Claro, lo malo de los buenos augurios es que no siempre se cumplen. Y es que todo lo dicho acerca del film anterior también le cabe al nuevo, en virtud de que Venom: Carnage liberado repite sus recetas y estrategias narrativas con llamativa obediencia. Está claro que sus responsables están convencidos de que el camino elegido era el correcto y redundaron en él. La realidad es que lo que se cuenta en esta ocasión vuelve a ser mínimo. Un asesino serial es descubierto por un periodista caído en desgracia, cuyo cuerpo ha sido tomado por un simbionte de origen alienígena con el que ha aprendido a convivir en anárquica armonía. El ente le presta al humano sus poderes, quien a cambio mantiene bajo control las pulsiones violentas de la criatura. Pero en una de las entrevistas, el criminal muerde al reportero y parte del espécimen pasa a él, transformándolo en una némesis apropiada para el héroe. Desde ahí hasta el final, el enfrentamiento entre ambos.
Dirigida por el actor británico Andy Serkis, famoso por interpretar a Gollum en El señor de los anillos, Venom: Carnage liberado es víctima de un montaje de planos cortos pero intercalados con frenesí, que convierte a las escenas en un espejo astillado que solo permite ver imágenes sueltas y desordenadas, a las que cuesta entender como unidad. Esto no solo ocurre en las secuencias de acción propiamente dichas, sino también con aquellas que apelan al humor físico, en las que todo es tan veloz y confuso que el efecto cómico se va perdiendo entre los fragmentos. Todo eso conspira contra el objetivo de que el espectador se interese por el destino de los personajes o sienta intriga por el devenir de la trama. El conjunto resulta tan básico, que hasta los pocos buenos momentos de la película se pierden en ese caos atolondrado al que no salvan ni los efectos especiales.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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