El cine de los Estados Unidos ha convertido en una costumbre revisitar de manera permanente la temática vinculada a la Segunda Guerra Mundial, su intervención en ella, el rol central que desempeñaron en la caída del nazismo y el horror sistematizado por el régimen de Adolf Hitler. Ese inmenso corpus cinematográfico ha conseguido canonizar una mirada de aquellos hechos que siempre tiene al país norteamericano como heroico protagonista. Una de las cosas más interesantes que a priori parece ofrecer Naturaleza salvaje, segunda película del polaco Adrian Panek, consiste en la posibilidad de tener un punto de vista distinto de ese.
En su relato, un grupo de chicos sobrevivientes del campo de concentración de Gross-Rosen son rescatados por el ejército soviético y ubicados en una casona abandonada en medio del bosque, hasta decidir su destino definitivo. Aunque ahí gozan de una libertad completa, al comienzo parece que, lejos de desaparecer, el monstruo solo ha cambiado de máscara. La falta de provisiones los sigue manteniendo en un régimen de hambre y la presencia de los soldados rusos no parece mucho más humana que la de los nazis, aunque finalmente los chicos quedarán librados a su suerte.
Jugando con el imaginario del cine de terror, la presencia fantasmal de una jauría de perros entrenados por las SS en los bosques circundantes convierten al caserón en un nuevo espacio de encierro. Olvidados por el mundo, ahí dentro los chicos no cuentan más que consigo mismos para sobrevivir, mientras la muerte los va cercando. Parece apropiado percibir en ese cuadro de situación una alegoría de la situación de Polonia en la posguerra. Un país que tras ser la víctima principal del nazismo (los campos de exterminio más notorios se encontraban en su territorio y más de la mitad de los seis millones de judíos asesinados era de origen polaco), debió soportar el tironeo político al que lo sometieron los triunfadores.
Naturaleza salvaje también da cuenta de la forma en que el horror impacta al interior del propio grupo, que se ve obligado a convivir con la presencia ominosa de la locura y la aparición de víctimas convertidas en victimarios. El relato muestra esas tensiones sin emitir juicios de valor, pero aceptando la posibilidad de lo monstruoso como parte de la naturaleza humana. El título original de la película, Wilkolak (Hombre Lobo) ofrece una pista en ese sentido. Si bien al principio Panek juega con las posibilidades fantásticas de la licantropía, de a poco va quedando claro que la referencia es más cercana al concepto hobbesiano del “hombre lobo del hombre”, que al imaginario de los monstruos clásicos del cine. De ese modo, con una correcta factura técnica y un desarrollo preciso, Naturaleza salvaje consigue ofrecer unos cuantos momentos potentes, aunque sin apartarse demasiado de la estética del cine (y la mirada) de los Estados Unidos.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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