Tomando como punto de partida una frase atribuida al filósofo francés Jean Paul Sartre, según la cual el jazz sería comparable a las bananas porque se lo debe consumir en el mismo lugar en el que se produce, el documental El jazz es como las bananas representa un retrato con un doble eje narrativo. Porque si por un lado pretende trazar un recorrido por la escena jazzera porteña desde fines de los años ‘50 hasta la actualidad, por el otro busca convertirse en una elegía en honor del contrabajista Jorge “El Negro” González, uno de los personajes más activos de dicha escena y fundador a fines de los ‘70 junto a Néstor Astarita y Gustavo Alessio del mítico “antro” jazzero Jazz & Pop. Si la película funciona mejor como lo segundo que como lo primero es sobre todo porque sus 61 minutos resultan insuficientes para plasmar la extensa y rica historia de dicho género en la ciudad de Buenos Aires. Sin embargo ese mismo sintético recorrido resulta oportuno para poner en contexto el rol que el homenajeado jugó dentro de esa cronología.
De ese modo la primera mitad de la película se dedica a acumular datos y testimonios que permiten realizar un recorrido entre mítico e histórico por lo que representó el ambiente del jazz en aquella Buenos Aires, que por entonces alardeaba de ser una ciudad que nunca dormía. El jazz, que se tocaba con fervor en cientos de pubs que se amontonaban en las callecitas del centro, tenía un rol protagónico entre las causas de ese insomnio. Es en ese contexto que durante la dictadura Alessio, Astarita y González fundaron Jazz & Pop, local que estaba llamado a convertirse en el centro de una movida que incluía también a los miembros más prominentes del rock nacional, de Litto Nebbia a Luis Alberto Spinetta, pasando por Pedro Aznar, Emilio del Guercio y otros. A pesar de que González va convirtiéndose de a poco en eje del relato, la película no elude mencionar cierta polémica en el cierre de aquel espacio, que también significó el final de la sociedad entre sus fundadores.
Como en una composición musical (o una jam session), El jazz es como las bananas va ganando en intensidad cinematográfica a medida que avanza. Así, en sus primeros momentos la profusión de cabezas parlantes y el uso de montajes fotográficos animados resultan un poco esquemáticos, a pesar de la riqueza de la información que aportan. Pero una serie de travellings y planos actuales de Buenos Aires, montados como si se tratara de un crescendo en el que de a poco se suman nuevas notas y tonos, comienzan a pintar un cuadro que excede la oralidad del relato. Resulta muy ilustrativa una secuencia en la que diferentes voces opinan sobre el tema de la improvisación, técnica que representa el alma del jazz, mientras los directores improvisan un breve clip con distintos paneos sobre los techos de la ciudad. Sobre el final el fallecimiento de González y el cierre definitivo de Jazz & Pop, ambos ocurridos en 2013, terminan de aportarle al epílogo un oportuno tono emotivo.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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