Como ocurría con Juan Dahlmann, protagonista del cuento “El sur”, Jorge Luis Borges también utiliza su obra como un espejo deformante en el cual proyectaba todas las vidas que no podía, no sabía o no se atrevía a vivir. Vale ese cuento extraordinario como prueba a favor del argumento.
Hay que aclarar que cuando se habla de la obra de Borges no sólo se incluye en ella a sus cuentos, poemas, ensayos y artículos periodísticos, sino también cada diálogo, conversación, entrevista, charla o conferencia que brindó con generosidad a lo largo de una vida dedicada a la literatura. Algo que Adolfo Bioy Casares supo comprender tempranamente, imponiéndose la incomparable tarea de registrar en sus cuadernos-diario las conversaciones que ambos mantenían cada vez que se juntaban. El libro Borges es el resultado de todos esos años de anotaciones y un monumento a la genialidad de su amigo.
Volviendo al tema, así como Dahlmann delira para sí mismo un final épico que lo salve de la deshonra de morir en una cama de hospital, así Borges se fascinaba con las historias heroicas. Por eso en sus charlas aparecen una y otra vez los personajes homéricos, las sagas vikingas y las andanzas de guapos, compadres y compadritos por las orillas de una Buenos Aires donde leyenda y realidad se funden en un relato nuevo que Borges siempre anheló ver convertido en mito de origen nacional. Todo eso vuelve a aparecer en las cuatro conferencias que Borges dio en el año 1965 en un departamento del barrio de Constitución, incluidas ahora en el libro El tango que acaba de publicar primera vez la editorial Sudamericana. La publicación es oportuna, porque coincide con el 30º aniversario de la muerte del escritor. Treinta veces oportuna.
La aparición de textos inéditos es siempre una gran novedad para los lectores de Borges y estos cuatro no son la excepción. Aunque, como se ha dicho, en ellos vuelven a darse cita sus obsesiones temáticas, la genealogía del tango que Borges traza en estos cuatro encuentros pone el acento en la figura del compadre como una continuidad urbana de la del gaucho y, por lo tanto, del tango como una extensión de la gauchesca). En ellas el escritor realiza el camino que lleva al tango de ser una expresión marginal a convertirse en un eufemismo para nombrar a la Argentina.
Así como alguna vez dijo que la gauchesca sólo fue posible a partir de "la mediación de un letrado que imita o recrea la oralidad del gaucho", Borges acierta al atribuir la canonización del tango a la acción de aquellos "niños bien" que lo llevaron a París para legitimarlo y traerlo de vuelta, convertido en danza de salón. Porque como Borges y como Dahlmann, la Argentina también suele necesitar el espejo deformante de la mirada de los otros para aceptarse a sí misma.
Un heredero del linaje tanguero de Borges
Tal vez Edgardo Cozarinsky sea el último de los escritores que mantuvieron cierta proximidad íntima con el círculo borgeano y su obra es testimonio de esa conexión. En ella se repiten algunos temas que solían aparecer con frecuencia en la del propio Borges: la literatura (y el cine) como espacios vivos; la memoria personal como espejo de lo universal; la búsqueda de una identidad y los rastreos de ella a través de la propia genealogía. Y por supuesto, el tango. Igual que Borges, Cozarinsky tiene una especial obsesión con el tema, aunque para uno y otro signifiquen cosas distintas. Si para el gran escritor argentino el tango y sus personajes constituían una continuidad de la gauchesca, un espacio mítico a partir del cual creía posible construir una mitología y una épica nacional, para Cozarinsky en cambio se trata de una de las entradas secretas al universo que más los fascina: el de la noche. En su libro Milongas, Cozarinsky deja constancia de la pasión con que toda su vida se ha entregado a perseguir el espíritu lúbrico del tango, tentado por la promesa sensual de los cuerpos que se entrelazan entre cortes y quebradas con la complicidad de las sombras.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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