Ya es habitual que los grandes estudios canten ¡bingo! cuando una de sus películas animadas resulta un éxito, porque saben que eso les permite seguir exprimiendo la misma naranja. Ni siquiera es necesario que se trate de grandes logros, porque hasta los éxitos moderados alientan la esperanza de convertirse en franquicias. Es lo que pasa con Cómo entrenar a tu dragón (2010), cuya recaudación apenas menor a los quinientos millones de dólares está muy lejos de los casi mil de Mi villano favorito 2 o Shrek 2, y de los más de mil de Toy story 3 o Frozen, pero son suficientes para doblar la apuesta inicial. Sobre todo porque, como se ve, las sagas animadas para chicos suelen tener sus picos de ganancias no con la primera entrega, sino con sus secuelas, incluso cuando muchas veces resulten menos interesantes que la original. Este es uno de esos casos.
No resulta una sorpresa que esta segunda parte se ubique un par de escalones más abajo que su antecesora, porque si bien ambas películas comparten un mismo registro y son coherentes en sus virtudes, también lo son en sus defectos que, por cierto, no tienen que ver ni con lo técnico ni con lo estrictamente narrativo. Porque Cómo entrenar a tu dragón 2 es otro exponente del nivel que han alcanzado los estudios dedicados a la animación digital (en este caso Dreamworks) y debe decirse que si se limitara a contar su historia de jóvenes vikingos, habitantes de una aldea que aprendió a domesticar a las míticas criaturas del título, sin dudas sería una mejor película. Pero en lugar de eso, no se conforma con su destino de cuento para chicos –categoría que suele ser minimizada injustamente–, sino que abriga la torpe pretensión de dejar un mensaje, una enseñanza, y se encarga de machacarla y de ponerla burdamente en evidencia. Y ni siquiera se trata de una gran enseñanza.
Es sabido que los mejores relatos, así en la literatura como en el cine, son aquellos que delegan en el receptor la potestad de encontrar posibles “mensajes”. Y un poco llama la atención este tropiezo si se atiende al currículum del director Dean DeBlois, quien debutó en cine con Lilo y Stich (2002), una de las mejores películas clase B de Disney. Pero ya en la primera entrega de esta saga se pegaba un buen resbalón con la moraleja de las capacidades diferentes, ahí mismo donde Buscando a Nemo (Andrew Stanton y Lee Unkrich, 2004) supo ser elegante y efectiva. Y en Cómo entrenar a tu dragón 2 se encarga de cantar loas a la guerra cuando es en defensa propia, cuando cualquiera sabe que para hacer una excelente película de guerra no es necesario glorificarla. Ejemplos sobran. Acá los personajes dicen cosas como: “Es imposible razonar con quienes asesinan sin razón” o “El que es malo no tiene cura”, afirmaciones que tanto pueden ser vistas como una versión ligera de “No negociamos con terroristas”, como un argumento a favor de la pena de muerte o la tortura. Temas en los que, según parece, hay quienes creen necesario ir formando a los chicos.
Artículo publicado originalmente en la sección CUltura y Espectáculos de Página/12.
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