Sugestiva ópera prima de Luciana Piantanida, conocida por su labor como colaboradora de Adrián Caetano, con quien escribió una decena de guiones, Los ausentes ofrece una particular mirada acerca de los duelos y del sensible universo que se va edificando en torno de las personas obligadas a atravesarlos. Lo peculiar del abordaje que la película propone tiene menos que ver con un retrato realista de los paisajes del duelo, sino con el tono elegido para contarlo. Con una estética que muchas veces se aproxima a la del cine de fantasmas, tanto desde lo narrativo como desde lo visual y, sobre todo, lo sonoro, la directora y guionista consigue hilvanar tres historias de pérdidas que, sin sacarle el cuerpo al drama, prefieren concentrarse en los estados alterados que las ausencias y los agujeros emotivos provocan en los deudos.
Lejos de regodearse en aquellas figuras retóricas del cine de terror que apuntan al sobresalto, Piantanida acierta al concentrarse en la construcción de climas enrarecidos que ponen de manifiesto el estado mental y emotivo de sus personajes, de cuyas historias tal vez no convenga adelantar demasiado, salvo que han perdido seres queridos muy próximos. Las tres historias transcurren durante el verano en un pueblo de provincia y ese clima resulta utilitario para el tipo de historia que la directora ha elegido contar. Hay algo del agobio estival que recorre toda la película y que puede notarse, por ejemplo, en el tipo de iluminación elegida. Sobre todo para las escenas nocturnas, cargadas de amarillos y anaranjados que ayudan a generar esa atmósfera de irrealidad que suele acompañar los momentos de grandes pérdidas. En esa misma dirección, el final de los tres relatos coincide con el inicio de las festividades del carnaval, espacio en donde lo onírico se cruza con lo siniestro, en un rito cuya potencia Piantanida ha sabido aprovechar para hacerlos confluir.
Con buenos trabajos de todo el elenco, Los Ausentes construye una versión verosímil de esa alienación que produce el dolor de la pérdida. Un estado mental muy próximo a la locura, capaz de desfigurar la realidad hasta hacerla parecer propia de alguien que no es uno mismo. Ese estado de enajenación está presente en los tres protagonistas, todos ellos atrapados en diferentes laberintos. Uno, en los vericuetos kafkianos de la burocracia que le sigue a la muerte; otra en un espacio doméstico, cuyos rincones no hacen más que hacer aparecer una y otra vez aquello que ya no habita ahí. Y el último que, perdido dentro de su propia percepción, se obsesiona en perseguir los rastros de una ausencia. Tres formas de encierro que se vuelven evidentes en la forma en que Piantanida hace que sus criaturas vean al mundo, siempre espiando a través de resuqicios, de puertas entornadas o de vidrios sucios que, de una u otra forma, acaban por deformar la realidad.
Artículo publicado originalmente en la sección Espectáculos de Página/12.
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