Se terminó el BAFICI, nomás. A una semana quedan ya las cuatrocientas no sé cuántas películas que este año ofreció a sus amantes fieles, pero también a los nuevos, los ocasionales y los pasajeros, la decimosexta edición del Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires, que se acaba de ir con boleto de retorno fechado para el año que viene a la misma hora y en el mismo lugar. Y si algo revalidó este esperado encuentro anual en los diez días que duró su arborescente itinerario cinematográfico, es su poder como plaza dedicada a la celebración del cine, un concepto sin embargo algo impreciso, nebuloso, sobre el que vale la pena abundar. Porque en las discusiones sobre cine son muchas las fronteras que suelen abrirse y de los orígenes más variados, del mero capricho del gusto personal al rol social del séptimo arte, pasando por la estética, la ética, la política, el negocio y otra infinidad de tópicos que alimentan una lista que sólo necesita de la imaginación de los discutientes para engordar. Y de la suma de todas esas brechas surge la mejor definición que puede darse del cine: el cine es el mundo en potencia, todo puede caber en él. E incluso más.
Afortunadamente lejos de una mirada mercantilista, los valores cinematográficos sobre los que el festival construye su programación se asientan en otros principios que el del mero espectáculo, o el de la mera poesía, o el de cualquier otro mero que pudiera citarse a continuación sobre la linea de puntos............. Dentro de esa generosa amplitud (y de a poco parece que cada vez más), no debe negarse que BAFICI es en primer lugar un espacio desde el que se contrapesa la avasallante carga de una de las industrias más voraces del mundo, la del cine estadounidense, cuyos intereses se imponen todas las semanas en las boleterías del circuito comercial. Una carga que de algún modo busca monopolizar el gusto cinematográfico, globalizarlo a golpes de blockbusters lanzados de a quinientas mil copias, impidiendo que cines tan ricos, tan tradicionales y tan valiosos como el norteamericano se vuelvan obsoletos, incompatibles para la mirada del espectador formateada vía Hollywood. Pero no se trata de reducir el asunto a la falsa dicotomía de cine divertido y exitoso vs. cine aburrido e ignorado, sino de proponer una mirada más abierta al respecto. En primer lugar porque no todo el cine comercial es ni bueno ni divertido, del mismo modo en que el cine al que por desgracia cada vez más se puede identificar como marginal –siempre respecto de ese circuito comercial– no es ni malo ni aburrido por defecto. Sin embargo, según un prejuicio extendido BAFICI, y con él los festivales de cine en general, representaría una caja de zapatos a dónde van a parar las películas que nadie quiere ver, o casi. BAFICI sin embrgo es un éxito de público sostenido a través de los años, una marca de calidad que ha sobrevivido –incluso crecido– bajo el signo de la peor plaga a la que puede someterse a cualquier evento cultural: los cambios de gestión.
Detrás de esa afirmación virgen de toda inocencia –que un festival es poco menos que el desagüe cloacal del cine– hay una idea de cultura que debe discutirse. Sobre todo porque desde el propio Ministerio del área en la Ciudad de Buenos Aires, la responsable de sostener a este hito anual de valor indiscutible no sólo para la Ciudad sino para el país, han dado muestras de manejarse con un criterio ambivalente, confuso y contradictorio de Cultura.
Nótese por ejemplo que, amparados en un principio de supuesta amplitud, la gestión que acierta en sostener BAFICI dándole la importancia que se merece, es la misma que acaba de declarar como sus embajadores culturales a Violetta y a la banda pop Tan Biónica. Elecciones a primera vista opuestas que hablarían de dos criterios muy distantes de Cultura. El primero apoyando a un festival cuya programación está compuesta por más de 400 películas que puestas a competir contra los tanques de Hollywood serían un fracaso rotundo, en contra del nombramiento de dos embajadores culturales que no hacen sino subirse a caballo del éxito comercial de dos artistas de esos que el mercado suele imponer, uno de los cuales ni siquiera es una persona real, sino un personaje de televisión.
Pero nadie puede discutir el derecho de la chica Stoessel ni de los muchachos poprockeros a expresarse artísticamente y disfrutar del hecho de que su trabajo sea exitoso. Nadie puede negarle a sus fanáticos la alegría de que sus artistas favoritos, que son también los favoritos de la grandes empresas, aunque eso no importe a la hora de valorar su obra, reciban un reconocimiento por su trabajo. ¿O acaso hay un ránking de fanáticos de acuerdo al cual los que hinchan por Horacio Salgán son más valiosos que los de Tan Biónica? Sin embargo que el estado porteño elija a uno sobre otros habla de un concepto de cultura en donde masivo y popular se confunden peligrosamente.
Algún mal pensado podría sugerir que si BAFICI no fuera el éxito de público que es desde hace años, no contaría con el mismo apoyo del gobierno porteño. Tal vez sea cierto. Tanto como que tampoco se lo apoya con la determinación que su demostrado éxito demanda: muchas de las películas extranjeras en competencia fueron proyectadas sin la presencia de sus directores ni de nadie que las representara. Detalle que sin dudas no se ha debido a la falta de interés de los artistas o los organizadores. El problema quizá tenga que ver y se resuelva con un presupuesto más justo, uno acorde a un hito cultural que por suerte desborda calidad y éxito. Porque a veces la cultura también es un éxito y entonces puede disfrutar del "incondicional" apoyo del poder político, cuyos representantes no dudan en aprovecharlo en beneficio de su imagen pública. Vicio que, por otra parte, no es privativo de quienes hoy gobiernan la Ciudad sino de la clase política en general, siempre dispuesta a subirse sobre los hombros de ese gigante que siempre es el éxito, ajeno.
En tal caso, puede darse por seguro que mientras la bonanza se sostenga, y todo hace pensar que así será, BAFICI seguirá siendo la niña mimada de la cultura porteña, sea quien sea el gobernante de turno. Mientras tanto seguiremos discutiendo qué tan buena fue este año tal competencia, o qué tan mejor podría haber sido la otra, que es lo que mejor nos sale a los que tenemos la suerte de disfrutar de BAFICI de la forma más conveniente: con pasión y desde afuera (pero siempre adentro).
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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