Como pasa con el cielo de verdad, en donde las estrellas más luminosas impiden ver otras, más distantes, pequeñas o simplemente más oscuras, así es el mundo del espectáculo. Grandes astros dispuestos a cualquier cosa para acaparar esos flashes que son como reflejos en miniatura de su propia luz; lo que sea con tal de ser tapa en revistas que multiplicarán sus figuritas en tiradas de escala mundial. Sacerdotes de un culto a la imagen (hueca pero lustrosa) que dejan en el cono de su sombra a galaxias enteras que no cuentan con recursos para competir con tanto ego. O que prefieren no hecerlo. Es la guerra sucia del negocio contra los artistas. Pero, ya se sabe, el arte siempre tuvo su Résistance, su guerra de guerrillas, y en ese ejército de descastados los Dead Kennedys son el Vietcong. Y Jello Biafra el General Giáp, el mismo diablo, uno de los artistas más revulsivos y coherentes que hayan dado los Estados Unidos. La tapa de su disco debut, Desastres de la cirugía plástica, que muestra en primer plano una mano blanca sosteniendo la manito reseca y negra de un nenito muerto de hambre, es una prueba de por qué para algunos nunca habrá flashes ni tapas de revista disponibles. Estrellas que eligen reventar en lugar de andar brillando.
Columna publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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