El caso de la película Jessabelle, de Kevin Greutert, parece venir a confirmar la vigencia en la Argentina del cine de terror, género del que casi puede decirse que se estrena un nuevo título por semana. Un ritual que en algún momento a comienzos de los años ’80 cumplía la televisión. Por entonces el recordado ciclo Viaje a lo Inesperado proponía una cita semanal con el miedo, con los inolvidables Narciso Ibañez Menta y Nathan Pinzón como anfitriones. El programa fue vital en la formación de cierto rincón (cierto nicho parece una palabra más adecuada para el caso) de la cinefilia actual y en gran medida es responsable del amor incondicional que el espectador argentino parece tener por este tipo de películas. No es gratuita la mención a Viaje a lo inesperado antes de hablar de Jessabelle, en tanto esta y casi todas las películas del género que se estrenan habitualmente en los cines argentinos, comparten un perfil cinematográfico que coincide con aquellas que el programa televisivo ponía al aire los sábados a las 22 por canal 13. Cine con consciencia de clase; de clase B. Y a mucha honra.
De hecho Jessabelle tiene como fondo uno de los temas fetiches de las películas de terror que la televisión nacional tenía por aquellos años: el vudú y su exótico catálogo de monstruos y ceremonias. Un tópico que hacía rato había desaparecido de las producciones de este tipo, ahora empecinadas en contar historias paranormales pseudo reales filmadas con cámaras hogareñas o de fantasmas gritones con todo el pelo en la cara. Como la idea de volver a asustarse con ritos vudús puede resultar un plan atractivo para los nostálgicos ochentosos, es necesario ponerlos sobre aviso: no esperen encontrar en Jessabelle ni los clásicos zombies haitianos de ojos blancos ni muñequitos de trapo atravesados por alfileres. Acá la cosa pasa menos por ese tipo de atractivas fantasías y más por recursos de lo más prosaicos, como animales degollados, velas rojas y altares al costado del camino. Nada que el culto al Gauchito Gil no haya vuelto una cosa cotidiana.
Del mismo modo, la película vuelve a insistir con las fórmulas, redondeando apenas una nueva película de fantasmas parecida a cualquiera de las otras que llegan todos los jueves. Y aunque es posible contar durante el relato algunas escenas de alto impacto, también es cierto que esa cuenta no va más allá de dos o tres. En la superficie narrativa vuelven a quedar algunos miedos simbólicamente obvios, como aquellos de orden racial, en este caso con un espíritu negro que vuelve para reclamar lo que un blanco ha tomado como propio. En ese sentido dan más miedo las noticias de los excesos policiales contra la población negra que, como las películas de terror, también llegan una vez por semana desde los Estados Unidos, aunque tampoco hace falta irse tan lejos para asustarse con eso.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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