El fútbol en la Argentina es un deporte con reglas propias que sus seguidores conocemos bien.
Entendemos que si sos simpatizante de Huracán o de San Lorenzo la avenida Caseros es una frontera tan peligrosa como Panmunjeom y que al otro lado hay sicarios siempre dispuestos a escalparte por un sueño.
O que andar con la remera de Banfield, Lanús o Quilmes por los mil barrios del sur, equivale a correr el riesgo de ser sodomizado por fanáticos de un club de fútbol distinto cada 15 cuadras.
O que si te quedás dormido viajando en el tren Sarmiento con la de All Boys, siempre existe la posibilidad de despertarte sobresaltado entre las estaciones de Haedo y Castelar, mientras un grupo de hinchas del gallito de Morón te arrastra de los pelos para tirarte a las vías con la formación en movimiento.
O bajarte con tu novia del 166 en la parada incorrecta con una mochila con el escudito de Vélez y que los hinchas del entrañable bichito colorado de La Paternal los corran a los dos por la Juan B. Justo, sin que ningún vecino mueva un dedo para evitar una masacre.
O si sos de Avellaneda, festejar los 6 años de tu hijo regalándole una remerita de Independiente y que su padrino, tu amigo de toda la vida, hincha enfermo de Racing, lo quiera apuñalar con un Tramontina al grito de “a estos amargos hay que matarlos de chiquitos”. Cosas que pasan.
O ser de Central o de Ñewell’s en Rosario; de Estudiantes o Gimnasia en La Plata; de Belgrano o de Talleres en Córdoba; o de Alvarado o Aldosivi en Mar del Plata y crecer sabiendo que de buena gana la mitad de tus vecinos te quebrarían las tibias con una pala de punta los 365 días del año.
O simplemente ser de River o de Boca y tener la certeza de que la mitad del país está esperando a que te des vuelta para abrirte la espalda a machetazos, para después jugar a la payana con tus vertebras.
Sabemos todo eso, pero está todo bien. No pasa nada. Tenemos claro que esas cosas no son más que folclore, notas de color, costumbres argentinas. Parte del ser nacional. Algunos desde la televisión llaman a todo esto los códigos del fútbol e insisten en que, como ocurre con cualquier pacto social, deben ser respetados con honor. No vaya a ser cosa que terminemos cayendo en la agresión gratuita, en el salvajismo propio de pueblos que no conocen la palabra civilización, como la conocemos nosotros, que somos una República muy educada.
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