Hace 15 años la industria editorial tenía en la Argentina más deudas que activos, merced a una política a partir de la cual hasta los libros de autores nacionales eran impresos fuera del país. Hace diez años, tras la crisis de aquel sistema, las editoriales estaban más expectantes que activas. Sin embargo comenzaba a gestarse una nueva forma de pensar este negocio que es una de las grandes industrias de la cultura.
Pocos después comenzarían a aparecer distintos emprendimientos que buscaban hacerse cargo de esos espacios desatendidos, pero que sin embargo no habían conseguido hacer desaparecer las necesidades: no es lo mismo matar a los libros que matar a los lectores. Editoriales medianas y pequeñas, pero siempre independientes, se esforzaron por cargar con esas demandas insatisfechas. Hoy en día muchas de ellas ocupan una buena porción del mercado editorial argentino. Eterna Cadencia es una de esas editoriales aventureras.
Surgida hace casi cinco años, Eterna Cadencia acaba de llegar a la edición de su título número cien, entre los que tanto pueden encontrarse varios clásicos como algunos de los autores más interesantes del panorama actual. De la ficción fantástica a los ensayos que abordan de diferentes maneras la figura del individuo y las problemáticas de la lengua, esta editorial se encarga de iluminar zonas de la escritura ensombrecidas por diversas causas. Leonora Djament, su editora y una de las responsables junto a Pablo Brown de haber delineado el proyecto, es la encargada de diseñar el itinerario literario de esta valiosa nave editorial. "Nos interesan libros que intervengan sobre el presente político de la lengua, sean ensayos o ficciones", afirma. "Libros que nos incomoden e interpelen como lectores. Nos interesa la materialidad de la escritura. Nuestro catálogo tiene diálogos internos que se producen entre distintos tipos de libros, y los nuevos títulos se suman para avivar esas fogatas", completa la editora.
–Entiendo que desde la edición no se puede construir un lector, sin embargo deben tener una idea acerca del lector al cual se busca interpelar con estos libros.
–Hay un lector que no sabemos si existe y que tal vez exista a futuro, como decía Benjamin a propósito de Baudelaire. Con respecto de los que sí existen (los que deseamos que existan), diría que son lectores curiosos y atentos, críticos en el sentido más amplio. Lectores no condescendientes, ávidos de buena literatura, desprejuiciados. Y que reciben estos libros como una herramienta para dinamizar otras conversaciones que cada uno está llevando en otros lugares.
–Desde lo literario se propone una amplitud con varios vértices, similar a esa estrella que es el símbolo con el que se identifica a la editorial. Desde clásicos como Roa Bastos o Felisberto Hernández, a autores muy nuevos, como Luis Sagasti. Desde literatura realista a otra por completo fantástica. ¿Cómo seleccionan esos títulos?
–Efectivamente son estructuras disímiles, pero las une su valor literario. Aunque sean más clásicas, como Onetti, o contemporáneas como Gabriela Cabezón Cámara, hay un valor literario y un trabajo sobre la lengua que las une. Ahí está lo que te decía acerca de la preocupación por el presente, pero también por la tradición, que genera un diálogo entre ambos textos para que se reescriban mutuamente.
–En estos casi cinco años, Eterna Cadencia se convirtió en una marca y un espacio editorial atento a la calidad. ¿Es difícil competir contra los gigantes, siempre más preocupados por las ventas?
–Creo que en los últimos años los grandes grupos editoriales están prestándole especial atención a la nueva literatura. En ese sentido no haría una división entre grandes grupos a los que sólo les interesan los libros livianos y la rentabilidad versus editoriales independientes o pequeñas que buscan la nueva narrativa y la calidad. Me parece que las cosas se reparten más equitativamente y algunos de los escritores jóvenes más interesantes son publicados por Mondadori o Emecé. De todos modos, en una editorial como la nuestra esa búsqueda es constante, progresiva y tiene una coherencia que permite que los autores nuevos se integren con el catálogo de un modo diferente al que se pueden integrar en los grandes grupos.
–¿La aparición de editoriales como Eterna Cadencia ha tenido que ver con esa decisión de las editoriales grandes de estar más atentas a los autores jóvenes?
-Sí, pero también pienso que ese siempre ha sido el rol tradicional de las editoriales pequeñas, en el sentido de ser, lamentablemente, semilleros y un lugar de experimentación en donde los grandes sellos pueden observar a los autores que funcionan mejor o son prometedores. Pero también hay un auge de la nueva narrativa y en general las editoriales grandes ahora ven que ser joven no es sinónimo de vender poco.
–¿Qué factores se combinaron para que esta explosión de editoriales independientes tuviera lugar?
–Los '90 significaron la concentración absoluta de la industria editorial y de los grandes grupos. Es el momento en que los alemanes compran Editorial Sudamericana y Emecé es comprada por Planeta. Sin embargo, en ese momento ya está Beatriz Viterbo y a finales de los '90 surge Adriana Hidalgo, tal vez un poco premonitoriamente. Después de la crisis neoliberal el mercado editorial queda muy fragmentado, dejando espacios vacantes, porque se dedicaron a comprar una cantidad de editoriales medianas y pequeñas con grandes apuestas de calidad, sólo para destruirlas. Ahí surgen las editoriales independientes, para ocupar esos espacios con la convicción de que se puede editar y pensar el libro de un modo diferente, y que el modo neoliberal no es el único.
–¿Y cuáles son las apuestas para potenciar esa evolución y ese crecimiento?
–Nuestro deseo es seguir viéndonos como ahora, pero más sólidos, más tranquilos en todos los sentidos de lo que eso representa para una empresa editorial. Con un catálogo más grande y potente del que tenemos, llegando a más librerías en la Argentina y América Latina y en España, donde ya distribuimos. Deseamos la consolidación de todo lo que sembramos en estos cinco años y cien títulos. El futuro es también un gran interrogante, sobre todo por la cuestión del libro electrónico y las plataformas digitales. Creo que nadie sabe hacia dónde va y cómo se va a terminar de reconvertir esto. Habrá que repensar algunas cuestiones, pero creo que la figura del editor va a seguir siendo necesaria como organizador de conversaciones y que seguiremos existiendo. Porque el libro tiene futuro para rato.
Los cinco más vendidos
en cinco años de Eterna Cadencia
Entre los 100 titulos publicados a lo largo de cinco años, esta es la lista de los cinco más vendidos:
1- Cuentos reunidos, de Felisberto Hernández.
2- Introducción a la lectura de Jacques Lacan, de Oscar Masotta.
3- Recorre los campos azules, de Claire Keegan.
4- El París de Baudelaire, de Walter Benjamin.
5- La Virgen Cabeza, de Gabriela Cabezón Cámara, y Los cuentos siniestros, de Kobo Abe.
Los últimos cinco de los cienn libros de Eterna Cadencia
Estos son los últimos títulos de los cien que la editorial lleva publicados en sus cinco años :
1- Historia de las pulgas que viajaron a la luna (y otros cuentos de ficción científica), de Kobo Abe.
2- Letras gauchas, de Julio Schvartzman.
3- Lo infraordinario, de Gorges Perec.
4- Cuadernos de lengua y literatura. Volumen V, VI y VII, de Mario Ortiz.
5- Figuras de la historia, de Jacques Rancière.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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