jueves, 12 de octubre de 2006

LIBROS - Un sueño realizado, de César Aira: Los caminos inesperados

La lengua vive. Es necesario convenir que esta afirmación, aislada de toda circunstancia, puede asimilarse a múltiples contextos. Podría ser el título de una bizarra película de Sci-Fi, un heterodoxo lema político, o hasta una infrecuente acotación subida de tono. Mucho menos prometedora que cualquiera de esas opciones, dicha afirmación refiere a la constante mutación de la lengua en tanto artificio de la comunicación humana, y cuyos cambios están anclados en la evolución (por decir algo) de la comunidad que la utiliza. Las palabras nacen y mueren, se combinan de modos diferentes, cambian o amplían su significado. Son elemento vivo, el torrente que mantiene el latido de ese cuerpo ágil que es la lengua. Como acto dentro de la lengua, la literatura necesariamente se transforma, se modifica en el intento de ir siempre más allá de si misma, aunque dicho cambio no redunde necesariamente en crecimiento. Y de este hecho depende la buena salud tanto de lengua como de literatura.
La diferencia entre los cambios de una u otra, es que en la lengua las modificaciones son por lo general involuntarias, generalmente de tono práctico, relacionadas al uso y lo cotidiano. Por el contrario, en la literatura existe la posibilidad del libre albedrío. Se puede permanecer atado a la seguridad de una estética determinada, lo cual equivale a abandonarse a la confortable resignación de envejecer hasta una muerte por causas naturales. Pero también existe (debe existir) una voluntad de ruptura, de ir más allá o en contra de lo ya hecho y lo ya escrito. Claro que esta elección involucra la posibilidad de la muerte precoz, trágica y dolorosa de la incomprensión. Una muerte artística, claro, pero que algunas veces gusta de coincidir patéticamente con la vida: el estereotipo del artista incomprendido cuya obra es revalorada gracias a la plusvalía inigualable de la muerte física. Un lugar común que no deja de ser una penosa constante en la historia del arte.
Dentro de la literatura argentina, sin llegar a ese extremo de las cosas, hablar de la obra de César Aira es hablar de uno de los intentos más persistentes de resistirse a la seguridad de las estéticas tradicionales, de ir en contra de la muerte. Muchas veces al punto de ser tachados de excéntricos: él y su obra. Como en otros de sus libros, en Un Sueño Realizado el absurdo tiene un lugar de preponderancia. Pero no es el absurdo insignificante de cierto surrealismo (aunque en el arte, todo es significante, me corrijo), sino un recurso estructural dentro de la obra, al igual que el humor, que le permite a Aira desarrollar líneas de sentido que se cruzan en lo inesperado. Y al lector, la posibilidad sin igual de acceder a universos que se rigen por leyes físicas o temporales tan por fuera de lógica, que merece ser agradecida. Así, una carrera entre una moto y un chico en bicicleta puede transformarse en un duelo parejo, que demuestra que la concreción de un sueño no siempre es mejor que el sueño mismo. O un horno a microondas puede transformarse en un preciso instrumento capaz de variar la realidad a niveles moleculares, de modo tal que, al contrario de lo que dictan las Leyes de Murphy, todo lo que pueda salir mal saldrá mejor. Deus ex machina . Aira parece apoyarse en el principio de sorprender al lector, de mantenerlo en la permanente necesidad de estar atento a las situaciones por completo inesperadas que, con solidez y eficiencia, van construyendo diferentes universos que son de los más novedosos y entretenidos de la nueva literatura argentina. 
Un detalle final que ayudará a coprender más y mejor la literatura de César Aira: esta reseña, escrita especificamente para ilustrar su novela Un sueño realizado, tranquilamente puede aplicarse a cualquiera de sus vayasabercuántas novelas publicadas. Algo que los dioses se reservan para sí mismos bajo el nombre de ubicuidad.


(Artículo publicado originalmente en www.informereservado.cultura.php )

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