Uno de los hechos salientes dentro del panorama sociopolítico latinoamericano actual, es la corriente de integración regional que comenzó a hacerse sentir con el surgimiento de una generación de funcionarios y gobernantes, durante la primera década del siglo XXI. Hugo Chávez en Venezuela; Rafael Correa en Ecuador; Lula y Dilma Rouseff en Brasil; Evo Morales en Bolivia; José Mujica en el Uruguay; Michele Bachelet en Chile, y el matrimonio Kirchner en la Argentina, fueron fundamentales en América del Sur a la hora de pensar más allá de las fronteras nacionales y empezar a amplificar esa idea a la que los historiadores, sociólogos y politólogos llaman La Patria Grande. Una preocupación y una búsqueda que lógicamente se ha trasladado y tiene su correlato en el terreno de lo cultural y que hace tiempo han hecho propia los responsables del Festival Internacional de Cine de Mar del Pata, y se hace evidente en su Competencia Latinoamericana, la segunda en importancia dentro de este encuentro cinematográfico a orillas del mar.
Por eso no sorprende que este año una película mexicana, La jaula de oro, que cuenta una historia de migrantes y tiene como protagonistas a dos adolescentes guatemaltecos y a dos mexicanos –uno de ellos de origen tzotzil—, haya recibido el Astror de Oro, el premio más importante que concede este festival. O qué la venezolana Pelo malo, ganadora este año de la Concha de Oro en el prestigioso Festival de San Sebastián, se haya quedado con los Astor de Plata correspondientes a las categorías de Mejor Director y Mejor Guión, ambos entregados a la directora (y guionista) Mariana Rondón. O la presencia dentro de las competencias de películas como la boliviana Yvy Marley – Tierra sin mal, de Juan Carlos Valdivia, una mirada sobre la comunidad Guaraní; o la chilena El verano de los peces voladores, de Mariana Said, que habla del conflicto no resuelto de las tierras mapuches en el vecino país y cuyo protagonista es Roberto Cayuqueo, reconocido actor y dramaturgo chileno de origen mapuche. Queda claro que el Festival de Mar del Plata se toma bien en serio la responsabilidad de echar luz sobre el cine latinoamericano.
Pero dentro de su vigésimo octava edición, que concluyó con éxito durante el día de ayer, el Festival incluyó además una sección denominada Ventana documental: Foco Nativo. En este foco el festival ha reunido ocho largometrajes y nueve cortos, cuyo corpus temático gira en torno al eje de las diferentes problemáticas y preocupaciones de diversos pueblos originarios que habitan los territorios de América Latina. Aunque la temática de estos trabajos claramente encaja en la voluntad de retratar la realidad de estos pueblos, no todos son producidos en la región: en algunos casos se trata de películas de origen europeo o estadounidense (aunque con la población hispanoamericana convertida en la primera minoría étnica de los Estados Unidos, desplazando a los afroamericanos, pronto habrá que discutir la inclusión de ese país dentro del colectivo latinoamericano).
Dentro del Foco Nativo se encuentran algunas producciones locales, dentro de las que se destaca A la orilla de este mundo, dirigida por Ariel Di Marco. Como ocurría con dos muy buenos documentales como El etnógrafo de Ulises Rosell y Sip’Ohi, el lugar del Manduré de Sebastián Lingiardi, A la orilla de este mundo vuelve a aportar una mirada sobre la comunidad Wichi, empleando desde entrevistas hasta animaciones en stop-motion para reflejar los mitos y las creencias que marcan la vida de estos habitantes de El Impenetrable, en la provincia de Chaco. Otra miorada sobre la problemática wichi la aporta Marina Rubio, quien con su documental Tunteyh o el rumor de las piedras denuncia la depredación de los suelos mediante la agricultura intensiva y la contaminación que sufre la comunidad Nop ok wet, asentada en la provincia de Salta.
Trasladándose apenas un poco más al norte, En la Puna de Lucas Riselli busca presentar a partir de imágenes la vida de la pequeña comunidad de Pozuelos, en la provincia de Jujuy, en el norte argentino, mientras que Alejo Stivelman plantea en su ópera prima Humano, un viaje por las montañas de Latinoamérica en busca de respuestas para preguntas acerca de las razones de su existencia o el origen del hombre. Otro viaje es el que propone la chilena Violeta Soto Valdés en Ajawaska: fragmentos de un viaje a las alturas, en el que tres amigas -una argentina, una chilena y una boliviana- recorren el Perú visitando las "chicherías", los establecimientos en los que se sirve la tradicional chica.
Haciendo centro en el valioso aporte de las voces de sus protagonistas, el mexicano Guillermo Monteforte presenta Pueblos indígenas en riesgo, en el que realiza un exhaustivo repaso por la situación de nueve pueblos indígenas de su país, a partir de temas como "identidad", "territorio" e "integridad".
Por último, dos documentales toman como eje la vida a la vera de dos importantes ríos sudamericanos, el Orinoco en Venezuela y el Pilcomayo en Argentina, Bolivia y Paraguay. Sobre el primero de ellos corre el relato de El río que nos atraviesa, de la venezolana Manuela Blanco, quien presenta las dificultades que padecen los waraos, quienes han sido desplazados de sus territorios luego de que la cuenca del Orinoco fuera declarada la mayor reserva petrolera del mundo. Por su parte, la coproducción argentino-boliviano-paraguaya Uahat, de Julián Borrell, Demian Santander y Franco González, vuelve a sumergirse en la realidad de los pueblos wichí y weenhayek. El film busca replicar, a partir de los recursos cinematográficos, la dinámica de estas culturas y esas vidas, tan ricas como distantes de la que llevamos quienes, ocasionalmente, nos asomamos al cine para ver qué pasa en el mundo más allá de lo que nuestros ojos nos permiten ver por experiencia directa.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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