A qué chico no le gusta asustarse? Aunque se tapen los ojos con las dos manos, siempre separan los deditos para ver un poco más. Aunque después le escapen a la oscuridad y pidan dormir con el velador encendido, los chicos aman a los monstruos. Aunque se escapen chillando de miedo, siempre vuelven. No se trata de nuevas tendencias surgidas entre las sombras del cine y los reflejos de la televisión: ya en el siglo XIX había autores de historias para chicos, como el danés Hans Christian Andersen o los hermanos Grimm, que sabían esconder verdaderas atrocidades entre sus cuentitos. Por no hablar de trabajos más aterradores, como el escabroso y aleccionador Struwwelpeter, libro en donde el médico alemán Heinrich Hoffmann, a partir de unos versitos muy en línea con los limeriks de Edward Lear, contaba historias de chicos a los que les cortaban los dedos por tener las uñas largas o que simplemente acababan carbonizados por andar jugando con fuego. Struwwelpeter se publicó por primera vez en 1845 y sus explícitas ilustraciones, realizadas por el propio Hoffmann, son parte fundamental de la obra.
Más allá de los antecedentes, es cierto que los chicos del siglo XXI tienen una especial inclinación a disfrutar de lo monstruoso, del sobresalto y las historias sombrías o melancólicas que durante buena parte del siglo anterior fueron estigmatizadas con la etiqueta de las malas influencias. El tono gótico que hizo famoso al director de cine Tim Burton, el auge de historietas japonesas como Death Note o dibujos animados como Hora de aventuras, de engañosa superficie naif, son el emergente estético más obvio de una tendencia que indica que a los chicos nunca dejó de gustarles eso de asustarse un poco. Por supuesto que el terreno literario no es ajeno a su propia época y los libros de miedo para chicos son parte importante de la producción editorial actual. Dentro de ella, sin embargo, no deja de llamar la atención el auge de los libros ilustrados centrados en la obra de autores que hasta hace muy poco difícilmente fueran incluidos dentro del canon de la literatura para chicos. Edgar Allan Poe, Saki o los cuentos de locura y muerte de Horacio Quiroga han sido en años recientes protagonistas de estupendas colecciones infantiles, donde el complemento gráfico es un importante valor agregado. El trabajo de los artistas dedicados a ilustrar sobre una base tan ominosa no parece sencillo, en tanto deben hacer equilibrio entre respetar las escabrosas ficciones creadas por esos autores, pero sin desatender los límites del público infantil, que no por su afición al miedo ha perdido su inocencia.
Para conocer más acerca de esta delicada labor, qué mejor que la voz de tres expertos. Se trata de los ilustradores Eugenia Nobati, Rodrigo Folgueira y Poly Bernatene, quienes han trabajado sobre estos tres autores en particular para colecciones de diferentes editoriales y conocen a fondo los problemas que este implica. "Yo no hablaría de problemas, sino de desafíos", dice Folgueira, quien ha adaptado varios cuentos de Quiroga para editorial Losada y también trabajó con Saki. "Más que nada se trata de estar a la altura del trabajo, del autor y de las propias expectativas, que siempre son muchas", completa. Para Bernatene, que dibujó a Poe para una colección de editorial Guadal, la dificultad radica en que se trata de "clásicos que fueron varias veces adaptados al cine, el teatro o la historieta, por lo que nuestros trabajos son meras interpretaciones artísticas de universos muy explotados desde lo visual". Algo similar piensa Nobati, quien también trabajó sobre textos de Poe: "Al ilustrar obras muy transitadas, como cualquier historia clásica, el primer problema es cómo despegarse de esa enorme cantidad de imágenes previas que trae la memoria. Olvidar todo eso y encontrar la imagen propia a partir del texto en sí, ya es un tema", afirma ella.
–¿Y qué sensaciones o sentimientos les provoca haber abordado de manera exitosa trabajos tan difíciles, que llegan con el peso extra de esos nombres?
Poly Bernatene: –Una enorme satisfacción de haber podido contar esas historias con mi propia voz. Desde el momento que leemos por primera vez esos textos, miles de imágenes invaden nuestras cabezas, y poder sacarlas y mostrarlas al mundo es como concretar un sueño.
Rodrigo Folgueira: –Yo fantaseo con el lector anónimo que va a tener ese trabajo en sus manos y va a ponerme a mí en el mismo universo de Saki o Quiroga; aunque más no sea por unos instantes.
Eugenia Nobati: –A mí me pasa que viendo el trabajo terminado, siempre me aparece la duda de si hubiese podido hacerlo mejor, entrar más profundo en la historia o encontrarle soluciones distintas a cada situación.
RF: –En mi caso, también siento el deseo casi inmediato de cambiar todo. De empezar de nuevo. Pienso: ¿"Por qué no lo hice de este modo?, ¿por qué no cambié esta imagen o aquella idea?"
–¿Por qué creen que se da esta tendencia de incorporar autores como estos dentro de colecciones literarias destinadas al público infantil?
EN: –Son los chicos los que piden historias de miedo, suspenso o de intriga alrededor de los ocho o nueve años.
PB: –La brecha entre el público infanto-juvenil y el adulto se ha ido reduciendo con el paso de los años debido a que estos últimos, lejos de prejuicios tontos, se acercaron y aprendieron a disfrutar de los libros ilustrados, ampliando las formas de percibir estas temáticas oscuras.
–¿Creen que el crecimiento y la familiaridad con los medios audiovisuales puede haber tenido influencia en esa percepción?
EN: –Puede ser que esta baja de la edad sea provocada por el cine y la televisión, que les deja asomarse al género cada vez más temprano. Pero en el fondo creo que nunca dejaron de necesitarlas, sólo que en determinado momento el miedo a traumatizarlos hizo que los adultos los sustrajeran a esta clase de historias. Pero antes de los '60 cualquier chico tenía a disposición los clásicos de Andersen o las historias de Salgari, entre otros, que si bien no son terror, son bastante truculentas.
RF: –Diría más: Poe, Saki o Quiroga son autores que están directamente ligados al público joven. Yo los leí a todos por primera vez antes de los 15 años. Cuando uno es chico entra mucho más confiado e inocente a los mundos que estos autores proponen.
PB: –Es lógico que dentro de las primeras lecturas adolescentes sean protagonistas las lecturas oscuras, góticas o fantásticas, y en este sentido las editoriales supieron adaptarse y captar a este público acostumbrado a recibir todo a través de lo visual.
RF: –Además, les ofrecés buena literatura a chicos y jóvenes, y eso los hará más exigentes y curiosos cuando crezcan. De adulto, uno vuelve a leerlos y descubre nuevas aristas, nuevos tesoros en ellos. Pero la fascinación que despiertan en un lector joven, despiertan en un lector joven, con un espíritu mucho más romántico, mucho más dispuesto a la fantasía, es única.
EN: –Estas historias funcionan igual que la montaña rusa: permiten experimentar el miedo, pero desde la seguridad de que se está bien sujeto a la realidad. Intuyo que a los chicos les sirven para desafiarse a sí mismos, y también para comprobar que pueden entrar en la fantasía y volver de ahí más ricos y sin daño. Creo que asomarse al miedo en el papel es un aprendizaje para poder enfrentarlo en la vida.
–¿El trabajo de qué artistas les resulta inspirador o reconocen como influencia?
EN: –Puedo decir quienes me atraparon y me marcaron, pero no sabría decir acerca de influencias. Me cuesta detectarlas, quizás por esto de que cada uno va buscando su camino personal y, como no he tenido formación académica fueron, apareciendo en forma desordenada. El primero de todos fue Brueguel con sus delirios abigarrados. Después Carlos Alonso, Egon Schiele, los Brescia, Klimt, Carlos Nine, Arthur Rackham. La lista es larguísima.
RF: –Mi formación como dibujante está ligada al mundo de la pintura y mis ilustradores más admirados pertenecen al mudo de la historieta. Eso genera un universo en el que se juntan Schiele, Alberto Breccia, Alonso, Nine, Spilimbergo, Mandrafina, y te podría seguir nombrando a muchos.
PB: –Mi entrada a la literatura de este tipo fue a través de la historieta. Y por la puerta grande, porque lo hice a través de Alberto Breccia, quien hizo muchas adaptaciones de Poe, Lovecraft, Quiroga o Stevenson, entre otros. Su inacabable forma de buscar nuevas maneras de contar siempre ha sido una gran inspiración en mi carrera.
–¿De qué forma sienten que esa influencia se manifiesta? ¿Qué movimientos provoca en sus trabajos?
RF: –Reconozco que soy muy curioso e influenciable. Veo un nuevo libro o una muestra y siento la urgencia de dibujar. Admiro el trabajo de muchos artistas, me gusta buscar y conocer nuevos dibujantes y sus maneras de interpretar la realidad y transformarla en un hecho plástico.
EN: –Para mí, la idea es generar en uno mismo cuando dibuja y en otros cuando ven ese dibujo, la intensidad de sensaciones que me produjeron estos artistas con sus obras. Lograrlo es otra historia, por supuesto.
PB: –Saber aprovechar estas influencias a la hora de hacer nuestras propias interpretaciones puede convertirse también en un gran obstáculo. Pero una vez que lo logramos, son muy estimulantes y proporcionan herramientas valiosas a la hora de producir una obra propia.
–¿A qué otro escritor les gustaría tener la posibilidad de ilustrar?
EN: –La lista es larga. Tengo una versión inconclusa de Alicia en el país de las maravillas. Las Crónicas marcianas o El árbol de las brujas de Ray Bradbury serían un placer; La historia sin fin, de Michael Ende; algunos cuentos de Calvino, o Cortázar. O El enano, de Pär Lagerkvist y también Bomarzo, de Mujica Láinez son algunas de las cosas tentadoras que se me ocurren ahora.
PB: –Ray Bradbury también es uno con el que me gustaría hacer algo. Pero en estos momentos estoy más abierto a conocer otro tipo de autores, clásicos que no hayan sido tan abordados o conocidos por la mayoría de la gente.
RF: –Para mí, siempre es un gusto encontrarme con la propuesta del editor. Pero reconozco que me gustaría mucho trabajar autores argentinos: creo que hay una cantidad enorme de material de excelente calidad. «
Dibujando las maldades de Saki y Poe
En los últimos años se ha extendido la tendencia editorial de pensar colecciones ilustradas de autores clásicos orientadas al público infantil y adolescente, pero que se corren de la lista de los sospechosos de siempre como Julio Verne, Robert L. Stevenson o Jack London. Es el caso de la que lanzó editorial UnaLuna, que en el transcurso del último año acaba de publicar dos volúmenes dedicados a grandes cuentistas del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, que comparten un fondo estético tenebroso y oscuro. Se trata, por un lado, de Relatos horriblemente buenos y escalofriantes, del inglés Saki (seudónimo con el que se hizo famoso el malévolo y sarcástico Hugh Munro), y Cuentos grotescos y espeluznantes, que reúne una selección de los más reconocidos trabajos de Edgar Allan Poe, ambos ilustrados con acierto por Rodrigo Folgueira y Eugenia Nobati, respectivamente. Aunque Saki y Poe comparten algunas características literarias como cierto placer por el horror y lo morboso, es mucho más lo que los separa que lo que los une. Así como puede decirse que el estadounidense parece tomarse todas sus fantasías góticas con la mayor seriedad, tal vez porque su propia vida torturada se cuela a cada rato en su literatura, en el caso del inglés es imposible no reconocer una liviandad incluso frívola hasta en sus relatos más atroces. Tal vez porque Poe estaba realmente solo entre sus monstruos y Saki, en cambio, formó parte de una generación de escritores dandies dedicados a la buena vida –también monstruos a su manera– que tuvieron en Oscar Wilde a su mayor exponente. Folgueira y Nobati dan perfecta cuenta de esas coincidencias y disidencias en las ilustraciones de ambos libros. Entonces, mientras la traducción gráfica que hace Nobati de Poe es oportunamente opresiva, densa y abundante de grises y rojos, el trabajo de Folgueira utiliza una paleta más amplia y un trazo mucho menos profundo y ominoso, más acorde a la malevolencia juguetona del inglés. El resultado, sin embargo, es el mismo: se trata de dos libros exquisitos.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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