jueves, 18 de noviembre de 2010
CINE - Premiere de Revolución, El cruce de Los Andes, de Leandro Ipiña: La política va al cin
Era previsible, parecía inevitable, y lo fue. Ambas cosas. Se trataba a priori de uno de los momentos más esperados dentro del programa. La première mundial de Revolución – El cruce de Los Andes, el film de Leandro Ipiña sobre la figura de José de San Martín, realizada a salón lleno en el mismo auditorio Astor Piazzolla donde se abrió este 25º Festival de Mar del Plata, fue un momento de emociones explícitas que desbordó lo estrictamente cinematográfico. Era inevitable que a semanas de la muerte de Néstor Kirchner se quisiera ligar la figura del ex Presidente con la del Libertador. Un poco justificadamente (no caben dudas de que Kirchner, por apoyo o por oposición, ya ha entrado en la historia grande de la Argentina), pero sin duda excediendo el marco del hecho en sí, el estreno de una película dentro de un festival de cine.
También era previsible, con la gente todavía sensibilizada por la desaparición de este hombre cuya muerte reveló un amor de dimensiones para muchos inesperada, que ese auditorio desbordado de público terminara honrándolo durante varios minutos con consignas y vítores (que a veces parecieron mecanismos) y cantando sentidamente el Himno Nacional, todos de pie. En la nota de apertura del Festival, publicada en la sección de Cultura, se marcaban los modos diversos en que puede verse al festival, desde el cine o la política, de acuerdo al ámbito de origen del observador. Esa misma dualidad se trasladó a la proyección de Revolución del domingo a la noche: el momento sensible de la política tomó por asalto la presentación del film. Era previsible e inevitable. Pero también hubo cine.
La película de Ipiña no tiene pretensión biográfica. Se trata de la reconstrucción puntual del cruce de Los Andes, que culmina con la victoria del Ejército Patriota en la batalla de Chacabuco. La película tiene sus méritos y entre ellos el trabajo protagónico de Rodrigo de la Serna es tal vez el más notable. No porque el resto de los puntos favorables estén por debajo en la valoración, sino porque aceptar el riesgo de componer un General San Martín y construir un personaje que no sólo es verosímil, sino también atractivo en lo cinematográfico, es un logro que merece ser destacado. Basta pensar que tal vez desde ahora, el rostro del actor será para muchos chicos la cara viva del máximo prócer de la historia argentina, para darse cuenta de cuál es el valor de este trabajo. Que no es consagratorio en sí mismo; más bien es la confirmación de que hace rato de la Serna es uno de los mejores actores del cine argentino.
Revolución es también una muestra de lo que puede lograrse cuando se cuenta con un presupuesto generoso y un apoyo que de algún modo remeda la estructura industrial de otras cinematografías, pero que está muy lejos del carácter casi artesanal del cine nacional. Sorprende ver en una película argentina las impresionantes tomas aéreas de Los Andes, como la reconstrucción de época realizada con detalle. Acertó Ipiña al tomar como modelo el Western y ciertas películas de aventuras norteamericanas, porque dan con un tono que permite al espectador creer que está en el cine y no en una clase de historia. Acierta también en inventar un narrador, un viejo soldado que en 1880 recuerda su adolescencia como parte de aquel Ejército Libertador, lo que permite tomar para el relato un punto de vista menos académico y más íntimo. Tal vez desluce un poco el balance final cierta dificultad para sostener la tensión a lo largo de algún pasaje del cruce, o un tal vez inevitable tono declamatorio de algunas secuencias. Aun así, Revolución es una buena experiencia para el cine histórico argentino.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Tiempo Argentino.
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