La presentación estuvo cargada de emoción debido a la reciente muerte de Fernando “Pino” Solanas, emblema del cine político en nuestro país, quien falleció tras contagiarse de covid-19 en Francia, donde se desempeñaba como embajador ante la Unesco. Lima y Barrionuevo confirmaron que la 35° edición estará dedicada a homenajear a la figura y la obra del gran director argentino. Con esa intención se incluyó en el programa una sección en la que podrán volver a verse algunos de sus trabajos más recordados, como Tangos, el exilio de Gardel (1985), Sur (1988) o El viaje (1992). Además, el documental La hora de los hornos (1968), pieza clave en la historia del cine social en América latina dirigida por Solanas junto a Octavio Gettino, oficiará como película de apertura, un lugar de gran peso simbólico en cualquier festival del mundo.
Las estrellas de la programación fueron otra vez las principales secciones competitivas: la Competencia Internacional, la Latinoamericana y la Argentina. Como el resto de la programación, estas tres categorías también se presentaron en formato reducido, incluyendo apenas diez títulos cada una, en las que el equilibrio entre directores y directoras es casi perfecto. La Internacional incluye cuatro obras de artistas locales: Adiós a la memoria, de Nicolás Prividera; Isabella, de Matías Piñeiro; Nosotros nunca moriremos, de Eduardo Crespo, y Las mil y una, de Clarisa Navas. Los trabajos de Prividera y Piñeiro vuelven a girar sobre los temas que definen sus filmografías. En el primer caso, la memoria como espacio capaz de fundir lo personal y lo colectivo; y la relectura en clave contemporánea y experimental de la comedia shakespeariana, realizada a través de sus personajes femeninos, en el segundo. Por su parte, la tercera película de Crespo retrata las diferencias en el proceso del duelo de la madre y el hermano menor de un joven que aparece muerto en un campo.
El segundo trabajo de Navas aborda uno de los temas más revisitados este año en esta competencia: la pubertad vista desde los ojos de personajes femeninos. Sobre ese tópico también trabajan Shopie Jones, de la estadounidense Jessie Barr, y Seize Printemps, de la francesa Suzanne Lindon. Cada una a su modo aborda esa compleja etapa a través de relatos donde la ficción parece estar muy cerca de lo autobiográfico. La protagonista de Shiva Baby, de la canadiense Emma Seligman, tampoco está lejos de la adolescencia: se trata de una joven universitaria que acompaña a su padre a un funeral y ahí encuentra a su amante, un hombre 15 años mayor. La competencia se competa con El año del descubrimiento, del español Luis López Carrasco; Moving on, de la coreana Yoon Dan-bi; y Red Post on Escher Street, último film del japonés Sion Sono.
De la Competencia Argentina participan las películas 1982, de Lucas Gallo, documental sobre el dispositivo mediático montado en torno a la Guerra de Malvinas; El tiempo perdido, donde María Álvarez retrata a un grupo de lectores de la monumental obra de Marcel Proust; Esquirlas, de Natalia Garayalde, relato sobre la explosión del arsenal de Río Tercero realizado con material que la propia directora grabó cuando tenía 12 años; Historia de lo oculto, de Cristián Ponce, una distopía nacional ambientada en unos años ’80 en los que las Malvinas son un destino turístico y Andrea del Boca protagonizó El Exorcista; La sangre en el ojo, de Toia Bonino, documental sobre la perdida y la venganza; Las motitos, de Inés María Barrionuevo y María Gabriela Vidal, otra historia de iniciación en clave femenina; Mamá, mamá, mamá, de Sol Berruezo Pichon-Riviere, retrato de una niña que pierde a su madre y encuentra en los juegos una instancia de duelo; Las ranas, tercer largo en el que Edgardo Castro juega con el límite de lo real y la ficción; Un crimen común, debut en solitario de Francisco Márquez estrenado en la última Berlinale; y Un cuerpo estalló en mil pedazos, donde Martín Sappia intenta capturar la figura inaprensible de Jorge Bonino, uno de los animadores de la escena cultural de los ’60.
Solo un film argentino participa de la Competencia Latinoamericana: La escuela del bosque, quinto trabajo del escritor y cineasta Gonzalo Castro. Junto a ella se verán las uruguayas Chico ventana también quisiera tener un submarino, de Alex Piperno, y Al morir la matineé, de Maximiliano Contenti; las colombianas Como el cielo después de llover, de Mercedes Gaviria, y Los conductos, de Camilo Restrepo; las mexicanas Fauna, de Nicolás Pereda, y Selva trágica, de Yulene Olaizola; la panameña Panquiaco, de Ana Elena Tejera; la producción brasileña Mascarados, de Marcela y Henrique Borela; y Piola, del chileno Luis Alejandro Pérez.
Fuera de las competencias podrán verse los últimos trabajos de cineastas como los argentinos José Campusano, Fernando Spiner, Paula Hernández y Sandra Gugliotta, o del coreano Hong Sangsoo. Como siempre estarán Hora Cero, la popular sección de medianoche, y Mar de chicas y chicos, dedicada al público infantil. Habrá también cinco secciones de homenaje. Los honrados serán tres grandes directores argentinos como Manuel Antín, Edgardo Cozarinsky y María Luisa Bemberg (a cuya obra el festival también le dedicará un libro), y dos actrices emblemáticas: Norma Aleandro y la recientemente fallecida Rosario Bléfari.
Entre las actividades se anunciaron cinco charlas virtuales con maestros que prometen ser imperdibles: la gran cineasta portuguesa Rita Azevedo Gomes, el director italo-americano Roberto Minervini, el catalán Albert Serra, el venezolano Andrés Duque, la actriz y directora estadounidense Miranda July y Walter Hill, director de clásicos de culto como The Driver (1978) o The Warriors (1979) y guionista de Aliens (James Cameron, 1986), entre otras. Este año Mar del Plata queda más lejos que nunca, pero su festival de cine tomó la saludable decisión de mantenerse bien cerca de su público.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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