Se cumplieron 41 años de la muerte de Leopoldo Marechal. Se dice de él que es “una de las plumas más importantes de la literatura argentina”; que es el autor de Adán Buenosayres, “una de las novelas más notables de las letras nacionales”; que fue “tardíamente reconocido debido a su posicionamiento político”. Lo que no se dice es que Leopoldo Marechal, siendo uno de los autores más influyentes del siglo XX en la Argentina, continúa siendo un olvidado.
A veces, los amigos y los rivales definen el valor real de un individuo. Por eso, para quienes desconozcan su obra, bastará con recordar que entre sus más grandes admiradores se encontraba Julio Cortázar. O que, luego de muchos años de acuerdos y coincidencias, de compartir espacios emblemáticos como las revistas Proa y Martín Fierro, Jorge Luis Borges se distanció de él cuando Marechal adscribió a la causa peronista.
Otras veces es el amor quien mejor habla de una persona. Y Leopoldo Marechal amó a dos mujeres como amaba a la literatura: no es extraño que ambas fueran profesoras de Letras. Enviudó de María Zoraida Barreiro, quien le dio sus dos únicas hijas, y fue devoto amante de Elbia Rosbaco –o Elbiamor, como él mismo la llamaba–, su compañera durante sus últimos 20 años de vida.
A pesar del olvido actual, Marechal ganó dos de los premios más importantes que se entregaban en aquel tiempo en la Argentina. Recibió el primer Premio Nacional de Poesía en 1940, por sus libros Sonetos a Sophia y El centauro. Y el primer Premio Nacional de Teatro por Antígona Vélez (basada en la Antígona de Sófocles), obra que también celebra este año su 60º aniversario. Estrenada en 1951 en el Teatro Nacional Cervantes con dirección de Enrique Santos Discépolo, Antígona Vélez acaba de reponerse en ese mismo escenario con dirección del actor y dramaturgo Pompeyo Audivert. Según voces autorizadas, la nueva versión de este doblemente clásico resulta de una vigencia asombrosa. ¿O qué otra cosa es un clásico, sino un pedazo de tiempo que siempre es posible leer en presente?
Víctima de sus propias convicciones (y de una generación de intelectuales tan notables como caníbales), Marechal se convirtió de a poco en un escritor fantasma, cuyas obras fueron enmudecidas por la misma proscripción que silenció la voluntad popular en la Argentina durante casi 20 años. Cuando murió, un 26 de junio de 1970, todavía faltaban tres años para que el peronismo pudiera volver a participar de un proceso democrático limpio y legítimo. Será por eso que su obra todavía parece encapuchada.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
domingo, 26 de junio de 2011
A 41 de su muerte: Marechal, de Buenos Aires al Olimpo
Etiquetas:
2011,
Aniversario,
Biografía,
Cultura,
Historia,
Libros,
Literatura argentina,
Poesía,
Premios Literarios,
Romance,
Teatro,
Tiempo Argentino
viernes, 24 de junio de 2011
LIBROS - Aballay, de Antonio Di Benedetto: Cuento y Guión cinematográfico
Como tantos que compartieron el mismo espacio- tiempo, Antonio Di Benedetto es uno de los autores de la literatura argentina que le debe su invisibilidad a la obra de Jorge Luis Borges, que con su canto de sirena acaparó (y aún lo hace) la atención de todos. La publicación de Aballay, libro que incluye un conocido cuento de Di Benedetto, tiene entonces un significado simbólico; más aun: un doble significado simbólico. Por un lado trae otra vez a la consideración de los lectores la obra de este gran escritor mendocino, convirtiéndose en la punta de lanza con que la editorial Adriana Hidalgo vuelve a traerlo a la luz. Hablar de Aballay es apenas la excusa para recordar que esta casa editora reedita desde hace algunos años y de manera constante, todas las novelas (Zama, El silenciero, Los suicidas, El pentágono y Sombras, nada más) y el volumen de Cuentos completos de Di Benedetto.
Por otra parte, la publicación de este cuento en solitario también se justifica como consecuencia de su reciente y exitosa adaptación al cine, a cargo del director y guionista Fernando Spiner. De hecho, la edición incluye un combo interesante de material extra, compuesto por notas del propio director, el guión completo de la película (escrito por Spiner junto con Javier Diment y Santiago Hadida), y una versión gráfica del mismo en forma de historieta, ilustrada por Cristian Mallea. Este tipo de material, muy frecuente en los Estados Unidos o Europa pero que rara vez llega a editarse como libro en la Argentina, es sin embargo una herramienta interesante para los lectores cinéfilos. Desde aquí es posible acceder al paso inicial de toda obra fílmica, que por lo general permanece oculto para el público, y que en este caso tiene el valor agregado de develar ciertos aspectos de la adaptación a la pantalla de una obra literaria, tópico con frecuencia controversial.
Aballay cumple con su doble cometido. El cuento de Antonio Di Benedetto es notable por la forma en que presenta los medios toscos pero inapelables, con que la culpa se manifiesta en ese gaucho bandolero, acosado por un pasado de crimen, superponiendo con habilidad diversos universos míticos. Pero también por el retrato vívido que consigue hacer de un pasado posible, sin necesidad de caer en torpes costumbrismos, ni saturar el relato de innecesario color local. Por su parte, el guión de Spiner, Diment y Hadida revela un arriesgado concepto de adaptación, cuyo gran mérito es haber encontrado una historia clásica entre los espacios que sabiamente ha sabido dejar abiertos Di Benedetto en su cuento. Sólo queda leer el libro y ver el interesante western gaucho que comparten un apellido: Aballay.
Por otra parte, la publicación de este cuento en solitario también se justifica como consecuencia de su reciente y exitosa adaptación al cine, a cargo del director y guionista Fernando Spiner. De hecho, la edición incluye un combo interesante de material extra, compuesto por notas del propio director, el guión completo de la película (escrito por Spiner junto con Javier Diment y Santiago Hadida), y una versión gráfica del mismo en forma de historieta, ilustrada por Cristian Mallea. Este tipo de material, muy frecuente en los Estados Unidos o Europa pero que rara vez llega a editarse como libro en la Argentina, es sin embargo una herramienta interesante para los lectores cinéfilos. Desde aquí es posible acceder al paso inicial de toda obra fílmica, que por lo general permanece oculto para el público, y que en este caso tiene el valor agregado de develar ciertos aspectos de la adaptación a la pantalla de una obra literaria, tópico con frecuencia controversial.
Aballay cumple con su doble cometido. El cuento de Antonio Di Benedetto es notable por la forma en que presenta los medios toscos pero inapelables, con que la culpa se manifiesta en ese gaucho bandolero, acosado por un pasado de crimen, superponiendo con habilidad diversos universos míticos. Pero también por el retrato vívido que consigue hacer de un pasado posible, sin necesidad de caer en torpes costumbrismos, ni saturar el relato de innecesario color local. Por su parte, el guión de Spiner, Diment y Hadida revela un arriesgado concepto de adaptación, cuyo gran mérito es haber encontrado una historia clásica entre los espacios que sabiamente ha sabido dejar abiertos Di Benedetto en su cuento. Sólo queda leer el libro y ver el interesante western gaucho que comparten un apellido: Aballay.
Etiquetas:
2011,
Argentino,
Cine,
Cómic,
Cuento,
Ficcion,
Géneros Cinematográficos,
Guión,
Héroe,
Libros,
Literatura argentina,
Tiempo Argentino,
Western
miércoles, 22 de junio de 2011
CINE - Aballay, el hombre sin miedo, de Fernando Spiner: El regreso del gaucho
“Mientras tanto el gaucho argentino era marginado cuando no perseguido y servía de peón o instrumento de los caudillos de turno. El protagonista de nuestra historia es la dolorosa síntesis de esa época”. El texto es un fragmento de aquel con el que Leonardo Favio prologaba su Juan Moreira (1973), una de sus más grandes películas y tal vez el último antecedente serio del Western realizado en la Argentina. La cita a aquel texto no es ociosa para hablar del estreno de Aballay, el hombre sin miedo, último trabajo de Fernando Spiner, no sólo porque ambos filmes comparten el género, sino porque los dos también utilizan una misma idea de Historia para contar sus historias. Aballay retoma a Moreira, del mismo modo en que Spiner se toma de la mano de Favio para andar sobre seguro. Pero las discrepancias entre una y otra también son notorias. Para empezar puede mencionarse que mientras el personaje de la película de Spiner está basado en una obra de ficción -el soberbio cuento homónimo del mendocino Antonio Di Benedetto-, Moreira fue un personaje real, aunque luego lo haya revivido Eduardo Gutiérrez en una de las más exitosas novelas argentinas de finales del siglo XIX. Esa diferencia de origen es fundamental para marcar los recorridos diversos de una película y otra.
Así como Favio trabaja sobre un verosímil íntimamente ligado al relato social y al mito popular del que proviene, del mismo modo Spiner aparece influenciado por el origen literario de su personaje. No debe entonces pasarse por alto el interesante trabajo de adaptación realizado por el director-guionista y su equipo de colaboradores, que supieron encontrar una línea cinematográfica en el cuento de Di Benedetto, que está pensado mucho más desde un conflicto intimo (el sentimiento de culpa de un gaucho que ha asesinado a un hombre frente a la mirada de su pequeño hijo) que exterior. Spiner toma sobre todo la anécdota final del cuento del mendocino y a partir de allí genera todo un relato previo, que desde el cine suma a la historia lo que la literatura no necesitaba contar.
Aballay es el jefe de una banda de gauchos cuatreros que gobierna a su gavilla desde el terror. Pero aunque sus hombres le temen, no falta quien le haga frente: es evidente que el Muerto es, entre ellos, quien más se le atreve en la disputa por el poder. Cuando la banda asalta en medio de las montañas desiertas a una carreta custodiada por oficiales del ejército, Aballay demuestra todo su salvajismo abriéndole el cuello al último e indefenso pasajero. Pero mientras sus hombres enseguida se dan a la fuga con el cargamento de oro que venía en la carreta, Aballay se queda y descubre oculto en un cofre al hijo del hombre que acaba de matar. En esa mirada inocente reconocerá el horror del que ha sido capaz. Al contrario de Moreira -un hombre honesto al que la injusticia empuja a la brutalidad-, Aballay acepta la injusticia en sus propios actos y buscará redención.
A Spiner le alcanza ese intenso cruce de miradas entre la atrocidad y la inocencia para obtener los polos del relato, que a partir de ahí se repelerán hasta un enfrentamiento inevitable. Mientras el protagonista decide montarse a su caballo para no bajarse nunca más, emulando a los antiguos estilitas que montaban columnas para alejarse del suelo en que habían pecado, aquel niño crece devorado por el ansia de vengar a su padre. Borges solía destacar al western como la llama que mantenía vivo al género épico en el siglo XX. Y Aballay es un film épico, sin lugar a dudas, cuyos dos héroes cargan dentro de sí la dualidad del bien y el mal, y a quienes el destino pondrá frente a frente en las circunstancias menos pensadas. Querrá también ese destino (manejado por el hábil trío de guionistas), que en el medio ocurra el amor; que el Muerto, devenido en maligno Juez de Paz de un pueblito perdido, se convierta en un impensado enemigo común. Y por supuesto, que todo cierre con un efectivo tiroteo y un duelo final que, con toda intención, huelen más al tuco del spaghetti servido por Leone, que a los clásicos bocaditos de Ford, Hawks y el resto de los muchachos al norte del río Bravo. Ojalá Aballay resulte el primer paso de un camino que puede ser, como ya lo ha sido, muy rico para el cine argentino en tanto industria, pero también como medio para repensar la Historia. Es un deseo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Así como Favio trabaja sobre un verosímil íntimamente ligado al relato social y al mito popular del que proviene, del mismo modo Spiner aparece influenciado por el origen literario de su personaje. No debe entonces pasarse por alto el interesante trabajo de adaptación realizado por el director-guionista y su equipo de colaboradores, que supieron encontrar una línea cinematográfica en el cuento de Di Benedetto, que está pensado mucho más desde un conflicto intimo (el sentimiento de culpa de un gaucho que ha asesinado a un hombre frente a la mirada de su pequeño hijo) que exterior. Spiner toma sobre todo la anécdota final del cuento del mendocino y a partir de allí genera todo un relato previo, que desde el cine suma a la historia lo que la literatura no necesitaba contar.
Aballay es el jefe de una banda de gauchos cuatreros que gobierna a su gavilla desde el terror. Pero aunque sus hombres le temen, no falta quien le haga frente: es evidente que el Muerto es, entre ellos, quien más se le atreve en la disputa por el poder. Cuando la banda asalta en medio de las montañas desiertas a una carreta custodiada por oficiales del ejército, Aballay demuestra todo su salvajismo abriéndole el cuello al último e indefenso pasajero. Pero mientras sus hombres enseguida se dan a la fuga con el cargamento de oro que venía en la carreta, Aballay se queda y descubre oculto en un cofre al hijo del hombre que acaba de matar. En esa mirada inocente reconocerá el horror del que ha sido capaz. Al contrario de Moreira -un hombre honesto al que la injusticia empuja a la brutalidad-, Aballay acepta la injusticia en sus propios actos y buscará redención.
A Spiner le alcanza ese intenso cruce de miradas entre la atrocidad y la inocencia para obtener los polos del relato, que a partir de ahí se repelerán hasta un enfrentamiento inevitable. Mientras el protagonista decide montarse a su caballo para no bajarse nunca más, emulando a los antiguos estilitas que montaban columnas para alejarse del suelo en que habían pecado, aquel niño crece devorado por el ansia de vengar a su padre. Borges solía destacar al western como la llama que mantenía vivo al género épico en el siglo XX. Y Aballay es un film épico, sin lugar a dudas, cuyos dos héroes cargan dentro de sí la dualidad del bien y el mal, y a quienes el destino pondrá frente a frente en las circunstancias menos pensadas. Querrá también ese destino (manejado por el hábil trío de guionistas), que en el medio ocurra el amor; que el Muerto, devenido en maligno Juez de Paz de un pueblito perdido, se convierta en un impensado enemigo común. Y por supuesto, que todo cierre con un efectivo tiroteo y un duelo final que, con toda intención, huelen más al tuco del spaghetti servido por Leone, que a los clásicos bocaditos de Ford, Hawks y el resto de los muchachos al norte del río Bravo. Ojalá Aballay resulte el primer paso de un camino que puede ser, como ya lo ha sido, muy rico para el cine argentino en tanto industria, pero también como medio para repensar la Historia. Es un deseo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
viernes, 17 de junio de 2011
MUSICA - Ciclo de bandas extremas en el Palais de Glace: Domingos de Metal en ciudad Gótica
The Unborn
La cultura siempre ha tenido espacios oficiales, en los que el Estado destaca aquellas expresiones con las que desea identificarse. No es extraño que durante las fiestas del Centenario, quienes quisieron refundar a la Argentina como una cápsula europea en Sudamérica aplastaran todo atisbo de cultura original (Folklore) o despreciaran expresiones mestizas (Tango), en pos de un status quo con la vista puesta en París. El mensaje marcaba con firmeza quienes estaban dentro y quienes fuera de aquel sistema. Un siglo más tarde, el festejo del Bicentenario resultó la expresión múltiple de una cultura argentina más real; un cadáver exquisito que se vuelve más delicioso mientras más amplio es su abrazo. Sin embargo los márgenes siguen existiendo y en ellos también se escribe. Betrayer
El Heavy Metal nació con Black Sabbath como variante pesada y ominosa del rock a fines de los 60, y evolucionó en una extensa trama de subgéneros. Por su lado, el Gótico representa una expresión más oscura y romántica que suma otras influencias, del Post-Punk al folklore europeo y la música medieval. Ambos géneros tienen una tradición en la Argentina, pero sus artistas y seguidores nunca fueron atendidos dentro del marco cultural como formas válidas de expresión, relegándolas al sótano de las subculturas. Hasta ahora.
Lúmine Críptica
Todos los domingos de junio a las 18, en el primer piso del Palais de Glace, Posadas 1720, la Secretaría de Cultura de la Nación organiza el primer ciclo dedicado a los géneros extremos, reuniendo a siete bandas que representan la amplitud de esa escena: The Unborn, Lingerbliss y Santo Grial; Betrayer y Rawbox (se presentan mañana), más Lúmine Críptica e Inazulina, que tocarán el próximo 26. Lo primero que aparece entre los músicos, es el menosprecio cotidiano que deben superar para poder expresarse como artistas. Astaroth, miembro de The Unborn, habla de la dificultad para “gestionar ámbitos que funcionen como alternativa al capitalismo sin riesgo que proponen los espacios privados, donde la banda paga todo pero las condiciones son, como mínimo, de atropello”. Y así surgió el proyecto. “Dejé mi proyecto en mesa de entradas de la Secretaría de Cultura y cuando llamaron para decirme que me iba a recibir José Luis Castiñeira de Dios, el Director Nacional de Arte, no lo podía creer”.Rawbox
–¿Hay una solución para el problema de base, esa ausencia un lugar digno para tocar?
Buda (Inazulina) –La idea es generar un circuito alternativo para contener a las bandas que empiezan o no tienen medios para mostrar lo que hacen, porque después de la desgracia de Cromagnon muchos espacios cerraron y el negocio se monopolizó.
–¿Qué tipo de representación social tienen como género?
Anílorac (Inazulina) –No es necesario restringir una expresión artística de esa manera. Dentro de géneros que tienen una riqueza interna tan grande, como el gótico o el metal, encontrás también gran variedad de estéticas o de miradas políticas y filosóficas.
–Pero hay algo que representan estos géneros que los ha ido marginando.
Martín (Lúmine Críptica) –Por ahí en los 80 el Heavy estaba mal visto, pero a esta altura todos los géneros se escuchan en cualquier estrato social. Hoy podés ir a trabajar de saco y corbata, y a la noche ir a un recital de Metal o a una bailanta.
–¿Qué significa este ciclo para ustedes como artistas?
Martín –Tocar en el Palais de Glace nos permite llegar a otro público, que no es el que nos va a ver a Quilmes o a Morón. Pero estaría bueno que vinieran todos.
Lucille (Lingerbliss) –No es sólo una reivindicación para nosotros como músicos, sino también para él público, aunque sean una minoría. No me importa si no se llena el Palais de Glace, porque los que vengan tienen tanto derecho a un ciclo que los contemple como los que consumen géneros masivos.
Buda –Esta es una apuesta de la Secretaría, dónde están midiendo si estamos en condiciones de sostener un ciclo. Falta difusión, pero este es el comienzo de una experiencia y después habrá que hacer el balance.
E-jay ali (Santo Grial) –La difusión termina siendo todo. No sólo necesitamos el apoyo de la Secretaría, sino de todos los medios posibles.
Santo Grial
–¿Ese déficit de difusión provoca otros problemas?Astaroth –No tengo dudas de que cualquiera de nuestros discos le gustaría a mucha más gente si tuviese mayor espacio en las radios.
Anílorac –Pasa que los productores enseguida quieren saber a quién va dirigido lo que hacés. Y en esa pregunta hay un juicio: esto sirve si va dirigido a una multitud y si no, no sirve. El ciclo apunta contra eso: es una posibilidad de hacerle llegar a mucha gente una cantidad de propuestas distintas.
Hernán (Rawbox) –Y nos alegra, porque ante la posibilidad de desaparecer, con este agujerito encaramos un cambio energizante, que representa lo que siempre quisimos hacer.
Astaroth –Pero al mismo tiempo si no lo proyectás en función de una continuidad, pierde cualquier tipo de impacto o razón de haberse hecho.
Lucille –Nos gustaría que la continuidad no dependiera de tener que demostrar que en dos días podemos organizar un movimiento. Ese es un cambio que requiere tiempo y sobre todo, apoyo.
Una mirada más amplia de la cultura
Inazulina
–¿Qué significa que propuestas históricamente consideradas como marginales, hayan sido integradas a la agenda de la cultura oficial?
Anílorac –Nos sorprendió, sobre todo por ese marco tan pobre de posibilidades al que estamos acostumbrados. Sorprende la posibilidad de tocar en este lugar, donde se entiende que el artista da un espectáculo y que ese trabajo debe ser remunerado para asegurarle sustento. Porque hacer música no tiene por qué reducirse a un pasatiempo, sino que se lo debe considerar como el medio de vida de las personas que nos dedicamos a esto.
–¿Sienten que no son tenidos en cuenta como artistas?
Lucille –Es que es una cuestión cultural. Imaginate que hay gente que no sabe que hay una obra social de músicos. Se preguntan: ¿por qué?, ¿es un trabajo ser músico? Entonces no creo que sea sólo cómo se nos percibe a nosotros como movida marginal, sino cómo el resto de la sociedad percibe al artista en general.
E-jay ali -Hace poco estuvimos en Brasil, en San Pablo, y nos asombró ver con que respeto se trata allá a los músicos.
Anílorac –Es importante este reconocimiento, aunque uno tiende a sentirlo como un privilegio por el estado de las cosas, pero en realidad debería ser un derecho que existiera un espacio público en el que se pudiera participar y brindarse a la sociedad. Porque un artista cuándo se presenta lo que hace es ofrecer un trabajo propio con la intención de compartirlo.
Lingerbliss
–¿Por qué creen que los géneros extremos no suelen ser considerados como expresiones culturales?
Anílorac –Pero ¿qué es la cultura? ¿Qué es la cultura argentina? Si nos ponemos a indagar, no es sino el ensamble de un montón de invasiones que aniquilaron las culturas originales. Entonces, ¿por qué sería diferente con nosotros, que hacemos música gótica o extrema, cantamos en inglés y tampoco pertenecemos a aquellas raíces? Es verdad: el rock en general tiene mucha influencia europea o norteamericana, pero este mestizaje cultural es lo propio del 2011, independientemente de los límites que puede marcar una bandera.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
CINE - La peli de Batato, de Goyo Anchou y Peter Pank: Batato Barea, el payaso poeta
Los años ochenta agrupan un arco de experiencias que difícilmente vuelva a repetirse en la historia argentina. La represión, los desaparecidos y la Guerra de Malvinas conviven con la primavera alfonsinista, la desazón hiperinflacionaria y el enigma menemista. Un caldo de cultivo que parió una generación creativa e inquieta, que al amparo de la cultura punk y de figuras icónicas como los poetas Néstor Perlongher y Alejandra Pizarnik, comenzó a alumbrar potentes expresiones artísticas. Entre ellas el nuevo rock –de Los Violadores a Virus, pasando por Sumo, Soda y Los Redonditos– y la renovadora ola de teatro under, que echó raíces en el emblemático Parakultural. Allí, el viento amontonaba una variedad de propuestas como el dúo Los Melli, Las Gambas al Ajillo, o el poeta Fernando Noy. Entre ellos hubo un trío que se destacó por la veneración que despertaba: se trata del ensamble que integraban Humberto Tortonese, Alejandro Urdapilleta y Walter Barea, que combinando performances poéticas con humor, descontrol y transformismo, crearon espectáculos que con el tiempo devinieron mito. Pero fue Barea quien, bajo el nombre artístico de Batato, acabó convertido en Santa Patrona y uno de los mártires involuntarios (junto a Luca Prodan y Federico Moura) de aquella camada. La peli de Batato, dirigida por el tándem integrado por Peter Pank y Goyo Anchou, rescata a ese artista único y junto a él a aquella pubertad sucia y feliz, que se fue extinguiendo de a poco contra la mediocridad que en los ’90 empezó a copar los espacios visibles.
La película parte de una entrevista que le realizara Peter Pank a Batato, apenas unos meses antes de que el VIH terminara de apagarlo, hace ya 20 años. Como uno de los más jóvenes integrantes de aquella movida, la película tiene para él la carga de una cuenta pendiente. “Conocí a Batato y lo filmé para mi tesis de la Escuela de Cine de Avellaneda”, dice. “Poco antes de morir le pidió a su mamá que me ubique y me pida que el material no se pierda. Fue un mandato y una promesa hecha que al fin pude cumplir.” El codirector Goyo Anchou agrega que hace más de seis años comenzó a insistirle a su compañero para retomar el proyecto, pero que “una parte de ese tiempo se perdió en intentar que alguien nos prestara atención. Una vez conseguido el visto bueno del INCAA, tardamos un año en armarla”. Uno de los problemas para Pank era la potencia icónica de Batato: “Yo quería hacer cosas nuevas, construirme a mí mismo como artista sin sentir que estaba a la sombra de Batato. Pero me di cuenta que era importante para mí volver a eso.”
Es así: volver a Batato significa regresar a toda una época que terminó con los tres diciembres negros (1987, 1988 y 1991) que ponen en serie las muertes de Prodan, de Moura y del propio Batato. Tres muertes que marcan un progresivo epílogo, el fin de esa juventud activa. “En los tres casos fueron los propios cuerpos los que marcaron los límites de cada uno. La muerte joven da una sensación de Apocalipsis, de falta de sentido”, afirma Anchou, quien cita a dos de las entrevistadas para La peli de Batato. María José Gabín dice: “Fuimos una generación perseguida por los desaparecidos y aplastada por el sida”, una definición que gana profundidad cuando la artista plástica Marcia Schvartz confiesa que “no hay nada peor que se te mueran los amigos”. Para Pank, “siempre que un artista muere joven, bello y en la plenitud de su talento, se vuelve un ícono para los que siguieron vivos”.
A 20 años de su muerte, Pank y Anchou eligen rescatar el valor de la militancia sexual de un artista como Batato, quien no dudó en colocarse implantes mamarios como una declaración de principios no sólo estéticos, sino también éticos. “No tenemos que olvidarnos que en el informe de la CONADEP no se habló de los desaparecidos por razones de género. Ser homosexual era un acto tan condenable y despreciable que imponía el silencio incluso ante el horror de la desaparición forzada. Es en ese marco que se realizan las primeras marchas del Orgullo en la Argentina, en cuya organización participa Batato”, dice Anchou. “No hubiera sido posible la simpatía con la cual se avaló la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario sin este plantarse ante la mirada pública con orgullo, tanto en las calles como en los escenarios. Para Batato ponerse tetas fue un acto político, y que eso lo haya convertido en un ídolo de la juventud habla de la efectividad de su acción, teniendo en cuenta que otros referentes generacionales, como Pergolini, hacían de la homofobia y la misoginia una bandera exitosa”, completa el director.
La peli de Batato acaba de ganar la edición 2011 del Festival Nacional de Cine y Video Río Negro Proyecta.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
La película parte de una entrevista que le realizara Peter Pank a Batato, apenas unos meses antes de que el VIH terminara de apagarlo, hace ya 20 años. Como uno de los más jóvenes integrantes de aquella movida, la película tiene para él la carga de una cuenta pendiente. “Conocí a Batato y lo filmé para mi tesis de la Escuela de Cine de Avellaneda”, dice. “Poco antes de morir le pidió a su mamá que me ubique y me pida que el material no se pierda. Fue un mandato y una promesa hecha que al fin pude cumplir.” El codirector Goyo Anchou agrega que hace más de seis años comenzó a insistirle a su compañero para retomar el proyecto, pero que “una parte de ese tiempo se perdió en intentar que alguien nos prestara atención. Una vez conseguido el visto bueno del INCAA, tardamos un año en armarla”. Uno de los problemas para Pank era la potencia icónica de Batato: “Yo quería hacer cosas nuevas, construirme a mí mismo como artista sin sentir que estaba a la sombra de Batato. Pero me di cuenta que era importante para mí volver a eso.”
Es así: volver a Batato significa regresar a toda una época que terminó con los tres diciembres negros (1987, 1988 y 1991) que ponen en serie las muertes de Prodan, de Moura y del propio Batato. Tres muertes que marcan un progresivo epílogo, el fin de esa juventud activa. “En los tres casos fueron los propios cuerpos los que marcaron los límites de cada uno. La muerte joven da una sensación de Apocalipsis, de falta de sentido”, afirma Anchou, quien cita a dos de las entrevistadas para La peli de Batato. María José Gabín dice: “Fuimos una generación perseguida por los desaparecidos y aplastada por el sida”, una definición que gana profundidad cuando la artista plástica Marcia Schvartz confiesa que “no hay nada peor que se te mueran los amigos”. Para Pank, “siempre que un artista muere joven, bello y en la plenitud de su talento, se vuelve un ícono para los que siguieron vivos”.
A 20 años de su muerte, Pank y Anchou eligen rescatar el valor de la militancia sexual de un artista como Batato, quien no dudó en colocarse implantes mamarios como una declaración de principios no sólo estéticos, sino también éticos. “No tenemos que olvidarnos que en el informe de la CONADEP no se habló de los desaparecidos por razones de género. Ser homosexual era un acto tan condenable y despreciable que imponía el silencio incluso ante el horror de la desaparición forzada. Es en ese marco que se realizan las primeras marchas del Orgullo en la Argentina, en cuya organización participa Batato”, dice Anchou. “No hubiera sido posible la simpatía con la cual se avaló la promulgación de la Ley de Matrimonio Igualitario sin este plantarse ante la mirada pública con orgullo, tanto en las calles como en los escenarios. Para Batato ponerse tetas fue un acto político, y que eso lo haya convertido en un ídolo de la juventud habla de la efectividad de su acción, teniendo en cuenta que otros referentes generacionales, como Pergolini, hacían de la homofobia y la misoginia una bandera exitosa”, completa el director.
La peli de Batato acaba de ganar la edición 2011 del Festival Nacional de Cine y Video Río Negro Proyecta.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Etiquetas:
2011,
Amistad,
Aniversario,
Argentino,
BAFICI,
Biografía,
Cine,
Cultura,
Documental,
Enfermedad,
Entrevista,
Familia,
Historia,
Humor,
LGBTIQ,
Poesía,
Punk,
Sexo,
Tiempo Argentino
jueves, 16 de junio de 2011
CINE - Una misión en la vida (The human resources manager), de Eran Riklis: Una muerte sin responsables
En el cine es fundamental la sorpresa, sobre todo cuando se busca construir sobre los moldes del género. Como en esos casos el código con el que el artista se relaciona con su público se basa en la reiteración de determinadas estructuras, la diferencia y el éxito lo alcanzan quienes consiguen moverse sobre esos carriles con la suficiente habilidad como para torcer el recurso en el momento menos pensado, haciendo que todo el movimiento parezca natural. Ahí está la sorpresa. Una misión en la vida, del israelí Eran Riklis, intenta que el carácter sorpresivo venga de la mano del cruce genérico, combinando sobre todo drama y comedia, pero no consigue que las sorpresas en este caso sean buenas. Por el contrario, no hay cruce alguno, sino un cambio de tono que deriva en dos películas montadas la una sobre la otra. En lugar de potenciarse, ambas líneas se restan mutuamente, comiéndose entre sí lo que podrían haber tenido de positivo. Pero hay más.
La vida de un gerente de recursos humanos de una compañía panificadora en Israel, se altera cuando el cuerpo de una mujer que lleva muerta más de un mes en la morgue pública, víctima de un atentado suicida, resulta ser una empleada de la empresa despedida recientemente en circunstancias irregulares. La muerta resulta ser una inmigrante rumana y la aparición de la noticia en un diario acaba por colocar al desmotivado gerente en el lugar del malo de la historia. Presionado por el periodista que sigue el caso y por la dueña de la panificadora, el tipo deberá acompañar al cadáver en su regreso a Rumania, donde el drama se convierte en una road movie tragicómica, bastante endeble en fondo y forma.
De un modo deliberado, Una misión en la vida elige “anonimizar” a su protagonista tras su cargo, negándole un nombre para activar el truco del “Soldado desconocido”. Sin identidad, ese individuo representará al cuerpo social completo: Fuenteovejuna son todos. Pero esa idea choca contra la manera en que la película se ocupa de la muerte. Porque no se trata de cualquier muerte, sino de aquella que es causada por la violencia que genera el conflicto social, político, económico, étnico y religioso que tanto daño causa entre las naciones de Cercano y Medio Oriente, con réplicas de escala global. Una misión en la vida apenas si se atreve a hablar de las consecuencias más superficiales de esa muerte, que en definitiva son las que podrían provocar una calculada empatía en el público. Los trastornos que le causa al gerente de recursos humanos en su vida laboral y personal; los molestos mecanismos burocráticos que se liberan cuando ocurre; el dolor de los que pierden a aquellos a quienes aman. De todo eso se ocupa esta película, pero no del origen de tanta muerte: nunca se menciona que detrás de ese cadáver olvidado hay un conflicto de múltiples y muy complejos intereses, que está lejos de encontrar una solución. Es desde ahí que Una misión en la vida es una película manipuladora donde nadie es culpable de esas muertes, que apela a convertir lo que claramente era un drama, en una comedia melodramática cruzada por un absurdo insignificante, efectista y muy mal manejada. Sugiriendo además que la redención de ese hombre sin nombre -uno y todos a la vez- puede ser extensiva per se a toda Fuenteovejuna. Preocupados por esa redención, la película omite un problema que evidentemente es invisible para ella. Ahí tampoco hay sorpresa.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
La vida de un gerente de recursos humanos de una compañía panificadora en Israel, se altera cuando el cuerpo de una mujer que lleva muerta más de un mes en la morgue pública, víctima de un atentado suicida, resulta ser una empleada de la empresa despedida recientemente en circunstancias irregulares. La muerta resulta ser una inmigrante rumana y la aparición de la noticia en un diario acaba por colocar al desmotivado gerente en el lugar del malo de la historia. Presionado por el periodista que sigue el caso y por la dueña de la panificadora, el tipo deberá acompañar al cadáver en su regreso a Rumania, donde el drama se convierte en una road movie tragicómica, bastante endeble en fondo y forma.
De un modo deliberado, Una misión en la vida elige “anonimizar” a su protagonista tras su cargo, negándole un nombre para activar el truco del “Soldado desconocido”. Sin identidad, ese individuo representará al cuerpo social completo: Fuenteovejuna son todos. Pero esa idea choca contra la manera en que la película se ocupa de la muerte. Porque no se trata de cualquier muerte, sino de aquella que es causada por la violencia que genera el conflicto social, político, económico, étnico y religioso que tanto daño causa entre las naciones de Cercano y Medio Oriente, con réplicas de escala global. Una misión en la vida apenas si se atreve a hablar de las consecuencias más superficiales de esa muerte, que en definitiva son las que podrían provocar una calculada empatía en el público. Los trastornos que le causa al gerente de recursos humanos en su vida laboral y personal; los molestos mecanismos burocráticos que se liberan cuando ocurre; el dolor de los que pierden a aquellos a quienes aman. De todo eso se ocupa esta película, pero no del origen de tanta muerte: nunca se menciona que detrás de ese cadáver olvidado hay un conflicto de múltiples y muy complejos intereses, que está lejos de encontrar una solución. Es desde ahí que Una misión en la vida es una película manipuladora donde nadie es culpable de esas muertes, que apela a convertir lo que claramente era un drama, en una comedia melodramática cruzada por un absurdo insignificante, efectista y muy mal manejada. Sugiriendo además que la redención de ese hombre sin nombre -uno y todos a la vez- puede ser extensiva per se a toda Fuenteovejuna. Preocupados por esa redención, la película omite un problema que evidentemente es invisible para ella. Ahí tampoco hay sorpresa.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
Etiquetas:
2011,
Cine,
Comedia,
Drama,
Familia,
Ficcion,
Géneros Cinematográficos,
Guerra,
Inmigración,
Medio oriente,
Melodrama,
Página 12,
Política,
Road Movie,
Viaje
viernes, 10 de junio de 2011
LA COLUMNA TORCIDA: Una simetría sin final
Primero se nace. El amor y el odio vienen después, casi enseguida. El asunto tiene gracia, podría decirse, porque uno se enamora de inmediato de esa teta como el mundo que nos llena, y al mismo tiempo se comienza a odiar al tipo de barba, que sentado al lado y con una sonrisa pretende que le convidemos. Todo lo que venga después será producto de la conflagración original entre ese primer amor y aquel odio fundacional. No voy a engañar a nadie diciendo que lo recuerdo todo, porque no es así (y lo agradezco) pero tengo muy presente el momento en que ambos se hicieron conscientes de golpe, pocos años más tarde, junto al resto de la memoria. Ya libre del yugo mamario -aunque no de traumas en leve ascenso- empecé a amar los libros, mucho antes de entender el secreto de sus páginas suturadas de garabatos, que por vía milagrosa le dictaban historias a papá. No olvido que me enamoré del cine, de esa explosión de la luz que me sacó el miedo a las ausencias, aunque más no fuera leyendo las críticas del diario porque no había plata para entradas. Y los discos, que me contagiaban el baile pero no sonaban igual cuando los hacía girar con un tenedor contra el suelo. También me gustaban las piernas largas que subían a ocultarse bajo polleras cortitas y que en los años 70 le revelaron el futuro entero a mis ojos de chico al ras del suelo, aunque después tuviera que conformarme con las nenas de mi edad. Como la de las dos colitas con moños azules en segundo grado; o Estela Maris y su piel de claro de luna, en cuarto y quinto; o Bárbara, que en sexto me miraba como desde el cielo, aunque nunca me mirara. En los 80 fui exiliado a escuelas que todavía segregaban por género, pero el barrio seguía siendo mixto. Ahí veía pasar a la chica del nombre griego que vivía a la vuelta y nunca lo supo. A la que vino de La Pampa y le dibujé en la pared de la parroquia un corazón enorme con su nombre, sin animarme a agregar el mío. A aquella profesora de Literatura recién recibida, que en un colegio de muchachos era un oasis de mujer que hablaba de libros. El amor, el odio, y lo mismo y lo mismo y lo mismo. Uno alimenta, con su eterna cara de mujer. El otro, siempre en forma de espejo, sigue sin afeitarse.
Para ver otras Columnas Torcidas, haga click acá.
Para ver otras Columnas Torcidas, haga click acá.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
jueves, 9 de junio de 2011
CINE - Alberto Li Gotti, una pasión cinéfila, de Roberto Ángel Gómez: Películas para todos
Hablar de cine es hablar de muchas cosas a la vez. De espectáculo y también de arte; de moda y de nostalgia; de tecnología e historia. De presente, pasado y futuro. De amor, de celos, de memoria. Desde cualquier lado posible, cuando se habla de cine siempre se habla de pasión y desde ahí no hay forma de que todo lo que se diga no termine siendo personal. Roberto Ángel Gómez lo sabe, y usó la idea cuando debió encontrarle un nombre a su nueva película, el documental Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila, en la que se propone contar la historia de uno de los más reconocidos coleccionistas de cine de la Argentina. El trabajo de Gómez va recorriendo la memoria de Alfredo Li Gotti como librado al capricho de los recuerdos. Sin embargo hay un itinerario trazado, que tiene la virtud de volverse más nítido con el final de la película y mientras más pasa el tiempo, más claramente se nota.
Alfredo Li Gotti es hijo de una pareja de inmigrantes italianos instalados en La Boca durante las primeras décadas del siglo XX, criado entre las canzonettas napolitanas de una madre cariñosa y un padre que recelaba de las muestras de afecto. Su historia es el retrato de una época: la de las orquestas típicas, la de los grandes espectáculos del teatro de revistas, la de los cines de barrio. Y Alfredo se reconoce en el perfil de ese pasado. Recuerda con nostalgia cuando se sentaba en el banco de una plaza, frente a la casa de Juan de Dios Filiberto, para escuchar gratis al Maestro. Recuerda el día que cruzó la calle para golpearle la puerta y decirle que quería estudiar música con él. Pero tuvo la desgracia de que lo atendiera la madre del Maestro y le cerrara la puerta en la cara, mientras le decía con pocas ganas que su hijo no tenía tiempo para eso. Recuerda a aquella nena con la que se cruzaban caminando por el barrio y se miraban, porque vivían medianera de por medio. Ella sabía que era él quien cantaba esas canzonettas aprendidas de la madre y también que eran para ella. Alfredo recuerda que fue ese su primer amor y que la chica se llamaba Nené: tenía 12 años, nunca se hablaron y tampoco la volvió a ver. Pero no la olvida.
La historia de Alfredo Li Gotti es la de un coleccionista de cine, que como todos los coleccionistas –lo confirman los testimonios de otros, entre ellos el crítico Fernando Martín Peña– siente devoción por el objeto deseado, pero también por todo un universo de fantasmas amados a los que es difícil dejar partir. Con ternura, don Alfredo cuenta el cuento de su vida, de su carrera trunca como cantante lírico; de las temporadas como integrante de la compañía de Mariano Mores; de sus tantos años como empleado de Segba (la vieja compañía estatal de electricidad), un trabajo al que le dio el cuerpo pero nunca el alma. Respetado entre los hombres de cine, Alfredo Li Gotti tiene una de las colecciones privadas más importantes del país y hace 20 años construyó su propia sala de cine –a la que bautizó con el nombre de su mejor amigo–, para compartir sus tesoros con cualquiera y sin cobrar un peso. La palabra clave vuelve a ser pasión. Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila se proyectara durante todo el mes de Junio en la sala Cosmos-Uba, del Centro Cultural Rojas, y en el espacio Malba.Cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Alfredo Li Gotti es hijo de una pareja de inmigrantes italianos instalados en La Boca durante las primeras décadas del siglo XX, criado entre las canzonettas napolitanas de una madre cariñosa y un padre que recelaba de las muestras de afecto. Su historia es el retrato de una época: la de las orquestas típicas, la de los grandes espectáculos del teatro de revistas, la de los cines de barrio. Y Alfredo se reconoce en el perfil de ese pasado. Recuerda con nostalgia cuando se sentaba en el banco de una plaza, frente a la casa de Juan de Dios Filiberto, para escuchar gratis al Maestro. Recuerda el día que cruzó la calle para golpearle la puerta y decirle que quería estudiar música con él. Pero tuvo la desgracia de que lo atendiera la madre del Maestro y le cerrara la puerta en la cara, mientras le decía con pocas ganas que su hijo no tenía tiempo para eso. Recuerda a aquella nena con la que se cruzaban caminando por el barrio y se miraban, porque vivían medianera de por medio. Ella sabía que era él quien cantaba esas canzonettas aprendidas de la madre y también que eran para ella. Alfredo recuerda que fue ese su primer amor y que la chica se llamaba Nené: tenía 12 años, nunca se hablaron y tampoco la volvió a ver. Pero no la olvida.
La historia de Alfredo Li Gotti es la de un coleccionista de cine, que como todos los coleccionistas –lo confirman los testimonios de otros, entre ellos el crítico Fernando Martín Peña– siente devoción por el objeto deseado, pero también por todo un universo de fantasmas amados a los que es difícil dejar partir. Con ternura, don Alfredo cuenta el cuento de su vida, de su carrera trunca como cantante lírico; de las temporadas como integrante de la compañía de Mariano Mores; de sus tantos años como empleado de Segba (la vieja compañía estatal de electricidad), un trabajo al que le dio el cuerpo pero nunca el alma. Respetado entre los hombres de cine, Alfredo Li Gotti tiene una de las colecciones privadas más importantes del país y hace 20 años construyó su propia sala de cine –a la que bautizó con el nombre de su mejor amigo–, para compartir sus tesoros con cualquiera y sin cobrar un peso. La palabra clave vuelve a ser pasión. Alfredo Li Gotti, una pasión cinéfila se proyectara durante todo el mes de Junio en la sala Cosmos-Uba, del Centro Cultural Rojas, y en el espacio Malba.Cine.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
domingo, 5 de junio de 2011
CINE - Video de la charla "El espectador cinematográfico", en el MICA
Video publicado por la Secretaría de Cultura de la Nación, que ilustra la charla que mantuvimos con Pablo Mazzola, programador de los Espacios INCAA en todo el país, en el marco del Primer Mercado de Industrias Culturales de la Argentina. También aparece mi hija Serena, muy atenta a los conceptos que torpemente y con dificultad va hilvanando su padre. Buen trabajo del equipo de prensa de la Secretaría de Cultura. Mi gratitud con todos ellos. Haciendo doble click sobre la imagen el video, podrán verlo en pantalla completa.
CINE - Charla en el MICA: "Hay que vender las buenas películas que se hacen en Argentina"
Que el cine nacional sea una opción para el público, ése fue el centro de la charla debate que moderó hoy el programador de espacios Incaa, Pablo Mazzola, como parte de la agenda de actividades del Mercado de Industrias Culturales Argentinas (MICA). Allí, el periodista y crítico de cine Juan Pablo Cinelli, planteó que para fortalecer a la industria del cine nacional, el Estado debe continuar no sólo coproduciendo historias sino también realizando una difusión mayor, para que el cine de autor pueda convivir con las taquilleras películas de Hollywood en las grandes salas del país.
Cinelli afirmó que “es fácil pensar qué es lo que busca el espectador cuando va al cine si se atienden los números de la taquilla: hoy lo que se está buscando es el espectáculo. Eso implica dejar de lado al cine como parte de las manifestaciones culturales”.
“Pero hablar del cine sólo como espectáculo es limitarlo. Porque a veces el público está acostumbrado a ver al cine de esa única manera y no acepta que puede ser una manifestación cultural. Eso pasa porque, a pesar de estar en un momento político que superó situaciones graves, durante muchos años el espacio de la cultura fue donde se practicó cierta devastación y reconstruirlo es complejo”, expresó el periodista.
En esa línea, puso como ejemplo: “Hay una frase que sintetiza cómo se vio a la cultura durante muchos años, que se le atribuye al general Menéndez, quien decía que cuando escuchaba la palabra cultura le daban ganas de agarrar un arma. Si desde un Estado se plantea a la cultura como algo a exterminar, difícilmente alguien quiera entrar ahí”.
Para que sobreviva una mirada cinematográfica tiene que desaparecer la otra, o al menos eso es lo que se ha intentado imponer. “Los que aman al cine de autor piensan que el resto debe ser exterminado, para salvar al cine. Y del otro lado piensan lo mismo, que lo otro es prescindible”, criticó Cinelli, quien apuntó que “no está mal el cine como espectáculo, lo que está mal es negarle el espacio a los demás cines. Y en eso, el norteamericano es caníbal, se come al resto de los cines”.
A modo de autoevaluación, se preguntó también cuál es el rol de quienes escriben en los medios de comunicación calificando y recomendando films. “La crítica no funciona. Es un espacio necesario, pero no incide en el público. Ese 90% que paga sus entradas para ver los grandes shows norteamericanos no necesita que el crítico le diga si está buena la película, porque va a ir igual”.
Así, y como conclusión, Cinelli se refirió a qué hace y qué debería consolidar el Estado para que el mercado del cine crezca y sea una opción en la programación de las salas masivas, de esas que hacen negocio con películas importadas.
“El Instituto de Cine sabe que hay un 90% de público que va a ver cine norteamericano, porque el otro tipo de cine extranjero también tiene un déficit, es limitado”.
Y comparó: “Fernando Trueba me decía que no ve mal la participación del Estado en la generación de la cultura. Él concibe al cine como una manifestación cultural. Tampoco le parecía saludable dejar todo en manos privadas. Y el Incaa tiene la posibilidad de intentar conseguir que el cine sea una manifestación cultural, pero también debe proponerse otras cosas. Por ejemplo, el cine de género en la Argentina está relegado”.
“Creo que este es el momento para que el Incaa se arriesgue a nuevos caminos. Otra cosa que se puede mejorar es promocionar al cine que hace hoy, porque además de productor puede ser su difusor y promotor. Si se es capaz de vender películas malas, ¿por qué no se puede vender películas buenas?”, concluyó, abriendo un debate, Cinelli.
Artículo publicado originalmente en la página de la Secretaría de Medios de la Nación, Jefatura de Gabinete de Ministros, Presidencia de la Nación.
Cinelli afirmó que “es fácil pensar qué es lo que busca el espectador cuando va al cine si se atienden los números de la taquilla: hoy lo que se está buscando es el espectáculo. Eso implica dejar de lado al cine como parte de las manifestaciones culturales”.
“Pero hablar del cine sólo como espectáculo es limitarlo. Porque a veces el público está acostumbrado a ver al cine de esa única manera y no acepta que puede ser una manifestación cultural. Eso pasa porque, a pesar de estar en un momento político que superó situaciones graves, durante muchos años el espacio de la cultura fue donde se practicó cierta devastación y reconstruirlo es complejo”, expresó el periodista.
En esa línea, puso como ejemplo: “Hay una frase que sintetiza cómo se vio a la cultura durante muchos años, que se le atribuye al general Menéndez, quien decía que cuando escuchaba la palabra cultura le daban ganas de agarrar un arma. Si desde un Estado se plantea a la cultura como algo a exterminar, difícilmente alguien quiera entrar ahí”.
Para que sobreviva una mirada cinematográfica tiene que desaparecer la otra, o al menos eso es lo que se ha intentado imponer. “Los que aman al cine de autor piensan que el resto debe ser exterminado, para salvar al cine. Y del otro lado piensan lo mismo, que lo otro es prescindible”, criticó Cinelli, quien apuntó que “no está mal el cine como espectáculo, lo que está mal es negarle el espacio a los demás cines. Y en eso, el norteamericano es caníbal, se come al resto de los cines”.
A modo de autoevaluación, se preguntó también cuál es el rol de quienes escriben en los medios de comunicación calificando y recomendando films. “La crítica no funciona. Es un espacio necesario, pero no incide en el público. Ese 90% que paga sus entradas para ver los grandes shows norteamericanos no necesita que el crítico le diga si está buena la película, porque va a ir igual”.
Así, y como conclusión, Cinelli se refirió a qué hace y qué debería consolidar el Estado para que el mercado del cine crezca y sea una opción en la programación de las salas masivas, de esas que hacen negocio con películas importadas.
“El Instituto de Cine sabe que hay un 90% de público que va a ver cine norteamericano, porque el otro tipo de cine extranjero también tiene un déficit, es limitado”.
Y comparó: “Fernando Trueba me decía que no ve mal la participación del Estado en la generación de la cultura. Él concibe al cine como una manifestación cultural. Tampoco le parecía saludable dejar todo en manos privadas. Y el Incaa tiene la posibilidad de intentar conseguir que el cine sea una manifestación cultural, pero también debe proponerse otras cosas. Por ejemplo, el cine de género en la Argentina está relegado”.
“Creo que este es el momento para que el Incaa se arriesgue a nuevos caminos. Otra cosa que se puede mejorar es promocionar al cine que hace hoy, porque además de productor puede ser su difusor y promotor. Si se es capaz de vender películas malas, ¿por qué no se puede vender películas buenas?”, concluyó, abriendo un debate, Cinelli.
Artículo publicado originalmente en la página de la Secretaría de Medios de la Nación, Jefatura de Gabinete de Ministros, Presidencia de la Nación.
viernes, 3 de junio de 2011
ENTREVISTA - Fernando Trueba, director de cine: A favor del Estado, contra las telefónicas
Uno de los invitados más interesantes que llegaron a Buenos Aires para participar del primer Mercado de Industrias Culturales (MICA), es el cineasta Fernando Trueba. Con la excusa de presentar su nuevo trabajo, la película de animación Chico y Rita, el director español ofrecerá hoy a las 18 una conferencia en la que no sólo hablará sobre los detalles de esta producción, sino que ofrecerá su larga experiencia en el mundo del cine. “He rodado por todo el mundo, entonces cada vez que comienzo con una nueva película tengo la sensación de subirme a un barco con un montón de gente y de lanzarnos a una aventura que no sabemos dónde va a terminar”, dice Trueba cuando debe referirse a sus más de cuarenta años de carrera, desde que debutara con la comedia Ópera prima en 1980.
Pero tratándose de un evento dedicado a girar en torno al tema de las industrias de la cultura y de las diversas problemáticas que estas deben enfrentar -no sólo en el estado de permanente cambio que ofrecen los mercados modernos, sino también ante los sucesivos estados de crisis que vuelven inestables las condiciones de produción en todo el mundo-, Trueba también acepta dialogar al respecto. Habló del papel del Estado, de las inversiones privadas, del valor de la coproducción y hasta de la polémica Ley Sinde, que se propone castigar en España a quienes descarguen música o películas de Internet.
-Hay quienes piensan que en algunas cinematografías, como la Argentina, no existe una industria propiamente dicha, en los términos en que se entiende por ejemplo la industria norteamericana, sino una producción de cine subvencionada.
-Creo que no hay tanta diferencia. En EEUU normalmente un productor es un tipo que busca dinero para desarrollar un proyecto. Si le dan luz verde lo hace y si no, no lo hace. Y en Europa y aquí es lo mismo, sólo cambian las fuentes de financiación. En EEUU esas fuentes son los grandes estudios, porque controlan el mercado, no sólo el de allá, sino el de todas partes. En cambio en Europa y aquí tienes que recurrir a la televisión española, a un distribuidor argentino, a las ayudas estatales, para conseguir montar el proyecto.
-Lo que pasa, al menos en la Argentina, es que el estado a través del Instituto del Cine es el principal órgano productor de cine, en un porcentaje muy alto, al punto de que resulta casi imposible pensar en hacer cine sin ese apoyo.
- A mí no me parece mal. ¿Por qué no va a tener el Estado una participación en la cultura? ¿Por qué le vamos a dejar la cultura sólo en manos de las empresas? No creo que el dinero privado sea a priori mejor que el Estado. Al fin y al cabo el estado es un invento de los ciudadanos y las empresas privada una cosa extrañísima. En España le hemos entregado las televisiones privadas a Berlusconi y que ocurre, ¿son mejores? No: la televisión que puedes ver es la del Estado, porque es la única que tiene algún tipo de sensibilidad, de preocupación que tenga que ver con la realidad, con la vida y los intereses de los ciudadanos. La televisión de Berlusconi nunca va a financiar una película buena, si no es de forma excepcional. La participación pública en la cultura es necesaria, sobre todo cuando hemos permitido que las compañías norteamericanas se hagan con el control del mercado, de esta deformación del libre mercado.
-¿Cómo puede una industria como la europea, o las más periféricas como las sudamericanas, enfrentar semejante oposición?
-Con medidas de compensación. ¿Cómo compensar que el mercado no es libre y que hemos regalado las pantallas? El estado tiene una responsabilidad del cien por cien en ese tema y lo que debería hacer es crear un mercado de verdad libre, condiciones de una cierta igualdad para que puedan vivir el pez grande y el chico. Si le regalaron el mercado a los tiburones, ahora tienen la obligación de crear una reserva para las sardinas. Y sino sólo habrá tiburones. Yo soy un defensor del Estado, porque me siento parte de él y con derecho a reclamarle y exigirle cuando creo que algo no se está haciendo bien.
-En este panorama, ¿es posible pensar el cine moderno sin hablar de coproducción?
-Quizá no, sobre todo en estos países en los que tenemos industrias tan pequeñas. La coproducción te ayuda a completar, pero hay otras cosas. Fíjate que antes vivíamos en una sociedad más cerrada: hoy vas a Madrid y tienes que buscar un madrileño por la calle, porque no lo encuentras. Hay tanta gente de todas partes y eso es maravilloso. Eso hace que las historias que contamos ya no sean tan cerraditas. Si tú cuentas una historia que ocurre en Madrid con 15 personajes y todos son madrileños, te preguntas ¿pero de qué ciudad están hablando? Ya hay otra realidad que ya es parte de España. Eso que ocurre en la realidad afecta a las ficciones, pero también a las producciones. Antes las coproducciones adulteraban las películas, rejuntando un actor español, otro italiano y otro alemán: ahora la adulteración es hacer una película donde todos son españoles o franceses. Como será que las mejores películas francesas están hechas por emigrantes: Abdellatif Kechiche -director de Le graine et le mulet (aquí se estrenó como Cous Cous, la gran cena)- es un emigrante africano; o Agnès Jaoui o Tony Gatlif.
-Con la gran crisis que hay en Europa, sin duda la industria del cine se ha visto afectada. ¿Usted imagina por dónde puede estar la salida para esta situación?
-No lo sé y me angustia un poco, porque en España además tenemos el dudoso mérito de ser el país número uno en piratería de la Comunidad Europea. Lo cual multiplica la crisis.
-¿Cuál es su opinión respecto de eso y de la famosa Ley Sinde que hasta hace poco causó tanta polémica?
-Creo que es una ley demasiado tímida, porque en el fondo los políticos tienen miedo de que si sacan una ley defendiendo el derecho de autor y la propiedad de los artistas no los van a votar los jóvenes. Ante esta demagogia se cagan en los pantalones. Un gobierno tiene que hacer las leyes que sean justas, aunque sean anti populares. Además hay una gran confusión cuándo se dice que en Internet hay una gran libertad. Sí, absolutamente, pero yo en Internet quiero la misma libertad que en la calle. Quiero poder ir a donde quiera, libertad de movimientos, de expresión; pero si te roban llamas a la policía. Internet es la calle: tiene que haber libertad de todo, pero no libertad de robo. Porque si no, qué es lo que pasa, ¿sólo se protege a los banqueros? ¿Qué sólo te detienen si robas un banco y si robas a un músico no? Está bien visto robar a un escritor, a un músico, a un cineasta: los artistas tenemos el mismo derecho a ser protegidos por la justicia que el banquero. Cuándo hay un problema de pederastia o de terrorismo entonces entra la ley, pero no cuando hay un problema de derechos. Eso no tiene nada que ver con la libertad en Internet, ya es un problema de defender la cultura. Y quienes se están forrando con todo esto son las operadoras telefónicas, y nadie protesta contra ellas. Esas compañías que hacían publicidades diciendo “bájatelo todo gratis” son las que deberían indemnizar al cine y a la música. Yo estoy a favor de Internet, pero no del robo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
Pero tratándose de un evento dedicado a girar en torno al tema de las industrias de la cultura y de las diversas problemáticas que estas deben enfrentar -no sólo en el estado de permanente cambio que ofrecen los mercados modernos, sino también ante los sucesivos estados de crisis que vuelven inestables las condiciones de produción en todo el mundo-, Trueba también acepta dialogar al respecto. Habló del papel del Estado, de las inversiones privadas, del valor de la coproducción y hasta de la polémica Ley Sinde, que se propone castigar en España a quienes descarguen música o películas de Internet.
-Hay quienes piensan que en algunas cinematografías, como la Argentina, no existe una industria propiamente dicha, en los términos en que se entiende por ejemplo la industria norteamericana, sino una producción de cine subvencionada.
-Creo que no hay tanta diferencia. En EEUU normalmente un productor es un tipo que busca dinero para desarrollar un proyecto. Si le dan luz verde lo hace y si no, no lo hace. Y en Europa y aquí es lo mismo, sólo cambian las fuentes de financiación. En EEUU esas fuentes son los grandes estudios, porque controlan el mercado, no sólo el de allá, sino el de todas partes. En cambio en Europa y aquí tienes que recurrir a la televisión española, a un distribuidor argentino, a las ayudas estatales, para conseguir montar el proyecto.
-Lo que pasa, al menos en la Argentina, es que el estado a través del Instituto del Cine es el principal órgano productor de cine, en un porcentaje muy alto, al punto de que resulta casi imposible pensar en hacer cine sin ese apoyo.
- A mí no me parece mal. ¿Por qué no va a tener el Estado una participación en la cultura? ¿Por qué le vamos a dejar la cultura sólo en manos de las empresas? No creo que el dinero privado sea a priori mejor que el Estado. Al fin y al cabo el estado es un invento de los ciudadanos y las empresas privada una cosa extrañísima. En España le hemos entregado las televisiones privadas a Berlusconi y que ocurre, ¿son mejores? No: la televisión que puedes ver es la del Estado, porque es la única que tiene algún tipo de sensibilidad, de preocupación que tenga que ver con la realidad, con la vida y los intereses de los ciudadanos. La televisión de Berlusconi nunca va a financiar una película buena, si no es de forma excepcional. La participación pública en la cultura es necesaria, sobre todo cuando hemos permitido que las compañías norteamericanas se hagan con el control del mercado, de esta deformación del libre mercado.
-¿Cómo puede una industria como la europea, o las más periféricas como las sudamericanas, enfrentar semejante oposición?
-Con medidas de compensación. ¿Cómo compensar que el mercado no es libre y que hemos regalado las pantallas? El estado tiene una responsabilidad del cien por cien en ese tema y lo que debería hacer es crear un mercado de verdad libre, condiciones de una cierta igualdad para que puedan vivir el pez grande y el chico. Si le regalaron el mercado a los tiburones, ahora tienen la obligación de crear una reserva para las sardinas. Y sino sólo habrá tiburones. Yo soy un defensor del Estado, porque me siento parte de él y con derecho a reclamarle y exigirle cuando creo que algo no se está haciendo bien.
-En este panorama, ¿es posible pensar el cine moderno sin hablar de coproducción?
-Quizá no, sobre todo en estos países en los que tenemos industrias tan pequeñas. La coproducción te ayuda a completar, pero hay otras cosas. Fíjate que antes vivíamos en una sociedad más cerrada: hoy vas a Madrid y tienes que buscar un madrileño por la calle, porque no lo encuentras. Hay tanta gente de todas partes y eso es maravilloso. Eso hace que las historias que contamos ya no sean tan cerraditas. Si tú cuentas una historia que ocurre en Madrid con 15 personajes y todos son madrileños, te preguntas ¿pero de qué ciudad están hablando? Ya hay otra realidad que ya es parte de España. Eso que ocurre en la realidad afecta a las ficciones, pero también a las producciones. Antes las coproducciones adulteraban las películas, rejuntando un actor español, otro italiano y otro alemán: ahora la adulteración es hacer una película donde todos son españoles o franceses. Como será que las mejores películas francesas están hechas por emigrantes: Abdellatif Kechiche -director de Le graine et le mulet (aquí se estrenó como Cous Cous, la gran cena)- es un emigrante africano; o Agnès Jaoui o Tony Gatlif.
-Con la gran crisis que hay en Europa, sin duda la industria del cine se ha visto afectada. ¿Usted imagina por dónde puede estar la salida para esta situación?
-No lo sé y me angustia un poco, porque en España además tenemos el dudoso mérito de ser el país número uno en piratería de la Comunidad Europea. Lo cual multiplica la crisis.
-¿Cuál es su opinión respecto de eso y de la famosa Ley Sinde que hasta hace poco causó tanta polémica?
-Creo que es una ley demasiado tímida, porque en el fondo los políticos tienen miedo de que si sacan una ley defendiendo el derecho de autor y la propiedad de los artistas no los van a votar los jóvenes. Ante esta demagogia se cagan en los pantalones. Un gobierno tiene que hacer las leyes que sean justas, aunque sean anti populares. Además hay una gran confusión cuándo se dice que en Internet hay una gran libertad. Sí, absolutamente, pero yo en Internet quiero la misma libertad que en la calle. Quiero poder ir a donde quiera, libertad de movimientos, de expresión; pero si te roban llamas a la policía. Internet es la calle: tiene que haber libertad de todo, pero no libertad de robo. Porque si no, qué es lo que pasa, ¿sólo se protege a los banqueros? ¿Qué sólo te detienen si robas un banco y si robas a un músico no? Está bien visto robar a un escritor, a un músico, a un cineasta: los artistas tenemos el mismo derecho a ser protegidos por la justicia que el banquero. Cuándo hay un problema de pederastia o de terrorismo entonces entra la ley, pero no cuando hay un problema de derechos. Eso no tiene nada que ver con la libertad en Internet, ya es un problema de defender la cultura. Y quienes se están forrando con todo esto son las operadoras telefónicas, y nadie protesta contra ellas. Esas compañías que hacían publicidades diciendo “bájatelo todo gratis” son las que deberían indemnizar al cine y a la música. Yo estoy a favor de Internet, pero no del robo.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura del diario Tiempo Argentino.
Etiquetas:
2011,
Animación,
Argentino,
Cine,
Cultura,
Entrevista,
España,
Festivales,
Francia,
Industria,
Inmigración,
Latinoamérica,
Política,
Sociedad,
Tiempo Argentino
jueves, 2 de junio de 2011
CINE - Retrospectiva de Gustavo Fontán: El mundo, un lugar extraño
Durante todo el mes de julio, el espacio Kino Palais del Palais de Glace homenajeará al director Gustavo Fontán, con una restrospectiva que abarca su filmografía completa. Una obra que recorre caminos poco transitados del cine, en los que con frecuencia se entrelazan la realidad con lo imaginario, ficción con documental, la poesía y el ensayo. Un trabajo que, entre otros reconocimientos, recientemente le ha valido uno de los 100 premios Konex que este año se entregarán a las figuras más destacadas de la última década en el mundo del espectáculo (un rótulo muy poco generoso con un artista como Fontán, uno de los pocos hombres del cine que claramente ha conseguido reproducir en imágenes los trazos delicados de la poesía). Premiado en el rubro documental junto a otros importantes realizadores, como Andrés Di Tella, Carmen Guarini, Enrique Pyñeiro y Fernando “Pino” Solanas, cuya mutua compañía multiplica sus bien ganados prestigios.
Las seis películas dirigidas por Fontán serán presentadas a través de cuatro programas, pensados para ordenar un trabajo de difícil clasificación. Del viernes 3 al domingo 5 se proyectarán tres films agrupados bajo el rótulo de “Trilogía de los poetas”. Se trata de los cortometrajes Canto del Cisne y El paisaje invisible, en los que el director se dedica a indagar la historia de dos figuras, que dentro del panorama de la literatura nacional han ido lentamente saliendo de foco. En el primero de ellos va tras los pasos de Jacobo Fijman, intentando iluminar su obra y los años que pasó como interno en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda; mientras que el segundo acompaña al poeta jujeño Jorge Calvetti, quien en sus últimos años evoca espacios y tiempos que pertenecen a un presente contínuo. La “Trilogía de los poetas” se cierra con la inigualable La orilla que se abisma, un relato compuesto de imágenes que consiguen traducir la poesía del entrerriano Juan L. Ortiz, a un lenguaje exquisito de luz y sombras.
Así como es posible agrupar los títulos recién mencionados en una tríada, lo mismo puede hacerse con sus siguientes películas, extrañas ficciones todas ellas. Entre el viernes 10 y el domingo 12 será el turno de El árbol, un relato que a partir de detalles de la vida cotidiana de una pareja mayor (interpretada por los padres del propio director), construye una onírica reflexión acerca del tiempo y la memoria. La semana siguiente se proyectará La madre, que cuenta la historia de una mujer y su hijo, en donde cierta ausencia acaba cobrando el inesperado peso de un tercer protagonista sin cuerpo, pero de abrumadora presencia dramática.
Finalmente, el viernes 24, sábado 25 y domingo 26, el ciclo se cierra con la presentación de Elegía de abril, última película de Gustavo Fontán y tal vez la más arriesgada de toda su obra en términos narrativos. Partiendo de una anécdota familiar –la apertura de unos paquetes que tras 50 años todavía contienen la tirada completa del último libro que su abuelo, el poeta Salvador Merlino, nunca alcanzó a recibir– y de volver a trabajar con su propia familia (esta vez su madre, su tío y su hijo), Fontán acaba montando un mundo fantasmal cuando ellos se niegan a seguir participando del rodaje y deben ser remplazados por actores (Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros). Elegía de abril parece conjurar en apenas una hora de metraje, casi todas las obsesiones que se encuentran dispersas en el resto de la obra del director: la culpa, la memoria, la identidad; el tiempo, en donde transcurren sin orden pasado, presente y futuro. La luz, la forma y el color.
Merecido homenaje, entonces, para uno de los directores más personales y complejos del panorama cinematográfico argentino. Actualmente Gustavo Fontán se encuentra en la etapa de post producción de su nuevo trabajo, El rostro, y embarcado en la nada sencilla adaptación de la novela El limonero real, de Juan José Sáer, uno de los más importantes escritores argentinos del siglo XX. Un desafío que confirma el espíritu aventurero de Gustavo Fontán, un artista dispuesto a aceptar nuevos desafíos con tal de conseguir una experiencia cinematográfica intensa, siempre en busca de mirar al mundo como un lugar ajeno y extraño.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Las seis películas dirigidas por Fontán serán presentadas a través de cuatro programas, pensados para ordenar un trabajo de difícil clasificación. Del viernes 3 al domingo 5 se proyectarán tres films agrupados bajo el rótulo de “Trilogía de los poetas”. Se trata de los cortometrajes Canto del Cisne y El paisaje invisible, en los que el director se dedica a indagar la historia de dos figuras, que dentro del panorama de la literatura nacional han ido lentamente saliendo de foco. En el primero de ellos va tras los pasos de Jacobo Fijman, intentando iluminar su obra y los años que pasó como interno en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda; mientras que el segundo acompaña al poeta jujeño Jorge Calvetti, quien en sus últimos años evoca espacios y tiempos que pertenecen a un presente contínuo. La “Trilogía de los poetas” se cierra con la inigualable La orilla que se abisma, un relato compuesto de imágenes que consiguen traducir la poesía del entrerriano Juan L. Ortiz, a un lenguaje exquisito de luz y sombras.
Así como es posible agrupar los títulos recién mencionados en una tríada, lo mismo puede hacerse con sus siguientes películas, extrañas ficciones todas ellas. Entre el viernes 10 y el domingo 12 será el turno de El árbol, un relato que a partir de detalles de la vida cotidiana de una pareja mayor (interpretada por los padres del propio director), construye una onírica reflexión acerca del tiempo y la memoria. La semana siguiente se proyectará La madre, que cuenta la historia de una mujer y su hijo, en donde cierta ausencia acaba cobrando el inesperado peso de un tercer protagonista sin cuerpo, pero de abrumadora presencia dramática.
Finalmente, el viernes 24, sábado 25 y domingo 26, el ciclo se cierra con la presentación de Elegía de abril, última película de Gustavo Fontán y tal vez la más arriesgada de toda su obra en términos narrativos. Partiendo de una anécdota familiar –la apertura de unos paquetes que tras 50 años todavía contienen la tirada completa del último libro que su abuelo, el poeta Salvador Merlino, nunca alcanzó a recibir– y de volver a trabajar con su propia familia (esta vez su madre, su tío y su hijo), Fontán acaba montando un mundo fantasmal cuando ellos se niegan a seguir participando del rodaje y deben ser remplazados por actores (Adriana Aizemberg y Lorenzo Quinteros). Elegía de abril parece conjurar en apenas una hora de metraje, casi todas las obsesiones que se encuentran dispersas en el resto de la obra del director: la culpa, la memoria, la identidad; el tiempo, en donde transcurren sin orden pasado, presente y futuro. La luz, la forma y el color.
Merecido homenaje, entonces, para uno de los directores más personales y complejos del panorama cinematográfico argentino. Actualmente Gustavo Fontán se encuentra en la etapa de post producción de su nuevo trabajo, El rostro, y embarcado en la nada sencilla adaptación de la novela El limonero real, de Juan José Sáer, uno de los más importantes escritores argentinos del siglo XX. Un desafío que confirma el espíritu aventurero de Gustavo Fontán, un artista dispuesto a aceptar nuevos desafíos con tal de conseguir una experiencia cinematográfica intensa, siempre en busca de mirar al mundo como un lugar ajeno y extraño.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
miércoles, 1 de junio de 2011
LIBROS - Poesía ante la incertidumbre, entrevista con Ana Wajszczuk: Frente a la crisis, palabras
Los tiempos de crisis suelen ser también épocas donde la creación, la sensibilidad y el pensamiento cobran una fuerza abrumadora que en la calma pocas veces alcanzan. Ya hace muchos meses que la crisis, animal de costumbres nómades, se acomodó en las tierras de Europa, con su cría de ruina y miseria extendiéndose de a poco por cada rincón. Contra ese estado de situación, ocho jóvenes poetas de España y Latinoamérica se unieron en un proyecto común, un libro que bajo el título Poesía ante la incertidumbre, acaba de ser publicado de forma simultánea en cinco países y pretende recuperar el espíritu combativo que la poesía supo tener en tantos otros tiempos de convulsión.
Son los españoles Raquel Lanseros, Daniel Rodríguez Moya y Fernando Valverde; del mexicano Alí Calderón, la colombiana Andrea Cote, el salvadoreño Jorge Galán, el nicaragüense Francisco Ruiz Udiel y la argentina Ana Wajszczuk, quienes además del idioma y de la trayectoria literaria, comparten una misma visión del género. Poesía ante la incertidumbre es un volumen antológico que reúne textos de los ocho poetas, que abre con un manifiesto titulado “Defensa de la poesía”. Allí, los autores se refieren a la “incertidumbre de estos tiempos”, que “parece abarcarlo todo: la política, la moral, la economía, las nuevas formas de comunicación que paradójicamente han provocado una mayor incomunicación”. Y por ello, consideran necesario “hacer un alto en el camino” y establecer una cercanía “menos artificial y más humana”, a lo que, entienden, puede contribuir la poesía.
Se trata entonces de la poesía entendida como un instrumento ágil y eficiente para operar sobre la realidad en tiempos de crisis (y más allá). “En principio, creo que todos los tiempos son de crisis”, dice Ana Wajszczuk, la argentina cuyos textos forman parte de la selección de Poesía ante la incertidumbre. “La poesía me parece que puede ser una herramienta para abrir otras miradas, en principio, que no pasan por la razón: algo que resuena e inquieta sin que los mecanismos racionales lo apresen y lo encasillen.”
–Algunos de tus textos incluidos en el libro remiten a otras crisis, momentos tremendos como los que atravesó Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, que seguramente tienen que ver con una historia personal. ¿En qué creés que un canto a ese pasado terrible y propio puede ayudar con la miseria del presente?
–No sé si puede ayudar, pero considero inevitable preguntarse por esto, que es insoluble. Al menos para mí es un tema inevitable, no sólo por mi propia historia, sino porque los campos de concentración son la quintaesencia de lo que se vive día a día, de alguna manera. Esto creo que lo dijo Ionesco. La historia del siglo XX tiene un hito terrible –modelo para muchos otros momentos posteriores–, que es el asesinato en masa de millones de personas en aquella Guerra, con la complicidad y/o la indiferencia de otros millones. Primo Levi escribió que una vez entrada al lager, la humanidad ya no puede salir de él. Es imposible de entender, entonces no queda otra que rondar ese vacío, ese agujero negro, con la esperanza de no repetirlo.
–En otros versos decís “Contamos historias que no son verdaderas / y tampoco falsas: / son inciertas”, y justamente la incertidumbre es el disparador de esta antología. La incertidumbre es también lo más aterrador de cualquier crisis. ¿Cuál es la diferencia entre la incertidumbre de los relatos y la de una realidad?
–No sé si hay diferencias. A mí no me parece mala la incertidumbre. Es un motor, un disparador. Cuando hay una certeza, no hay más que decir. En todo caso en mi poema yo hablo de la incertidumbre de la historia personal de cada uno, construida con los relatos de los demás (me refiero a la infancia). Tiene que ver con la memoria y es inevitable. La incertidumbre en la realidad creo que depende de cada uno si la considera un motor para adelante o una fuerza centrífuga negativa.
Poesía ante la incertidumbre se ha publicado de manera simultánea en España, a través de Visor Libros (que es la edición que llegará a Buenos Aires de manera limitada); en Colombia por el sello Ícono; en El Salvador por DPI; en México, con edición de Círculo de Poesía, y en Nicaragua será lanzado por Leteo Ediciones.
Tras ser presentada la semana pasada en Granada (sur de España), la antología será mostrada oficialmente el próximo 2 de julio será mostrado al público en Bogotá, en lo que será su primer paso en Latinoamérica. Más tarde también se presentará dentro de las actividades del Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia), mientras que el 14 de julio, la poeta Claribel Alegría y el escritor Sergio Ramírez apadrinarán el proyecto en un acto de presentación que tendrá lugar en Managua, ciudad capital de Nicaragua. Y en agosto, el libro estará presente en la Feria del Libro Centroamericana, que se celebrará en El Salvador, con la participación de algunos de sus autores, que en septiembre también asistirán al encuentro Poetas del mundo latino, en México.
Crisis y poesía: caminos que se cruzan en un camino de palabras. No está de más una última pregunta ni es ociosa la respuesta de Ana Wajszczuk:
–En una de tus poesías también escribís que las palabras “si no las pronuncio me golpean”, “pero si les abro es el peligro / parecen doblarse sobre mí como juncos, y amenazan.” ¿En dónde reside el poder de la palabra?
-Creo que en la posibilidad de creación. Sin palabras que lo nombren, ¿qué existe?
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Son los españoles Raquel Lanseros, Daniel Rodríguez Moya y Fernando Valverde; del mexicano Alí Calderón, la colombiana Andrea Cote, el salvadoreño Jorge Galán, el nicaragüense Francisco Ruiz Udiel y la argentina Ana Wajszczuk, quienes además del idioma y de la trayectoria literaria, comparten una misma visión del género. Poesía ante la incertidumbre es un volumen antológico que reúne textos de los ocho poetas, que abre con un manifiesto titulado “Defensa de la poesía”. Allí, los autores se refieren a la “incertidumbre de estos tiempos”, que “parece abarcarlo todo: la política, la moral, la economía, las nuevas formas de comunicación que paradójicamente han provocado una mayor incomunicación”. Y por ello, consideran necesario “hacer un alto en el camino” y establecer una cercanía “menos artificial y más humana”, a lo que, entienden, puede contribuir la poesía.
Se trata entonces de la poesía entendida como un instrumento ágil y eficiente para operar sobre la realidad en tiempos de crisis (y más allá). “En principio, creo que todos los tiempos son de crisis”, dice Ana Wajszczuk, la argentina cuyos textos forman parte de la selección de Poesía ante la incertidumbre. “La poesía me parece que puede ser una herramienta para abrir otras miradas, en principio, que no pasan por la razón: algo que resuena e inquieta sin que los mecanismos racionales lo apresen y lo encasillen.”
–Algunos de tus textos incluidos en el libro remiten a otras crisis, momentos tremendos como los que atravesó Polonia durante la Segunda Guerra Mundial, que seguramente tienen que ver con una historia personal. ¿En qué creés que un canto a ese pasado terrible y propio puede ayudar con la miseria del presente?
–No sé si puede ayudar, pero considero inevitable preguntarse por esto, que es insoluble. Al menos para mí es un tema inevitable, no sólo por mi propia historia, sino porque los campos de concentración son la quintaesencia de lo que se vive día a día, de alguna manera. Esto creo que lo dijo Ionesco. La historia del siglo XX tiene un hito terrible –modelo para muchos otros momentos posteriores–, que es el asesinato en masa de millones de personas en aquella Guerra, con la complicidad y/o la indiferencia de otros millones. Primo Levi escribió que una vez entrada al lager, la humanidad ya no puede salir de él. Es imposible de entender, entonces no queda otra que rondar ese vacío, ese agujero negro, con la esperanza de no repetirlo.
–En otros versos decís “Contamos historias que no son verdaderas / y tampoco falsas: / son inciertas”, y justamente la incertidumbre es el disparador de esta antología. La incertidumbre es también lo más aterrador de cualquier crisis. ¿Cuál es la diferencia entre la incertidumbre de los relatos y la de una realidad?
–No sé si hay diferencias. A mí no me parece mala la incertidumbre. Es un motor, un disparador. Cuando hay una certeza, no hay más que decir. En todo caso en mi poema yo hablo de la incertidumbre de la historia personal de cada uno, construida con los relatos de los demás (me refiero a la infancia). Tiene que ver con la memoria y es inevitable. La incertidumbre en la realidad creo que depende de cada uno si la considera un motor para adelante o una fuerza centrífuga negativa.
Poesía ante la incertidumbre se ha publicado de manera simultánea en España, a través de Visor Libros (que es la edición que llegará a Buenos Aires de manera limitada); en Colombia por el sello Ícono; en El Salvador por DPI; en México, con edición de Círculo de Poesía, y en Nicaragua será lanzado por Leteo Ediciones.
Tras ser presentada la semana pasada en Granada (sur de España), la antología será mostrada oficialmente el próximo 2 de julio será mostrado al público en Bogotá, en lo que será su primer paso en Latinoamérica. Más tarde también se presentará dentro de las actividades del Festival Internacional de Poesía de Medellín (Colombia), mientras que el 14 de julio, la poeta Claribel Alegría y el escritor Sergio Ramírez apadrinarán el proyecto en un acto de presentación que tendrá lugar en Managua, ciudad capital de Nicaragua. Y en agosto, el libro estará presente en la Feria del Libro Centroamericana, que se celebrará en El Salvador, con la participación de algunos de sus autores, que en septiembre también asistirán al encuentro Poetas del mundo latino, en México.
Crisis y poesía: caminos que se cruzan en un camino de palabras. No está de más una última pregunta ni es ociosa la respuesta de Ana Wajszczuk:
–En una de tus poesías también escribís que las palabras “si no las pronuncio me golpean”, “pero si les abro es el peligro / parecen doblarse sobre mí como juncos, y amenazan.” ¿En dónde reside el poder de la palabra?
-Creo que en la posibilidad de creación. Sin palabras que lo nombren, ¿qué existe?
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
Etiquetas:
2011,
Arte,
Cultura,
Entrevista,
España,
Historia,
Infancia,
Inmigración,
Latinoamérica,
Libros,
Literatura argentina,
Poesía,
Sociedad,
Tiempo Argentino
Suscribirse a:
Entradas (Atom)