Vin Diesel ha hecho de lo mínimo una marca registrada, en donde lo que importa no es tanto el despliegue de recursos sino tener la habilidad de aplicar los pocos que se tienen en el momento justo. No se puede decir, por ahora, que Diesel sea un gran actor, pero sí que sabe qué personajes elegir –generalmente renegados- y cómo volverlos atractivos. Detalles que no parecen mucho, pero que pueden hacer de un actor regular uno respetado. El protagonista de Riddick, el mismo de Pitch Black y La batalla de Riddick, es uno de esos personajes que, como el Toretto de Rápido y furioso, parecen hechos para él. El regreso de este personaje a casi diez años de la película anterior, confirma que la saga dirigida por David Twohy (un cineasta que tampoco será un auteur, pero que suele filmar películas cumplidoras), se ha convertido un objeto de culto. Esta vez viene a refrendar su pacto con los fanáticos e incluso a mejorar lo hecho hasta ahora, aunque de algún modo no hace sino contar más de lo mismo acerca de este peligroso pero noble criminal, que se la pasa huyendo de planeta en planeta.
Riddick obvia lo ocurrido en su antecesora, cuestión que resuelve sin importarle gran cosa en un par de escenas que representan una enorme elipsis, y vuelve a dejar al protagonista como en “La Balsa”: triste y solo en un mundo abandonado. Además de malherido y rodeado de monstruos del espacio. Pronto el personaje se da cuenta de que su única alternativa para salir con vida es activar un pedido de auxilio que al mismo tiempo revela su presencia a los cazadores de recompensa, que serán los primeros en llegar al lugar. De este modo el film no sólo prescinde de todo lo contado en la segunda película, de estética más ampulosa y ligada a las ochentosas tapas de revistas como Metal Hurlant, Xymoc o la primera y mítica etapa de Fierro, sino que se vincula de manera directa con la atmósfera de western carpenteriano de Pitch Black. Aunque más que vincularse en realidad repite aquella historia de enemigos íntimos que, encerrados, deben ponerse de acuerdo para luchar contra una amenaza común. Que en una película muy violenta la escena más traumática tenga como protagonista a un animal, habla a las claras de la humanidad que esta rezuma a pesar de todo. Riddick no sólo cumple con las expectativas, sino que de yapa entrega una creación antológica de actor español Jordi Mollá, en la piel de un cazarrecompensas con muchísimos matices que, como no, responde al nombre de Santana.
Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario