De hecho, su universo remite directa o indirectamente a muchas películas de probada capacidad para convencer al espectador de pagar una entrada para verlas. Así, Infinite podría ser una de mutantes al estilo X-Men (2000) cruzada con Higlander (1986), en la que dos grupos de seres humanos que son capaces de conservar las conciencias de todas sus vidas pasadas, volviéndose virtualmente inmortales, se disputan el destino de la humanidad: unos para destruirla; los otros para salvarla. Infinite podría ser Mátrix (1999): acá también hay un elegido que debe nacer a una nueva conciencia para poder convertirse en el salvador anunciado. En algunos momentos Infinite se parece a Rápidos y furiosos; en otros a las películas de James Bond protagonizadas por Daniel Craig. O a cualquiera de las de superhéroes, incluyendo un arco dramático que va del mito de origen a la aceptación de ese destino manifiesto en el que “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Y de ahí a un sacrificio de orden cristiano, donde la propia vida se ofrece como garantía para la salvación de los otros.
Descripta de este modo, podría parecer que Infinite es todas estas películas en una, un Aleph cinematográfico en el que confluyen las virtudes y defectos de los títulos mencionados. Pero no: lo nuevo de Fuqua es un pastiche en el que todo eso está pegoteado con actuaciones a reglamento, diálogos que se extienden con torpeza en la necesidad de poner en palabras aquello que no ha podido ser puesto en acción y un “mensaje” new age tan de manual, que ni el locuaz Claudio María Domínguez sería capaz de ponerle onda. Pero no solo Infinite no es ninguna de las películas citadas sino que, siguiendo la teoría de los no-lugares de Marc Auge, se podría decir incluso que se trata de una no-película: el equivalente a un shopping o a un supermercado en formato cinematográfico. Porque si el antropólogo francés define a esos espacios como zonas de mero tránsito asociados al consumo, en los cuales prima el anonimato y lo individual nunca llega a cuajar en una identidad colectiva, de la misma forma Infinite reduce al espectador a la categoría de consumidor, dejándolo solo frente al vacío, incluso en una sala llena de gente.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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