Desde hace tiempo es fácil identificar el nombre de Ana María Shua con el microrrelato, esos cuentos mínimos que, bien escritos, siempre exceden la brevedad de la única página que usualmente habitan con comodidad. Libros como Botánica del caos, Fenómenos de circo y ahora Temporada de fantasmas, publicado por la editorial especializada en cuentos Páginas de Espuma, dan fe de ese vínculo entre la escritora y el género que ha adoptado como propio, y que con cada nuevo trabajo se encarga de revalidar. De sostenerlo como expresión literaria válida y valiosa ante las miradas críticas de colegas (algunos de ellos muy prestigiosos, pero que aquí, piadosamente, evitaremos nombrar) que insisten en su desprecio, por considerar al microrrelato más un acto de comodidad que de creación. Alcanza con leer un par de los que Shua incluye en su último trabajo para notar que el tamaño será muy importante en otras áreas (y por cierto que lo es) pero no en la literatura. ¿Un ejemplo? Está bien. El cuento se llama “Los cadáveres”:
“Hace diez minutos, en la vereda de enfrente, intentaron asaltar una oficina. La policía ha puesto vallas y la gente se arremolina, empujándose para ver. Hay cadáveres.
Yo no cruzo por temor o por pereza, pero también a mí me gustaría ver a los muertos. Un acto de prestidigitación les escamoteó la vida y ahora fingen con la perfección absoluta que sólo puede obtener de sus asistentes un auténtico Mago.
Sin embargo, hasta que no se levanten y anden, el espectáculo no estará listo para ser exhibido. Sólo un par de veces logró el Gran Mago completar el truco, y desde entonces, para nuestro mal, persiste una y otra vez en los ensayos.”
Hermoso, ¿no? Y brillante, de una potencia poética enorme y una notable economía de lenguaje. No sólo por todo lo que en él es dicho –que es un montón—, sino por todo lo que se ha evitado decir –que es mucho más— y que, de decirse, tal vez hubiera convertido al cuento un mero ejercicio del ego literario de su autor(a). El microrrelato es entonces una muestra de humildad literaria que muchos grandes novelistas, parados en la cima de sus novelas de mil páginas, son incapaces de dar y muchas veces también de valorar. Una lástima, pero son ellos quienes se lo pierden.
Sin embargo tampoco debe negarse que el género mismo provoca interrogantes, porque a veces se lo hace indistinguible de la prosa poética, que es otra cosa, sin dudas, pero que se le parece bastante. Y si bien los de Shua no pueden dejar de ser considerados como cuentos, también es cierto que se trata de cuentos tramposos que entre los pliegues de su prosa narrativa trafican el puñal envenenado de la poesía. En la sorpresa de ese filo inesperado se juega también la potencia de un género capaz de echar mano de todos los recursos que el autor tenga a mano para alcanzar el éxito de atrapar al lector en unos pocos renglones. “Es que ciertas piezas de prosa poética son en realidad microrrelatos. Solo que antes no se las catalogaba de ese modo porque ese género no existía”, reconoce Shua. “El belga Henri Michaux fue considerado en vida un gran poeta. Sin embargo, para mí, es un autor de extraordinarios microrrelatos. Robert Hass, un poeta norteamericano, hoy sería considerado un narrador de flash-fictions. Su brevísima “Historia sobre el cuerpo” (que se puede encontrar en internet) es una muestra de cómo es posible conmover y profundizar en la psicología de los personajes en veinte líneas. En mi caso, creo que mi necesidad de poesía se expresa a través del microrrelato. Pero también el cuento y la novela pueden ser más o menos 'poéticos' sin dejar de ser narrativos.” Acto seguido propone con humor un método particular para reconocer un microrrelato, que un poco se burla de sus detractores: “si parece un poema, es un poema; si parece un aforismo, es un aforismo; si parece un chiste, es un chiste; pero si uno no sabe bien lo que es, probablemente sea un microrrelato.
Igual que en libros anteriores de la autora, la estructura de Temporada de fantasmas se organiza a partir de una serie de núcleos temáticos. Así es posible encontrar secciones con cuentos sobre parejas, sobre la ficción o la realidad, la divinidad, las enfermedades, lo mítico o lo onírico. Pero al mismo tiempo permite que cada lector pueda jugar a encontrar sus propios ejes que atraviesen de forma transversal la totalidad del libro. La felicidad y la tristeza o lo lúdico y lo solemne, entre otros, también están presentes. “Mis clasificaciones son muy arbitrarias. Me di cuenta de que es una ayuda para el lector encontrar un libro de este tipo dividido en secciones, en lugar de los textos todos seguidos. Entonces, antes de publicar, los ordeno de alguna manera”, reconoce la autora. Más allá de los ejes que puedan organizar el libro, en Temporada de fantasmas también es posible reconocer una serie de pensamientos y miradas que dan cuenta de una forma particular de ver y entender el mundo. Y, por qué no, acerca de la labor del escritor. “La única ética del escritor es el respeto por la literatura”, dice Shua, tajante. “La literatura, el arte en términos generales, tiene una profunda relación con la verdad y por ahí pasa su compromiso ético. Pero ¿qué es la verdad?”, continúa. “La ética y la estética están indisolublemente relacionadas. Por algo decía Santo Tomás que la belleza era el resplandor de la verdad y, aunque él se refería a un tema teológico, no iba descaminado. No creo en la existencia de ningún dios y sin embargo sé que hay Algo Más, algo que trasciende el mundo humano, que va más allá de la palabra. Algo que a veces llamo Caos: esa masa primigenia previa a toda clasificación, previa al verbo, y algo de eso debería transparentarse a través de la literatura. He dicho”, concluye con gracia. Justamente varios de los cuentos del libro vinculan lo divino y lo literario, en tanto en ambos casos está implícito el acto creador. “Sí, claro que el escritor es un diosecillo que reina sobre su minúsculo universo”, admite Shua. “Y el juego y el capricho son esenciales en el trabajo de escritura. O al revés: se trata, en realidad, de pensar en quién nos escribe.”
Varios de los cuentos incluyen interesantes miradas sobre un tema que en los últimos tiempos ha adquirido carácter de urgencia, que es el de la violencia de género. “Nunca había pensado mis textos en ese sentido, pero por supuesto que está ahí”, acepta la escritora. A partir de ellos es posible interrogarse acerca cuál debería ser el rol de la literatura frente a determinados conflictos de la realidad. “Empecemos por separar a la literatura de cualquier posible compromiso político. La idea de compromiso de los 60 y 70 terminó por demostrar que la literatura siempre está profundamente comprometida con la ideología de su autor, se lo proponga él o no”, aclara Shua, poniendo blanco sobre negro. “Es ridículo exigir compromiso con lo que a uno le parece bien y desdeñar el resto como no comprometido”, agrega. “Me pareció interesantísimo que la Biblia insinuara que no sólo el hombre tiene la culpa del bestialismo, sino que hay que matar al animal también", dice refiriéndose a "Alguna bestia", uno de esos cuentos en el que se juega con la idea de la culpa del animal respecto del acto del hombre que lo ataca (Ver el cuento a continuación). Y cierra: "No acuerdo con esa idea terrible de que lo políticamente correcto incluye borrar la historia. Al contrario, hay que recordarla y debatirla”, finaliza al respecto.
"Alguna bestia"
(por Ana María Shua)
El que pecare con alguna bestia, muera sin remisión. Matad también a la bestia, dice el Señor.
(Porque algo tendrá esa oveja, esa gallina, ese camella impía y lúbrica, para tentar así a un varón del pueblo elegido. Y sobre todo, ¿cómo impedir que los demás enloquezcan de curiosidad, madre del deseo, ante una hembra por cuya entraña caliente otro se ha jugado la vida, la ha perdido?)
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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