Yaksha comienza con una derrota y ahí está su primer acierto. El fiscal Han está ante su gran día: ha citado a un importante empresario sospechado de enriquecerse de forma ilegal y cuenta con elementos para encerrarlo. Pero justo antes del interrogatorio le avisan que su equipo cometió una serie de irregularidades que invalidan la investigación. El jefe le dice a Han que lo niegue para evitar que el acusado se les escape, libre de culpas y sospechas. Pero el fiscal es un hombre incorruptible que pone a la justicia por delante de todo y a sus procedimientos como garantía de que esta se cumpla como corresponde, sin perjudicar ni beneficiar a nadie por su condición social. Y en base a eso decide retirar todas las pruebas conseguidas de forma espuria, haciendo quedar en ridículo a la fiscalía. Como consecuencia lo degradan y envían a una oficina menor, donde se sentirá inútil y humillado. Pero pronto le ofrecen la posibilidad de ir a investigar los métodos de un grupo de espías de su país, que trabajan de forma dudosa en territorio chino, en la frontera con Corea del Norte.
Es sabido que los perdedores en busca de redención pueden ser perfectos para ocupar el lugar del héroe, pero Han está lejos de saber lo que le espera. Los espectadores también. Yaksha demuestra que quienes creían que la Guerra Fría se terminó en los ’90, con la caída del Muro de Berlín y el desmembramiento de la Unión Soviética, estuvieron 30 años equivocados. Porque a partir de ahí la película ubica la acción en una provincia china que comparte frontera con Corea del Norte y Rusia, donde equipos de espías de todas estas potencias, a las que se suma Japón, todavía pelean en silencio por el botín más precioso: la información. No sin inteligencia, la película convierte a ese territorio en el equivalente de lo que era la capital alemana en los ’70 y ’80, así en el cine como en la realidad: un campo de batalla donde todos pelean con todos por debajo de la mesa, mientras por arriba dialogan tratando de no perder las formas.
En su forma de concebir la acción, Yaksha es un noble representante de la tradición oriental. Esto es, que utiliza cada uno de los recursos con los que el género se consolidó en Hollywood para, estilización mediante, llevarlos al extremo. Por esa vía logra ser inobjetable. Con una fotografía virtuosa que aprovecha el impacto visual y la monumentalidad de las ciudades de China, Corea o Hong Kong, Hyeon Na consigue que todo lo que ocurre frente a la cámara aparezca replicado en la pantalla con claridad asombrosa. Acá no existe el embrollo del montaje caótico que oculta y confunde en lugar de mostrar. Por el contrario, cada pelea, cada tiroteo y cada persecución se desarrolla con una elocuencia a la que el cine de género moderno no está acostumbrado. Si eso fuera todo ya sería un montón, pero además Yaksha le suma personajes que están lejos de ser unidimensionales, buenas dosis de humor y una trama que no se permite ser condescendiente con el espectador. Nada que envidiarle a James Bond, más bien lo contrario.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario