Resucitados de David Gelp, película a la que le calza mucho mejor el título original, “El efecto Lázaro”, es una de esas historias de terror que, sin salirse ni un poco de lo formulario, sin embargo consigue entretener a partir de un par de relecturas más o menos logradas de sus precursores, para redondear un producto recubierto con una patina delgada de originalidad. Si bien, como se ha dicho, no se aparta para nada del ciclo de sobresaltos y efectismo generados sobre todo por golpes sonoros, montaje, juegos de luces y las decisiones a veces inexplicables de sus personajes, Gelp logra completar la carrera de obstáculos de lugares comunes que suele ser el cine de terror clase B con bastante dignidad. Claro que no debe entenderse con esto que estamos ante un nuevo clásico del género; ni siquiera frente a un exponente de los más logrados: Resucitados simplemente tiene el mérito de haber conseguido que el paseo por un camino bien conocido resulte al menos entretenido, sin pretensiones grandilocuentes.
Un buen punto a favor son las numerosas referencias que el fanático del género podrá encontrar en el relato, si bien ninguna demasiado sutil, al menos sí mínimamente ingeniosas u oportunas. Se trata de un tópico demasiado clásico, fundacional del género del terror: un grupo de científicos encerrados en un laboratorio encuentran una fórmula capaz de resucitar a los muertos. Si bien en esta categoría tanto se puede incluir a Frankenstein o el moderno Prometeo, novela fundamental del gótico inglés escrita por Mary Shelley, como a Re-animator, clásico del gore modelo 1985 dirigido por Stuart Gordon, Resucitados sin embargo tiene más en común con Línea mortal, aquella película de Joel Schumacher estrenada en 1990 con un reparto cargado de estrellitas en ascenso, entre ellos Julia Roberts, Kiefer Sutherland y Kevin Bacon. Sólo que, a diferencia de los casos mencionados, el equipo de investigadores de la película de Gelp se encuentran con el asunto de la resurrección un poco de manera inesperada, como efecto no deseado de una fórmula pensada para otra cosa.
Tras revivir a un perro, el grupo encabezado por el doctor Frank (la referencia a Frankenstein es bastante obvia pero el chiste no deja de ser simpático) es separado de la investigación. Pero el equipo intentará recuperar el control, entrando de manera ilegal al laboratorio para repetir el experimento, registrarlo con una cámara y así poder asegurarse los derechos de autoría. Pero algo sale mal: uno de ellos muere electrocutado durante el intento y el resto decide cambiar al sujeto experimental, intentando revivir a la compañera en lugar de un perro. A partir de ahí la película se vuelve más sobrenatural, efectista y menos interesante, jugando con los alcances religiosos, psicológicos y parapsicológicos del asunto. Pero logra mantenerse de este lado, sin atravesar la línea de la vergüenza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario