Suele decirse que el de las necrológicas es el menos confiable de los géneros periodísticos, porque: ¿quién se atrevería, llegado el caso, a hablar mal de un muerto? ¿Quién, en el momento de la despedida, se pondría a recordar lo peor de una figura pública? Sin embargo, para quien debe escribirla, la pregunta es otra: ¿qué necesidad hay de hablar mal de un muerto? ¿Qué sentido tiene, con el cadáver aún tibio, ponerse a enumerar los fracasos, defectos y miserias de una persona? Pero aunque el de las necrológicas sea, por fuerza, un ejercicio fatalmente laudatorio, a veces ocurre que los elogios finales no son sólo una declaración de compromiso, sino una elegíaca confesión de amor en público. Este es el caso. Porque para los que de verdad aman el cine, quienes lo hacen sin imponerle condiciones de género, la muerte del director Wes Craven representa eso: el paso a la eternidad de un amor incondicional.
Como si se tratara de una autopsia, los cables de las agencias de noticias entregan la información de manera sumaria. Wes Craven, director de películas fundamentales del cine de terror como Pesadilla en lo profundo de la noche o Scream, murió el domingo por la noche en Los Ángeles a los 76 años de edad, como consecuencia de un cáncer cerebral que minaba su salud desde hacía tres años. Quienes lo quisieron, en cambio, se permitieron la dolorosa calidez de la pena que no pueden evitar las despedidas. “Mi amigo Wes nos dejó demasiado pronto. De verdad fue un director de cine a la vieja usanza. Pasé grandes momentos dirigiéndolo. Estoy devastado por la noticia. Wes fue un gran amigo, un cineasta notable y un buen hombre. Una pérdida enorme. Demasiado pronto.” Con esas palabras en Twitter le dijo adiós a Craven uno de sus más destacados colegas, John Carpenter, con quien lo unía la pasión por el cine de terror. Su mensajito recupera como al pasar un dato poco recordado: ambas leyendas trabajaron juntas una vez, cuando Carpenter dirigió a Craven como actor en el episodio titulado “The gas station” (La estación de servicio) incluido en el telefilm colectivo Body Bags (1993, Bolsas para cadáveres), del que también participaron otras leyendas del cine de terror, como los directores Tob Hooper, Sam Raimi y Roger Corman y el especialista en efectos especiales Greg Nicotero, además de los actores John Carradine y Mark Hamill, las cantantes Debbie Harry y Sheena Easton, y la famosa modelo inglesa Twiggy.
Justamente la red social del pajarito se convirtió ayer en una versión digital de las tradicionales páginas de avisos fúnebres, en donde una larga lista de figuras pertenecientes al universo del cine que de una u otra manera trabajaron con Craven, expresaron su pesar por la muerte del director. De actores como Rose McGowan, Courtney Cox, Sarah Michelle Gellar y David Arquette, a colegas como Joe Dante, James Wan, Roland Emmerich, Clive Barker y Kevin Smith, pasando por el productor Bob Weinstein o el guionista Kevin Williamson (autor de los cuatro episodios de la saga Scream), nadie quiso dejar de grabar su tristeza en el ciberespacio.
El de Craven es uno de los nombres clave de la renovación del cine de terror que se produjo en los Estados Unidos desde mediados de la década de 1970 y toda la de 1980, junto con los mencionados Carpenter, Hooper o Barker, y otros como Joe Dante o John Landis que abordaron el género de manera más esporádica y en combinación con otros géneros, como el fantástico y la comedia. Su carrera comenzó durante los primeros’70 con The Last House on the Left (1972) y The Hills Have Eyes (1977), que tuvieron una repercusión moderada al momento de su estreno, pero que acabaron convertidos en films de culto. Tal vez con ello tenga mucho que ver el que sería su primer gran éxito comercial, Pesadilla en lo profundo de la noche (1984, Nightmare on the Elm Street), donde combinó con astucia los elementos típicos de las Slasher Movies –sub género que popularizaran films como Halloween (Carpenter, 1978) y Martes 13 (Friday the 13th, Sean Cunningham, 1980), en las que psicópatas enmascarados persiguen a un grupo de adolescentes a los que asesinan siempre con la misma arma blanca y que al fin es vencido por una joven heroína— con un giro de neto corte fantástico. Pero si Pesadilla se convirtió en la película de terror más popular de los años ’80 fue sobre todo por el inolvidable Freddy Krueger, un asesino de niños que es quemado vivo por los padres de sus víctimas, pero que regresa a través de los sueños para seguir matando chicos usando su aterrador guante con dedos de cuchillas. Monstruosamente seductor y con la marca registrada de su cara chamuscada, el raído pullover a rayas rojas y negras y su sombrero de ala, Freddy se convirtió en uno de los personajes de cine más reconocibles de todos los tiempos. La película dio inicio a una larguísima saga que incluye secuelas, reboots, remakes y hasta un crossover en el que debe enfrentarse a Jason, el asesino del machete de Martes 13. Craven dirigió y escribió las dos mejores: la primera y La nueva pesadilla (1994), donde ensaya un interesante juego reflexivo en el que la criatura se vuelve contra sus creadores y en la que tanto Craven como Robert Englund –el actor que inmortalizó a Freddy a costa de encadenarse de por vida a ese papel—, se interpretan a sí mismos.
Si bien La nueva pesadilla fue muy menospreciada, contenía el germen de lo que sería una nueva revolución dentro del género, que dos años más tarde volvería a poner a Craven en el centro del mundo del cine. Cuando en 1996 se estrenó Scream, el cine de terror casi había sido vaciado de sentido a partir de sagas interminables y poco imaginativas como las de Halloween, Martes 13 y la propia Pesadilla. En cambio Scream propuso una vuelta de tuerca que a partir de la parodia dejó al género frente a un espejo. Como si se tratara de llevar al cine de terror al psicólogo, Craven y Williamson reescribieron sus reglas combinándolas con ingenio, humor y autoconciencia: a partir de Scream ningún cineasta dedicado terror podría volver a excusarse en aquello de la inamovilidad de las estructuras genéricas. La saga también puso de manifiesto que Craven era un cineasta que no se tomaba el terror a la ligera, si no que detrás de su obra había un pensamiento acerca de los alcances del miedo asociado al cine. Al respecto alguna vez dijo que las películas de terror "son como un campo de entrenamiento para la psique”, porque “en la vida real los humanos son seres endebles, amenazados por peligros a veces terribles, como lo que ocurrió en Columbine”. Pero que “las formas narrativas colocan esos temores dentro de una serie manejable de acontecimientos” y por eso “constituyen una herramienta para pensar racionalmente acerca de nuestros miedos".
Está claro que para los seguidores del género el domingo a la noche el miedo en el cine dejó de ser lo que era. Pero aunque, como el fantasma de Oscar Wilde que imaginó para su corto “Peré-Lachaise”, incluido en París je t’aime (2006, otro film colectivo), Wes Craven también se desvaneció dejando una obra amplia e intensa que siempre será grato volver a visitar.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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