El calendario necrológico de la literatura (siempre útil para el periodista cultural) indica que ayer se cumplieron cinco años de la muerte del estadounidense Jerome David Salinger, uno de los autores más importantes de la literatura norteamericana del siglo XX. Un espacio que ocupa a pesar de haber publicado apenas cuatro libros, de los cuales El guardián entre el centeno (1951) es el primero y más conocido, uno de los títulos fundamentales de la historia literaria de los Estados Unidos. Fue ese libro el que le dio una popularidad inmediata con la que no había siquiera soñado, pero que una vez conseguida deseó con todas sus fuerzas dejar de tener. Salinger publicó Levantad, carpinteros, la viga del tejado, su último libro, en 1963 y su último cuento dos años más tarde. Desde entonces hasta su muerte vivió recluido en su casa en la ciudad de Cornish, negándose incluso a dar entrevistas y sin volver a editar un solo texto. Para su desgracia, ese encierro hizo que su popularidad en lugar de irse apagando se convirtiera en mito: alcanza con leer la referencia que hace a su figura el español Enrique Vila Matas en su libro Bartleby y compañía para tener una perspectiva de en qué clase de héroes se convirtieron Salinger y su obra durante esos 45 años de reclusión voluntaria.
Pero es fácil darse cuenta de cuál es la diferencia entre dejar de publicar y dejar de escribir. Porque los escritores escriben y es eso, y no las publicaciones, lo que los define. Algo que se comprobó a poco de su fallecimiento en 2010. Según revelaron sus biógrafos Shane Salerno y David Shields en La guerra privada de J.D. Salinger, hay cinco obras inéditas que el propio Salinger habría confiado a los responsables de su herencia para ser publicados a partir de 2015. Con lo cual es muy probable que este año se conozca el primero de esos libros. Entre ellos se contarían un volumen de cuentos relacionados con el libro Franny y Zoey, de 1961, y una versión retocada de una obra conocida pero aún no publicada, The Last and Best of the Peter Pans (1942), en la que aparece la familia Caulfield, uno de cuyos miembros, el adolescente Holden, protagoniza El guardián entre el centeno.
Como en cualquiera de los órdenes culturales y sociales, la Segunda Guerra Mundial marcó un istmo abrupto en el panorama de la literatura norteamericana. Un filtro insalvable a través del cual la realidad comenzó a trazar cada vez con más fuerza el perfil definitivo de la potencia hegemónica en que la victoria había convertido a los Estados Unidos. Desde el presente la figura de Salinger aparece como la manifestación más clara de la narrativa de ese momento histórico, sobre todo la mencionada El guardián entre el centeno y sus Nueve Cuentos de 1953. Junto a otros autores como Kurt Vonnegut y los integrantes del movimiento Beatnik, conforman la superficie visible de un témpano enorme que desde la literatura retrata y define a su tiempo. Eso explica que en su país haya sido uno de los escritores de mayor celebridad, más allá de los detalles extra literarios que ayudaron a hacer de él una leyenda involuntaria, como haber llevado su decisión de dejar de publicar a extremos insospechados. Un dato interesante lo aporta Edhasa, su casa editorial en la Argentina, quienes antes del fallecimiento del autor debían conformarse con publicar una vieja versión llena de galicismos y giros castizos que acaban convirtiéndose en escollos para los lectores sudamericanos, ya que el propio Salinger se negaba sistemáticamente a autorizar una nueva traducción. Un detalle que, como la ausencia de referencias biográficas, fotografías o reseñas editoriales en contratapa y solapas internas de los libros publicados, funciona como una extensión del carácter hosco y huraño de su autor.
La segunda historia que potencia el misterio de su figura y de su obra, se relaciona con dos hechos trágicos y ajenos. Cuando el 8 de Octubre de 1980 Mark Chapman mató a John Lennon en la puerta de su casa, frente al Central Park de New York, junto con el arma homicida llevaba un ejemplar de El guardián entre el centeno. Tres meses después, John Hinckley Jr. disparó contra el entonces presidente Ronald Reagan e hirió a tres personas. La policía buscó en el hotel en el que se alojaba el agresor y ahí encontró un ejemplar de la novela de Salinger. Estos hechos se agigantaron hasta convertirse en leyenda urbana: a partir de entonces se dice que El guardián entre el centeno ha sido fuente de inspiración para muchos asesinos; que se encuentra entre los libros marcados por la CIA o el FBI como potencialmente peligrosos, y que quien lo compra o solicita en las bibliotecas públicas norteamericanas es considerado de inmediato por estas agencias de seguridad como una virtual amenaza al sistema. Puede encontrarse un eco de esta teoría en la película La conspiración (Conspiracy theory, de Richard Donner, 1997), protagonizada por Mel Gibson y Julia Roberts.
Es cierto que la obra de Salinger tiene un bienvenido carácter revulsivo y que retrata con maestría la desesperanza y turbación de la adolescencia, pero eso no alcanza para estigmatizarla como mera inspiración para psicóticos. Un mecanismo reductivo clásico de una cultura como la norteamericana, que todavía conserva una fuerte marca del puritanismo heredado de algunos de sus primeros colonos, del que también han sido víctimas otras manifestaciones culturales como la aparición del rock and roll en los años ´50. Por eso debe advertirse a quienes busquen violentas apologías en El guardián entre el centeno que acabarán defraudados. En sus páginas Salinger hace el relato en primera persona de una noche en la vida de Holden Caufield, un adolescente que, producto de algunas tragedias y vicios familiares y sociales, no consigue encontrar su lugar en el mundo. Sabiendo que no volverá a ser aceptado en su prestigiosa escuela al año siguiente, Holden decide que es hora de hacer su propio camino antes que tener que enfrentar a sus padres, en quienes no ve otra cosa que mediocridad, estupidez y conformismo, reflejo de lo que percibe en el mundo. Esa noche escapará del colegio para dar vueltas solo por Nueva York, pretendiendo todo el tiempo ser lo que no es. Alquilará una habitación de hotel; intentará tomarse unos tragos y conquistar alguna mujer en un pub de medio pelo; se sentirá víctima del acoso de un antiguo profesor, en quien buscará apoyo. Y sólo acabará encontrando algo del sentido común que busca en el mundo de los adultos en su pequeña hermanita.
Con El guardián entre el centeno, Salinger pone de manifiesto las múltiples formas en que el sistema olvida al individuo y de qué manera es atropellada la inocencia. Todo eso en medio del exitismo imperial de los años ´50 en la floreciente Norte América. Una certera y crítica metáfora social que parece no haber perdido su vigencia, en un mundo cada vez más parcelado, a través de un relato que combina la ternura ácida con una desesperanza para la que parece no haber consuelo. Igual que para aquel escritor que encerrado en un rancho de Cornish creyó que podría olvidarse de ese mundo hostil, o al menos hacer que el mundo se olvidara de él. Pero no ocurrió nada de eso.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo.
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