A pesar de su factura simple que por momentos roza lo amateur, el documental Mocha, dirigido por el tándem integrado por Francisco Quiñones Cuartas y Rayan Hindi, tiene la potencia de lo espontáneo. También es cierto que espontaneidad frente a la cámara no es lo que le sobra a algunos de sus protagonistas durante las primeras escenas de la película. En ellas un grupo de jóvenes, alumnos del Bachillerato Popular Mocha Celis, el primero con perspectiva de género del país (y alguno se atreve a decir que también del mundo), ensayan una y otra vez junto a sus profesores las tomas de presentación del documental, en el que contarán la historia de esta escuela única. Una tarea que se vuelve doble, ya que hacerlo implica necesariamente narrar también la historia de Mocha, una travesti analfabeta de origen tucumano asesinada por la policía en la década de 1990, en cuyo honor se bautizó a la escuela.
Presentados los lineamientos básicos, no es difícil imaginar que en el relato predominarán el tono emotivo y una estética desordenada que proviene de sus protagonistas y hacedores: los adolescentes, jóvenes y adultos que asisten a bachillerato para terminar la secundaria, quienes además son los autores del guión. Que uno de los directores del documental – Quiñones Cuartas— sea también el director de la escuela termina de darle a la película un aire de obra colectiva.
La narración avanza sobre dos líneas principales. Por un lado los testimonios de los alumnos, que reivindican y agradecen la posibilidad de pertenecer a una institución infrecuente que lejos de querer normalizar a sus miembros acepta y fomenta las diferencias. Curiosamente este respeto por la individualidad no se opone al carácter colectivo recién mencionado, sino que se trata de opuestos que se justifican: la fortaleza de ese vínculo común se basa sobre todo en la aceptación del otro como ser único e irrepetible. Las voces de los alumnos dan cuenta de las dificultades que acarrea pelear por la unicidad de sus identidades y el alivio que representa haber dejado de hacerlo al menos en el marco de la escuela.
El segundo nivel tiene que ver con el rescate de Mocha, una de las tantas travestis y trans que fueron (y aún son) víctimas de la intolerancia. Y lo hace a través de una serie de testimonios, pero también recurriendo a la dramatización. Es cierto que desde lo cinematográfico este punto resulta el más débil, sin embargo los protagonistas consiguen sostenerlo contra viento y marea supliendo con emoción las carencias de la técnica. Pero llegado a este punto ya no importa si se trata de una película perfecta desde lo fotográfico o desde la puesta en escena, sino su eficacia para revelarle al espectador un fragmento de la realidad que permanecía oculto a la vista de todos. ¿No es ese uno de los objetivos del cine documental?
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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