A veces, muy pocas, alcanza con un primer párrafo para saber todo lo que se necesita de un libro, que son nada más que dos cosas: de qué se trata y si nos va a gustar o no. Eso es lo que ocurre exactamente con Del caminar sobre el hielo, del alemán Werner Herzog, menos conocido por su rol de escritor que como director de películas como Aguirre, la ira de Dios, Fitzcarraldo, un remake de Nosferatu (que, ya se sabe, no es otra cosa que una versión maravillosamente tramposa de Drácula) que llegó a ser casi tan famosa como la original o la reciente La cueva de los sueños olvidados. Ese primer párrafo dice así: “A fines de noviembre de 1974 me llamó un amigo desde París y me dijo que Lotte Eisner estaba muy enferma y que probablemente moriría, a lo que yo dije que eso no podía ser, no en este momento, el cine alemán aún no podía prescindir de ella, no debíamos permitir que eso sucediera. Agarré una campera, una brújula y un bolso con lo estrictamente necesario. Mis botas eran tan sólidas y nuevas que confiaba en ellas. Tomé el camino más recto hacia París, con la firme creencia de que ella seguiría con vida si yo iba a pie. Además, quería estar a solas conmigo.”
Este artículo podría o, mejor aún, debería terminar acá, simplemente porque no hay nada mejor que decir de este librito de Herzog, que no es otra cosa que la libreta de apuntes que él mismo llevó durante las tres semanas que le tomo caminar desde Munich hasta la capital francesa, que lo que es dicho con precisión admirable en ese conmovedor cuanto revelador párrafo inicial. No hace falta nada más para que sus potenciales lectores y detractores sepan a cuál de esas dos categorías pertenecen, para que unos salgan corriendo hasta la librería más cercana para conseguirlo y devorarse sus poco más de cien páginas en una tardecita, o para que los otros sigan de largo, pasando las páginas de este diario con indiferencia. Pero, sólo por ese capricho que surge de la emoción, la que genera haber sentido que con sus notas Herzog nos ha llevado consigo a recorrer a pie las campiñas bavaras y galas, a mostrarnos como era la vida cotidiana en esos lugares en los años '70, sólo por eso el siguiente punto no será el punto final.
Lo primero que llama la atención es la anécdota que da origen al relato, esa certeza de Herzog de que una decisión determinada y consciente es capaz de cambiar el curso de la historia que, en principio, parece no dejarlo muy lejos de esos técnicos de fútbol que suponen que usando siempre las mismas medias harán que el destino o la suerte (o Dios) les otorguen el triunfo a sus equipos. Sin embargo las diferencias entre ambas cosas son muchas. Mientras que en el caso del técnico se trata de un intento vano por mantener inalterable una determinada secuencia o estructura, en la creencia de que dicha persistencia redundará de manera inevitable siempre en el mismo resultado, en el caso del cineasta es un sistema mucho más complejo el que sostiene su decisión. En la voluntad de Herzog de ir hasta París convencido de que hacerlo a pie le salvará la vida a su amiga hay razones de orden místico, casi religioso, más cercanas a las ideas de ofrenda y sacrificio que a la superstición o la cábala. Es la misma idea en la se apoyan las peregrinaciones, un ritual que se repite en muchas religiones; la misma que hay detrás de la creencia de que la muerte de un hombre en una cruz es capaz de redimir a la humanidad de sus abominaciones.
En Del caminar sobre hielo es posible encontrar además notables conexiones con la filmografía del propio Herzog. Sin ir más lejos, ¿no es acaso esa misma fé (o empecinamiento) lo que empuja al protagonista de Fitzcarraldo al intento titánico de izar un barco montaña arriba? ¿No está toda la filmografía de este cineasta extraordinario repleta de personajes que se juegan todo en un viaje, como el vampiro de Nosferatu o el conquistador Aguirre, que además también viaja a pie? ¿O qué son la mayoría de sus documentales sino magníficas bitácoras de viaje? Así se podría seguir enumerando coincidencias entre este Homo Ambulante del libro y sus equivalentes cinematográficos.
Para terminar no está mal saber quién fue Lotte Eisner para comprender mejor las razones que llevaron a Herzog a emprender su pequeña odisea. Eisner fue una de las más destacadas críticas del cine alemán, autora de un libro fundamental como La pantalla diabólica (editado en Argentina por la editorial Cuenco de Plata) y una notable influencia para la rica generación del llamado Nuevo Cine Alemán de la década de 1970, entre quienes se puede contar, además de Herzog, a Reiner Fassbinnder, Volker Schlöndorff, Rosa von Praunheim o Wim Wenders. ¿Pero cuándo murió Eisner? ¿Estaba viva cuando el cineasta llegó caminando a París en diciembre de 1974 o semejante sacrificio fue inútil? Se trata de un dato que puede encontrarse muy fácil en Internet y la verdad es que no importa. Porque más allá de cómo terminan, lo importante en las historias como esta que cuenta Herzog en Del caminar sobre hielo está en ese camino narrado de manera maravillosa.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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