Debut en la ficción de la estadounidense Emma Tammi, el retrato que Tierra maldita realiza de las exigentes condiciones de vida de los primeros colonos que se aventuraron en la llamada Conquista del Oeste es un elemento importante, pero no central. Sin embargo, de ahí la directora toma determinados elementos y los aprovecha. Sobre todo aquello que tiene que ver con las consecuencias que un aislamiento extremo puede producir en la mente humana. Circunstancia que acá es utilizada para construir una historia que transita sobre el límite de la realidad. En ese mantener el equilibrio entre lo real y lo fantástico (que también expresa un balance entre cordura e insensatez), se encuentra lo mejor de este trabajo.
Sin embargo Tierra maldita es una película partida al medio. Mientras consigue mantener el misterio en torno a los acontecimientos que relata, jugando con la ambigüedad entre la salud mental de las protagonistas y la posibilidad de eventos que exceden el marco lógico, la directora logra construir un escenario atractivo y sugerente. Por el contrario, cuando decide que la historia decante hacia uno de esos dos caminos posibles, la película comienza a perder buena parte de su peso específico y a alejarse de sus momentos más tensos. La incorporación de ciertos elementos que se inclinan a esbozar algún tipo de explicación para lo que ocurre resulta contraproducente. Una decisión que acaba por arrasar con el elemento siempre perturbador de lo desconocido, para echar raíces en las zonas menos atractivas del cine de terror contemporáneo.
Aunque nada en sus créditos lo confirma, no pocos elementos de Tierra maldita, cuyo título original es The Wind (El viento), resultan llamativamente similares a la película homónima de 1928, dirigida por Victor Sjöström. Ahí también una mujer se mudaba de la pujante costa este de los Estados Unidos a un oeste hostil, escenario en el que el viento jugaba un papel central en el progresivo deterioro perceptivo de la protagonista. Sin embargo, aquellos fantasmas del cine mudo no necesitaban abandonar su carácter poético para seguir siendo percibidos como una amenaza. En cambio acá terminan cediendo a la prosaica tentación de lo explícito.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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