Lo primero que sorprende del registro realizado por Brac son las características y la configuración geográfica del lugar. Se trata de un pequeño paraíso natural, como lo define alguno de sus visitantes, que es muy difícil de imaginar tan cerca de la capital francesa, ubicada al interior del territorio galo, bien lejos de las costas. Y es que en realidad el balneario Isla de Loisirs no tiene nada de marítimo. Se trata de un paraje ubicado en Cergy-Pontoise, una pequeña comarca en las orillas del río Oise, cuyas bifurcaciones rodeadas de bosques acaban creando un escenario tan variado como idílico. Una verdadera isla del tesoro a pocos minutos en auto desde París. El lugar representa el destino ideal que eligen quienes no han podido irse lejos de la ciudad, pero que quieren o necesitan escaparle un poco a la rutina y apaciguar el bochorno. Una verdadera horda compuesta por familias numerosas, por hombres y mujeres solitarios y, sobre todo, por las manadas de chicos, adolescentes y jóvenes ávidos de diversión, que buscan (se buscan) establecer lazos vitales con sus semejantes.
En ese imperio de los sentidos avanzan Brac y su cámara, registrando viñetas sueltas de lo que ahí ocurre. Así va articulando un mosaico cuyo dibujo al principio resulta difícil de distinguir, pero al que la acumulación le va dando una forma y un orden. Un grupo de niños que se cuelan porque no tienen para pagar la entrada, pero que son descubiertos por los cuidadores, que los aleccionan sin ninguna intención punitiva. Tirado en la playita, un señor ya grande recuerda el verano en el que conoció a una chica de 20, a la que invitó a mudarse a su hotel cinco estrellas y con quien pasó las vacaciones platónicas perfectas. Chicos cargoseando chicas para conseguir un teléfono; chicas que a veces lo entregan y a veces no. Chicos y no tan chicos saltando al río desde un puente del que no está permitido hacerlo; guardias que deberían evitarlo pero que charlan amistosamente con los infractores. Un nene le enseña los colores en inglés a su hermanito, mientras deambulan por el predio como si el lugar fuera al mismo tiempo una isla y un tesoro que están descubriendo juntos, ahí y ahora.
En las escenas captadas por Brac sorprende la espontaneidad con que los diversos protagonistas actúan, como si la cámara no estuviera o el director fuera invisible para ellos. Montadas con un orden falsamente aleatorio, estas escenas van siendo hilvanadas con una intención concreta: pintar un fresco que dé cuenta de ese caldo de pulsiones y deseos que se cuece al calor del verano. Una instantánea colectiva en la cual, como en los cuadros de los Brueghel (el viejo y el joven), esas pequeñas escenas individuales conviven y se conectan entre sí, hasta articular un relato que cobra sentido recién cuando se toma distancia, para admirarlo completo.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectácuos de Página/12.
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