Hablemos de Tony Scott. Cineasta, hermano menor del mucho más reputado Ridley (quien dirigió la primera Alien, Blade Runner y Gladiador, entre muchas), de Tony Scott puede decirse que es un director con altos y bajos, pero con una misión autoimpuesta muy clara: contar historias para entretener a los espectadores de todo el mundo. Una labor sumamente loable que supo cumplir casi siempre, aun pasándose varias veces de distintas rayas.
Tony Scott es uno de esos directores cuyo nombre casi es secreto para el gran público, pero de quien es seguro que todos han visto al menos cuatro o cinco títulos de su impresionante filmografía. Impresionante a fuerza de éxitos, pero también de grandes, entretenidas películas. Y aunque de estas últimas tiene varias, sin embargo será recordado por una de las menos destacadas, pero que marcó una época. Cuando Tom Cruise fue seleccionado como protagonista de Top Gun (1986), puede decirse que era apenas un actorcito al que muchos le veían futuro, con un puñado de papeles secundarios y protagónicos intrascendentes, entre los que se destaca su participación en Los marginados (The outsiders, 1983) de Francis F. Coppola, donde integraba un reparto repleto de niños prodigio. Curiosamente un año antes había protagonizado Leyenda (Legend, 1985) de Ridley, el omnipresente hermano mayor. Top Gun es la segunda película de Tony Scott, una historia menor de amor y aviones de guerra, ambientada dentro de una escuela para pilotos militares de élite. La escuela existe de verdad y sin dudas el film fue financiado por la Marina de los Estados Unidos (en el equipo de filmación se incluyen decenas de pilotos y personal militar real) y por la multinacional Grumman, fabricante de los aviones F-14 Tomcat que son, junto a Cruise, las estrellas de la película. El resultado es un pastiche romántico y patriotero, con una banda sonora cargada de melosos hits de los 80. Aunque también puede ser “la historia de un hombre que lucha contra su propia homosexualidad”, como afirma Quentin Tarantino (un admirador de Tony Scott) en una escena de la película Duerme conmigo (Sleep with me, de Rory Kelly, 1994), que se puede ver en YouTube. Top Gun fue un éxito y Tom Cruise se convirtió en la estrella que es.
Luego Tony Scott lo hizo cada vez mejor. El último boy scout (The last boy scout, 1991), con Bruce Willis; Escape salvaje (True romance, 1993), sobre guión del propio Tarantino; Enemigo público (Enemy of the state, 1998), thriller con Will Smith y en el que Gene Hackman parece retomar, catorce años después, su gran personaje de La conversación (The conversation, 1974), tal vez la mejor película de Coppola. Pero en 2006 Scott se apareció con Dejá vú, una película inclasificable protagonizada por Denzel Washington -con quien ya había trabajado en Marea Roja (Red alert, 1995) y en Hombre en llamas (Man on fire, 2004)-, que combina el policial con el thriller, el romance y la ciencia ficción, y que dejó a todo el mundo pidiendo más. Y él hizo más. Sus últimas dos películas son Rescate del metro 1 2 3 (The taking of Pelham 1 2 3, con Washington y John Travolta, e Imparable (Unstoppable, otra vez con Denzel), películas que funcionan como artefactos narrativos sumamente precisos y en los que Scott alcanza a definir un estilo definitivamente propio basado en el movimiento. Muchas de sus películas trabajan sobre temas como el movimiento, los viaje y los medios de transporte. Aviones, motos, barcos, autos, submarinos, trenes, subtes y hasta viajes en el tiempo. Trabajos que también hablan de un hombre con un espíritu más joven que sus 68 años, que adoraba contar historias. Pero injustamente (o tal vez no), Tony Scott sin dudas será recordado por Top Gun.
El final de la película. El lunes pasado se conoció una noticia, que en este diario apareció publicada en la sección Espectáculos del día siguiente. Tony Scott se suicidó arrojándose al río desde un puente. Se dijo que se le habría diagnosticado un tumor cerebral inoperable, un dato que aun no se había confirmado. (Un día después los familiares negaban el tumor, aunque el misterio continúa.) Pero la realidad es un animal salvaje: ese mismo día la sección Sociedad de Tiempo Argentino abrió informando que la Iglesia Católica estaría presionando, aquí en la Argentina, para impedir que se aplique la nueva Ley de Muerte Digna en el caso de Marcelo Diez, quién lleva 18 años de vida vegetativa tras un accidente vial ocurrido en 1994. La paradoja de las noticias ponía en conflicto dos realidades que parecían tocarse íntimamente: Tony Scott solucionaba con su propia decisión un problema al que la ley todavía le niega un final en el caso Diez. Y en el medio, la Iglesia. La misma que sostiene que el hombre fue creado por un Dios que le obsequió primero el don de la vida, pero que inmediatamente después lo dotó del poder más grande y valioso: el libre albedrío, que le permite al hombre decidir dos cosas. 1º) si va a creer o no en ese Dios; 2º) si va a aceptar o no el regalo de la vida y, en todo caso, en qué condiciones accederá a vivirla. Tony Scott tenía casi 70 años y, según se dijo, un tumor cerebral inoperable. Pero sobre todo, de eso no quedan dudas, la firme decisión de ya no querer continuar con esa vida que, con o sin tumor fatal, había dejado de ser un don para convertirse en una carga. Antes de su último salto, Scott dejó dos notas prolijas. La primera en su auto, una lista de personas a quienes comunicar su muerte una vez ocurrida; la segunda, una carta íntima en el escritorio de su oficina. Tratándose también de un creador, y sobre todo de un contador de historias (y uno bueno), no debería llamar la atención que el gran Tony pusiera tanta atención al final de la suya propia. El problema será, como siempre, para los que nos quedamos de este lado de la laguna, solos otra vez, con la certeza de que ya no podemos esperar la próxima película de Tony Scott, una de las tantas formas que ha sabido adoptar el tan promocionado fin del mundo en este año 2012.
Artículo publicado originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
1 comentario:
casualmente, el otro día ví (nuevamente) The Hunger . Gloriosa.
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