Segunda parte de una inesperada saga distópica cuyo primer episodio, La noche de la expiación (The Purge), se estrenó distraídamente hace unos meses, 12 horas para sobrevivir vuelve sobre un asunto de recurrencia dilatada. Una preocupación que absorbe a la humanidad desde siempre y cuyo mejor exponente podría ser el famoso Leviatán de Thomas Hobbes, en donde el filósofo inglés definía al hombre como lobo del hombre. Una idea que de forma literal se convierte en el tema de estas películas dirigidas por James DeMonaco y que ellas comparten con otras sagas como la japonesa Battle Royale o la reciente y exitosa Los juegos del hambre. Todas ellas toman como premisa la certeza hobbsiana de que la necesidad (o el deseo) de aniquilar a los demás es parte natural de la raza humana.
DeMonaco propone un futuro inminente (2022 para la primera película; un año más para la que acaba de estrenarse), en el cual los Estados Unidos han sido refundados sobre esa certeza, implementando una noche al año en la que no sólo se permiten sino que son alentados todos los delitos, incluido el asesinato. Es la Noche de la Expiación, nueva fecha patria de la renacida nación, y a partir de su vigencia el crimen ha bajado durante el resto del año casi hasta desaparecer. Tanto la película original como 12 horas para sobrevivir recogen algunas historias que ocurren durante esa noche y la diferencia entre ambas estriba sobre todo en el punto de vista. En La noche de la expiación todo sucedía dentro de la casa de una familia atrincherada para evitar la violencia social institucionalizada. En cambio en esta, como una media puesta al revés, se trata de seguir a un grupo de personas que por distintos motivos han quedado en la calle durante la macabra festividad, lejos de la por lo menos ilusoria protección de sus hogares.
Estos puntos de vista tienen un correlato social, en tanto la familia cuyo encierro era vulnerado en la primera pertenecía a la clase alta, la única que cuenta con medios suficientes como para darse el lujo de la seguridad, mientras que quienes ahora huyen por las calles de una ciudad caníbal son representantes de las clases media y obrera. Queda claro que las metáforas en esta saga no son precisamente sutiles, sin embargo representan un dispositivo de arranque inusual y de cierto atractivo para una película de este tipo. Es decir, una excusa interesante para contar lo mismo de siempre: una historia de violencia explícita que, por suerte, no cede a la tentación de la pornotortura. Que el guión de 12 horas para sobrevivir se permita menos arbitrariedades que su antecesora es un punto a favor, aunque en su contra puede decirse que no aporta al universo de la saga ninguna novedad que merezca ser destacada. Peor todavía, DeMonaco, director y guionista, vuelve a traicionar las oscuras premisas que se sostienen su fantasía distópica con otro final complaciente, mostrándose más preocupado por no negarle a sus compatriotas la ilusión tranquilizadora del happy ending, que por la solidez y la coherencia de este relato de un futuro negro.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12
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