Una mujer cuenta a cámara el comienzo de una película: un grupo de mujeres solas, jubiladas, van al cine. No se conocen entre sí y se las ve deambular, algunas por las calles de Madrid, otras por Montevideo o Buenos Aires, conversar con distintas personas, pero las escenas son mudas. Entonces una voz en off las presenta pero sin certezas, a través de preguntas: ¿quiénes son estas mujeres? ¿Por qué van al cine? ¿Están solas? ¿De qué viven? ¿Qué buscan? Mientras la mujer habla, la propia película de la cuál es protagonista va representando aquello que describe, como si la directora fuera ella y no la persona que la filma, oculta al otro lado de la cámara. Este juego de cajas chinas, tan simple e ingenioso como potente, oficia de obertura del documental Las cinéphilas, ópera prima de María Álvarez.
El film tiene como eje la vida de seis mujeres cuyo mayor placer y principal ocupación en el último tramo de la vida es ir a ver todas las películas que pueden (que no es lo mismo que decir que van a ver “cualquier película”). Exponente cultural de una era extinta en la que el cine era percibido más como evento cultural que como espectáculo, estas cinéfilas no van al shopping, sino que son animales de cinematecas, de cineclubes, de festivales.
A pesar del título, que al describir literalmente a sus protagonistas puede parecer superficial, se trata de una película que utiliza la mentada cinefilia como puerta de entrada a un universo femenino íntimo, que tal vez le resulte familiar a las espectadoras, pero que a los hombres puede ayudarlos a resolver un misterio ancestral: ¿qué hacen las mujeres cuando se quedan solas? ¿Qué herramientas desarrollan y qué estrategias utilizan para enfrentar la soledad? Igual que para ellas, el cine casi parece ocupar en la película el rol del McGuffin hitchcockiano, apenas una excusa para abrirse paso a través de estas historias de mujeres. “Cuando empecé el proyecto, fui encontrando a estas mujeres que tienen una afición muy parecida a la mía: ir al cine... que no es lo mismo que ver películas”, cuenta la directora.
“Trascendida esa primera instancia, la búsqueda pasó a ser un estudio sobre el tiempo, una pregunta acerca de mi propia vejez. La organización de los días vacíos, el pasado, cómo funciona la memoria, cómo el cine, de alguna manera mágica, desdobla el tiempo y lo multiplica”, continúa. Para Álvarez la película está narrada de esa misma forma: “presentando a los personajes y su afición, cada una con razones distintas que las llevan al cine cada día”. Pero a medida que avanza “el relato va profundizando en quiénes son estas mujeres más allá del cine”. Pero “al ser una película coral”, dice, “es poco lo que terminamos sabiendo de cada una de ellas”. “Lo que aportan de sus vidas son breves pinceladas que terminan conformando un único y gran personaje”.
En este universo de mujeres solas lo masculino ocupa un lugar importante, un elemento vital que desde el fuera de campo se encarga de darle un sentido distinto a las historias de las protagonistas. Álvarez afirma que esa ausencia era uno de los temas que le interesaba recorrer en Las Cinéphilas. “La ausencia es la falta, un lugar vacío que antes estaba lleno. Y toda ausencia deja alguna huella. Esas marcas que dejaron los hombres en ‘las cinéphilas’ también las definen”. Por otra parte la diectora señala que “estadísticamente las mujeres tienen un promedio de expectativa de vida aproximadamente diez años mayor al de los hombres" y que son "esos años los que retrata la película”.
Aunque la figura de Álvarez casi no aparece en Las Cinéphilas, la creciente proximidad, casi familiaridad que comienza a gestarse entre ella y sus protagonistas se va haciendo cada vez más perceptible. “Cuando empecé a filmarlas no sabía que iba a hacer una película. Era un proyecto artístico que no sabía muy bien adónde iba a terminar. Por lo tanto creo que ellas tampoco creían que lo que estábamos haciendo iba a proyectarse en una pantalla de cine, con todo el sentido que ese destino tenía para ellas”, cuenta la directora. “Ahora siento que están sorprendidas y agradecidas por la experiencia que ellas mismas se animaron a vivir, haciendo algo nuevo y lleno de incertidumbres.”
Álvarez cree que “lo más complicado fue armar un relato coral equilibrado, que cada una tuviese un lugar, como las notas de una melodía”. Y sostiene que siempre tuvo un límite claro: no caricaturizar ni subrayar; sólo contar, retratar. “Y un retrato siempre tiene claroscuros”
.Artículo publicado originalmente en la sección Cultura de Tiempo Argentino.
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