Se sabe: el perro es el mejor amigo del hombre y a veces también de los productores de cine, que a fuerza de insistencia transformaron a los dramas con canino incluido en un subgénero. Su esfuerzo se apoya en un público fiel que paga las entradas, convirtiendo en éxito a películas como Marley y yo (David Frenkel, 2008), Siempre a su lado (Lasse Hallström, 2009), La razón de estar contigo (de nuevo Hallström, 2017) y La razón de estar contigo 2 (Gail Mancuso, 2019) o Mis huellas a casa (Charles Martín Smith, 2019), por nombrar las últimas que se estrenaron por acá. Incluso hay quienes hicieron carrera en esto, como el citado Hallström o W. Bruce Cameron, autor de las novelas en las que se basan las tres últimas, y guionista de ellas junto a Cathryn Michon. La mención es útil para abordar el estreno de Mi amigo Enzo, de Simon Curtis, que muestra coincidencias con los trabajos de Cameron.
Como en estos, acá el pulgoso en cuestión tiene una voz que desde un estricto off hace avanzar el relato, acompañando las acciones con reflexiones y comentarios que dan cuenta del paso del tiempo y la vida. El valor agregado de esa voz profunda es que pertenece a Kevin Costner, cuya efectividad se basa en la capacidad para ser ligero en los momentos luminosos y para pisar el acelerador del dramatismo cuando la cosa se pone fea. Pero sin abusar, aunque el guión se pase de rosca justamente en esa dirección.
Quien haya visto algunos de los títulos mencionados sabrá que no hay forma de encontrar nada novedoso en la sinopsis de Mi amigo Enzo. A saber: el protagonista de turno, joven y soltero, elige una mascota: su mirada será el punto de vista de la película. En este caso se trata de Denny Swift, un prometedor piloto de carreras que se enamora, se casa, se reproduce y debe lidiar con dificultades de distinto grado a las que lo enfrentan las curvas de la vida. Que a partir de la mitad del film son muchas, demasiadas, y cada vez más extremas. Estas fatalidades son además una excusa para que la película incluya una mirada (pseudo) espiritual cercana al universo de la autoayuda.
Enzo (bautizado en honor al fundador de Ferrari) es testigo privilegiado de todo y la película se apega a estrictamente a ese dispositivo. De ese modo, será su presencia la que defina qué es lo que se pone en escena y qué es lo que queda fuera de campo. Un rigor que no suelen tener otros títulos del subgénero, aunque eso no significa que este sea mejor que los demás, y si eventualmente lo es, no será solo por eso. Sin ser una gran película, Mi amigo Enzo logra crear algunos climas emotivos con herramientas genuinas, incluso cuando, como se dijo, el guión abusa de las tragedias que Denny debe afrontar, agobiándolo por momentos casi con saña. Como si se tratara de una ecuación, esta clase de películas necesitan equilibrar la balanza incluyendo, por ejemplo, un final tranquilizador, casi religioso. Porque si el espectador se irá de la sala llorando, que sea al menos creyendo que hay esperanza.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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