“Tener gente que te dice la verdad es central cuando estás escribiendo”, afirma Fabián Casas. “En la vida también”, amplía y completa Mario Varela, dándole a la escena el aire de cadáver exquisito que tienen las buenas charlas y que de algún modo hereda el documental La vida que te agenciaste, dirigido por el propio Varela. En él intenta retratar al grupo de poetas que de manera central o lateral participaron de la creación y casi inmediata desaparición de la revista 18 Whiskys, un hito dentro de la producción poética de la Argentina en la década de 1990, a la que el tiempo convirtió en objeto de culto.
“El pasado es un lugar atractivo”, dice Laura Witner. “Da la sensación de estar cerrado y empaquetado, pero apenas lo mirás se desempaqueta”. Como un explorador, quizá influenciado por el oficio de guía de montaña que desempeña en Bariloche, Varela va en busca de las huellas de ese pasado con la intención de hacerlas confluir en el presente, un cuarto de siglo después. Y fracasa. Aquella cofradía que intenta reunir se encuentra dispersa y muchos de sus fragmentos se repelen como imanes invertidos. Lejos de arruinarla, esa imposibilidad convierte al film en una criatura viva, estimulante, casi un tratado acerca del carácter ilusorio y hasta ficcional del pasado.
Como contraparte, La vida que te agenciaste incluye imágenes de un documental que el propio Varela realizó por entonces. Ahí registra una suerte de rally etílico en el que los mismos poetas, pero jóvenes, influidos por Bukowski (un boom en la Argentina de los ’90), recorren una serie de bares tomando en cada uno una bebida alcohólica distinta. El contraste entre el realismo sucio del VHS en blanco y negro del pasado y la prolijidad ultra HD del presente subraya la sensación de tristeza por el divino tesoro perdido. El contrapunto convierte a la película en un coming of age que pone en escena el furor de un carpe diem con todo el futuro por delante, para enseguida demoler esa alegría con la sospecha nunca expresada de que lo mejor tal vez ya pasó.
“Algo que la literatura de los ’90 no tiene es materialismo”, sostiene Julia Sarachu, asumiendo la misión imposible de definir un universo inabarcable. “Era el pedo galáctico de cada uno, un culto de la individualidad, del goce y de la imagen”. Sus conceptos parecen dar en el clavo, en tanto algunos retazos también sirven para definir lo que fueron los ’90 vistos de manera general. Pero al mismo tiempo se queda corta: otros protagonistas recuerdan esa época, y sobre todo al proyecto de 18 Whiskys, como una experiencia colectiva. Y a ninguno se le ocurre pensarse a sí mismo fuera de la burbuja de ese grupo ecléctico y desafiante que marcó su crecimiento como escritores.
“Hubo una diáspora”, sintetiza Juan Desiderio y más adelante Jorge Aulicino utiliza la misma palabra para hablar de la atomización de aquel grupo. Una diáspora que en primer lugar tiene que ver con el devenir de las cosas: Casas y Wáshington Cucurto quedan en el centro gracias a la exposición que consiguen a través de los medios, mientras el resto continúa produciendo en el universo paralelo de la escena poética. Pero en algunos casos esa diáspora también se volvió geográfica: Varela vive en Bariloche; Sergio Raimondi fue Secretario de Cultura en Bahía Blanca; Damián Rojo vive en Duggan; Circo en Japón, dando clases de tango, y Daniel Durand se extravió en Filipinas. La forma en que Varela entrecruza testimonios del presente con las imágenes de “un pasado empaquetado que empieza a desempaquetarse”, deja en claro que en algunos casos ambas dimensiones de esa diáspora están íntimamente ligadas. El director utiliza “el exilio” de Durand como paradigma de ello.
“Casas y Durand son dos caras de lo mismo, por eso tenían que terminar en una rivalidad que tiene más que ver con el reconocimiento o la influencia que podría tener cada uno, que con cuestiones estéticas”, comenta Aulicino para ilustrar el choque de egos de quienes fueron los dos referentes de los 18 Whiskys, machos alfa de una manda a la que varias voces dentro de La vida que te agenciaste le señalan cierto carácter misógino. No es casual que la película empiece y termine ocupándose de ambos: Casas se queda con la media hora inicial y a Durand le tocan los últimos 15 minutos. Más allá de la desproporción temporal, cada segmento define el modo en que cada uno transita su lugar de referente. Mientras Casas se expone y cautiva con su conversación, Durand está ausente con aviso, pero su fantasma atraviesa todo el documental. El tercer acto es en realidad un acto de desaparición. Ahí Varela intenta hallar a Durand pero fracasa de nuevo y termina embarcado en otro rally, esta vez por los bares filipinos.
Artículo escrito para ser publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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