero que para ellos representa algo más que una simple noche de rock and roll. De algún modo Mis sucios 3 tonos vuelve sobre el tema del fin de la inocencia, la lucha por un espacio de pertenencia y la fantasía de la entrada en la edad adulta, universo del que se ansía todo pero del cual se desconocen las reglas. Temática abordada con similares intenciones y características en casi todas las filmografías del mundo. Más allá del color local, el trabajo de Brignole no agrega mucho a lo que ya han aportado películas como la excelente Tilva Ros, del serbio Nikola Lezaic, presentada en competencia internacional en Bafici 2011.
También se exhibió el documental Ante la ley, firmado por el tándem conformado por Emiliano Jelicié y Pablo Klappenbach. Se trata de un trabajo de pretensiones monumentales que intenta iluminar la figura de Carlos Correas, intelectual olvidado de la generación que se hizo fuerte entre los años 50 y 60. Una monumentalidad que se manifiesta en la abundancia del material, en el cruce de registros, en la lista de notables que ponen sus memorias a disposición de sus 138 minutos de duración. Lo más significativo es la forma elíptica con que, a partir del intento de reconstruir a Correas, la película consigue ser un potente espejo retrovisor en el que puede verse reflejada no sólo la figura del escritor, sino también su contexto. Pero esa monumentalidad tiene algo de contrahecho, de excesivo, y el documental, sobre todo al final, acaba extraviándose en su propio gigantismo. Aun así el rescate de Correas y su momento, y sobre todo de dos de sus dos cuentos -“La narración de la historia” (que cuenta una relación homosexual y por el que fue acusado y condenado en 1960 por considerárselo una publicación obscena) y el desquiciado “Los jóvenes”-, son valores que no deben menospreciarse .


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jueves, 12 de abril de 2012

CINE - 14 BAFICI 2012, día 1: 14 años de mucho cine

Pasó otro año y como todos los abriles desde 1999, el Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires volvió a abrir sus puertas. El honor de dar comienzo al BAFICI le tocó esta vez a El último Elvis, ópera prima del joven Armando Bo, nieto del mítico director e hijo de Víctor Bo. Pero antes de eso, la noche de apertura estuvo signada por las demoras de un estricto operativo de seguridad que incluyó patovicas en los pasillos mismos del teatro 25 de Mayo, para evitar que se colara cualquier manifestación contraria al Gobierno de la Ciudad, como ocurrió en la apertura de la pasada edición. La película de Bo, que pronto tendrá su estreno comercial, era esperada con expectativa, no sólo por lo que la película misma pudiera representar, sino por el linaje y portación de apellido de su director. La historia narra la vida de Carlos Gutiérrez, un cuarentón que vive, entre otras cosas, de imitar al Elvis Presley en eventos de todo tipo. El problema de Carlos es que vive como si realmente fuera Elvis, pero con los dramas de cualquier proletario del conurbano bonaerense. El film tiene virtudes y defectos que no pueden soslayarse. En el haber puede mencionarse la calidad con que el film fue realizado y, sobre todo, el hallazgo de un personaje protagónico que a pesar de su sino trágico resulta tan atractivo como encantador. Para ello es fundamental el trabajo y la gran voz del actor John McInerny, que parece poner su vida en cada escena. Como punto negativo debe mencionarse un excesivo preciosismo puesto al servicio de retratar las miserias de personajes para los que parece no haber piedad en el universo de la película. Las escenas finales son un ejemplo acabado de todo lo afortunado y desafortunado que El último Elvis tiene para ofrecer y, con todo, no deja de ser un film recomendable.

Ya en competencia, Dromómanos, nuevo trabajo de Luis Ortega, dio inicio a la contienda nacional. Retrato de un mundo desquiciado, el film se asemeja a una pesadilla habitada de personajes que transitan por fuera de todo margen, e incluso más allá. Decididamente onírica en muchos momentos, prendida con crudeza a lo más doloroso de la realidad por otros, Dromómanos no escatima recursos para representar su universo de miserias y angustias. Allí dentro una pareja de enanos, una niña que sigue a un puerquito sin saber que va tras la muerte, un psiquiatra más psicótico que su paciente, y los feligreses de una iglesia evangélica, son apenas detalles de una película que parece pintada por El Bosco y que recién sobre el final, tarde, se permite el lujo de la esperanza.

En cambio La chica del Sur, también en Competencia Argentina, es otra cosa: la segunda película de José Luis García resulta un mecanismo documental tan riguroso como delicado. El director narra su experiencia como participante en una convención de juventudes socialistas de todo el mundo en 1989, en la entonces impenetrable Corea del Norte, un par de meses después de la masacre de la plaza Tiananmen, algunos antes de la caída del muro. Ahí fue testigo del caso de una joven surcoreana que consiguió franquear la estricta frontera que divide Corea, para compartir su alegato en pro de la unificación del país. Luego de convertirse en heroína en el norte, es detenida como traidora en su regreso al sur. Fascinado, el director vuelve a Corea 20 años después para saber qué pasó con ella, pero en ese regreso quizá se conjuran otras cuestiones: tal vez sin saberlo García este viajando a buscar en el pasado respuestas que él mismo necesite para el presente. La entrevista final entre el director y la chica del sur ahora convertida en señora, en el barrio coreano de Buenos Aires, es tan graciosa como emotiva. Aunque por momentos su narración peque de excesivamente formal (una elección estética que no necesariamente es un defecto), La chica del Sur representa un trabajo documental impecable, por el material que ofrece y la sutil carga emocional que esconde entre sus pliegues.
Continuará...


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Cobertura publicada originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

miércoles, 11 de abril de 2012

CINE - Las mujeres del 6º piso (Les femmes du 6ème étage), de Philipe Le Guay: La historia como detalle de color

Si se pudiera imaginar una cruza entre lo más condescendiente de la comedia francesa y un universo femenino almodovariano pero clase B, tal vez así se pudiera andar cerca de lo que propone Las mujeres del 6º piso, que casualmente es el sexto largometraje del francés Philippe Le Guay. Ambicioso en su concepción, el objetivo del experimento pareciera ser la obtención de una comedia romántica con apuntes sociales, y el deseo de oponer las atrocidades de la dictadura franquista a la realidad pequeño burguesa de la sociedad francesa a comienzos de los años 60, cuando la popularidad del general De Gaulle iniciaba su lenta curva descendente. El resultado es una versión ligerísima de ese hipotético proyecto, en el cuál los elementos de la comedia resultan convencionales y cuya mirada social, en lugar de conseguir ser aguda apenas aporta detalles superficiales sobre el contexto histórico.
Ambientada en París 1962, el universo de Las mujeres del 6º piso se limita a los habitantes de un edificio que intenta ser un modelo a escala de la sociedad francesa de la época. Ahí dentro la burguesía acomodada es representada por el matrimonio de monsieur Joubert y señora que, instalado plácidamente en uno de los pisos inferiores del edificio que les pertenece por herencia, encuentra en las exiliadas del franquismo una mano de obra ideal (barata y trabajadora) para cubrir puestos del servicio doméstico. He ahí a las mujeres de ese sexto piso al que alude el título, que al norte de los Pirineos encuentran en sus paellas, su música y la religión una remedo de esa Patria ahora deforme. El cruce entre ambos mundos, el plácido pero aburrido de los Joubert, y el pobre pero vivo de esas mujeres doblemente exiliadas, ocurrirá cuando los primeros deban echar a la mujer francesa que ha servido para ellos durante décadas, y tomar en su reemplazo a María, una joven recién llegada de España. En la simpatía y simpleza de ella, el señor Joubert encontrará mucho más que una empleada: María será para él la puerta de acceso a una nueva vida posible. De esa oposición entre el aburrimiento de los chicos ricos y la felicidad empecinada de los pobres, Las mujeres del 6º piso hará brotar el amor a fuerza de golpes de efecto.
Mientras se empalaga con la pobreza digna, la película reduce a la guerra civil española al mismo y triste pintoresquismo histórico, poniendo en boca de una de esas mucamas el relato de la tortura y asesinato de sus padres frente a sus ojos. Escena que aquí es apenas un detalle de color y que ese buen burgués que encarna el señor Joubert, utilizará para intentar inculcarles alguna dosis de conciencia social a esos dos hijos suyos que mastican quejas de panzas llenas. No es que todo sea criticable en esta comedia: por cierto cuenta con un elenco eficiente que consigue hacer que el relato pueda seguirse a pesar de lo esquemático. Fabrice Luchini -que ha trabajado con directores como Claude Chabrol o Eric Rohmer y a quién se ha visto recientemente en Potiche, las mujeres al poder, comedia kitch de François Ozon- es el actor ideal para dar vida al caricaturesco señor Joubert. Del mismo modo un compacto grupo de actrices españolas, con Carmen Maura y Natalia Verbeke al frente, entregan un abanico femenino que, aun limitado por los estereotipos, no deja de ser simpático. A pesar de ello, Las mujeres del 6º piso no consigue evadir las moralejas obvias ni los clichés del cuento de hadas. En definitiva, una película apta para amantes acríticos de los finales felices.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.

domingo, 8 de abril de 2012

LIBROS - Pequeña Historia de Boca Juniors, de Martín y Juan Caparrós: Todo por Boca

De entre los fenómenos populares que conforman el conjunto de la cultura argentina, sin dudas el fútbol es de los que une a más gente dentro de su liturgia. Cómo ocurre con el peronismo, pero más; como ocurre con el tango, pero mucho más; tal vez el único ritual típicamente argentino que pueda discutirle el trono al fútbol sea el del asado (o los fideos) un domingo a mediodía. Aunque si se lo piensa mejor, tal vez sea justo hablar de un reinado compartido. ¿Qué mejor plan familiar puede haber para un domingo que un asado (o fideos) al mediodía, como preámbulo para los partidos que comienzan un rato más tarde?
Es cierto también que así como los argentinos están unidos por esa pasión hacia el fútbol, lo que no necesariamente comparten es el mismo objeto de deseo: el amor por el mismo club, equipo, cuadro o camiseta. En esa democracia del fútbol, mal que le pese a la mayoría, Boca parece ser el equipo que más adhesiones despierta. Será por su origen, que narra un clásico cuento de inmigrantes buscando en el fútbol una posibilidad de integrarse al nuevo mundo. O por su historia, siempre avanzando sobre la orilla de lo popular, siempre muy cerca del resto de esos mitos nacionales, el asado, el tango o el peronismo. Mucho se ha escrito sobre esto, pero el tema parece inagotable.
Pequeña historia de Boca Juniors es un libro para chicos, pero pensado para ser compartido con los padres y por eso no es casual que sus autores sean justamente un hijo y un padre. El periodista Martín Caparrós y su hijo Juan escribieron a cuatro manos esta historia del equipo nacido en el barrio de La Boca, como la continuación por otros medios de esa pasión que los une más allá de la sangre. “Claro que influye el vínculo, por ser una de las pocas cosas que no vamos a dejar de compartir nunca”, dice Juan Caparrós. “Desde que nací también compartimos juntos las emociones bosteras y creo que eso hace posibles que hayamos hecho este libro entre los dos, que yo pueda participar y hacerlo como un par, porque es un tema en que concordamos en casi todo”, completa Juan.
En sus páginas se respira antes que otra cosa el sentimiento del hincha. Para Juan resulta una cuestión obvia, porque “no hay amor más irracional” que el que nace del fútbol. “Pocas veces me puedo poner tan feliz como en esos momentos que nos da Boca.” Son esos buenos momentos los que hacen que el fanático del fútbol sienta que, de ser necesario, haría cualquier sacrificio por corresponder a ese amor y tal vez este libro sea una forma de saldar esa deuda. Sin embargo Juan Caparrós no siente que sea tan así: “Boca te da buenas y malas, y uno siempre está” y que esas supuestas deudas (si las hubiera) “se saldan no aflojando cuando vienen las malas.”
Como en toda historia heroica (y los Caparrós han elegido contar su cuento sobre Boca de esa manera), no pueden faltar esos malos momentos de los que habla Juan. “Nadie es perfecto”, afirma el autor, “y para que una historia sea real es necesario algún traspié. Aunque en este caso sea más difícil de encontrar, Boca también tiene alguna página de tristeza, como cualquier otro club”, y por eso decidieron incluir dentro del relato “el quasi descenso en el año 49.” Del mismo modo y porque todo héroe mítico necesita un contrincante digno, es muy importante el rol que desempeña River Plate dentro del libro, a cargo del papel de archirival. Aunque Juan se encargue de minimizarlo, echando mano de la más clásica de las armas futboleras: la chicana. “Yo también creía en eso de que todo héroe mítico necesitaba un rival a medida”, dice con fingida resignación. “O eso creía cuando Boca tenía la posibilidad de entregar fiestas para todo su pueblo bostero dos veces al año. Pero pienso que a un equipo de segunda Boca le queda grande. Espero que vuelvan a ser quienes eran, para poder alegrarme como cada vez que nos enfrentábamos.”
Como Pequeña historia de Boca Juniors es un libro escrito por un padre y su hijo que comparten el amor por Boca, no es extraño que el deseo de sus autores haya sido el de fortalecer ese vínculo esencial a partir de otro, tan intenso como inexplicable. Sin evitar las chicanas, Juan Caparrós tiene un deseo: “Espero que nuestro libro sea de ayuda para algunos padres si el hijo tiene la mala decisión de dudar ‘¿Boca o Independiente?’ Que ayude a los padres o a los hijos para hacerse un poco más de Boca y que el hijo diga: ‘léemelo de nuevo, pá. ¿En serio que Boca es tan grande?’ Espero que los ayude a compartir alegrías y a tener una excusa para estar juntos.”


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.

sábado, 7 de abril de 2012

LA COLUMNA TORCIDA - Banquete de familia

De entre los oficios posibles, sin dudas el de ser padres es uno de los más arduos, de los que demandan con mayor justicia el sudor invertido en él. Como el del albañil frente a la pared; el del herrero en la fragua o el del agricultor acuclillado sobre la tierra abierta, es sudor bien pagado. Sólo que el producto del trabajo no son edificios ni frutos, ni el hierro forjado a golpes: un padre produce personas. Borges diría que justamente por eso los padres son tan abominables como los espejos. Aunque no puedo sino concederle algo de razón al viejo ciego, con humildad me permito una visión menos traumática y prefiero encontrar una nobleza retorcida en esta labor.
Será que ser padre siempre fue parte de mis proyectos de niño en busca de una respuesta para la más vieja de las cuestiones que todos debemos resolver, allá en la infancia: ¿qué querés ser cuando seas grande? Todo el tiempo supe que quería conseguir novias, escribir cuentos, ver películas, jugar a cualquier cosa y, por supuesto, tener hijos. Ahora, con aquella niñez como recuerdo siempre grato (aunque a veces a la fuerza) y algunos de esos proyectos todavía por cumplir, sé que ser padre es un trabajo y que, como para cualquiera, hay postulantes mejor calificados que otros. Claro que esta evaluación nunca resulta sencilla, porque ¿cómo se distingue al buen padre del inepto? ¿Quién establece la divisoria de aguas? Para reducir el asunto a su cuestión esencial, digamos que hay dos grandes miradas posibles para zanjar el dilema. La de los propios padres, reflexiva, interior y hasta puede decirse que a la defensiva, es una de ellas. La otra, revulsiva y por qué no destituyente, es la de los hijos. Padres e hijos es en realidad padres contra hijos, el antagonismo por excelencia, un combate en el que se decide cada futuro de la humanidad. No por nada el sabio Cronos se desayunaba a su propia prole. No por nada los hijos le abrieron la panza por dentro.
Sin embargo, aun sabiendo que en este juego hoy me toca ocupar el casillero del padre, todavía me salen preguntas de hijo. ¿Cuántas veces habré sido devorado y cuántas otras habré escapado, desgarrando en el vientre ancestral mi propia cesárea salvadora?
Tal vez ya no quiera conocer esas respuestas.

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Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

DISCOS - Minor Threat: El poder de la furia

La palabra es Furia. Exactamente "eso" buscaba cuando entré al local de discos al fondo de una galería en avenida Cabildo –uno de los pocos lugares de Buenos Aires donde se podía encontrar lo que yo necesitaba entonces– y le dije al dueño del local que quería escuchar la banda más rápida que tuviera. El Rengo, como muchos le decían al disquero sin cariño alguno, agarró sin dudarlo la tapa roja del vinilo de Minor Threat y me dijo que lo que yo quería era "eso". Y tenía razón, porque "eso" era la sonorización de mi furia: 14 canciones desaforadas reventando en 18 minutos de desahogo. Fueron 18 minutos con la boca abierta, pensando que no podía ser posible, porque era como si se hubieran metido en mi cabeza enojada de adolescente y con todo lo que encontraron revuelto ahí dentro hicieran lo que yo todavía no tenía forma de hacer aunque lo intentara. Gritar, patear y decir basta, todo convertido en la música más furiosa del mundo. Y si uno es sus discos, entonces yo fui y seré "eso": Minor Threat.

Fijate vos: acá también podés escuchar la discografía completa de Minor Threat, en sólo ¡47 furiosos minutos!

Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.

jueves, 5 de abril de 2012

ENTREVISTA - Marcelo Toledo, orfebre: El hombre que recreó las joyas de Evita

Foto: Soledad QuirogaEntrar en el taller de Marcelo Toledo después de haber visto su obra resulta impactante. Es muy fácil preguntarse cómo es posible realizar trabajos tan delicados, como los detalles sutiles de un collar de brillantes o los ornamentos mínimos de un anillo, con herramientas tan toscas como martillos y cinceles. Pero ahí está su colección de joyas y piezas inspiradas en Eva Perón, para demostrar que no se trata de un truco. Toledo es un orfebre reconocido, un artista dedicado a hacer joyas de autor, que desde hace un tiempo se decidió a recrear las famosas piezas que Evita usó en sus años como Primera Dama. Un trabajo complejo que le ha permitido recorrer el mundo y participar de la puesta en escena del famoso musical Evita, que se estrenó ayer en el teatro más importante de Broadway, en la ciudad de Nueva York, protagonizada por la actriz y cantante argentina Elena Roger y la estrella pop Ricky Martin en el rol del Che Guevara. “En realidad ya venía pensando en realizar algo que fuera icónico o tuviese como inspiración a algún personaje. Además quería que tuviera una raíz nacional, no quería hacer algo sobre Marilyn Monroe”, dice Toledo, “y de hecho la primera figura que se me ocurrió fue Evita, porque es un personaje fuerte que me servía como carta de presentación.”

-¿Nunca dudaste de esa elección?
-En algún momento tuve el temor de trabajar con un personaje tan político. Hasta que en 2006 vi en Londres la ópera Evita: ahí me di cuenta de que lo político era un punto más dentro de la vida de una mujer capaz de traspasar cualquier frontera. Todos sabemos lo que significa desde lo político, pero además fue un ícono de la moda, vestida por los más destacados diseñadores de su época.
-Además el perfil político de Evita es mucho más fuerte para los argentinos que en el resto del mundo.
-Pero si hablás de Evita en todas partes saben quién fue: una primera dama con un gran interés y una vocación política fuerte. Pero al mismo tiempo es un ícono que trasciende el espacio político hasta convertirse en representante de una época en nuestra sociedad y nuestra cultura.
-¿Cuántas piezas llevás hechas desde que viste el musical aquella?
-No tengo idea, pero mi colección personal completa tiene alrededor de 200 piezas, que incluye joyas, reinterpretaciones en metal de la figura de Evita o de la gráfica peronista de la época, como estampillas, billetes, etc. Ahora estamos haciendo un trabajo junto a la Casa de la Moneda sobre un billete que nunca se llegó a imprimir, que tenía la cara de Evita. Es interesante porque se trata de una imagen nunca vista.
-¿Cómo llegás hasta la puesta del musical en Broadway? Porque con tu muestra has estado en Rusia o en China, pero este es un salto importante
-Sí, porque excede a mi profesión. Que yo pueda exponer la muestra en museos de todas partes del mundo, tiene que ver con mi arte, pero Broadway es otra cosa. Llegué básicamente porque lo busqué. Yo había visto a Elena Roger haciendo Evita en Londres y aunque no éramos amigos habíamos intercambiado algunos correos. Cuando se confirma que va a protagonizar el musical en Broadway, le escribí para saber si era cierto y decirle que me interesaba contactar al productor. Eso fue hace dos años.
-Además de participar dentro de la puesta en escena, ¿tendrás la posibilidad de exponer tu colección en Nueva York?
-Sí. El musical se realiza en el teatro Marriot Marquis, que es el más importante de Broadway, y está adentro del hotel del mismo nombre. Ahí mismo vamos a hacer una exposición de unas 70 piezas, en el área pública del hotel, para que la gente pueda verla más allá de que asistan a o no a la obra.
-Recorriste el mundo a partir de tu trabajo sobre Evita. ¿Cómo te sentís con eso?
-Me sorprendo cada día, porque siento que cada año la colección crece y genera nuevos proyectos. Por ejemplo, a fin de año el Museo Evita me ha pedido reponer la colección, porque en su momento tuvo un éxito enorme. Y para que sea más impactante que la primera vez, la idea es poner cada joya junto a los vestidos originales que Evita usó en ese momento. No es habitual que un museo decida mezclar en una muestra patrimonio histórico con obras de un artista contemporáneo. Para mí como artista, eso es un orgullo muy fuerte.


Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.