Existe la idea –más bien un lugar común— de que entrevistar a un escritor es una de las cosas más fáciles dentro del periodismo porque, tratándose de personas dedicadas a construir con las palabras, siempre tienen algo que decir. Ese prejuicio, que a veces puede ser cierto, tiene sin embargo muchos matices. Tantos como escritores: los hay parlanchines, amables o bien dispuestos, con quienes una charla puede ser cosa sencilla; pero hay otros tímidos, neuróticos o huraños, a los que hay que tener la habilidad de encontrar por dónde entrarles. Sin embargo hay una condición común a todos, que es indispensable para obtener de un escritor buenas respuestas. Esa condición es hacer buenas preguntas. Porque cualquier escritor puede ser más o menos amable, pero ninguno responderá con ganas si se les hace las mismas preguntas de siempre. Recientemente publicado por la editorial Milena Caserola, el libro Sólo se trata de escribir. Conversaciones con dieciséis narradores contemporáneos, del periodista Nando Varela Pagliaro es un buen muestrario de cómo debe entrevistarse a un escritor.
Músico además de periodista, el gusto por entrevistar narradores empezó como un proyecto de Hijos de Babel, la banda de rock que integra Varela Pagliaro. Él mismo lo explica en la introducción del libro: “Empecé a entrevistar escritores como complemento de Otros mundos, un disco con canciones inspiradas en textos de narradores argentinos contemporáneos”. También cuenta que “si bien las primeras entrevistas fueron hechas en video y pensadas para acompañar a las canciones” no tardó mucho en descubrir “que al volcarlas al papel, tenía entre manos otro proyecto”. A la hora de pensar las entrevistas como un libro, cuenta que “la lista inicial de diez escritores pasó a ser de dieciséis” y que “con el agregado de esos seis escritores” se propuso “dejar de lado la tiranía del gusto personal para que el trabajo fuera representativo de distintas miradas literarias”. La lista incluye, entre otros autores, a Marcelo Birmajer, Juan Forn, Fabián Casas, Guillermo Martínez, Marcelo Cohen o Martín Kohan.
Además de poder leer cada entrevista como una unidad con sentido propio, al lector atento no le costará encontrar que en el libro se producen potentes diálogos entre los autores. Como cuando Eduardo Saccheri se pregunta a sí mismo y se contesta “¿Sabés en qué jode cuando la crítica va toda para un lado? En que la gente que está empezando a escribir se siente compelida a hacerlo sólo como lo hacen dos o tres popes de los reconocidos en Puán” y Pedro Mairal parece completar la idea acerca de cómo puede afectar la Facultad de Letras de la UBA a los futuros escritores: “Vi mucha gente con una vocación literaria no muy fuerte a la que la carrera le quemó la vocación, porque en un momento se daban cuenta de que no eran Shakespeare ni Dostoievski y no escribían más. Tenías que tener una vocación muy fuerte para seguir escribiendo después de estudiar Letras.” O el intercambio acerca de los talleres literarios que se da entre Hernán Casciari, quien descree de su utilidad (“Alguna vez dije que los talleres literarios sirven para conocer minas y no mucho para otra cosa. Después, amigos que dan talleres me dijeron que no era tan así. Yo nunca fui a uno y siempre le he tenido muchísimos prejuicios, pero me imagino que ese prejuicio nace de lo poco que sé del asunto y de lo bocón que soy.”) y Guillermo Saccomano, que parece explicarle que su prejuicio tal vez no sea caprichoso (“Salvo el taller de Abelardo, el de Liliana Heker o el de Ángela Pradelli, no conozco muchos talleres serios. Cualquier papanata que ha escrito una primera novela ya se siente con derecho a hablar de literatura con la autoridad de Tolstoi y no es así.”) Otras veces Varela Pagliaro simplemente tiene la virtud de propiciar algunos momentos en los que la memoria le devuelve a algunos escritores un recuerdo extraordinario. Como aquella en que Pablo Ramos cuenta cómo se enteró del significado de la palabra peronista: “Un día en la escuela, estaba en quinto grado y escuché por primera vez la palabra peronista. Entonces, apenas llegué a mi casa, le pregunté a mi viejo: papá, ¿qué es peronista? Y él me respondió: lo que vas a ser de acá hasta que te mueras si no querés que te rompa el culo a patadas.”
Tal vez esa doble pasión del autor por la música y las entrevistas hayan servido para generar una alquimia que convierte a estas dieciséis entrevistas en objetos especiales. “En un comienzo me costaba encontrar coincidencias entre ambos oficios, pero a medida que pasa el tiempo noto cada vez más puntos de contacto. En una entrevista, como en una canción, el ritmo es fundamental, pero más importante es el silencio”, reflexiona Varela Pagliaro. “Un músico o un entrevistador no tienen que estar todo el tiempo tocando o demostrando su inteligencia; los mejores músicos y los mejores entrevistadores son los que saben ponerse en un segundo plano, los que saben dejar el ego en el cajón para que brillen el entrevistado y las canciones”, concluye.
-¿Hay algo que comparten estos escritores y no otros, además de su oficio, que ha hecho que los selecciones para integrar este libro?
-Me cuesta encontrar un vínculo que no sea el hecho de ser narradores. Lo que busqué cuando armé el listado, que como todo listado siempre es injusto e incompleto, es dar muestra de las distintas miradas literarias, pero también de los diferentes oficios que se desprenden del acto de escribir. Por eso, además de narradores, algunos de ellos son periodistas, traductores, guionistas de cine y televisión, poetas o ensayistas.
-¿De qué se habla con un escritor? ¿Creés que se debe tratar de sacarlos de ese espacio que conocen para ponerlos en un lugar menos cómodo?
-No sé si está bueno ponerlos en un lugar menos cómodo, pero creo que en algún punto los debe aliviar salir un poco de su literatura y tocar otros temas. A veces nos olvidamos de que un escritor, además de ser un tipo que escribe, es muchas otras cosas. Mercedes Cebrián, una escritora y traductora española, dice que el periodista cultural es disperso por naturaleza y que la dispersión es un valor y no un inconveniente. Estoy de acuerdo con ella.
-Uno de los temores a la hora de hacer una entrevista es el miedo de estar obligando al entrevistado a repetir lo que ya dijo infinidad de veces.
-Creo que los climas son más importantes que las preguntas, porque desde los climas siempre surgen momentos más propensos para que el entrevistado también se corra de su libreto y no le quede otra que pensar. Cuando releo algunas de las entrevistas noto que hay muchas preguntas que reitero. En esas recurrencias están todas mis dudas, las cosas que de verdad me importan. Con las canciones me pasa algo parecido. En las temáticas que se repiten (en el barrio, en el paso del tiempo, en el amor y el desamor) me reconozco. Siento que esas son las letras que me definen, que me identifican
-¿Hubo entrevistados que te sorprendieron por ser muy distintos de lo que imaginabas?
-Por suerte, con ninguno tuve una mala experiencia. Sí tuve malas experiencias con entrevistados que se despiertan y oscilan entre ser monosilábicos y desafiantes y que lo único que mantienen constante es el mal humor. De esos en el libro no hay ninguno. Al contrario: la mayoría encajó en la idea previa que tenía de ellos. Debo decir que hasta me sorprendió el exceso de generosidad y buena predisposición, sobre todo de tipos como Mempo Giardinelli, José Pablo Feinmann y Antonio Dal Masetto, que por una cuestión generacional uno los imagina más distantes.
-¿Hay alguna cuenta pendiente, algún escritor que hayas querido entrevistar pero no fue posible?
-Me hubiera gustado entrevistar a Abelardo Castillo. Estuve con él cuando hicimos la canción sobre su cuento Patrón, pero después no pudimos coordinar una cita para hacer la entrevista. Espero poder hacerla más adelante e incluirla en una nueva edición. Además me gustaría hacer otro volumen solo de escritoras y otro de narradores más jóvenes. Siempre hay cuentas pendientes.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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