Cine por la memoria y la identidad, esa es una de las formas en las que se podría definir al documental La casa de Wannsee, de Poli Martínez Kaplun. No se trata sin embargo de una película sobre dictadura y derechos humanos, porque memoria e identidad son búsquedas universales dentro las que caben otras luchas, otras historias, pero que siempre coinciden en una cosa: el intento por recuperar algo que otros quisieron ocultar o hacer desaparecer. Lo que Martínez Kaplun busca son sus propias raíces judías, perdidas entre las bifurcaciones de su genealogía alemana y que parecen haber sido arrancadas de cuajo durante los años de apogeo y caída del nazismo.
El relato en off de la directora indica que su búsqueda empezó cuando su hijo al llegar a la adolescencia quiso festejar su bar mitzvah. Lo inesperado es que ni ella ni su marido profesan la fe judía. Ni ellos, ni sus padres, ni sus abuelos. Aún así se trata de una familia judía. ¿Pero cuando se cortó la línea que los unía a esa cultura? La directora retrocede hasta su bisabuelo Otto Lipmann, filósofo y psicoanalista, dos oficios que nunca se llevaron bien con lo místico y lo religioso, quien no se veía a sí mismo como judío. Una mirada que heredaron su hija y sus nietas, la madre y las tías de Martínez Kaplun.
La directora recorre su historia como lo haría una detective: reviendo las fotos y películas del copioso archivo audiovisual de la familia, buscando pistas entre los vestigios, interrogando tías (y otros testigos), regresando a la casa familiar de la calle Wannsee, en las afueras de Berlín. Y visitando otra casa ubicada a pocas cuadras de ahí, donde en 1942 tuvo lugar la Conferencia de Wannsee en la que la cúpula del nazismo activó la Solución Final, desatando el Holocausto. Con la habilidad del narrador de historias de misterio, la directora maneja bien los tiempos del relato, eligiendo los momentos precisos para hacer aparecer un dato o una imagen reveladores.
Aún sin apartarse del formato más clásico del documental, Martínez Kaplun consigue que el recorrido por varias generaciones de su familia pueda ser seguido con interés. Buena parte de ese éxito se debe a la forma en que va tejiendo una trama sólida entre relato familiar y relato histórico, permitiendo que cada personaje pueda ser abordado junto a su circunstancia. Y hasta la anti-climática decisión de incluir una escena final de casi 15 minutos de charla entre ella, su madre y sus tíos, también puede ser defendida. Porque si bien es cierto que en términos rítmicos le mete el freno a la narración en el momento en el que debería acelerar en busca de una resolución, buena parte de lo que ahí se dice es vital para entender las dificultades que la directora debió enfrentar en este desafío de reescribir su propia identidad y recuperar a través del cine una memoria que parecía perdida para siempre. Una forma de ir en busca de la verdad a través de la palabra, un recurso que debe haber resultado familiar y hasta lógico para una hija y bisnieta de psicoanalistas.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario