El silencio no existe, no es más que una superstición rural, un fantasma, una leyenda urbana. En caso de que hicieran falta pruebas que demostraran esa inexistencia, pasar un rato con Fernando Noy es la más contundente; él representa la supremacía del sonido, el triunfo del verbo. No se trata del parnásico lugar común en que el poeta le insufla vida a las palabras, sino de la descripción de un hecho concreto: Fernando Noy no se calla nunca. De pie en las escaleras del edificio del Mercado de Abasto, conversa con la gente que pasa, le hace sugerencias al fotógrafo, recita versos sueltos y no deja de contar anécdotas, sin que aparezcan a la vista ni una trama ni un final. Parece utópico sentarse a hacer una entrevista con Noy sin acabar perdido para siempre en su torbellino. Como en los laberintos, se necesita un ovillo que permita la posibilidad de hacer el recorrido inverso; en el caso de Noy el hilo de Ariadna es la poesía.
Fernando Noy es poeta desde siempre, aunque también ha sido y es otras cosas. Escribió letras de canciones para Fabiana Cantilo, trabajó junto al modisto Paco Jamandreau, representó artistas, organizó espectáculos, fue reina del carnaval. Y hay más: “Como poeta también fui periodista, con P de prostituta. Y cobraba caro. Siempre digo que tengo las P más terribles en mi currículum: Puto, Poeta y Peronista.” Sin olvidar la de Periodista y la de Prostituta. “Yo me prostituí en todo, menos en la poesía. Hice todas las atorranteadas posibles. Menos en la poesía. He sido vedette, travesti, bailarina; he hecho todas las armas del placer o del horror, pero en la poesía jamás.” Cuerpo extraño dentro la poética nacional, Noy tiene más de 40 años de carrera, en los que ha compartido tiempo y espacio con todos los nombres posibles dentro de ese universo. De todos ellos, poetas consagrados u olvidados, Fernando Noy tiene más de un verso en su memoria, que es capaz de recitar casi en trance. De algún modo es como esos viejos que se juntan en los barcitos de barrio, a repetir de memoria las formaciones de River y Boca en un clásico que se jugó en 1947, o el equipo completo (suplentes incluidos) del Huracán del 54. “Creo que el conocimiento de lo poético se equipara al del turf o el fútbol”, dice. “Hay todo un argot secreto de conocimientos, de guiños aprehendidos, de nombres que no pueden olvidarse.” Con esa pasión transita Fernando Noy por la poesía.
-Vos de algún modo sos un pedazo de la poesía argentina.-Pero un pedazo impar y aparte, un añico autoliberado de todo el caleidoscopio.
-¿Realmente no existe ningún lazo?-Siento que la estructura de lo poético, como dominios, me hace incluirme en muchos circuitos y no en uno solo. Me siento tan múltiple que no pertenezco a ninguna escuela y no tengo más que la libertad absoluta como tendencia en la poesía.
-¿Cómo se manifiesta esa multiplicidad?-Muchas veces me invitan a dar talleres, y yo creo lo que menos se puede dar es un taller de poesía. Para suplir esa necesidad de transmitir ciertos conocimientos, armé una especie de espectáculo que es como un encuentro con hombres notables, que en mi caso son un grupo de poetas que conocí y que transmito, para que cuando alguien quiera saber cómo o por qué y de qué manera brillante se escribe la poesía, yo pueda decirles "ésta es la forma, ésta es la dimensión". Empiezo con Pizarnik, sigo con Olga Orozco, Amelia Biagioni, Marosa Di Giorgio, y Amelia Prado.
-Tus “hombres notables” son todas mujeres.-¡Ah, viste! Será que es mi otra luna, en la que puedo sentir veneración por las poetas mujeres. Y quiero agregar a Irene Gruss y a María del Carmen Colombo. A veces me pregunto: ¿serán mis otras identidades que surgen; será mi caballero enamorado de la luna, de la poesía mujer? Pero me parece que el sexo tampoco importa en estos casos. Todas estas poetas son al mismo tiempo la poesía. Aunque es verdad, llama la atención que sean todas mujeres. Y está muy bien eso.
-Las mujeres han marcado la poesía argentina.-Si, es verdad: en el devenir de la poesía argentina hay voces muy enormes del género femenino, pero también hay voces masculinas, algunas olvidadas, por ejemplo Raúl Gustavo Aguirre, ese poeta inmenso al que seguramente no conocés, pero que si lo conocieras me darías las gracias. O Miguel Ángel Bustos. Una multitud de olvidos que conforman la poética masculina, y también la femenina.
-Igual debe haber algo muy profundo para que sean de mujer las voces que elegís para recitar.-Creo que elijo a las mujeres porque en ellas soy las que quise ser. Soy el placer de decirlas. No hay orgasmo más sublime para mí que recitar otras voces que no sean las mías. Por eso debe ser, no hay dudas. Porque, de verdad, si yo te digo un poema es porque ha cumplido ciertos requisitos, que son: fascinación, hipnosis, enseñanza, placer. Una cantidad de conjunciones que no provienen solamente del sexo, aunque en mi caso generalmente las mujeres me conmueven. Pero la poesía no está sólo en los libros, la poesía también es un gesto, una actitud, un movimiento, una captación de algo innegablemente poético, que a veces ni se puede decir.
-¿Entonces lo más importante para la poesía es el receptor que la pueda captar?-Y que tiene que dejarse captar por ella, porque también tiene sus trampas, tiene sus redes. Es la poesía la que te obliga a escribir. Seguramente habrá quien la haga como aerobismo, la poesía transgénica que inunda el mercado persa de la literatura, porque de cien poetas impresos, por lo menos ochenta son bluffs.
-La poesía escrita como quien rellena un formulario.-Como diría Saint-John Perse: para al formulario del puerto. Él escribe: "habitarás tú nombre/y esa será tu respuesta a los cuestionarios del puerto". Habitar la poesía es sentir que tenés esa llave -que tampoco es tal-, pero que te hace ver y repetir y hasta que eso no se sublima en un hecho común y corriente, como pasarlo a un papel, nunca te abandona.
-¿Es un poco prostibulario el ambiente poético?-No sé si prostibulario, porque lo prostibulario es tan noble en el fondo. Ni siquiera: son fotocopias mal autenticadas de males que no son más que la ignorancia, la indiferencia, la enajenación, el oscurantismo. No querer ver al par. Hay grandes escritores, grandes novelistas y narradores que no permiten abrir el cortejo a otros y es ahí cuando más te duele. Aun así sospecho que lo poderoso siempre surge. Cuando murió Pizarnik pasaron 20 años en los que nadie hablaba de ella. Porque se suicidó, porque se la encriptó dentro del sistema de la nena buena, santa y judía que se tuvo que suicidar. Nada de eso es verdad. Ahora pasaron 30 años y es una de las primeras voces leídas en toda Latinoamérica, ahora es esa hembra enloquecida y fascinante, que tenía la posibilidad de escribir lo que ella dijo como nadie. Le chirriaban las tabas, pero al mismo tiempo tenía esas alas, que no eran quizá las de Rilke, pero volaba como pocas.
-¿Qué es entonces un poeta?-Un instrumento de la poética, que a su vez es la propia voz que proviene y continúa de un siglo a otro, como un susurro que es casi de reina mendiga. Hay una continuidad y hasta una reencarnación, porque hay voces que se reiluminan, como la de Artaud, que vuelven sucesivamente. Sino por qué nos golpea tanto leer a un Tristán Tzara, a un Francis Picavia o a Enrique Molina. El poeta es aquel que los profetas y los santos precisan para expresarse. Por eso es muy difícil decirse poeta. Y muy riesgoso, porque te pone más allá de la última estrella o más abajo del más terrible agujero.
-¿Es un agobio ese riesgo?-Durante un tiempo uno no se pregunta demasiado sobre el tema, sino que hace aflorar esa capacidad, que es un don raro, porque es devorador.
-¿Cómo reconociste ese don?-Jamás dije que era poeta: siempre me lo dijeron, desde niño. Mirá: como mi abuela querida vivía en Buenos Aires, yo le escribía cartas y cartas, y cuando ella iba al sur, a Río Negro donde yo vivía, me preguntaba de dónde copiaba esas cartas y entonces se daba cuenta de que eran mías. Ese es uno de los libros que tengo prometido hacer: escribir de nuevo las cartas de amor a mi abuela.
-Hablando de proyectos, ¿estás por publicar algo?-Estoy exponiendo mis dibujos en el local de Laura O, en Godoy Cruz 1575, y tengo listo un nuevo libro de poemas, Piedra en flor. Sin embargo en la prosa, que yo escribo mucho y nadie lo sabe, ahí me siento feliz, cómodo. Me pasa con los cuentos de un libro que estoy cerrando para editar, que se llamará Cuentos quemados por el portero: cuando los leo no lo puedo creer, no me reconozco. Es que, por suerte, dentro de la lengua tengo la facilidad de fascinarme con mi prosa y no así con mi poesía. Con el tiempo me enteré que Rimbaud tampoco amaba su poesía, eso me ayudó a entender por qué cuando me piden que recite una poesía mía me siento como un elefante al que le piden que levante la pata.
-¿Te entristece tener esa relación con tu propia poesía?-No, porque pienso que esto va a llegar con el tiempo. Todavía no cumplí 60 años pero sé que antes la viví a la poética y ahora la transmito. Y en un momento todo va a estar tan coagulado que no voy a poder seguir dudando, porque a veces dudo de mi propia manera de decir como poeta. También estoy por editar otro libro que se va a llamar Diario de amnesia, en el que cuento la historia de mi vida, que fue una fábula. Desde que nací hasta hoy siempre me han ocurrido cosas que están en el territorio de la fascinación. Por ejemplo: llamar a una mina porque me gustó su libro y que resulte ser Alejandra Pizarnik.
-¿Cómo es eso?-Encontré un libro de ella con una dedicatoria: lo leí en media hora y a los 10 minutos la estaba llamando. Ella me preguntó “¿A usted quien lo manda?” Nadie, le conteste. Y me dijo: “¡Uy, mejor! Venga ya”. Ella, que había estado con poetas altísimos, como André Pieyre de Mandiargues, me transmitió un poco del horror que tenía con la presencia poética de sus pares. Cuando la conocí, tres años antes de que decidiera autoeliminarse, tenía una enorme melancolía y ningún interés por salir a ver nada. Alejandra también comprendió que el único temor que se puede tener como poeta es que la realidad te quede demasiado apretada, como zapatos muy ajustados, y que necesites estar en la famosa Torre de Marfil de la que tanto habló Rubén Darío.
-Que el mundo se vuelva ajeno y quedar encapsulado...-Pero encapsulado en un diamante que nunca se cierra. Por eso creo que no se puede decir de uno mismo “Soy Poeta”, pero se puede transmitir serlo, que es otra cosa.
-¿Creés que la poesía está determinada por su tiempo, por su momento histórico?-Un poema de Irene Gruss de los años 70 es todavía hoy una novedad, un privilegio. Un poema de Juana Bignozzi es una profecía del 2010. Las cuestiones de décadas no corren tanto en la poesía; sí corren las etapas, los grupos, lo que se conforma como grupal. Se van armando grupos de gente que se convoca, se sostiene, se ilumina. Pero tampoco cuajo en ese asunto de grupos, porque no soy un espíritu de convoy, de estar ensamblado. Soy más bien solitario-plural. Y prefiero eso cada vez más.
-¿Cómo es el presente de la poesía?-Lo bueno sigue floreciendo. Ahora Luisa Futoransky, gran poeta, ha vuelto al ruedo: Lo regado por lo seco es un libro impresionante. Son rescates que valoro mucho, porque son muy grandes voces. Pero es imposible nombrar a uno sin olvidar a muchos: Molinari; o Julián López, un tipo del grupo Carne Argentina: es una maravilla su poesía. Daniel Riera es un gran poeta; o Camilo Sánchez y Daniel Amiano, que son poetas pero laburan de periodistas. Pablo Marchetti es también un gran poeta.
-¿El director de la revista Barcelona?-Sí: es un gran poeta. Son fuerzas, presencias que tienen una energía que supera presente, pasado y futuro, están más allá: ese es el lugar del gran poeta. Cada uno tiene su librito, pero el que los une soy yo, que soy como un mago en mi posibilidad de contar.
-Sos como el hilo del collar.-Sí. Y el agujero de la perla.
-¿Disfrutás de este papel de memoria poética nacional?-Sí, me hace bien, pero cada vez me aleja más de la realidad. Siento que cada vez estoy más necesitado de vacío; de un vacío suntuoso, ornamental. El silencio es para mí el lujo más grande que puede haber. A pesar de que hablo sin parar, “para no permitir que cunda el hastío”, según me dijo alguien.
-Entonces, ¿sos importante?-Quizás. Nunca me lo pregunto.
Silencio.
Una vuelta por los años locos
-Vos no estuviste acá durante los 70.-Yo me autoexilé en San Salvador de Bahía (Brasil) en el 71, 72. Allá la vida se me hizo una poesía tan rutilante y era tan feliz de dejar todo el horror que era Buenos Aires en ese momento. Era bravo estar aquí, en tiempos de anfetamina, con esa policía tan feroz, la “Gaystapo” le había puesto yo: las mataban a las locas, las llevaban presas, las torturaban. Todo por ser puto, viste. Sin embargo mi transcurrir era girar con dos o tres locas. Jugábamos y vivíamos en torno a Tanguito, a Miguel Abuelo, a (Alejandro) Medina, a (Javier) Martínez. Y también una serie de mujeres, que si vos me decís que en mi poesía yo busco mujeres para reconocerme, también en mis canciones, porque yo canto canciones de Silvia Washington. Por eso te digo que mi vida siempre fue de dicha. A los 15 hacía teatro; a los 17 y 18 tenía el circo; y después ahí por Corrientes veo que aparecen unos tipos excéntricos, con pelos largos. Ahí me meto con el Hippismo, las drogas y la anfetamina. De allí sólo puedo salir por medio del viaje a Bahía, que en ese momento atraviesa el Tropicalismo. ¡Es el momento en que vuelven Gilberto Gil y Caetano Veleoso de su exilio en Londres! Justo un año después de que Janis Joplin estuviera ahí: había marcas de rouge que ella había dibujado en la famosa Casa del Sol. Si ponés en YouTube “Chico Buarque Gilberto Gil Cálice censurado”, me vas a ver con el pelo largo, bailando con ellos. Es muy fuerte mi presencia en ese video, que se hizo cuando Chico creó Cáliz y la Iglesia lo prohibió. A mí me pasa que creo tanto en Cristo, que huyo de las iglesias. Ese concepto lo podés traspasar a todo lo demás. Creo tanto en Jesús, porque lo ví, charlé y tomamos un par de vinos y me dio su teléfono celular.
-No puedo dejar de preguntarte de qué hablaron con Jesús.-¡Ah! Con Jesús no se usan las palabras. Una vez, en un programa de radio me llama alguien, de quien no voy a dar el nombre porque es muy famoso, y me dice: “¡Ey, vos que andás diciendo que la conociste a Janis Joplin, si para esa época ya estaba muerta!”. Y yo le contesté: “¿Sabés qué pasa, boludo? Ella estaba muerta, pero yo tuve la dicha de conocer la heroína, boludo, y el ácido. ¿Y sabés lo que pasa después del ácido? Los árboles se transforman en Janis Joplin, en Jimi Hendrix y en Tanguito”. Todo está: lo amado detrás de un velo, que pareciera que es el oxigeno de piedra, que está ocultando todas estas figuras maravillosas.
-¿Extrañás todo eso?-No, porque lo he vivido. Podría extrañarlo si no lo hubiera vivido.
-Pero podés añorarlo.-No, porque después te va quedando. Mirá que cosa loca: las drogas son un aprendizaje por los abismos, como dice Henri Micheaux, pero de todos los laberintos se sale por arriba, dice Marechal. Creo que logré zafar de los abismos por arriba, para poder contarlo desde otro lugar que no fuera el del Dante. Yo no hablo desde el infierno como tal, sino de lo infernal con todas sus maravillas, sin postular lo diabólico ni lo dark.
Nota publicada originalmente en el suplemento Cultura de Tiempo Argentino.
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