jueves, 11 de septiembre de 2008
CINE - Odette, una comedia sobre la felicidad (Odette Toulemonde), de Eric- Emmanuel Schmitt: Ingenuidad reloaded
Es extraño, casi imposible; pero si alguien se arriesgara a mezclar algunos capítulos de una novelita de Corin Tellado con una pizca del humor de las comedias de Francis Veber, y bastante de la fantasía ingenua de Amelie, seguro que el resultado sería Odette, una comedia sobre la felicidad; y sino algo muy parecido. Claro que en manos inexpertas una poción así podría volverse peligrosa, casi abominable. Misteriosamente, el debutante (aunque no inexperto) Eric- Emmanuel Schmitt ha conseguido evitar el pastiche, y hace el injerto con gracia.
Cuando una mujer joven se acerca a la sección de cosméticos porque necesita ocultar un ojo en compota, Odette, que trabaja ahí, confiesa que ella también supo darse contra puertas estando enamorada. Lo que necesitás es un churrasco crudo para bajar la hinchazón… y cambiar de puerta, agrega. Odette es una cincuentona juvenil y naïf, siempre de buen humor, cuya gran pasión son los libros de Balsan, un escritor popular entre las mujeres, a quien ella cree deberle su felicidad. Odette se siente volar cuando piensa en él o lee sus libros (y lo hace literalmente), entrando en una dimensión etérea en donde lo kitsch no necesita pedir permiso para manifestarse. Contra esa candidez, el novelista resulta un depredador capaz de acostarse con cuanta mujer atractiva se le cruza; sin embargo entrará en crisis cuando un prestigioso crítico destroce su nuevo libro y su imagen de escritor, con saña inesperada. A partir de una carta de agradecimiento que ella alcanzó a entregarle, las vidas de la alegre Odette y de un Balsan desmoronado, tendrán oportunidad de cruzarse.
La película gana potencia cuando trabaja sobre un sentido del humor ácido y filoso que no lesiona la inocencia de la protagonista, y se diluye cuando en la genealogía de la historia romántica aparecen rastros de Ryan O´Neil y Ali MacGraw. Algunos pasajes fluctúan entre estos extremos: es el caso de las apariciones de Jesús, breves islas de sentido que vertebran la película y a las que le calza mejor el espíritu del non sense del comienzo, que la sobrecargada obviedad del final. Tres menciones especiales: la primera para Catherine Frot, que supo dar a Odette la ingenuidad que esta pedía, sin pasarse de rosca. La segunda para los números musicales, efecto colateral de la comedia romántica, que esta vez consiguen lucir por lo extravagante y por Josephine Baker. Y no puede dejar de anotarse el carácter malicioso y artero, sostenido en dobles intenciones, que se le atribuye a la figura del crítico -y a la crítica por extensión-, en una de las más graciosas escenas de la película. Para cuando queda claro que el crítico no estaba muy errado en su consideración acerca del trabajo de Balsan (alcanza con el título de su siguiente libro, La felicidad de los otros, para suponer que no debe ser un gran escritor), Schmitt ya se dio el gusto de tirar el palito. Y está bien así, porque es cierto que los pobres de espíritu también tienen derecho a sus héroes.
(Artículo publicado originalmente en la sección Cultura y Espectáculos de Página 12)
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